#Si Sostenido
Monsi en “El Mirador” | Columna de Eden Martínez
Funambulista
“Oh Monsiváis, tus manos escritoras, envidia de princesas y vestales, diminutas, profetas y cantoras, amapolas en flor de la Portales. “
-Liliana Felipe, “Oh Monsiváis”
La primera vez que vi su rostro fue en la televisión. Yo tendría algunos 10 años y estaba con mi familia mirando el Canal 22, lo recuerdo por el logotipo. En la pantalla estaba sentado un señor enjuto, corcovado, casi calvo y con lentes de pasta, que no paraba de hablar. Hablaba y hablaba, y, aunque ya arrastraba la boca como los viejos, mantenía el vigor montándolo sobre un tren interminable de oraciones; al parecer, y según mi percepción infantil, ese hombre dijo todo lo que los seres humanos — o vamos, los adultos— eran capaces de decir. “Es Carlos Monsiváis”, me dijo Don Manuel —o mi papá, como quieran decirle— cuando se dio cuenta de mi perplejidad, “es un cronista”. Yo, naturalmente, no sabía qué eran o qué hacían los cronistas así que se lo pregunté. “Escriben todo lo que ven, y luego lo publican en periódicos”, fue más o menos lo que recuerdo que me contestó, acomodándose el bigote como siempre lo hacía, para después volver su atención imperturbable al monitor.
Años después leí al autor de Apocalipstick por primera vez y por casualidad, en una edición especial del semanario Proceso que hablaba sobre Octavio Paz. El número rescataba una serie de artículos que se dedicaron mutuamente el cronista y el poeta en los años 70, discusión ahora conocida como “La polémica Paz- Monsiváis”, en la que este último acusó al autor de El laberinto de la soledad de ser un ensayista tramposo por utilizar argumentos circulares —recuerdo esto porque yo mismo, sin ninguna discreción, le copiaba la frase a Monsi cuando me encontraba con algún admirador de Paz: “Claro, ¿pero es que no te das cuenta que utiliza argumentos circulares?” —. El capitalino por excelencia parecía estar en todas partes y tuve varios encuentros curiosos con sus ensayos y crónicas: me enteré de su amor por los gatos en un artículo colocado detrás del cristal de la mesa de un café, y de su afición a las figuras populares cuando vi un texto suyo sobre César Chávez en la puerta roída de un gimnasio. La cotidianidad me estaba enseñando, poco a poco, que no había tema en el que Monsiváis no hubiera metido sus narices, o más bien, sus manos escritoras, como dice la canción.
En una ocasión, un amigo cercano me comentó, con un dejo de resignación estoica, que “Monsiváis ya había escrito sobre todo”. Este comentario, aunque destinado a destruir motivaciones, no era para menos: corre el rumor de que Carlitos leía tres libros al día, de que vio todas las películas y leyó todos los cómics del mundo; exageraciones que, como todos los paroxismos, poseen algo de verdad. Cualquiera que haya hojeado por lo menos algunas páginas de Los rituales del caos o Amor perdido puede darse cuenta de que Monsiváis no era una persona corriente, sino que estaba hecho de una madera y un temperamento casi antinaturales, maniáticos en el buen sentido: las ciudades tienen que parir un Monsiváis de cuando en cuando para que sus historias sean escritas y sus traumas liberados, de otra manera no soportarían la grave melancolía de lo que ya pasó.
Hace cuatro años, recordando viejos momentos, Don Manuel —o mi papá, como quieran decirle— me contó que vio al cronista varias veces a lo largo de su vida; los dos momentos que más gracia le hacían fueron después de mítines del Dr. Nava en Plaza Fundadores.
“Estaba ahí, recargado sobre el Ipiña, sin saludar a nadie, con esa manera de acomodar la mandíbula tan distintiva. Nosotros, un amigo y yo, nos acercamos a él para presentarnos, pero cuando estábamos muy próximos nos dio miedo y mejor le preguntamos si tenía encendedor, fingiendo que no sabíamos quién era”. La segunda vez, dijo, fue en el Bar “El Mirador”, que se encontraba en el último piso del Hotel Panorama. “Nosotros —siempre incluyendo a sus amigos— íbamos ahí seguido, queríamos hacernos los interesantes y “El Mirador” era un buen lugar para conocer escritores, periodistas, poetas y gente así. El caso es que una vez me lo encontré ahí, sentado en una mesa…pero en esa ocasión tampoco le hablé”. Don Manuel se detuvo un poco, se acomodó el bigote como siempre lo hacía y después sonrío cálidamente. “Porque Monsiváis se estaba ligando a un muchacho”.
La Orquesta retomó este texto, en motivo del noveno aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis.
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#4 Tiempos
Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam
VOLUTA
Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.
Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?
No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.
Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?
Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?
Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?
Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.
Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:
Estimado antrop. León García Lam
Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo.
Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.
El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.
¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?
Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.
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#4 Tiempos
El paisaje | Columna de León García Lam
VOLUTA
¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.
Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí. Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.
- ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
- Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
- ¿A eso le llamas paisaje?
- Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.
Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.
—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros
- ¿Por qué? —Me pregunté
- Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
- Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
- Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.
Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.
Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.
Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.
¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.
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#4 Tiempos
La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam
VOLUTA
En mi juventud (ya perdida) fui testigo en varios momentos críticos de la historia político-partidista reciente (no tan reciente) de que la “gubernatura de San Luis Potosí se gana con la Huasteca”. Es decir, que es sabido que, por mucha preferencia electoral que tenga un candidato en la capital, no gana una elección sin haber consensuado su victoria con la Huasteca, pero ¿en qué consiste específicamente este consenso y qué es la Huasteca?
En realidad, nadie sabe exactamente qué es la Huasteca. Aparentemente, es una región ubicada en la cercanía del Golfo de México y la Sierra Madre Oriental que va desde Tamaulipas hasta Veracruz e Hidalgo, pero puede llegar hasta Querétaro y quizá alguna vez alcanzó hasta Guanajuato. Una buena parte de San Luis Potosí es Huasteca. Pero como desde hace muchos siglos ha sido una región ocupada, no se sabe si huasteco es el ocupado o el colonizador. Probablemente los tének colonizaron esta región hace dos mil años, luego los nahuas los alcanzaron, siguieron los españoles, luego los rancheros y, por último, los turistas. Los tének dicen que huastecos son los nahuas; los nahuas dicen que huasteco es el “mestizo” que vive en las cabeceras municipales (o sea, los rancheros) y estos a lo mejor sí se aceptan como tales. No nos podríamos poner de acuerdo en esto, porque los turistas le dicen huasteco a todo lo que tenga cascadas.
Durante décadas -es decir, todo el siglo XX- se conformó una estructura clientelar en la Huasteca, dominada por una minoría: los no indígenas (o sea los rancheros terratenientes huastecos) ocuparon los puestos de decisión (presidencias de partidos, ayuntamientos y cabildos). La población indígena acató los lineamientos de organización política y electoral del estado, por medio de una estructura basada en partidos políticos. Los indígenas eligen al partido político de su preferencia para colocar a un ranchero como su presidente municipal. Los indígenas del PAN se pelean apasionadamente contra los indígenas afiliados al PRI para colocar a su ranchero-candidato. Poco se repara en que el candidato del PAN es un ranchero primo del candidato del PRI (en esos lugares todos son parientes) y que, aunque gane uno u otro, seguirán siendo rancheros que tienen la sartén por el mango para decidir el futuro económico de ese municipio. No tengo nada contra los rancheros en lo particular: al contrario, soy fan de sus quesos y de la cecina huasteca.
Cuando los turistas visitan la Huasteca y ven su riqueza y majestuosidad siempre se preguntan:
¿Por qué los indígenas son pobres si tienen tantos recursos?
Se responden a sí mismos una sarta de respuestas equivocadas que no voy a comentar aquí porque al decirle huasteco a todo, piensan que tan huasteco es un ranchero terrateniente como la señora con petop que les vendió el zacahuil que se zamparon.
Durante todo el siglo XX, los rancheros terratenientes gobernaron la Huasteca y es con ellos con quienes el candidato a gobernador tiene que acordar su victoria y aquí entra la famosa frase “No se gana sin el apoyo de la Huasteca”.
Bueno, pues esta situación está por terminar.
Las comunidades indígenas de los municipios de Tanlajás, San Antonio y Tancanhuitz llevan años solicitando al Congreso del Estado y al Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEEPAC) ser escuchados pues no quieren seguir participando de un sistema que los pone en desventaja electoral, política, social y económica frente a una minoría.
Quieren elegir a sus autoridades bajo sus propios usos y costumbres.
Quieren desarrollar sus propios proyectos productivos porque como todos los mexicanos tienen derecho a decidir por su propia prosperidad.
Están hartos de ser pasivos en el desarrollo de su propia tierra y que los de afuera les digan qué es lo bueno para ellos.
Así que más de 120 comunidades tének y nahuas y cientos de localidades con una sentencia del Tribunal Federal Electoral en su mano exigen al CEEPAC y al Congreso del Estado que se respeten sus derechos político electorales, para abrir paso a la elección por usos y costumbres indígenas, en congruencia con lo que establece la Constitución: “…la Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas…”.
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