enero 21, 2025

Conecta con nosotros

#Si Sostenido

La era de las incomunicaciones | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

incomunicaciones

LETRAS minúsculas

 

Lo cuenta Sigmund Freud (1856-1939) en su Introducción al psicoanálisis. Una vez, un niño que tenía miedo a dormir solo en su habitación llamó desde su cama a una de sus tías: 

-Tía, tía, háblame, tengo miedo. Está muy oscuro. 

Y la tía, que lo escuchaba desde el otro lado de la puerta, le respondió así: 

-¿Y de qué sirve que te hable, querido, si no me ves? 

Y el niño: 

-Háblame. Es que cuando me hablan se hace más claro.

¡Ay, sólo cuando nos hablan la vida se hace más clara y la noche menos espesa! La palabra humana es compañía, agua para el viaje en el desierto, píldora contra los nervios, elíxir de larga vida. ¡Qué insoportable sería la vida si nadie nos hablara! Haga, haga usted la prueba: vaya a una ciudad donde nadie lo conoce y verá cómo se siente muy pronto al borde de un ataque de nervios.

Nuestra existencia tuvo su origen gracias a una Palabra divina («¡Existe! ¡Sé!»), y sobrevive gracias a las palabras. Cuando alguien nos habla, algo se despierta en nosotros: acaso el recuerdo de aquella Palabra originaria que nos sacó de la nada y nos hizo ser. 

Según Platón, el filósofo griego, en el alma de todo hombre habita el recuerdo (casi sería mejor decir la nostalgia) de las ideas puras que había contemplado en el Hiperuranio antes de su caída en este mundo. ¿Pero no será, más bien, que lo que añora es volver a oír esa Palabra que lo creó y por eso se emociona tanto al oír lo que más se parece a ella: las palabras, las simples y sencillas palabras humanas? 

¡Claro que hay diferencias entre el habla humana y el habla divina! He aquí lo que, a este respecto, escribió el poeta mexicano Octavio Paz (1914-1996): «Los hombres hablamos palabras que designan esto o aquello; no decimos cosas, sino nombres de cosas. Por esto las palabras tienen sentido, dirección: son puentes entre nosotros y las cosas y los seres del mundo. Cada palabra apunta hacia un objeto o una realidad fuera de ella. El lenguaje nos relaciona con el mundo, sus cosas y sus entes. Los dioses, en cambio, según nos cuentan las cosmogonías, hablan estrellas, ríos, montañas, caballos, insectos, dragones. Para ellos hablar es crear… Los dioses, al hablar, producen; los hombres, al hablar, relacionan».

En efecto, los hombres cuando hablan no crean, pero se acercan a los otros. Hablar es relacionarse, y sin el calor que aportan las palabras nuestras vidas se marchitan. La palabra es como un lazo que une a dos seres que se encuentran, una especie de hilo invisible salido de sus bocas (según la representaban los aztecas en sus códices) que los aproxima y los liga. «Si hablo solo es porque siempre estoy solo. Al hombre le es necesario el diálogo», dice casi llorando Louis, el viejo avaro, en una novela de François Mauriac

(Nudo de víboras). Sí, el hombre es un ser de palabra, y si no hay en este mundo nadie que le hable y le responda, se pondrá al final a platicar con las piedras, y entonces se dirá de él que está loco. Pero no es locura: es simplemente falta de diálogo, carencia de interlocutores. 

Y, no obstante esto, hemos de reconocerlo: cada vez nos hablamos menos. Pareciera que conforme las máquinas de comunicar avanzan, la voz humana retrocede o se apaga. ¿Es que existe una relación inversamente proporcional entre la comunicación de masas y la comunicación cara a cara? Diera la impresión que sí. 

Antes la madre hablaba con su niño, le contaba historias, le refería fábulas; hoy simplemente le pone un CD y deja que las historias las cuenten otros: ella no tiene ni tiempo ni ganas; «además», dice, «yo nunca he sido una buena narradora». En el pasado le cantaba canciones al oído: hoy le compra un disco del tipo Mozart para niños, y buenas noches.

En el mundo de la comunicación global se hace cada vez más penosa y rara la comunicación interpersonal. No se sonríe la gente que viaja en el mismo autobús, no se saluda, no se habla. Uno va desdoblando su periódico; otro, hojeando apresuradamente una revista ilustrada; aquel se entretiene jugando con su teléfono móvil y el de más allá lleva los audífonos puestos para no oír a nadie: cada uno en su mundo y bien instalado en su propia soledad. 

En los países del primer mundo hasta los niños de primaria cargan ya en un bolsillo de su chamarra o de su pantalón un lindísimo BlackBerry debidamente protegido con una funda de plástico. Hablan con el amigo lejano pero descuidan al que tienen a un lado. 

-Me llaman, dicen sintiéndose muy importantes. Con permiso. 

Muchas veces, más que iniciar diálogos, dichos artefactos no sirven más que para interrumpirlos o terminarlos.

La cultura del saludo, del hablarse, está en vías de extinción, ¡y precisamente en el siglo de las comunicaciones! Nos ha pasado como a aquellos conocidos míos que, habiéndoseles roto un botón del estéreo de su auto y sin la posibilidad de regular el volumen, con tal de oír música durante el camino no se dirigieron la palabra en las ocho horas que duró su viaje.

A nuestras noches les falta la voz humana. Y no es que éstas vayan a dejar de ser oscuras porque los otros nos hablen;  pero es que, si nos hablan, se hacen más claras.

También te puede interesar: El caso Pirsig | Columna de Juan Jesús Priego

#4 Tiempos

Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?

Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?

Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:

¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.

Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.

También lee: Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

También lee: ¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera

. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

También lee: Celebración del año nuevo chino Dragón de Madera 2024 | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

Opinión

La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 244 0971

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Daniel Rocha

Santiago Herrera Robles

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados