#Si Sostenido
Los olvidados | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
En una ciudad del mundo de cuyo nombre no quiero acordarme fue encontrado hace poco el cadáver de una mujer. En su cuarto, sobre la mesa de noche, había un vaso vacío, una caja de pastillas y un libro de oraciones; abajo, en el suelo, un par de pantuflas perfectamente alineadas; frente a la cama, una poltrona en la que se extendía un periódico que había perdido el equilibrio. En suma, nada aparentemente extraordinario, salvo la constitución del cadáver, la fecha del periódico y algunos otros detalles que revelaron «ciertas cosas».
El periódico, por ejemplo, databa de un día bastante lejano; las pastillas, a juzgar por la fecha que podía leerse en el ángulo derecho de la caja, habían caducado desde hacía tiempo; y ¿para qué hablar de la cantidad de polvo que opacaba cada cosa confiriéndole un aspecto repulsivamente viejo, descuidado, mortecino?
¿Cuánto tiempo tenía allí la mujer con una mano en el regazo y los ojos hundidos? Los peritos anotaron con rápida caligrafía en su libreta de pastas negras: «Siete años».
¡Desde hacía siete años el cuerpo de aquella anciana esperaba que alguien lo viera, se compadeciera de él y lo hiciese regresar al seno de la tierra!
Los vecinos no se imaginaban nada, por supuesto. Simplemente habían dejado de ver a aquella mujer solitaria que todas las mañanas, a eso de las ocho, regresaba de Misa con un libro de tapas negras bajo el brazo. A ninguno se le había ocurrido llamarla, buscarla, insistir.
El esposo, que vivía lejos de ella desde hacía diez años, confesó que ciertamente había dejado de buscarla, pero que de cualquier manera el hecho «le dolía». La hija –porque la anciana señora también era madre además de esposa- dijo entre lágrimas que, a decir verdad, durante todo ese tiempo no le había telefoneado mucho (acaso unas tres o cuatro veces, sin obtener respuesta), pero que no era su culpa porque el trabajo la tenía agobiada y además su mamá nunca respondía. Las amigas con que solía reunirse los viernes por la noche para organizar actividades de beneficencia gritaron a su vez impresionadas «que no era posible, que no era posible, que no era posible», que creían que se había cambiado de casa o que simplemente se había ido a vivir a otra ciudad. ¡Y vaya si era posible! ¡Siete años!
¿Cuántos hombres y mujeres, muertos desde hace tiempo, estarán hoy, en algún lugar, esperando que alguien ponga a funcionar su memoria y los recuerde, que haga uso de los derechos de la amistad y se lance en su búsqueda? «Debo respetar su intimidad», me dijo alguien hace poco de un amigo suyo al que de pronto había dejado de ver. No se atrevía a llamarlo, a importunarlo con un timbrazo de teléfono. ¡Extraña idea de la amistad! Confieso que no la comprendo y que, al menos por lo que a mí respecta, no consideraría nunca amigo mío a uno que no quisiera meterse en mi vida y me viera siempre desde fuera, como lo hacen los extraños. El amigo puede importunar, preguntar, pedir explicaciones e incluso, cuando la ocasión lo amerite, exigir y reclamar.
Pero, al parecer, nadie tiene derechos sobre nadie en esta sociedad sin amigos. Hoy el principio al cual todos deben someterse es: «Yo no me meto en tu vida para que tú no te metas en la mía. Respétame, respeta mi vida privada, mi derecho a estar solo».
Antes era posible que el habitante de una pequeña ciudad se supiese los apodos, los oficios y las direcciones de todos sus paisanos; hoy ni siquiera sabemos el nombre de la persona que desde hace veinte años entra a su casa por la puerta de enfrente. «Ocúpate de lo tuyo y deja a los otros en lo suyo». «No te inmiscuyas, no preguntes, déjame en paz». La privacidad se ha convertido en objeto de culto para los habitantes del siglo XXI. Privacidad: respeto al otro que no es en ocasiones más que indiferencia simple y pura.
Los griegos de la antigüedad utilizaban la expresión ta idia para referirse a la persona que no participaba nunca en la cosa pública, que se retiraba de los demás para dedicarse de tiempo completo a la prosecución de sus intereses privados. Ta idia, es decir, idiota. El idiota, originalmente, no es el tarado; tampoco es el tonto, sino el que no piensa en los otros porque cree bastarse a sí mismo: el que no busca la compañía ajena y se reduce a cuidar su propio jardincito, pensando que a ese gesto (idiota) se reduce toda su misión en el universo.
He aquí lo que confesaba hace poco más de dos décadas –en 1985- un tal Robert Palmer a los autores de Hábitos del corazón, uno de los libros más significativos acerca de la vida americana publicado en los últimos tiempos:
«Algo que para mí caracteriza la vida en California, una de las cosas que hacen de California un sitio tan agradable para vivir, es que la gente en general no se preocupa de las escalas de valores de los otros, siempre y cuando no interfieran en su propio sistema. Por lo general, aquí la regla consiste en que si tienes dinero puedes hacer lo que te dé la gana, siempre que ello no destruya la propiedad de alguien, interrumpa su sueño o ataque su intimidad; entonces todo va bien. Si quieres ir a tu casa y fumar marihuana, o inyectarte droga y destrozarte, es cosa tuya, pero no lo saques a la calle, no expongas a mis hijos a eso: tú ocúpate de tus cosas».
He aquí la nueva filosofía de la vida: haz lo que quieras; mátate, si te da la gana, pero te advierto que yo no quiero líos con la policía.
Una ciudad, un edificio, podrán ser limpios, bellos y funcionales; pero si nadie conoce allí a nadie, si nadie saluda a nadie y nadie se interesa por nadie, ésa es una ciudad y un edificio de idiotas.
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#4 Tiempos
Ingeniero Labarthe, pionero de la cartografía geológica en México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hace sesenta y cinco años, en el mes de mayo, el Ing. Eugenio Pérez Molphe impulsaba el proyecto para la creación de un Instituto de Geología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sería presentado por el Ing. Rubén Ortiz Díaz Infante, Director de la Escuela de Ciencias Químicas, un par de meses después en julio de 1960 se formalizaba la propuesta al Consejo Directivo Universitario de a UASLP, la cual sería aprobada iniciando así las actividades del Instituto de Geología y Metalurgia, como fue llamado en un ´principio, siendo nombrado el Ing. Pérez Molphe como su director.
El proyecto de inicio de la formación en Geología en San Luis se venía gestado dos años atrás, motivada entre otros factores, por la celebración del Año Geofísico Internacional donde estaban participando algunos universitarios potosinos, entre ellos el Dr. Gustavo del Castillo, que recibió en 1957 a investigadores que realizarían algunos experimentos geológicos en el marco de esta celebración.
En 1958 con motivo del Año Geofísico Internacional estuvieron en San Luis Potosí el doctor en geología Robert P. Mayer de la universidad de Wisconsin y el ingeniero geodesta Hermilio Cepeda del Departamento de Oceanografía de la UNAM, con el objeto de realizar experimentos geológicos a fin de determinar la velocidad con que se transmite el movimiento de la tierra, para lo que buscaban una mina abandonada para emplear un sismógrafo a fin de poder colocarlo a considerable profundidad, seleccionando para ello al mineral de Cerro de San Pedro. Para realizar sus mediciones se haría una explosión de dinamita en el Cerro del Mercado en Durango y mediante comunicación por radio con Cerro de San Pedro se trataba de registrar en el sismógrafo el evento.
En 1959 el Ing. Luis S. Jiménez López presidente de la Comisión Nacional de Fomento Minero en el Estado de San Luis Potosí, en un análisis minucioso sobre el panorama minero en México, declaraba que el país necesitaba más ingeniero geólogos, señalando la necesidad de una nueva dinámica en los campos de exploración y explotación de minerales cuyo factor propicie el justo y adecuado aprovechamiento de este núcleo de profesionales.
En esos años, terminaba sus estudios de ingeniería geológica el potosino Guillermo Labarthe Hernández en la Universidad Nacional Autónoma de México, titulándose en la licenciatura como ingeniero geólogo en 1958, año en que contraería matrimonio y regresaría posteriormente a San Luis Potosí.
Guillermo Labarthe Hernández nacería en San Luis Potosí en febrero de 1934, a principios de los sesenta se incorporaría al Instituto de Geología de la UIASLP que contaba con un número mínimo de profesores y sus actividades se orientarían al apoyo a la docencia y el impulso de la carrera de geología en la UASLP que iniciaba actividades en 1961 a la que se incorporarían alumnos que ya estudiaban ingeniería en la UASLP y que reorientaban su vocación a la geología.
El vínculo del Ing. Labarthe con la UNAM se reflejaría al realizar los primeros trabajos de cartografía en colaboración con esa institución que propició se titularan los primeros geólogos de la UASLP
un par de años después en lo que fue la primera generación de ingenieros geólogos, la cual estuvo formada por Arturo Elías, Jorge Fraga y Manuel Mendiola, que recibieron sus títulos en 1963.El Instituto de Geología de la UASLP sería el tercer instituto de investigación creado en la UASLP y el segundo que se formaba en el país. Si bien, sus primeros años estuvo enfocado principalmente en el apoyo a la docencia se establecían las raíces que propiciarían se realizaran se manera intensa actividades de investigación a mediados de los setenta.
En el mes de noviembre de 1962 salió a la luz pública la revista “Geología y Metalurgia”, con temas técnico-científicos de interés y que posteriormente, hacia 1977 daría lugar a la serie de boletines publicados como “Folletos Técnicos del Instituto de Geología”. En 1979 el Ing. Guillermo Labarthe Hernández era nombrado director del Instituto de Geología y se iniciaba un intenso trabajo de cartografía geológica siendo un esfuerzo pionero en el país.
En 1976 inicia los trabajos formales de investigación en cartografía geológica del Estado enfocando esfuerzos en la Zona Media y Altiplano del estado de San Luis Potosí, dirigidos por el Ing. Labarthe; estos trabajos serían los primeros que se realizaban en México. Los cuales sirvieron para definir los acuíferos de la zona de San Luis Potosí y Villa de Reyes. Por lo que al perforarse los pozos se sabía que tipo de rocas estaban en el subsuelo gracias al trabajo de cartografía realizado. En cuanto a recursos minerales, los depósitos de caolín que existen en la zona suroeste del estado fueron descubiertos por la cartografía realizada.
Todos estos recursos, acuíferos y minerales están encajonadas en rocas volcánicas, tema que sería parte de la especialización del Ing. Labarthe del que era un experto. La zona de San Luis fue una zona volcánica, y los estudios han ayudado a comprender la evolución de la corteza.
El Ing. Labarthe falleció iniciando el mes de mayo dejando un importante legado para la geología mexicana y en especial la potosina, siendo uno de sus pioneros y el iniciador de la cartografía geológica moderna.
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#4 Tiempos
Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam
VOLUTA
En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?
Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?
Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:
¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.
Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.
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#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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