Columna de Adrián Ibelles
Se acabó la fiesta | Columna de Adrián Ibelles
Playbook
Fueron nueve años grandiosos. No lo esperaban él, el coach Bill Belichick o el dueño del equipo Robert Kraft, pero se convirtió en una de las grandes estrellas del equipo. Tras nueve temporadas con los New England Patriots, el mítico ala cerrada Rob Gronkowski, acaba de decir adiós a la NFL.
Su retiro ya estaba insinuándose en los minutos posteriores al sexto campeonato de los Pats, tercero para Gronkowski. Los reporteros le felicitaban y luego lanzaban el dardo, ¿ha llegado la hora? Veremos, decía el imponente 87, que está próximo a cumplir 30 años.
La condición física del demoledor atacante de 1.98 m de estatura y 120 kg de peso, ya demostraba un gran deterioro, con constantes lesiones en rodillas, espalda, rodillas y sus tormentosas lesiones en el antebrazo izquierdo (recordar que fue el lugar de la fractura, que se infectaría y le obligaría a intervenirse en cuatro ocasiones en menos de siete meses, entre 2012 y 2013).
En su posición, hay pocos jugadores que fueran tan decisivos. A lo largo de 115 juegos de temporada regular (solo jugó completas las primeras dos temporadas) realizó 521 recepciones, para 7,861 yardas y 79 TD. En postemporada recibió 81 pases (18 en apariciones de Super Bowl), 1,163 yardas y 12 anotaciones.
Su último partido, el Super Bowl LIII, lo ganó aportando 6 recepciones y 87 yardas.
Robert James Gronkowski será recordado por décadas como una de las piezas fundamentales en la gran maquinaria de la dinastía de los Patriots. Lo recordaremos inmenso, con ese brazo casi biónico que protegía y le daba una imagen aún más temeraria. Su imagen entrando a la zona de anotación, azotando con brutalidad el ovoide en el suelo, será la que nos quede fresca por siempre.
Un gran ídolo se despide. Futuro miembro del Salón de la Fama, y uno de los mejores de su posición (yo lo pongo a la par de Tony Gonzalez), se retira cargado con logros, sufrimiento y un final muy feliz. Gran carrera, breve, pero legendaria para el inigualable Gronk.
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#4 Tiempos
Siddhartha. Año dos | Columna de Adrián Ibelles
Postales de viaje
Hoy es miércoles, y es tu cumpleaños. Siento que el tiempo ha caminado más rápido esta vez. Aunque aún no hablas, tus ojos son tan expresivos que en ocasiones olvido que eres un pequeño. Cómo no sé hacer gran cosa, he decidido regalarte esta carta. Contarte un poco de ti y de nosotros, de la casa donde vivimos y las cosas que te gustan ahora. De cómo eres.
Te conozco bien. Podríamos decir que de toda la vida, así que debes confiar en que no exagero cuando digo que eres incansable. Esto quiere decir varias cosas; a) que nunca te cansas, b) que nuestras energías conjuntas (de tu madre y la mía) no nos alcanzan para igualar la tuya, c) y que aprendes más rápido de lo que podía imaginar.
Tu canción favorita es Chandelier de Sia. Te gusta imitar los tonos más altos y bailar como lo hace Maddie, la niña del video. También te gusta ver videos en YouTube, todas las versiones de Baby Shark, Blippi y otras canciones. Yo también tengo mis favoritas, y a veces mientras te baño, las canto.
No te gustan las visitas. Cuando mamá o yo paramos con alguien en la calle les dices adiós con la mano acompañado de un muy claro “Bye”. O cuando tu hermano viene a verte y no estás de humor. Lo mismo cuando alguien llega a casa. Visitas no, está claro.
Aquí tengo que confesar que no soy un padre tan responsable, y que te dejo comer demasiadas porquerías. Cuando vamos a la tienda, regresas con un chocolate, una gelatina o unas galletas. Tu madre me regaña por llevar salchichas cuando voy al súper. “Chicha” dices al verlas. Y ni modo, mi culpa. La sandía es tu fruta favorita, aunque también le entras a la manzana -roja es mejor-, las naranjas, y justo ayer probaste las fresas por primera vez y te encantaron. También te gustan las baguettes de queso de la panadería artesanal, y las paletas de hielo que te comes, como tu mamá, a mordidas.
Me esperas despierto siempre que puedes. Además, si me tardo, empiezas a preguntar por mí: “¡papá! Y a veces, después de tomar chichi, me buscas para que te arrulle y nos dormimos en mi cama. Me gusta como me abrazas y me haces sentir útil, al fin.
Vamos mucho a la ludoteca, donde juegas con las cajas y los armables, y con un títere con cara de orco, muy feo, pero que te hace reír bastante. Las encargadas del lugar ya te conocen por tu nombre, como casi todos en el pueblo. Cuando salgo sin ti, la gente me pregunta dónde te dejé. Y me hacen extrañarte.
Tienes ya dos años. Jugamos en casa a la pelota, a mojarte con la manguera, a apachurrar cochinillas con las manos (ups). También buscamos arañas: “ñaña”, y nos echamos a rodar en el jardín.
Tu libro favorito es Pato está sucio de Satoshi Kitamura. Me gusta mucho leértelo. Espero algún día escribir algo que te guste tanto. Te fascina pintarrajear libretas con los colores de tu hermano, que te dibujemos animales, y llenarnos los brazos de tatuajes. Tu también llevas las manitas, las piernas y los pies todos rayados. ¿A quién te parecerás?
Hoy cumples dos años. Y nos has hecho muy felices. También hemos dejado de dormir, de salir juntos, de comer caliente… pero sé que habrá tiempo para eso. Ahora es tiempo de jugar en el pasto, rayarnos los brazos, cantar como Sia, correr a las visitas y dormir abrazados. Que lo sepas: me gusta mucho ser tu papá.
Hasta aquí la carta. Tu mamá se ha encargado de tomar muchas fotos bellas, para que junto a esto, puedas hacerte una idea de lo maravilloso que nos la estamos pasando. Te mando un beso y espero que sepas que te amo, Siddhartha.
Con todo mi cariño, Papá.
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#4 Tiempos
Hasta luego, Santiago | Columna de Adrián Ibelles
Playbook
Pasaron los meses más duros. Al final, Santiago puede irse a casa, relajarse un momento y esperar a que el teléfono suene. Las oportunidades no deberán tardar. Sería un error culparle de la debacle merengue; ese barco ya estaba a medio hundir.
Santiago Solari (42 años) llegó al primer equipo en octubre, ante la emergencia y la controversia. Julén Lopetegui fue despedido tras un desequilibrio en el vestidor y tangible cada semana en los medios. Así, Real Madrid, huérfano y sin identidad buscaba en Solari un reemplazo parcial, con miras en otros entrenadores más experimentados, pero también más ocupados. Al final, Florentino no trajo a nadie, en lo que suponemos, fue más un fallo de negociaciones que un voto de confianza para el argentino.
Solari debutó como entrenador en Copa, el 31 de octubre de 2018, con un marcador de 0 a 4 favoreciéndole. Su primera derrota, 4 partidos después, fue contra el Eibar en la jornada 13 de La Liga, por 3 a 0. También cayó en fase de grupos de la Champions ante el CSKA Moscow con mismo marcador, y luego ante la Real Sociedad, en la jornada 18 de la liga española.
Pero fueron sus derrotas en Champions ante el Ajax, y en Copa ante el Barcelona (que ya le llevan gran ventaja en la competencia doméstica), que el umbral de tolerancia de Florentino y de los jugadores, se cuarteó. Basta con ver la actitud nefasta de un capitán que se hace amonestar, de un delantero que rechaza a sus compañeros en una celebración, y de jugadores que declaran sin miedo a represalias que no son afines al entrenador.
Solari no estuvo a la altura para un desafío tan bravo; eran demasiados los cismas y muy pesados los egos. De pronto el rival se vestía, entrenaba, y cobraba en el mismo Bernabéu. La falta de personalidad y protagonismo de un héroe que nunca lo fue. El 10 de marzo, a menos de seis meses de su arribo, Santiago se despidió con una victoria ante el Real Valladolid.
La marca que deja Santiago Solari (22-2-8) es suficiente para asegurarle un empleo más a su medida. Un equipo puntero en alguna liga europea de calibre pero no de demanda. Un aspirante a la Europa League, a torneos asequibles. Una preparación más adecuada para un talento en formación, que se acomode con capitanes obedientes y estrellas aterrizadas. Nada del desbarajuste que le pidieron arreglara en Madrid.
Adiós a Solari. Adiós a la tibieza y al peor año futbolístico de un grupo descolorido y desorientado. Regresa el gobernante, a relucir el liderazgo y a apagar un incendio que ni Julén ni Santiago prendieron, pero que al final los consumió. Suerte con lo que venga y gracias por sus servicios. El teléfono no tardará en sonar.
@Adrian_Ibelles
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#4 Tiempos
Los ojos de Kurhajec | Columna de Adrián Ibelles
Postales de viaje
Cuando lo vi entrar, con su guayabera blanca, su frente quemada por el sol, y la mirada perdida en el arte, no pensé que fuera un artista con 60 años de carrera, que convivió con Warhol, de Koons y Liechtenstein, exponiendo en museos de la talla del Guggenheim (NY), la Galerie Caroline Corre (París) o Galleria Etrusculudens (Roma).
Me pidió un asiento, y fue cuando se presentó. Pero no por su nombre, si no por su arte. Sacó de su bolso un pequeño grabado, que me ofreció “This is for you”, un detalle que suele reservarse para el dueño de la galería o el curador, y no para el gallerino, el asistente o el recepcionista del lugar, que vienen a ser más mis funciones.
El grabado, hecho con una base de linóleo y superpuesto en una base de madera, se titula “Five Cats” y lleva la firma del artista Joseph Kurhajec (1938-). El artista de 80 años me visitó un par de días más, al ofrecernos obra para vender en la galería y después, para adquirir algunas piezas de arte popular que fueron de su agrado. Yo aproveché para conocerlo más. Algo en su mirada me intrigaba, y aunque sigo sin saber a ciencia cierta qué fue, tengo una teoría.
Joseph nació en Wisconsin. Su padre era cazador, y viajó por el mundo repartiendo balas y recogiendo trofeos “he kill everything, from lions, to elephants”. Le preguntó si él cazaba también, a lo que me contesta que no. Su hermano fue quien recibió el honor de acompañar a su padre a la cacería, mientras él, debido a la distancia con su padre, se esmeraba en otras cuestiones. Principalmente, en el arte.
“He didn’t accept that I wanted to be an artist, until he was too old to care”. Su voz es áspera, y mientras habla mueve sus manos como lo haría un director de orquesta en pleno concierto. Sus manos llaman mi atención; son grandes, están maltrechas de tantos cortes de la piedra, del metal y del tiempo. Pero siguen siendo su herramienta más importante.
Impulsado por su necesidad de encontrar su sitio en un mundo mayormente ajeno, Joseph comenzó a viajar por el mundo. Curiosamente, uno de sus primeros destinos fue Mérida, un paraíso que en 1962, recibió al joven egresado de Historia del arte y la escultura por la Universidad de Winsconsin.
Llamado por lo místico de la cultura Maya, Kurhajec vivió en Yucatán por un par de meses, antes de regresar a su ciudad de origen, donde abrió la galería The New Generation. Es ahí donde expone sus esculturas fetiches que él llamaba “mummified art”. Es la década de los 60’s, y Joseph se topa con artistas controversiales, como Leon Golub, Nancy Spero y Richard Hunt.
Es difícil saber sobre él y su carrera. Suelta pocas cosas, pero pregunta muchas más. Es curioso. Quiere saber qué estudié, dónde aprendí inglés y cómo es la vida en Chiapas. Me pregunta por mis hijos. Y sólo así me cuenta de los suyos. “I have three sons, they are wonderful boys; one is graphic designer, he is in the movies, making posters and advertising in Rome; the other one is a photographer, he made me this pictures (me dice, mientras muestra uno de los tantos catálogos que trae consigo, pero que me muestra tan rápido que apenas capto algo). Le pregunto qué hace su tercer hijo, y me dice que también es escultor. “He is more into restoration in Italy, it’s very talented but his wife told him that he had to bring money home, so he doesn’t make too much art”. Quiero saber si su relación con sus hijos es mejor que la que él tuvo con su padre. “Yes, yes, they love me and I love them”.
Ese mismo día me visita dos veces. La segunda, llega acompañado por dos amigos franceses, que entiendo, son sus guardianes en este viaje. De unos 50 años, hombre y mujer, hablan poco español, algo que Joseph no hace. Me explican que no encuentran la tarjeta de crédito del artista, y han venido seguros de que la habría olvidado conmigo. Yo les explico que la devolví tras cobrar, y que seguro la puso en algún otro sitio. Joseph, muy preocupado, saca papeles, billetes sueltos y copias de sus exposiciones y sus catálogos. Al final, encuentra la tarjeta entre su pasaporte.
El tercer y último día, pasa del taxi a la silla, muy cansado si quiera para permanecer de pie. “My mind it’s not fine. I’m getting old. I can’t walk anymore and I’m tired”. Quisiera preguntarle si está cansado de la búsqueda, del día, de la vida. Sus amigos salen a dar una vuelta mientras él recupera el aire. Platicamos sobre sus viajes por África, de donde trae artículos de rituales vudú.
“I’m a collector of fetish art, i collect masks from Japan, from Mexico, but mostly from Africa. I like to go to Morocco, Congo, and Ivory Coast, and met with my dealer of this ritual voodoo objects. They’re facing with modern times. If the chief of the tribe gets sick, they call a doctor. They want cellphones, and cars, and money. They don’t care for the rituals anymore”.
Me dice que su colección es de más de 300 máscaras, pero sólo porque vende muchas, luego de intervenirlas. Me muestra algunas fotos, le gusta agregar cuernos, colmillos, pequeños cráneos de cerámica, y principalmente listones rojos “(that’s my signature)”.
¿Qué va a pasar con toda su colección? -la cual está dividida entre sus casas de París, Nueva York y Mérida-. Me cuenta que él quería hacer un museo en Mérida, que es donde más le gusta vivir, pero ya no tiene la energía, ni los recursos para hacerlo. Al final se ha resignado a que tal vez, nunca ocurra. Dice que no sabe cuánto más le queda.
“I hope my sons can make some money of that”.
Nos despedimos. Me dice que intentará volver en mayo (“I’ll bring my wife with me, she’s gonna love this place”), y me encomienda ir buscando un lugar donde montar una exposición de sus máscaras y juguetes. Le digo que buscaré, y que espero vender pronto su obra. “You’re doing great, Adrian. Keep studying and learning. You are at a good age for art dealing”.
Lo envío en taxi a su hotel. Se despide tan cansado como siempre. Pero también, como siempre, un poco más feliz de encontrar a alguien nuevo para contarle todo esto.
Entonces sé (o me imagino al menos) que sus ojos buscan una nueva mirada, buscan que se les confronte, que se les presenten rostros con preguntas y con historias. Joseph es curioso, y aunque está cansado de andar, no se ve agotado creativamente, ni de escuchar las historias de la gente común, que vive en pueblos remotos donde nadie ha escuchado de su obra ni de su nombre.
Nos despedimos con la promesa de trabajar juntos, y de mostrarle esto que escribo hoy.
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