septiembre 13, 2025

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#4 Tiempos

Cosas que odio: homenaje a Mimmo Repetto | Columna de Carlos López Medrano

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MEJOR DORMIR

 

No soporto al victimismo institucionalizado, forma velada de extorsión. Opresiones inventadas con el fin de obtener rédito y clamar supuestos privilegios ajenos para socavar el prójimo. A los que se inscriben en una causa, no por genuino interés, sino para vivir del cuento e instrumentalizar a su favor las necesidades de terceros, encima sin aportar soluciones efectivas a su situación. No soporto al sentido estratégico en el ámbito de las relaciones personales, a los que se juntan con alguien con el propósito último de sacar una tajada, a los que hacen amistades porque ello les supone trepar en el camino en vez de primar los sentimientos, la conexión humana. No soporto las llamadas telefónicas de más de un minuto, salvo que sea con una mujer o un familiar (querido), y eso a ratos: es preferible juntarse a beber un café. No respeto a quien basa sus opiniones en lo que lee en El País (o cualquier otro diario, pero ese, en su aparente equilibrio, es peor; mejor leer la dignidad de un pasquín). No soporto la sumisión frente a un político y sus simbolismos baratos, a concederle más tiempo del que se le da a escuchar música o ver películas. No soporto el maquillaje en exceso, a la dependencia del bloqueador en las playas. No soporto a religiones con menos de 1800 años de antigüedad. A los que reniegan de Dios para luego hablarte de horóscopos o decir que son brujas o tirarte un ritual de abundancia. No soporto a los materialistas, a los sinófilos que para sí mismos deparan la american way of life. A lo críticos mordaces… de puertas afuera a su club. No soporto a quienes ven en la conversación un suplicio consistente en aguantar lo que dice el otro esperando con ansias el turno para hablar (creyendo que uno no se da cuenta): escuchar ―de verdad ― es una forma de cariño. No soporto la suciedad y la erosión del sentido de belleza, creer que todo vale y que todo merece un reconocimiento. No soporto el olor a marihuana ni la estética de quienes la llevan como un tótem o bandera. A los lentes y prendas demasiado llamativas en general. A los que se esmeran mucho en arreglarse sin alcanzar nunca el secreto del buen vestir: lucir sin esfuerzo.  No soporto a los que dicen ultraderecha o extrema derecha a la ligera, a los que te piden sacrificio pero que chillan si los toca el pétalo de una rosa. No soporto a quienes desde la academia higienizan la atrocidad. A quienes eligen lecturas con criterios interseccionales. A las novelas de más de trescientas páginas salvo por un grupo de autores que se pueden contar con los dedos del cuerpo. No soporto ver un «las y los» en un texto y al lenguaje de supuesto incluyente que es, más bien, una manifestación de encono. No soporto a los que aplican el doble dipeo. A los que no se arrepienten de nada. No soporto la tara progresista, creer que lo nuevo es mejor y emplear frases como «no puede ser que en pleno XXI ocurra esto», mientras aluden a la Santa Inquisición o la Edad Media cuya comprensión se fundamenta en lo que vieron en una película de Kevin Costner. No soporto el griterío. A figuras públicas que deben su celebridad a decir lo más vulgar que viene a su mente cada que surge un espacio. A los que ponen nombres raros a sus hijos. No soporto la deslealtad, el insultar la inteligencia de los demás. No soporto a los que en emiten en público opiniones diametralmente opuestas a las que dicen en privado. No soporto la desconsideración, la falta de empatía, a las tiendas que nunca tienen cambio. No soporto a la alusión al pueblo como un ente monolítico ni la manía de los izquierdistas de hablar en nombre de todos. No soporto a los intelectuales, a los ingenieros sociales, a quienes ven con desprecio a aquellos a los que se deben. No soporto a los que no contestan a un buenos días

ni corresponden con un de nada al gracias.
A los no comprenden el estatus especial de los perros en el reino animal. A los que dan a los animales trato de objetos. No soporto las comidas exóticas. No soporto a los que abotonan las camisas casuales hasta el cuello. No soporto el ska, la trova, las letras de los corridos tumbados. A la cultura de hacerte el malote. No soporto los artistas mexicanos que pretenden sonar como estadounidenses, colombianos, argentinos, puertorriqueños, todo excepto a mexicanos. No soporto la falta de pudor. A quienes intiman con cualquiera. La gente que hace bailes random para subir el video a redes. La pedantería. No soporto la deshonestidad intelectual. A los que salen a convivir sin antes darse un baño. No soporto las imágenes genéricas usadas por las empresas de RH para representar al ejecutivo medio y al éxito en oficina: un tipo de 32 años con el cabello engominado en un despacho con paredes de cristal. No soporto a los que asienten mientras su cabeza está en otra parte, a los que usan lentes obscuros en interiores sin tener un problema ocular, a los que timbran más de dos veces sin dar tiempo a que el otro salga. A los que no saben retirarse. No soporto el humor negro del que la mayoría se ríe por compromiso, para mostrar que son irreverentes, que lo entendieron, que tienen criterio y que no se espantan. No soporto a los que usan piezas de pollo en el proceso de cocción del elote, el afán de freírlo todo, a los posmos. A los que ostentan el símbolo de la hoz y el martillo sin en su vida haber agarrado a la pala y sin tener a un solo campesino u obrero en su círculo de amigos. A los que no reconocen su ignorancia en un tema y encima pretenden dar cátedra, a los que escriben más de lo que leen. No soporto a quienes hacen de cualquier suceso una batalla de sexos, de raza, de clase, cuando, quizá, se trate tan solo de eso, de dos seres con ideas contrapuestas. No soporto a los llaveros demasiado abultados, peor si son de peluche. A los hombres que se tiñen el cabello de rubio, a los bigotes irónicos, a las barbas abultadas y largas salvo que seas un viejo sabio. No soporto la costumbre extendida de comer pan dulce en el desayuno antes de pasar al plato fuerte… ¡es como iniciar con el postre y privar al paladar de esa gran sensación de quitar el hambre con lo salado! No soporto a la teoría psicoanalítica, a los filósofos que obscurecen con cada frase y encima se regodean en ello. No soporto a los filósofos en general. A los justicieros sociales que nadie pidió y que no ponen el pecho a las balas, sino simplemente a las flores que les manifiesten lo buenos que son. A los economistas y politólogos al servicio de la dominación, aquellos que le dan un justificante teórico a la barbarie o que emulsionan atropellos con gráficas y artículos indexados. No soporto la zalamería, a los vendehumo, a los oportunistas y convenencieros.

 

Que cumpla más años dondequiera que esté, maestro Mimmo Repetto. Con cariño y matiz.

 

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#4 Tiempos

Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.

San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.

Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.

El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.

La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.

Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.

Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.

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#4 Tiempos

De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.

El texto decía:

Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.

Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…

 

Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.

Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.

Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.

Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.

Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.

De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.

El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.

Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.

Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.

En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.

El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.

 

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#4 Tiempos

Gustavo López, presentación de su libro He aquí al hombre | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Una introspección reconstruyendo su propia génesis a través de la palabra Gustavo López Hernández escribe He aquí al hombre, su libro de poemas que recorre sus sentimientos forjados a lo largo de su vida artística y cotidiana. Si el designio del cometa es el regreso el designio de Gustavo López es transcurrir. Transcurrir que describe en su libro, si bien personal, de gozo universal, pues su palabra se disfruta y nos hace reflexionar sobre nuestro propio transcurrir. 

Su libro He aquí el hombre, será presentado en la librería Gandhi que se encuentra en el edificio Ipiña en Plaza de Fundadores, el día 12 de septiembre en punto de las seis de la tarde, contando con la participación de la poetiza Fabiola Amaro y un servidor.

Gustavo López es un referente en la música popular mexicana y en especial la denominada folclórica, que tuvo su momento de brillantez en los setenta y ochenta en ese México que se apuraba en formar músicos y cantantes que rescataran nuestras raíces musicales y dieran frescura con nuevas obras a ese arte lirico que mezcla la música y la palabra.

López Hernández participó en la formación de ese tipo de grupos musicales, como el caso del grupo “CADE” que difundía el folklor mexicano y a experimentar con composiciones que mezclan ese folklor con otros elementos musicales. Funda, en compañía de otros jóvenes el Centro para el Estudio del Folklor Latinoamericano (CEFOL). Este Centro fue el crisol en la formación de compositores interpretes y músicos que refrescaron el ambiente musical mexicano. Figuras como Eugenia León, Marcial Alejandro, Guadalupe Pineda, Roberto Morales, entre muchos otros, emergieron de ese Centro.

Gustavo López lleva en la sangre la vena musical de su tierra juchiteca donde nació y de donde fue a la ciudad de México a fincar su formación. Estudiando la preparatoria y posteriormente Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudios que combinaba con los de música, haciendo algunos estudios en la Escuela Superior de Música.

El célebre grupo de música folclórica latinoamericana, Los Folkloristas, lo tuvo como uno de sus miembros desde 1978 y hasta 1982. Desde entonces se le conoce como un compositor cuyas obras han sido estrenadas en los mejores escenarios mexicanos y sus canciones se han convertido en refrentes de la nueva música mexicana.

Como artista, también ha incursionado con éxito en la pintura, donde su obra se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en Oaxaca y Ciudad de México, así como fuera del país como fue su exposición en Puerto Rico.

Su impronta en la cultura de su estado ha quedado, además de su trabajo musical y pictórico, en la ilustración y creación de obra en el libro Oaxaca Recóndita de Wilfrido C. Cruz que editara el Instituto de Educación Pública de Oaxaca.

En agosto de 2024 publica su primer poemario He Aquí al Hombre, bajo el sello de Laberinto Ediciones, el cual ha estado promocionando en diversas sedes del país, y que ahora llega a San Luis Potosí, con la presentación del libro el viernes 12 de septiembre a las 18:00 horas en la librería Gandhi de Plaza de las Fundadores.

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