#Si Sostenido
Viajera que vas…, tengo mi corazón en la butaca | Columna de Jorge Ramírez Pardo
Enred@rte
En 1991 la película Danzón, de María Novaro, movió a un público mexicano escaso a causa de las siempre insuficiente promoción y distribución (esta entregada con sobrerrepresentación al cine palomero de Hollywood), cimbró a ejecutantes de baile de salón, cautivó veracruzanos y, este viernes pasado, movió la sensibilidad e intelecto de alumnos de la UASLP.
Ninguno de los asistentes y opinantes en la sesión de cineclub, dentro del ciclo Migración en la mirada del cine, había visto esta película.
APORTE DEL COLOQUIO
Esta es su reseña y algunos comentarios:
El desplazamiento físico o migración puede ser de distancia territorial corta. No siempre es determinado por un apremio económico, para huir de la violencia, a causa de una guerra o demanda política.
La película Danzón, muestra un momento crucial en la vida de Julia Solórzano, madre soltera.
Quiere encontrar a Carmelo, su pareja de baile. Él desapareció de pronto. Ya lo buscó en academias de baile, en el restorán donde trabaja, y en los salones de baile Colonia y, Los Ángeles.
Un chisme entre sus compañeras de trabajo en una central telefónica; le advierte de la huida de Carmelo, por la falsa acusación de un delito que no cometió. Julia hace oídos sordos.
En cambio, una lectura de cartas, muestra a Julia un rey –no de oros sino de medallones con carabelas en altamar-, identificado por la intérprete esotérica como un hombre mayor, moreno –características de Carmelo-.
- ¿Y…, esos barcos?, pregunta Julia.
- Pues eso, son barcos…, trenes, viajes…
Le brillan los ojos. Necesitaba un impulso externo, mítico, para romper inercias.
Julia le apuesta al presagio y desmonta rutinas de seguridad. Como separarse por primera vez de su hija quinceañera, y arriesgar prebendas laborales.
Cómo no ir en busca de Carmelo si juntos han ganado varios concursos de danzón.
- Pues, llégale Flais (Flaca), le dice su mejor amiga. Hazle caso a tus deseos.
Julia emprende un viaje de distancia y temporalidad breves, pero de cualidades inusuales para ella. Se desplaza de la ciudad de México, donde lleva una vida compleja y rutinaria dulcificada por el baile. Va en tren a la porteña y rumbera Veracruz. Ahí hay cielos despejados y ritmo vital, propicios para ella a la apertura mental y emocional.
Ese viaje, le obsequia a Julia un mosaico de vivencias –primero agridulces-: procederes y biotipos humanos, escenarios, texturas y referentes de baile. Se hospeda en un hotel modesto, flexible a los amoríos de paso. Ahí una mujer con 6 hijos ausentes e igual número de matrimonios, la escucha, consuela y ayuda a llorar; otra mujer joven de talón ligero, le inspira desaprensión para soltar amarras y navegar/distenderse.
Cuando recorre la ciudad en busca de Carmelo, Julia se topa en el muelle con una sinfonía de barcos que se mecen; sus nomenclatura son espejo para las emociones de ella: Lágrimas negras, L´amour fou, Puras ilusiones, Amor perdido, Me ves y sufres.
En su andanza, Julia se topa con dos hombres a quienes concede un palmo de intimidad pasajera. Uno de ellos, trasvesti, de inmediato es generoso amigo; el otro, menor que ella, costeño desenfadado y guapo, pone en riesgo la fidelidad idealizada y le permite demitificar el “amor perdido” sin atenuar la lealtad con ella misma y con el Carmelo de sus sueños.
En la visión interpretativa de la historia se aprecia:
- El desplazamiento de Julia al reencuentro con Carmelo, es en realidad ir en busca de sí misma.
- Sale de una zona dada a conservar prejuicios y de una suerte de rigidez con ella misma, su hija, sus amigas, sus compañeros de baile. Cuando su pareja habitual de baile está ausente, se niega a ejercerlo con alguien más.
- Es la mirada femenina, la de María Novaro; con sutiles mensajes anti-machistas, que no feministas. Por ejemplo, cuando Julia camina por los muelles del puerto, es vista por hombres que parecen admirarla, pero no hay chiflidos o albures. En los restoranes/bares de los portales del puerto es vista con admiración por hombres; incluso un ruso con tropiezos idiomáticos le declara su amor y, a distancia.
- Es una mujer autodeterminada, que se atreve, adquiere fortaleza y cobra conciencia de su ser en libertad.
Sólo uno de los asistentes a la sesión de cineclub ha estado en Veracruz. Sin embargo.
- La película transporta al espectador a Veracruz, a ver otra manera de vivir, de sentir, de vestir, de asumir el binomio lealtad/fidelidad.
- Un amigo filósofo/sociólogo, Eugenio Aguilar Setién, tiene entre sus máximas “quien cambia de geografía cambia de moral”.
- Como en muchas migraciones de cualquier escala, y en ello suceder de algunos personajes de buenas películas, el protagonista o alguien en su proximidad, cambian moldes, percepciones, se dan licencia de cambios en su proceder y percepción a los demás.
- La película muestra comprensión y tolerancia, reconocimiento pluriétnico y pluricultural.
- María Novaro, actual directora del Instituto Mexicano de Cinematografía egresada del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, además, está en el inicio de una generación de directoras mexicanas de cine; sólo antecedida por Mimi Derba, entre el cine mudo y el sonoro, y Matilde Landeta durante la denominada Época de oro.
- La película Danzón, 1991, es considerada una de las 100 mejores películas de la historia del cine mexicano.
- Novaro es también directora de Lola, 1989; El jardín del Edén 1994; Sin Dejar Huella, 2000; Las buenas hierbas, 2008.
- Sus compañeras de generación son: Maryse Sistach (Anoche soñé contigo, 1992; El cometa, 1998; Perfume de Violetas, 2001), Dana Rotberg (Ángel de fuego, 1992; Otila Rauda la mujer del pueblo; 2002), Guita Shyfter (Novia que te vea, 1994) y Busi Cortez (El secreto de Romelia, 1988; Hijas de su madre: Las Buenrostro, 2005).
“Viajera que vas por cielo y por mar, dejando en los corazones, latir de pasión, vibrar de canción…”
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#4 Tiempos
Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam
VOLUTA
En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?
Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?
Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:
¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.
Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.
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#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
También lee: ¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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