#Si Sostenido
El juego de Godard | Texto de Eduardo L. Marceleño
“Nuestro amor, enfrentando esta guerra,
se va haciendo fuerte.”
Ray Loriga
Elsa y yo no éramos amigos de antaño, ni de nada. No nos conocíamos de hacía tanto, a lo más llevábamos dos meses juntos. Yo sabía que no era ella mucho de palabras, mucho menos de letras. Yo sabía muy bien que no teníamos un pasado juntos aunque se empeñara en hacerme creer lo contrario. Yo sabía que no había ni afecto ni estima. Nada de eso era con ella. Me molestaba, por otro lado, escucharle hablar de sus aventuras sexuales. De eso sí que le gustaba hablar. Las contaba como lo más interesante aunque a mí nada de eso me interesaba. También decía que le gustaban bastante las obras de Jean-Luc Godard y los chocolates. En una ocasión me dijo que el juego de Godard consistía en entrar a las salas de cine a la mitad de la película e inventarse uno la trama de la misma con los elementos que se tuvieran al alcance. Atajar la historia en el punto medio. Eso era para Elsa el juego de Godard.
Un sábado en invierno jugando al juego de Godard Elsa se ofreció a comerme la verga a mitad de la película, es decir, al inicio de la película. Entramos a la sala con unos buenos 40 minutos recorridos del último film de Pedro Almodóvar que ahora he olvidado (tal vez el juego de Godard no es para personas como yo que no son lúcidas del todo), aunque si ahora telefoneo a Elsa recordará la película perfectamente -con todo y la trama completa inventada por ella desde la mitad-, como si hubiésemos estado ayer jugando a su jueguito de pretender ser Godard. La sala estaba casi vacía, y quizá por eso y porque soy mediocre para las aventuras, y además que no se me ha dado nunca la iniciativa para ese tipo de cosas, accedí aunque sin dejar el temor de lado. Y fue el temor, el miedo, lo que volvía más grande mi morbo. Los hombres sólo queremos que nos coman la verga, al final del día sólo nos queda eso. Los hombres sin muchas aspiraciones sólo aguardamos, como un grotesco depredador, que al final de la jornada una mujer se ofrezca a comerte la verga, eso es todo. Elsa es una chica linda pero loca. No me meto con eso, pero siempre me he sabido cauto de mujeres que viven al borde de la locura, donde, además, existen un montón de cosas para las cuales no todos estamos listos. Elsa está loca, por eso siempre está lista.
«El cine es el tema de cualquier película que se sepa está bien hecha» hubo dicho mi amiga Elsa después de terminar con mi verga. «El cine, es decir, el tema, está por encima de la trama, apréndetelo bien, Julio», insistió en esta idea, como si yo la entendiera tan bien como la entendía ella. Lo único que yo entendí fue que ella era el tema sobre la trama de nuestra amistad, que, dicho sea de paso, en ese momento yo no sabía por qué camino iba a tirar ni cuánto iba a durar. Todo era siempre nuevo para mí, cada día daba la impresión de ser el primero con ella. De ahí que no supiera precisamente nada con relación a Elsa, sólo pensaba que ella era, sobre todo lo demás, el tema de ese momento.
«Mira, te explico mejor, los orgasmos son el tema del sexo, todo lo demás son estupideces. La pequeña muerte, suave y deliciosa, es el tema por encima de las caricias, del cachondeo, de los besos…» Todo en Elsa tiene que ver. Me puso de ejemplo a un austriaco muerto que asegura que el miedo que llevo dentro tiene que ver con el sexo, con algún oscuro secreto que no se ha hecho ver en esta realidad pero que yace clavado, como una astilla, dentro de mis sueños. ¿Qué va a saber más un austriaco muerto que yo de mis miedos? «La oscuridad de tu pasado ronda por ahí, creciendo como los carcinomas, haciendo su trabajo silencioso y secreto hasta que un buen día ¡pum! Explotan. ¿Quieres eso para ti, Cariñ ito?»
De un momento a otro pasamos de jugar a ser Godard a mis miedos sentenciados hace más de un siglo por un imbécil. Nunca me ha gustado la palabra ‘cariñito’, porque todo aquello que termina en diminutivo deviene en insignificante. Lo pequeñito no es más que lo que avanza hacia lo menos. Elsa me decía así de cariño, pero bien consciente del daño que ese cariño podía causar en alguien como yo.
Como dice Godard, la Nouvelle Vague no lleva por objeto otro que no sea olvidarse de la historia que quieres contar. Como dice Elsa, el tema de las películas es el cine, y el cine son imágenes. Como dice Godard, la Nueva Ola consiste en olvidar la trama y concentrarse en el tema: la imagen. De ahí que tanto la Nueva Ola como Godard y como Elsa hicieran de aquellos meses un juego de imágenes siniestras. Las imágenes eran repetitivas, crudas y castigadoras. De color gris, como el aire que soplaba en aquel invierno que no terminaba de acomodarse en mi conciencia distraída.
Por esos días mi consciencia, lo leí por primera vez en un cuento de Ray Loriga, era un perro apaleado. Y son los perros apaleados los que siempre reaccionan y muerden.
Sucedió que reaccioné. Sucedió que decidí poner fin a la Nouvelle Vague. Decidí ponerle fin a Elsa. Y también al demente de Godard. Aun con miedo, caí en total independencia. No hay olvido que sí recuerdo de ese invierno. La astilla de la que siempre me habló Elsa se hizo ver a la luz del engaño que viví durante esos dos meses, revelado con determinación cuando decidí ponerle punto final a todo aquello. Le di un final comenzando por la mitad de esta historia que ha olvidado su trama, pero no su tema. Y me dije que es preferible que la astilla se quede ahí bien clavada en el lugar de mis sueños, bien consciente de que es prisionera y no dueña. Y por mí, el austriaco muerto puede venir a chupármela.
Ahora termino esta historia por la primera mitad que había omitido. Elsa murió soñando con ser una musa del viejo Godard. Elsa murió en la cúspide de su fantasía o de su locura. Avanzó hacia el vacío por las inmediaciones de orillas grises en lo alto de un edificio ubicado en el bulevar Saint Germain de Paris, y se arrojó al vacío sin más. A la mierda. Nadie, ni siquiera el propio Godard, le cuestionaría algo nunca. Lanzada al vacío, yo la recuerdo como una amiga que conocí por no más de dos meses, los mismos que bastaron para convencerme de que La Nueva Ola está tan muerta como ella.
Pintura: Édouard Manet
“The Rue Mosnier with Flags”
1878
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#4 Tiempos
Ingeniero Labarthe, pionero de la cartografía geológica en México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hace sesenta y cinco años, en el mes de mayo, el Ing. Eugenio Pérez Molphe impulsaba el proyecto para la creación de un Instituto de Geología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sería presentado por el Ing. Rubén Ortiz Díaz Infante, Director de la Escuela de Ciencias Químicas, un par de meses después en julio de 1960 se formalizaba la propuesta al Consejo Directivo Universitario de a UASLP, la cual sería aprobada iniciando así las actividades del Instituto de Geología y Metalurgia, como fue llamado en un ´principio, siendo nombrado el Ing. Pérez Molphe como su director.
El proyecto de inicio de la formación en Geología en San Luis se venía gestado dos años atrás, motivada entre otros factores, por la celebración del Año Geofísico Internacional donde estaban participando algunos universitarios potosinos, entre ellos el Dr. Gustavo del Castillo, que recibió en 1957 a investigadores que realizarían algunos experimentos geológicos en el marco de esta celebración.
En 1958 con motivo del Año Geofísico Internacional estuvieron en San Luis Potosí el doctor en geología Robert P. Mayer de la universidad de Wisconsin y el ingeniero geodesta Hermilio Cepeda del Departamento de Oceanografía de la UNAM, con el objeto de realizar experimentos geológicos a fin de determinar la velocidad con que se transmite el movimiento de la tierra, para lo que buscaban una mina abandonada para emplear un sismógrafo a fin de poder colocarlo a considerable profundidad, seleccionando para ello al mineral de Cerro de San Pedro. Para realizar sus mediciones se haría una explosión de dinamita en el Cerro del Mercado en Durango y mediante comunicación por radio con Cerro de San Pedro se trataba de registrar en el sismógrafo el evento.
En 1959 el Ing. Luis S. Jiménez López presidente de la Comisión Nacional de Fomento Minero en el Estado de San Luis Potosí, en un análisis minucioso sobre el panorama minero en México, declaraba que el país necesitaba más ingeniero geólogos, señalando la necesidad de una nueva dinámica en los campos de exploración y explotación de minerales cuyo factor propicie el justo y adecuado aprovechamiento de este núcleo de profesionales.
En esos años, terminaba sus estudios de ingeniería geológica el potosino Guillermo Labarthe Hernández en la Universidad Nacional Autónoma de México, titulándose en la licenciatura como ingeniero geólogo en 1958, año en que contraería matrimonio y regresaría posteriormente a San Luis Potosí.
Guillermo Labarthe Hernández nacería en San Luis Potosí en febrero de 1934, a principios de los sesenta se incorporaría al Instituto de Geología de la UIASLP que contaba con un número mínimo de profesores y sus actividades se orientarían al apoyo a la docencia y el impulso de la carrera de geología en la UASLP que iniciaba actividades en 1961 a la que se incorporarían alumnos que ya estudiaban ingeniería en la UASLP y que reorientaban su vocación a la geología.
El vínculo del Ing. Labarthe con la UNAM se reflejaría al realizar los primeros trabajos de cartografía en colaboración con esa institución que propició se titularan los primeros geólogos de la UASLP
un par de años después en lo que fue la primera generación de ingenieros geólogos, la cual estuvo formada por Arturo Elías, Jorge Fraga y Manuel Mendiola, que recibieron sus títulos en 1963.El Instituto de Geología de la UASLP sería el tercer instituto de investigación creado en la UASLP y el segundo que se formaba en el país. Si bien, sus primeros años estuvo enfocado principalmente en el apoyo a la docencia se establecían las raíces que propiciarían se realizaran se manera intensa actividades de investigación a mediados de los setenta.
En el mes de noviembre de 1962 salió a la luz pública la revista “Geología y Metalurgia”, con temas técnico-científicos de interés y que posteriormente, hacia 1977 daría lugar a la serie de boletines publicados como “Folletos Técnicos del Instituto de Geología”. En 1979 el Ing. Guillermo Labarthe Hernández era nombrado director del Instituto de Geología y se iniciaba un intenso trabajo de cartografía geológica siendo un esfuerzo pionero en el país.
En 1976 inicia los trabajos formales de investigación en cartografía geológica del Estado enfocando esfuerzos en la Zona Media y Altiplano del estado de San Luis Potosí, dirigidos por el Ing. Labarthe; estos trabajos serían los primeros que se realizaban en México. Los cuales sirvieron para definir los acuíferos de la zona de San Luis Potosí y Villa de Reyes. Por lo que al perforarse los pozos se sabía que tipo de rocas estaban en el subsuelo gracias al trabajo de cartografía realizado. En cuanto a recursos minerales, los depósitos de caolín que existen en la zona suroeste del estado fueron descubiertos por la cartografía realizada.
Todos estos recursos, acuíferos y minerales están encajonadas en rocas volcánicas, tema que sería parte de la especialización del Ing. Labarthe del que era un experto. La zona de San Luis fue una zona volcánica, y los estudios han ayudado a comprender la evolución de la corteza.
El Ing. Labarthe falleció iniciando el mes de mayo dejando un importante legado para la geología mexicana y en especial la potosina, siendo uno de sus pioneros y el iniciador de la cartografía geológica moderna.
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#4 Tiempos
Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam
VOLUTA
En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?
Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?
Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:
¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.
Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.
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#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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