mayo 22, 2025

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Chismorreos globales | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Hace ya algunos años, en Roma, tuve la fortuna de asistir a una conferencia impartida por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Como había leído casi todos sus libros –al menos los traducidos al español y al italiano-, me interesaba mucho conocerlo en persona; además, para los estudiantes en grado de demostrar que lo éramos, la entrada era libre. (Sólo hasta después pude enterarme de que en realidad todos podían entrar libremente a la conferencia, con credencial o sin ella. ¡Menos mal!). 

Pequeño, siempre de pie y acaso un tanto inquieto (me niego a escribir «nervioso»), Bauman no parecía ciertamente uno de esos profetas del Antiguo Testamento que suelen verse en las páginas de las Biblias ilustradas. Pese a su cabellera hirsuta (y ya completamente blanca), no era un Juan Bautista y, sin embargo, aquella noche lanzó una de las más graves acusaciones que se hayan hecho en los últimos tiempos a los hombres y mujeres de la llamada sociedad de la información.

En resumen, lo que Bauman dijo fue lo siguiente: gracias a los modernos medios de comunicación estamos asistiendo al fin de la inocencia. Ya no hay inocentes en la era de los satélites, de la información en tiempo real y de Internet, pues ya nadie, respecto a las grandes atrocidades que tienen lugar todos los días en el planeta, puede decir que no sabía. Ahora todos sabemos todo (vivimos en la sociedad transparente que anunció Gianni Vattimo en 1982, la sociedad donde las paredes son de cristal y no existen los secretos), y es este conocimiento el que nos llama a juicio. Si no supiéramos, tendríamos una disculpa, una excusa. Pero ahora sabemos; es decir, nos hemos convertido en cómplices.

El que oyó el disparo, el que vio al asesino oprimir el gatillo y huir por una calle solitaria se halla implicado el drama aunque sólo sea por haberlo visto de lejos, por haber sido testigo; es por ello que la policía puede –y debe- exigirle algunas declaraciones. Pues bien, gracias a la televisión todos somos ahora testigos y nos hallamos implicados. Como a Fausto, nuestra hambre inmoderada de saber ha acabado por perdernos. ¿Queríamos enterarnos de todo en el menor tiempo posible y, además, con lujo de  detalles, es decir, con abundancia de imágenes? Pues bien, dicho saber hay que pagarlo de alguna manera: no se asiste impunemente a la ejecución (por hambre, por guerras, por lo que sea) de las dos terceras partes de la humanidad.

«En la era de las autopistas informáticas –cito literalmente las palabras que Bauman pronunció con voz enérgica aquella noche memorable: memorable al menos para mí- el argumento de la ignorancia está perdiendo rápidamente credibilidad. Las noticias acerca del sufrimiento de otras personas, transmitidas de la manera más vívida y más legible, están al alcance de todos de manera inmediata. Esto comporta dos dilemas éticos de una gravedad sin precedentes. Primero: ser espectadores no es ya la condición de unos cuantos. Todos somos hoy espectadores, testigos del mal causado y del sufrimiento humano que éste comporta. Segundo: todos nos vemos (aunque no nos demos cuenta de ello) en la necesidad de disculparnos y de autojustificarnos. Séanos permitido decir que en la era del acceso instantáneo a la información excusarse con un yo no sabía constituye un suplemento de culpa más que una absolución del pecado».

¡Y pensar que creíamos que sentarse cómodamente a ver las noticias era un acto completamente inofensivo y hasta cívico, si pudiera decirse así! Pues bien, nos equivocábamos, porque informarse por informarse no tiene ningún sentido. 

De hecho, allá por los años cuarentas y cincuentas, estudiosos como Paul Lazarsfeld (1901-1976) y otros, utilizaron la palabra narcotización para hablar del efecto que producen los medios de comunicación cuando hacen creer al público que ver o simplemente enterarse o escuchar es ya sinónimo de participar. ¡Como si quedarse quieto mirando el televisor fuese lo único que podría hacerse de frente a la dura realidad! Y, así, hay quienes han llegado a pensar que informarse es lo mismo que distraerse viendo pasivamente un río de imágenes que no hacen sino narcotizarlo más. ¡Y por supuesto que no es así! Porque informarse, en el verdadero sentido de la palabra, cuesta: es un trabajo que requiere atención y disciplina. Como afirma Ignacio Ramonet, una de las cosas que debe saber todo ciudadano del siglo XXI es que «no puede informarse sin esfuerzo, que informarse es una actividad».

Abrir el periódico, encender la televisión a la hora del noticiero es un acto cargado de implicaciones éticas. Significa estar dispuestos a movilizarnos al menor grito de socorro. «¿Quién me necesita hoy en el mundo, en mi país, en mi ciudad o barrio?». El que no se haga esta pregunta antes de cumplir con ese sacrosanto deber que es informarse, no se informa: digamos más bien que chismorrea, como chismorreaba aquel amigo mío que después de haber visto un documental acerca de la miseria de los campesinos chapanecos, se sirvió un tequila doble y se puso a contar –como si nada- decenas de chistes colorados. Este amigo, después de haber visto aquel documental, sabía. Ahora era, por lo tanto, cómplice, es decir, culpable, aunque tratara de evadirse de su situación, ejecutando esa acción tan mexicana que consiste en empinar el codo. 

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#4 Tiempos

Ingeniero Labarthe, pionero de la cartografía geológica en México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Hace sesenta y cinco años, en el mes de mayo, el Ing. Eugenio Pérez Molphe impulsaba el proyecto para la creación de un Instituto de Geología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sería presentado por el Ing. Rubén Ortiz Díaz Infante, Director de la Escuela de Ciencias Químicas, un par de meses después en julio de 1960 se formalizaba la propuesta al Consejo Directivo Universitario de a UASLP, la cual sería aprobada iniciando así las actividades del Instituto de Geología y Metalurgia, como fue llamado en un ´principio, siendo nombrado el Ing. Pérez Molphe como su director.

El proyecto de inicio de la formación en Geología en San Luis se venía gestado dos años atrás, motivada entre otros factores, por la celebración del Año Geofísico Internacional donde estaban participando algunos universitarios potosinos, entre ellos el Dr. Gustavo del Castillo, que recibió en 1957 a investigadores que realizarían algunos experimentos geológicos en el marco de esta celebración.

En 1958 con motivo del Año Geofísico Internacional estuvieron en San Luis Potosí el doctor en geología Robert P. Mayer de la universidad de Wisconsin y el ingeniero geodesta Hermilio Cepeda del Departamento de Oceanografía de la UNAM, con el objeto de realizar experimentos geológicos a fin de determinar la velocidad con que se transmite el movimiento de la tierra, para lo que buscaban una mina abandonada para emplear un sismógrafo a fin de poder colocarlo a considerable profundidad, seleccionando para ello al mineral de Cerro de San Pedro. Para realizar sus mediciones se haría una explosión de dinamita en el Cerro del Mercado en Durango y mediante comunicación por radio con Cerro de San Pedro se trataba de registrar en el sismógrafo el evento.

En 1959 el Ing. Luis S. Jiménez López presidente de la Comisión Nacional de Fomento Minero en el Estado de San Luis Potosí, en un análisis minucioso sobre el panorama minero en México, declaraba que el país necesitaba más ingeniero geólogos, señalando la necesidad de una nueva dinámica en los campos de exploración y explotación de minerales cuyo factor propicie el justo y adecuado aprovechamiento de este núcleo de profesionales.

En esos años, terminaba sus estudios de ingeniería geológica el potosino Guillermo Labarthe Hernández en la Universidad Nacional Autónoma de México, titulándose en la licenciatura como ingeniero geólogo en 1958, año en que contraería matrimonio y regresaría posteriormente a San Luis Potosí.

Guillermo Labarthe Hernández nacería en San Luis Potosí en febrero de 1934, a principios de los sesenta se incorporaría al Instituto de Geología de la UIASLP que contaba con un número mínimo de profesores y sus actividades se orientarían al apoyo a la docencia y el impulso de la carrera de geología en la UASLP que iniciaba actividades en 1961 a la que se incorporarían alumnos que ya estudiaban ingeniería en la UASLP y que reorientaban su vocación a la geología.

El vínculo del Ing. Labarthe con la UNAM se reflejaría al realizar los primeros trabajos de cartografía en colaboración con esa institución que propició se titularan los primeros geólogos de la UASLP

un par de años después en lo que fue la primera generación de ingenieros geólogos, la cual estuvo formada por Arturo Elías, Jorge Fraga y Manuel Mendiola, que recibieron sus títulos en 1963.

El Instituto de Geología de la UASLP sería el tercer instituto de investigación creado en la UASLP y el segundo que se formaba en el país. Si bien, sus primeros años estuvo enfocado principalmente en el apoyo a la docencia se establecían las raíces que propiciarían se realizaran se manera intensa actividades de investigación a mediados de los setenta.

En el mes de noviembre de 1962 salió a la luz pública la revista “Geología y Metalurgia”, con temas técnico-científicos de interés y que posteriormente, hacia 1977 daría lugar a la serie de boletines publicados como “Folletos Técnicos del Instituto de Geología”. En 1979 el Ing. Guillermo Labarthe Hernández era nombrado director del Instituto de Geología y se iniciaba un intenso trabajo de cartografía geológica siendo un esfuerzo pionero en el país.

En 1976 inicia los trabajos formales de investigación en cartografía geológica del Estado enfocando esfuerzos en la Zona Media y Altiplano del estado de San Luis Potosí, dirigidos por el Ing. Labarthe; estos trabajos serían los primeros que se realizaban en México. Los cuales sirvieron para definir los acuíferos de la zona de San Luis Potosí y Villa de Reyes. Por lo que al perforarse los pozos se sabía que tipo de rocas estaban en el subsuelo gracias al trabajo de cartografía realizado. En cuanto a recursos minerales, los depósitos de caolín que existen en la zona suroeste del estado fueron descubiertos por la cartografía realizada.

Todos estos recursos, acuíferos y minerales están encajonadas en rocas volcánicas, tema que sería parte de la especialización del Ing. Labarthe del que era un experto. La zona de San Luis fue una zona volcánica, y los estudios han ayudado a comprender la evolución de la corteza.

El Ing. Labarthe falleció iniciando el mes de mayo dejando un importante legado para la geología mexicana y en especial la potosina, siendo uno de sus pioneros y el iniciador de la cartografía geológica moderna.

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#4 Tiempos

Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?

Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?

Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:

¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.

Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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