#Si Sostenido
¿Formación y cultura fílmica local? | Columna de Jorge Ramírez Pardo
Enred@rte
Se ha mencionado aquí la importancia del estudio de las mejores películas existentes para la realización del mejor cine y legitimar sus prácticas.
Carlos Reygadas, mexicano y destacado director fílmico -Japón (2003), Batalla en el cielo (2005), Luz silenciosa (2007), Post tenebras lux (2012, Nuestro tiempo (2018)-, no acudió a una escuela formal de cine, pero tiene una cultura fílmica universal sorprendente presente en sus películas.
Otros realizadores mexicanos, Jorge Fons y Alejandro González Iñárritu; el primero complementó su aprendizaje tecnológico con prácticas publicitarias, y para el segundo fue su máximo soporte.
En algunas escuelas de cine suelen hacerse prácticas con equipo insuficiente. Ello obliga ejercicios deficientes y a la invención de herramientas artesanales. Pero, cuando hay cultura fílmica y guiones asentados, suele haber resultados sorprendentes e inventivos en producción, estética, contenidos y tecnología.
DOGMA 95 EN ESCANDINAVIA
Además de las, aquí, multicitadas corrientes vanguardistas fílmicas europeas y latinoamericanas de la segunda mitad del siglo pasado; en la Dinamarca del año centenario para el cine, 1995, un grupo de jóvenes, padecían, la exclusión como realizadores en las empresas filmadoras de su país. Formaron el colectivo Dogma 95 y proclamaron un manifiesto de 10 mandamientos fílmicos a seguir para la producción y distribución de sus películas.
Su método innovador y exigente logró trascender.
Uno de los propósitos de Dogma 95, ya ensayado por las anteriores vanguardias, es combatir el exceso de artificios, la pre-decibilidad argumental y clichés (incluidos los géneros -western, musical, terror, superhéroes y más-) y la hiper-fragmentación de la realidad por exceso de tomas y cortes o cambios de encuadre al interior de ellas.
Película de hiper-acción e hiper-violencia, tan recurrentes en el cine industrial de Hollywood, llegan a tener hasta 5 mil cortes, y cada 5 minutos muestran sucesos violentos y carencia de pausas para generar falsas emociones catárticas recurrentes. Ello contribuye a limpiar la mente del espectador, afianzar estados de ansiedad y reacciones pavlovianas o actos reflejos de consumo de costosas palomitas y otras chatarras. La respuesta, pues, suele ser como de animales domesticados y no de seres pensantes.
Una película de Dogma 95 y otras corrientes afines, en ocasiones denominada de autor, tiene por debajo de 250 cortes. Entre menos fragmentes la realidad; como espectador, eres más participe del ejercicio de representación que, además, en estos formatos, te interroga e involucra.
Como al interior de sesiones de estudio del cine se reitera, el cine industrial también, por excepción, produce cine de calidad autoral. En México y otros muchos lugares, y son mayoría en este momento, el cine innovador, de búsqueda, experimentación y/o de autor, no inscrito ni suscrito a la maquinaria industrial, tiene graves problemas de distribución y ello redunda en la escasa posibilidad de recuperar su inversión.
El cine no industrial sobrevive parcialmente en festivales y cineclubes. Esto en México es débil y cuando los hay, se apuesta más a alfombras rojas y poco a la reflexión y debate que acompañe a las exhibiciones fílmicas.
El monopolio hollywoodense de distribución de cine industrial pro consumismo, acapara los principales puntos de exhibición en el mundo; incluida la “culta” Europa occidental y ciudades como París, Londres, Roma y Madrid. Para compensar, alientan la exhibición fílmica propia en los sitios alternativos mencionados; con notables contrastes con nuestra realidad. En México, con 120 millones de habitantes, hay como 10 festivales fílmicos de peso y una treintena de marginales con bajo impacto. Alemania, con 80 millones de población, cuenta con 350 festivales de cine consolidados.
ESTUVO Y NO MARÍA NOVARO
A manera decorativa, leyendo un listado para no omitir gente desconocida, la actual titular del Instituto Mexicano de Cinematografía, María Novaro, inauguró una herencia del peñanietismo, el turismo cultural, en este caso fílmico. Acompañada de un secretario local de Cultura mudo, Armando Herrera.
Novaro, como titular de Imcine, puesto herencia directa de su exmarido Jorge Sánchez, mostró un fantasma de sí misma. Como directora de películas, de lo mejor en décadas, siempre está.
Al evento le denominaron Primer Encuentro de Formación Audiovisual Comunitaria. Con soporte, se dijo, del programa Ambulantes Más Allá.
Cito fragmento del único boletín al respecto, reciclado en la localidad en portales electrónicos y dos medios impresos: “con la presencia de representantes de 15 entidades de la República Mexicana: Chiapas, Colima, Ciudad de México, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Yucatán”.
El cartel está “lindo”.
De inmediato hubo un señalamiento del periodista Miguel Benítez en un portal nacional, AND cultura: “Es de destacar la ausencia del estado de Guerrero, a pesar de que en años anteriores habían gozado del beneficio de ser uno de los estados que recibió el proyecto Ambulante, más allá del cual salieron muchos valores jóvenes, entre ellos Cande Palma, quien el pasado mes de marzo obtuvo la beca Jenskis-Del Toro”.
Pregunta obligada: ¿Se justifica desplazar a personas de 15 estados y un ancho puñado de chilangos en nómina alta para una “formación audiovisual comunitaria de 3 días, 18 horas aula cuando mucho? ¿Evento comunitario?
Por contraste, el propio IMCINE envía cada mes, durante cuatro días, instructores a “Foros audiovisuales” -no mencionados por la turista mayor de Imcine- impartidos a potosinos con trayectoria; estos acumularán 120 horas aula, sin pago de desplazamiento ni viáticos. ¿¿¿¿¿¿????? $$$$$$, ¿4T?
También lee: Por qué cultura fílmica local | Columna de Jorge Ramírez Pardo
#4 Tiempos
Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam
VOLUTA
En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?
Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?
Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:
¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.
Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.
También lee: Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
También lee: ¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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