noviembre 21, 2024

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#Pray4Canelo | Columna de Daniel Tristán

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Canelo

LaguNotas Mentales

 

A decir verdad nunca he sido del todo asiduo a invertir tiempo de mi día a día en Facebook. El uso que le he dado a dicha red social iba más bien enfocado en cuestiones laborales o movidas de compra/venta de algún artículo. Jamás le di el uso social (¿o antisocial?) que realmente tiene.

Resulta que mi desapego a la red social mencionada derivó en un desentendimiento total de un montón de cosas que sucedían por aquellos días. No le voy a hacer el cuento largo, por mi ausencia en Facebook llegué a perderme de cumpleaños de amigos, bodas, presentaciones de bandas y hasta de algunas campañas gratuitas de esterilización para gatitos.

Con el pasar de los años he aprendido que en la vida no existen las casualidades, existen las causalidades. Esas experiencias que suceden no por coincidencias, más bien suceden con un propósito y finalidad específicas. Tal desconexión del submundo que acontece en Facebook  me agarró bastante mal parado cuando tuve mi primer encuentro con Canelo, el perro aventurero. Historia que si usted me permite, culto público, me gustaría contarle a continuación. 

Sucedió en una helada noche de diciembre de 2018. Mi naturaleza noctámbula me había llevado esa noche a salir de la cama para salir a buscar una cerveza y algo de cenar. Al lograr mi objetivo decidí subir a mi camioneta para regresar a mi departamento pero un bulto café me impidió mover mi vehículo. Entre la penumbra de la noche y el efecto de las cervezas pensé que se trataba de un costal o bolsa de basura, pero al mirar más de cerca me encontré con que era un chucho callejero el que había encontrado refugio en la cercanía del motor de mi camioneta.

Al acercarme un poco más noté que el animal tiritaba de frío, y no era para menos, pues el termómetro marcaba no más de 3°C. Pude observar también que el can llevaba un paliacate verde en el cuello con una anotación que rezaba “Soy Canelo, el perro aventurero” y junto un número de celular había sido cuidadosamente escrito sobre la tela. Le ofrecí algo de comida, a lo cual accedió inmediatamente. Fue imposible dejarlo ahí abandonado a su suerte. Lo invité a subir a mi camioneta y decidí llevarlo a casa para que pasara la noche con la única intención de llamar a sus dueños al amanecer y entregarlo sano y salvo. 

Por la mañana lo primero que hice fue lavarme la cara y prepararme un café cargado para despertarme y aclarar un poco las ideas. En seguida tomé mi celular y decidí llamar a los dueños de Canelo. Tras un par de intentos no logré comunicarme y sólo obtuve respuesta del buzón de voz. Intenté de nuevo tras unos minutos sin lograr mi objetivo. Como recurso emergente decidí enviar un WhatsApp diciendo que había encontrado a Canelo perdido en la calle

, que había pasado la noche en mi departamento y que en el momento que ellos desearan podían pasar por el para llevarlo a casa. Esta vez la respuesta fue inmediata y me dejó impactado: – Muchas gracias por darle posada a Canelito. Ábrele la puerta y déjalo ir. 

La respuesta me pareció completamente descabellada. Había hecho un esfuerzo por rescatar al animal perdido, darle cobijo por esa noche y encontrar a su dueño para que me pidieran que lo devolviera a la calle. “¡Vaya chusma!” pensé. Para ese momento la ansiedad del animal comenzó a inquietarme pues buscaba escape por las ventanas y puertas del departamento, rasgó un par de mosquiteros y dejó sus garras marcadas en la madera de la puerta principal. Lo único que se me ocurrió en el momento fue subirlo nuevamente a mi camioneta y llevarlo a algún refugio para animales de la calle

. Al intentarlo Canelo pegó carrera hacia la avenida principal y simplemente escapó sin dejar rastro.

Decidí que había hecho lo que estaba en mis manos por ayudarlo y que ya no era asunto mío salir a perseguirlo. Le conté la anécdota a un par de amigos a lo que me respondieron sorprendidos que si no sabía quién era Canelo. Me contaron la historia de una suerte de perro rockstar que era conocido por la ciudad entera, que contaba con una página de miles de seguidores en Facebook y que vagaba por las calles mientras todo el mundo aprovechaba la menor oportunidad para tomarse una selfie con el.

Fue así cómo me enteré de quién era Canelo y la importancia que tenía. Fue así como, desde ese día, comencé a poner mayor atención al andar en la calle y me lo encontré un par de veces más durmiendo en las banquetas. Fue así que comprendí que hay algunas veces en las que el respeto por la vida rebaza la maldad humana y deriva en una muestra de amor y cariño desinteresado.

Por años la sociedad potosina ha cuidado de Canelo como si se tratara de un miembro más de la familia. Resulta increíble que muchos jóvenes conozcan más acerca del carismático chucho que de los hombres que dan nombre a las calles en las que Canelo solía vagar.

Hoy Canelo se enfrenta a los inevitables achaques que la edad acarrea. El  ocaso del perro más querido por los potosinos es una dolorosa realidad. La enfermedad de Canelo lo ha obligado a frenar la carrera para ser sometido a quimioterapia. Culto público, si bien es una realidad que, aunque la quimioterapia surta el efecto deseado, la vida de Canelo es una estrella que se apaga poco a poco. Con la ayuda de la sociedad y de su veterinario seguramente los últimos años de Canelo serán de la mejor calidad a la que un animal pueda aspirar.

Todos tenemos una historia vivida con Canelo para contar. La luz de Canelo inevitablemente va a apagarse, pero su vida quedará en la memoria colectiva para la posteridad. Canelo será de esas historias que se albergarán en los libros de leyendas potosinas y que, seguramente, pasarán de boca en boca por las generaciones venideras. 

Gracias Canelo por darnos una lección de vida, por mostrarnos la importancia del respeto a la vida y el valor de las reglas de la convivencia en sociedad. Gracias por hacernos ver que, a pesar de todo lo malo, aún existen historias hermosas para contar.

¡Fuerza Canelo!

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera

. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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