mayo 7, 2024

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#4 Tiempos

Reyes por un día | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

 

El largo plazo se halla en vías de extinción. Todo, hoy, tiende a durar poco: la amistad, el matrimonio, los zapatos y el trabajo. Según Manuel Castells, renombrado sociólogo de la Universidad de California, en la era del capitalismo global (es decir, la nuestra) un hombre de 54 años de edad puede ya considerarse muerto. Los grupos transnacionales no lo quieren, y las empresas locales lo desprecian: ha pasado a formar parte del horroroso quinto mundo, es decir, de la tercera edad.

En una entrevista reciente, Richard Sennett, uno de los estudiosos más preocupados por esta situación, observó: «La cultura del trabajo ya no se basa en la lealtad, en las relaciones a largo plazo entre empresarios y trabajadores. El empresario ya no se compromete con el trabajador porque su objetivo es quemarlo, y el trabajador tampoco no se compromete con el empresario porque se siente inseguro. Antes, podías ir subiendo en la organización de la empresa; ahora simplemente tienes un empleo en el que debes rendir a corto plazo y sin perspectivas de futuro».

En este nuevo mundo laboral, ¿quién tiene seguridad de nada? Nadie. Las garantías no existen, y el que hoy está en una mullida oficina en el octavo piso de un rascacielos, mañana mismo podría estar en la calle.

Según Sennett, es debido a esta inseguridad que reina entre los trabajadores de todas clases y sectores que se han multiplicado las neurosis y las depresiones. Y continúa diciendo en la misma entrevista: «La nueva forma de organizar el trabajo desorganiza la vida de las personas. Conseguir resultados en breve y que el único premio sea no perder el empleo provoca presión. Los psicólogos afirman que hay mucha más ansiedad y estrés en los trabajadores de hoy que en los de antaño».

El miedo a perder el empleo en el momento menos pensado ha hecho, también, que los trabajadores se sumerjan a ritmos laborales realmente patológicos. Tengo en mi escritorio, a un lado de la computadora, un interesante libro titulado: Not for Sale. Saving your Soul and your Sanity at Work; en español, algo así como: No se vende. Cómo salvar tu alma y tu salud en el trabajo, escrito por J. Murray Elwood. De él transcribo el siguiente párrafo: «A los patrones les gusta ver al personal en la oficina todo el tiempo trabajando como castores. Si los empleados tratan de trabajar en base a un programa razonable de tiempo (por ejemplo, de las 8 de la mañana a las 5 de la tarde), o a tiempo parcial, con frecuencia son tenidos como desleales… En cierto sentido, la alta dirigencia considera que cualquier persona que posea vida privada e intereses fuera de la empresa es desleal al equipo o a la familia corporativa. Para muchos profesionales el trabajo se está convirtiendo en una especie de hogar, y el hogar en un lugar para el trabajo».

Ante esta situación nada grata ni cómoda, Richard Sennett piensa que lo mejor que pueden hacer los trabajadores para salir de este círculo infernal en el que han sido recluidos por un capitalismo crapuloso es «aprender a trazar una línea que divida lo que quieren ser como seres humanos y sus aspiraciones económicas». Murray Elwood, a su vez, dice que es despertando sus potencialidades dormidas como los trabajadores del siglo XXI podrán recuperar el gusto por la vida: «la meditación, andar en bicicleta o tocar un instrumento musical» serían para ellos, dice, grandes cosas.

Esta última solución me parece demasiado blanda. Yo propondría, más bien, hacer una relectura de lo que significaba el shabat o sábado para los judíos y lo que debiera significar el domingo para los cristianos. Cuando Dios ordenó un día de reposo semanal, lo hizo, ante todo, para recordar a sus fieles que no valen únicamente por lo que hacen, sino simple y sencillamente por lo que son: un pueblo de redimidos.

El sábado, los judíos leen, conversan entre ellos e incluso se quitan el reloj. Ese día, en el que no deben caminar más de dos mil pasos (unos 900 metros), ni siquiera cargan la cartera, y con los cigarrillos pactan tregua, para demostrar que no son esclavos ni siquiera de sus propios deseos –pero, sobre todo, porque en ese día santo no está permitido encender fuego-. El sábado es el tiempo para las cosas esenciales: es el tiempo para tener tiempo, el tiempo para celebrar el reposo: «Durante todo el día se lo celebra orando y comiendo, escuchando la Palabra de Dios, paseando, leyendo y bailando, discutiendo y cantando» (Peter Eicher).

El sábado se rompen las cadenas que atan al trabajo; como dice una canción judía, «el viernes por la noche todo judío es un rey. Las risas se apoderan de la casa y todas las personas saltan de alegría». Con la aparición de la primera estrella del viernes, la esposa enciende el candelabro de los siete brazos mientras el esposo recita un texto del libro de los Proverbios: «Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?… Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Está vestida de fuerza y dignidad; sonríe al día de mañana. Muchas mujeres reúnen riquezas, pero tú les ganas a todas» (31,10-29).

Para los judíos, el descanso es una cosa muy seria. ¿Por qué? Vea usted: porque Dios mismo guarda el sábado. En efecto, ¿no descansó Él el séptimo día tras las fatigas de la creación? Los diez mandamientos fueron dados a los hombres para que los cumplan, pero Dios mismo observa por lo menos uno de ellos: el descanso sabático. Por eso, a los que no guarden el sábado Dios los amenaza con la muerte: «Seis días se trabajará, mas en el séptimo día habrá descanso, reposo absoluto consagrado a Yahvé; todo el que haga cualquier obra en el día de sábado morirá irremisiblemente» (Éxodo 31,15). Y si es Dios quien lo dice, hay muchas razones para creer que esto es verdad. Si no descansamos, moriremos irremisiblemente: de angustia, de infarto, de pena o de desesperación.

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#4 Tiempos

Elsa Chavira, nueva integrante titular de la Academia de Ingeniería de México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Elsa Chavira Martínez hija del célebre astrónomo Enrique Chavira que laboraba en el Observatorio de Tonantzintla en Puebla, fue distinguida con su ingreso a la Academia de Ingeniería de México siendo parte del cuatro por ciento de mujeres que pertenecen a distinguida academia mexicana. En ceremonia protocolaria se concretó su ingreso con la conferencia: Diseño, desarrollo y construcción de fotoceldas de calidad espacial con tecnología mexicana, que es una de sus importantes aportaciones a la ingeniería mexicana.

Elsa Chavira fue mi compañera en estudios de maestría en física del estado sólido en la entonces Universidad Autónoma de Puebla, hoy Benemérita, siendo una de las primeras mujeres en estudiar un posgrado en física en el país, y en universidad de provincia sería la primera en hacerlo. Su vocación fue impulsada en seno familiar con el apoyo de su madre y la orientación de su padre que compartía la vista de los cielos con sus hijas las cuales seguirían carreras científicas; en el caso de Elsa Chavira en el ámbito de la física al estudiar esa carrera en la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la Universidad Autónoma de Puebla y posteriormente la maestría en el entonces Departamento de Física del Estado Sólido del Instituto de Ciencias de la Universidad poblana, hoy Instituto de Física “Luis Rivera Terrazas”.

Su relación con San Luis se enfoca en el apoyo al programa de construcción y lanzamientos de cohetes Cabo Tuna del que es una entusiasta promotora, al igual que en la construcción del primer robot pianista mexicano conocido como Don Cuco el Guapo el cual tiene orígenes potosinos, y que fuera construido en Puebla con tecnología mexicana como caracterizaba los programas de desarrollo de prototipos biomédicos y dispositivos electrónicos implementados en la Universidad Autónoma de Puebla y de los cuales el desarrollo de celdas fotovoltáicas de calidad espacial son un ejemplo; desarrollo en el cual participaría directamente Elsa Chavira construyendo esas celdas por primera vez en México. La calidad espacial significa su uso en el espacio exterior, para lo cual deben de cumplir con propiedades mecánicas y eléctricas muy superiores a las de uso terrestre que le permitan resistir las radiaciones y vibraciones a las que son expuestas.

Elsa Chavira obtuvo su doctorado en Ingeniería Biomédica en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla y desarrolla su trabajo de ingeniería en las áreas de la salud, la electrónica y materiales, entre otros aspectos, por ejemplo el desarrollo de neuro prótesis. Su labor académica la ha realizado en su alma mater la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Su ingreso a la Academia de Ingeniería México, lo dedica a sus padres que le apoyaron a formarse en la ciencia, situación complicada en su época deformación en la sociedad mexicana, por lo que el ambiente familiar sería un apoyo por demás importante.

La observación del cielo junto a su padre Enrique Chavira en el observatorio de Tonantzintla, ya transformado en el Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE), sería uno de sus momentos inspiradores y privilegiados. Enrique Chavira trasciende en el mundo de la astronomía al llevar su nombre varios objetos astronómicos, entre ellos el cometa Haro-Chavira, que es el único cometa que ostenta nombres de astrónomos mexicanos al ser descubierto en la década de los cincuenta por Guillermo Haro y Enrique Chavira en ese Observatorio Nacional de Tonantzintla.

Su labor académica ha sido importante para la ciencia e ingeniería mexicana, variada y de calidad teniendo contribuciones en física de superficies materiales semiconductores, crecimiento de silicio monocristalino, microelectrónica y ha diseñado diversos circuitos integrados protegidos contra radiación cósmica, celdas fotovoltaicas en el proyecto de desarrollo del que sería el primer satélite mexicano SATEX I, en el ámbito de la robótica y la ingeniería espacial, así como en ingeniería biomédica, desarrollando diversos sistemas microelectrónicos, bioquímicos y biomédicos. Ha sido merecedora de varios premios nacionales e internacionales, entre ellos el Premio de la Academia Mexicana de cirugía y Aparato Digestivo.

Felicitamos a Elsa Chavira Martínez por su ingreso a la Academia de Ingeniería de México que por cierto es presidida por una mujer la Dra. Mónica Barrera Rivera.

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Un tiempo para lo que te anima | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

El escritor británico Patrick Leigh Fermor mantuvo una costumbre sagrada hasta poco antes de su muerte. Cada día, pasadas las ocho de la noche, interrumpía lo que estuviera haciendo y se encaminaba a la bandeja de licores que había en la sala de su casa en Kardamili, Grecia (o el equivalente del lugar en donde estuviera), y se servía un trago. A este ritual lo llamaba Drink time. Una pausa dedicada a paladear lo que tuviera por antojo: vino, un coctel, algún aperitivo. Lo mismo aplicaba a la una y media de la tarde. Era el oasis de su travesía por la bohemia que disfrutaba sobre todo en compañía. Le encantaba tener invitados con los cuales charlar, una cadena de palabras que iniciaba con un ¿qué vamos a beber hoy?

Daban igual las tribulaciones, las urgencias, la mengua en su salud. No fue un autor prolífico, aunque sí meticuloso y esmerado. Los plazos de entrega impuestos por los editores quedaban relegados cuando tenía que cumplir con la obligación de su propio placer. Descorchar una botella y desligarse del yugo de la cotidianidad. Sorbos para adentrarse más y más en la vida contemplativa. Hallarse a gusto consigo mismo y las amistades. ¿Cómo está eso de que el trabajo te dignifica?

El ocio es un lujo por el que vale la pena luchar. No todos tienen las posibilidades que Patrick Leigh Fermor tuvo, pero incluso él tuvo que entregarse por completo para alcanzar tal estado. Era, después de todo, un soldado, un guerrero que se volvió célebre por su participación en la Segunda Guerra Mundial, particularmente en la resistencia cretense. Ahí logró una auténtica hazaña: junto a un pequeño equipo logró capturar al general alemán que tenía asolada a la isla.

Para erigirse como héroe del propio espíritu no hay que ir tan lejos. Basta con dedicar al menos una hora de cada día para nosotros mismos, para salvar la parte más genuina de las entrañas, aquella que no se somete ni doblega, esa que no tiene que estar a merced de un sistema que quiebra los sueños a cambio de ofrecer escasas gotas de supervivencia.

En ocasiones, uno tiende a olvidarlo. El trabajo, los estudios, la rutina, son esfuerzos que uno se hace para llegar a ese punto en el que uno puede hacer al fin lo que se anhela

. Cruel como es, la responsabilidad no se conforma y tiende a consumirlo todo. De pronto ya no queda tiempo para recreo alguno. La refriega se vuelve la dominadora de cada jornada y el poco tiempo libre apenas y alcanza para desplomarse en la cama en busca de descanso. Molerse a uno mismo para pagar las facturas, una horrible costumbre.

Maldito sea todo aquello que nos aleja de la pasión, de las canciones y de las charlas bajo las velas. Menos alboroto en la plaza pública: el gran acto contestario ocurre en la intimidad, sin que nadie lo vea, cuando te olvidas del teléfono por un rato, cuando echas los pendientes por la borda e ignoras la urgencia que no cambiará al mundo, cuando decides regalarte cinco minutos para hacer lo que te anima. Cuando dejas de ser un esclavo de tu época.

En el caso de Patrick Leigh Fermor era una copa y la conversación. Para ti puede ser otra cosa, lo que sea. La hora del té, ver una película, pasear a tu perro. Leer una historieta, echar un chapuzón, cocinar un pastel, caminar de la mano con tu amada, escribir un verso que nadie más mira. Nunca renuncies a eso. Dale un portazo a las responsabilidades que pretenden acabar con lo mejor que posees, lo improductivo.

La fórmula le funcionó a Patrick Leigh Fermor. Vivió casi cien años. Como él mismo llegó a decir, lo trivial enciende los fusibles de la memoria. Toca, toca por los viejos tiempos y sírvete un trago.

 

Contacto:

Twitter: @Bigmaud

Correo: [email protected]

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El peor torneo de la historia | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Los torneos cortos en el futbol mexicano han traído cambios interesantes en la estadística, desde un sin fin de campeones, tres bicampeonatos (Pumas, León y Atlas) así como muchos títulos de goleo.

Pero la cosa no termina ahí, vale la pena voltear al fondo de la tabla para revisar los peores equipos en los torneos cortos.

El peor equipo de cada torneo, lo tendremos que buscar en la parte baja de la tabla, y aún así, nos tenemos que ir con equipos que sumaron cuando mucho 10 puntos al finalizar el certamen. Por ejemplo Tijuana que en el Clausura 2020, terminó con 9 puntos, pero recordemos que en ese torneo, no se completaron las fechas por la pandemia.

El primer equipo en tener esa marca fue Veracruz, que en el Invierno 96 termina el campeonato con solo 9 puntos. Posteriormente, en el Invierno 98, dos equipos compartieron el último lugar, Toros Neza y Puebla, cerraron la competencia con tan solo 8 unidades.

Del lado de los de casa, San Luis firmó su peor torneo corto en el Apertura 2022, cuando solo pudo hacer 9 puntos después de cumplirse las fechas.

Querétaro ha finalizado dos veces como el peor equipo del torneo, el Apertura 2003 y el Apertura 2012, logró solo 7 puntos.

El ya mencionado Puebla ostenta dos récords en este rubro, el primero es el de haber terminado también dos torneos como último, el Invierno 98 con 8 puntos y el presente Clausura 2024 con solo 5, mismos que le dan el galardón del peor equipo de la historia de los torneos cortos.

Por su parte, el Veracruz, es el equipo que más veces ha quedado en último lugar, con tres ocasiones, en el Invierno 96 cerró con 10 unidades, el Apertura 2019 sumó solo 8 puntos y el Clausura 2019 el equipo del puerto había logrado 6 puntos en la cancha, pero le fueron retirados en la mesa sancionados por FIFA, con lo que a pesar de tener 6 unidades, cerraron el torneo con 0 y desafiliación.

En fin, mucho podemos hablar de la calidad del torneo mexicano, podríamos llamarlo competitividad o torneo mediocre, pero lo que no nos debe quedar duda es que en este Clausura 2024, Puebla firmó el peor torneo corto de la historia del futbol mexicano.

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Opinión