#4 Tiempos
Lúculo come a solas | Columna de Carlos López Medrano
MEJOR DORMIR
Lúculo (118 a. C. – 56 a. C.), el ilustre cónsul romano, ganó renombre por los festines que celebraba en su morada y por su filosofía de poner a la comida y la bebida como un eje gravitacional de la existencia. No con el pragmatismo de los anglosajones, cuya aproximación culinaria tiende a la desgana o a últimas fechas a lo tacky y la saciedad enfermiza. Lúculo apostaba al sentido de armonía, tonalidades y fondos que un buen platillo en una buena mesa trae para un prodigio militar o, para el caso, un cualquiera.
El deleite extendido a la mantelería, lo platos, el arsenal de cubiertos. Para comerse el mundo antes hay que acabar con el pan y la bebida. Sin bien la inclinación al derroche y los placeres levantaba resquemores en contemporáneos como Pompeyo, quien le profesaba encono sin disimulo.
Es famosa la historia de aquella vez en que Lúculo llegó a su mesa, esperando ser consentido los manjares que el cocinero y los sirvientes solían brindarle. En cambio, en aquella ocasión recibió una comida modesta, lejana a las centellas que gustaba de tener al alcance de bocado, y que tantas veces sorprendieron a diplomáticos, guerreros y gente de alta alcurnia que frecuentaba su casona con varios salones para fiestas y banquetes. Esa noche se había corrido la voz de que Lúculo cenaría a solas. Sin ningún aristócrata o intelectual a su costado. Un momento excepcional para alguien de su popularidad y quien gustaba de las juntas copiosas.
Al adentrarse en el comedor, Lúculo percibió que el vino no era tan bueno y que la comida era aceptable, sabrosa a secas. Al notar la pírrica oferta que sus vasallos habían dispuesto para él, jefe de la casa, llamó de inmediato al equivalente de amo de llaves. «¿Qué clase de medianía es esta?», preguntó. «Perdone, excelencia. Como sabíamos que comería solo, creímos que no necesitaría nada opulento», balbuceó el criado, ya un tanto inquieto ante la mirada del patrón.
La respuesta lapidaria de Lúculo es recordada siglos después y es una declaración de principios a tener en cuenta en la conducción de nuestras respectivas travesías. «¡Pues cómo!», dijo. «Es precisamente cuando estoy solo que necesito que pongan esmero redoblado en la comida. En momentos así, recuerden que Lúculo cenará con el gran Lúculo».
La anécdota se ha contado de decenas de formas más o menos dramatizadas (yo la retomo de Fisher), casi todas con base en lo narrado por Plutarco en Vidas Paralelas. En esta obra, el historiador romano también relata un episodio en el que Lúculo agasajó a unos griegos con cenas lujosas durante varios días. Estos invitados, fascinados por tener al mejor anfitrión, se sintieron culpables al cabo de las comilonas y externaron al político que estaban apenados de hacerle gastar tanto en alimentos y embriagantes. Lúculo les sonrió, pues tales excesos eran parte de su rutina. Con tono de no se preocupen, ternurines, les respondió: «Algún gasto bien se hace por ustedes, pero el principal se hace por Lúculo». Para halagarse hay que recurrir a la tercera persona para no para por egocéntrico.
La posteridad deparó que Lúculo fuera recordado más por su pasión gastronómica que por sus proezas militares, minucias de nicho para historiadores. E incluso para ellos es difícil no recalar en esta faceta del político romano. El propio Plutarco lo explicó con maestría: «Sucede con la vida de Lúculo lo que con la comedia antigua, donde lo primero que se lee es de gobierno y de milicia, y a la postre, de beber, de comer, y casi de francachelas, de banquetes prolongados por la noche y de todo género de frivolidad ».
Los espíritus frívolos, al estilo de Lúculo, guardan un pozo de sabiduría: la importancia de apapacharse y celebrarse a uno mismo a través de la exquisitez. No para impresionar a los invitados ni reservando lo mejor para supuestas ocasiones especiales. Triste páramo el de aquel que reserva lo mejor que tiene para una reunión con desconocidos, mientras que a sus seres queridos les concede un trato secundario. O el de quienes solo comen dignamente cuando hay invitados. Gente que limpia la casa y saca la vajilla de ocasiones de excepción porque vienen un amigo no tan amigo o un pariente lejano; cuando todo eso, los cubiertos de plata, la botella empolvada, deberían utilizarse para en el aquí y el ahora, así sea para degustar un tamal. Es justo en la gris cotidianidad cuando uno necesita alumbrar el panorama a base de delicias.
Mariana H. contaba hace mucho el caso de una botella de vino que le había legado su padre. Era un buen vino. Tan bueno que decidió reservarlo. Pasaron los meses, los años, y su padre ya no estuvo más. Así que esa botella adquirió un valor aún mayor, exclusivo para una jornada especial. Sumamente especial, uno de esos dos o tres hitos que uno tiene a lo largo del camino. Durante largo tiempo miraba de reojo esa botella, deseándola y privándose a partes iguales. Algún día, algún día. En una mudanza, una mala maniobra condujo a que la botella se le resbalara y se estrellara contra el suelo. La reserva quedaba hecha ahíncos. decretando el fin de la espera. No había disfrutado de esa joya por aguardar un día que resultó ser más ilusorio que real.
La locutora mexicana entendió entonces la importancia de no postergar. El futuro es impredecible y quizá no estemos en él. Hay que disfrutar lo que se tiene mientras se pueda. Beberte esa copa, ese postre, sacar esa ropa que tanto tienes empollada para otros y la fantochería del día peculiar que nunca llega. Sácalo y disfrútalo para ti. Haz del acto de liberarte de ataduras el instante extraordinario que tanto anhelabas.
Cada día date ese regalo, a solas o en compañía. La generosidad es importante, pero también debes ser generoso contigo mismo. Concédete ese pequeño obsequio cotidiano, como trazaba Dale Cooper. Puede ser lo que sea, nomás no te olvides de consentirte cada día. Cómprate un suéter, pasea por el parque favorito. O disfruta de un buen café. Café caliente y tarta de cereza. Una jodida tarta de cerezas de primera.
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#4 Tiempos
“Mi orgullo es ser Potosino y pasearme por la región”…. (Huracanes del Norte) | Columna de Luis Miguel Dorador
Un fin de semana sin celular…
El fin de semana anterior había sido laaaaargo y este último también, ¿por qué no? El miércoles fuimos a The Park, un centro comercial que muestra un alto nivel de diseño, tamaño, proyección y exclusividad que pone a San Luis Potosí ciudad en un plano superior. La promesa de las marcas que abrirán sus establecimientos en The Park son garantía de un futuro exitoso para este complejo tan especial. Destaco de momento su amplio estacionamiento subterraneo, elevadores y escaleras electricas, ambiente exterior con “spots” ideales para disfrutarlo todo, prados, escalinatas y terrazas con gran detalle en la comodidad y el buen gusto. Gracias a Cinemex Market con este concepto que te lleva a disfrutar de todo lo que siempre has querido degustar al momento de ver una película en un solo lugar. Y si esto te provoca ir al siguiente nivel, también puedes disfrutar de la experiencia Platino. ¡La mejor!
En The Park también han abierto algunos restaurantes y les recomiendo visitar Menjurjería Milagros. Con una amplísima carta de mixología especializada por tipo de destilados, el menú de alimentos tiene una variedad de entradas que abren el apetito para ir por el platillo fuerte con toda la actitud. Esta vez nos tocó probar la Picaña que acompañada de vegetales (salsifí para Luisito mi Hudson) fue un placer a cada bocado. Sin duda un lugar exitoso por la atención tan gentil de toooodo su Staff bajo la gerencia de Javi y un excelente ambiente con música de DJ.
Comer, brindar, bailar y disfrutar de encontrarse con amigos (saludos mi Beto)…
¡¡¡Gracias Menjurjería Milagros!!!
El jueves por la noche nos reunimos varios amigos en Shiro Ie de Venustiano Carranza. Mientras el DJ tocaba nos envolvíamos en la plática intercambiando puntos de vista sobre los nuevos proyectos que se están desarrollando en San Luis Potosí y el ritmo acelerado que lleva el desarrollo inmobiliario que como consecuencia traerá grandes beneficios económicos a esta gran ciudad. Compartimos varias entradas y rollos, con la libertad de palillos o tenedor. Esto es “confort food” en una terraza que tiene una vista nocturna de la avenida principal y el jardín de Tequis extraordinaria.
¡¡¡Gracias Memo!!!
El viernes muy temprano nos fuimos al informe municipal de Enrique Galindo en el Bicentenario. El evento, a pesar de largo (3 horas), fue súper dinámico. La elocuencia del Maestro Galindo y la calidad del material videográfico de apoyo, logró mantener el interés y la atención de todos los que asistimos. El reconocimiento a la mejor policía del año, al mejor participante de los Domingos de Pilas (Carlitos) y la puntualidad con la que se tocaron los temas más sensibles (agua, seguridad, etc) fue un marco de referencia en el que se destacó una rendición de cuentas clara y precisa, con datos económicos alentadores y con compromisos a los que el gobernador, Ricardo Gallardo, seguramente va a apoyar porque es mejor trabajar en equipo en todos los niveles de gobierno.
¡¡¡Gracias Maestro!!!
Viernes: cena italiana, prosciutto y pasta… ¡Ya saben, Ánima Toscana!
¡¡¡Abrazo Tocayo!!!
El sábado, luego de una espera de algunas semanas, se hizo el fuego y cuando el carbón estaba en su punto más alto a alguien se le olvido retirar la carne a tiempo, pero disfrutamos de un chicharrón estilo Chaps que con Qkamole nos dieron entrada para comer tacos de Chile Vengador y Frijolitos Charros que no estaban nada Malulos, por el contrario,
simplemente deliciosos….
La chapoteada de tequila, tinto, cerveza y ron dieron paso al pastel del festejo enmarcados en un “sunset” que se convirtío en la más espectacular salida de luna llena de este septiembre, que se nos fue como agua, entre reuniones, festejos y cantada de todas las canciones que nos emocionan y nos hacen explotar en carcajadas luego de una bocanada de humo de tabaco…. Increible!!!
¡¡¡Muchas Gracias Brothercitos!!!
…y ¡¡¡Ánimo que ya casi es viernes!!!
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#4 Tiempos
Saborear el dolor | Columna de Carlos López Medrano
MEJOR DORMIR
El dolor, ese vilipendiado protagonista, merece una reconsideración. Si uno se lo piensa, es uno de los cimientos de cualquier ser notable. Son los golpes y los cortes de ceja los que forjan el carácter, y los que tallan al luchador existencial. Los que trazan un compás, un ritmo, un caparazón para andar el largo y sinuoso camino sin perder demasiado los nervios. La vida no está completa hasta que tu corazón pierde un latido, decía una vieja canción. Cualquiera que se abstenga de darse de bruces con el suelo será huérfano de una formación primaria que, en el momento de la verdad, sirve para sostener el equilibrio donde el resto trastabilla.
Mi comprensión de la necesidad de los contratiempos llegó más temprano que tarde, cuando, siendo un niño, junto a mi hermana, anhelé que mis padres nos compraran una cajita de curitas que traían diseños de Los Picapiedra. La astuta (y perversa) maquinaria de la mercadotécnica sabía del impacto que una tirita con un diseño deslumbrante podría traer para los niños por encima del aburrido diseño color carne.
Tras muchos ruegos, al fin tuvimos una caja de curitas para atender cualquier contingencia. Pero la amargura vino apenas tuvimos el tesoro entre las manos, pues para utilizar aquel producto se requería estar herido. Una cortada o un mínimo raspón. De otro modo no había sentido. Ni siquiera simular una lesión o jugar el médico cubría el prurito de usar el producto de marras.
Quién sabe, puede que las curitas de Nickelodeon hayan iniciado a muchos jóvenes en el chispeante mundo de la autoflagelación. En todo caso, se desprendió una enseñanza. Comprendí que necesitamos de los golpes de la vida de vez en cuando. A una conclusión similar se llega con la emulsión de Scott, el terrible bouquet del hígado de bacalao hará más por ti que los pastelillos y el merthiolate es una caricia de lava que llega por tu bien.
En el deporte esto es evidente. Ander Izagirre cifraba el éxito de los ciclistas en su capacidad para soportar el sufrimiento, en el bagaje para la agonía. El periodista español citaba en uno de sus libros aquellas memorables palabras de Miguel Induráin, uno de los mayores ganadores del Tour de France (parte del selecto club de tres personas que lo han ganado en cinco ocasiones y el único que lo ha hecho de forma consecutiva), quien para explicar su éxito deportivo concluyó «he llegado muy lejos en el dolor». La piedra angular: resistir, resistir, resistir.
Un poco como Rocky Balboa en su combate contra Iván Drago. Una de las razones de su victoria fue estar acostumbrado al padecimiento, a convivir con él como motivación. Caer… y levantarse. El impoluto soviético dominaba el alambre hasta que tuvo que enfrentar lo que era le era desconocido: el revés, su sangre. Entonces se desplomó; era un gigante con pies de barro, como cualquier tipo que no sabe sobrevivir a la tragedia. «Todos tienen un plan hasta que reciben el primer golpe en la boca», sabias palabras de Mike Tyson. Los grandes saben adaptarse al imprevisto, a encajar la desgracia y continuar. Como decía Hank, lo que más importa es saber caminar a través del fuego.
Además, las victorias saben a poco cuando no hay adversidad. Un éxito inmerecido, higiene excesiva. Es inevitable sentir atracción por los personajes desgarrados, aquellos que emergen del fango y piden que el espectáculo continúe. La carne fría e imperturbable acaba por aburrir. Incluso si el chasco se consuma y llega una derrota, no importa demasiado en el equilibrio cósmico si la entrega fue suficiente: la caída revela melodías que apuntan al corazón y cautivan. Un escupitajo sanguinolento deja una lección mayor a la de la espuma de champagne rociada sobre una edecán en el podio.
Estás conformado por los engaños, las pérdidas, por las frustraciones que sacan tu embeleso, que estimulan el afán de redención, que te impulsan a sacudirte las cenizas y a mostrar al orden establecido que no puedes ser doblegado, que el público se equivocó dejarte fuera y no concederte un boleto hacia el jardín.
El amor perdido, las amistades que miraron a otro lado cuando las requerías, la clemencia no dada… todo ello forma la pasta que rellena las fisura de tu cuerpo y que, en el momento límite, te mantendrá de pie ante los soplidos envenenados del destino.
Paul Léautaud daba cuenta del fenómeno cuando decía que todo gran poeta cargaba con la chispa de un fracaso amoroso. Ese trauma era la punta de lanza para su búsqueda de la belleza. Recuperar a través de sonidos e imágenes eso que le había abandonado y que, en su falta, configuraba ya el recurso ilimitado del movimiento, fuente del ansia creativa. Es ahí, en el vacío, donde el artista siembra un árbol cuyos frutos habrán de encontrar el paradero de otras manos que lo sostengan.
Cuando te llegue el zumbido, el hormigueo que mordisquea las entrañas, quemazón que reverbera lejos del agua, recuerda sin desespero las palabras de Ovidio para sobrellevar la pérdida del amor: Persiste y sé tenaz: este dolor será útil un día: muchas veces un jarabe amargo trae remedio a los enfermos*. La carencia enseña mucho. Es la tela de araña de los extremos. El sufrimiento conduce a la esperanza, un camino se abre al rechinar lo dientes y rasguñar la cubierta. Estar abajo una temporada otorga una perspectiva poderosa.
Navega con la convicción de que el viento huracanado que tanto te ataca será lo que al fin impulse tu barco, siempre y cuando sigas de pie, sosteniendo la vela. Que mientras los dedos tiemblan en la caña y nada pesca el anzuelo, no hay causa perdida: acabarás por oír el canto del grillo. La vanidad tiende a brillar cuando es mancillada. Las flores del campo conocen de la lucha íntima que libras cada día.
Ahora me acuerdo de aquel personaje de Truffaut que descubrió el secreto de las personas que lloran y siguen llorando. Tras la avalancha de sentimientos y minutos de derrame, llega un punto en el que se empieza a saborear y disfrutar el dolor.
*Amores, Libro III. Versión de Vicente Cristóbal López.
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#4 Tiempos
En San Luis, el primer trabajo de química orgánica en el país | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En distintas épocas, algunos investigadores de la farmacia, de la química o de la botánica, han ampliado y enriquecido el conocimiento de estas disciplinas científicas en México, particularmente en San Luis Potosí. En los años cuarenta del siglo XIX, en esta ciudad tenía su botica Miguel Dionisio, un farmacéutico de gran prestigio y además químico, de origen español, que llegó a México en la primera mitad del siglo XIX.
En aquellos tiempos a Dionisio le interesaba mucho un compuesto anteriormente llamado floresina, que en la actualidad recibe el nombre de floricina. Esta sustancia es un ejemplo de glucósido fenólico amargo que se encuentra en la corteza de las rosáceas, raíz del manzano, cereza, ciruela y peral. Aunque este compuesto había sido estudiado por algunos químicos, dejaba en aquellos años un vasto campo al estudio de sus propiedades químicas y médicas.
Con base en sus investigaciones, el Sr. Dionisio presentó un artículo para los lectores del “Periódico de la Academia de Medicina de México” (sociedad científica de la cual él fue socio numerario) y dio a luz el resultado de sus observaciones sobre el particular, contribuyendo al entendimiento a nivel mundial de dicho compuesto.
Figuraba así la ciudad de San Luis Potosí en las contribuciones científicas en el país e inauguraba una serie de estudios relativos a lo que ahora se conoce como química orgánica y en biomedicina, combinando la atención que Miguel Dionisio hacia en su farmacia en San Luis y con la investigación pionera en estas áreas.
En la actualidad la detección de la cantidad de azúcar en la sangre es una acción recurrente en pacientes que presentan diabetes. A finales de los años cuarenta del siglo XIX varios químicos a nivel mundial estudiaron y descubrieron que el ácido litofélico, un compuesto desconocido en aquellos tiempos, para detectar el azúcar en la orina en el caso de la enfermedad de diabetes.
Entre ese grupo de químicos se encontraba Miguel Dionisio, quien tenía su farmacia en San Luis Potosí. En 1848, en San Luis Potosí, en la botica “Mascorro” se realizó el experimento para aislar el ácido litofélico. El curioso experimento con el que se logró aislar dicho ácido tuvo lugar para analizar la orina del presbítero Don Manuel Diez. Este ácido detecta cantidades infinitesimales de azúcar en la orina más o menos cargada de glucosa en la diabetes, cosa que no se podía lograr con los reactivos cúpricos que entonces se utilizaban.
El trabajo de este químico avecindado en San Luis Potosí fue el primero que se hizo en México en el campo de la química orgánica y la biomedicina. Actualmente sabemos que Miguel Dionisio ocupaba en el año de 1848 el cuarto lugar en la lista, de acuerdo con el orden cronológico de los investigadores que explotaron esta problemática en el mundo.
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