diciembre 31, 2025

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#4 Tiempos

GIFF 2023: el festival internacional del mal timing de Guanajuato | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

A ver, sí, yo también me haría la misma pregunta. Estamos a punto de empezar el mes del “que los regalos que pidieron los familiares cuestan ¡¿CUÁNTO?! ¿No tienen una versión más barata en Temu?” y aquí está una persona en internet queriendo escribir acerca de un evento que tuvo lugar en julio de este año. O sea, tal parece que nos despertamos descubriendo que mi cerebro funciona a través de Internet Explorer y, por ahí de marzo del año que entra voy a empezar a preguntarle a la gente “oye, ¿ya te enteraste de esta moda del Barbenhaimer, o algo así, que traen los chavos ahorita?”. Pero es que el tema angular que escogieron para el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF) de este año fue tan estúpido, tan “somos unos señores que no sabemos calar a la misma industria a la que estamos representando, pero vimos unos hashtashes en el TisTos y nos dijeron que así podíamos volver a ser relevantes otra vez” que todavía no puedo creer que hubiera alguien en toda la organización que no fue capaz de decir un “bueno, ¿y si tal vez no?”.

                  Este año, el GIFF decidió dedicarse enfocar su existencia en las IAs, Inteligencias Artificiales, en el cine. Eso quiere decir que todo su empuje de marketing y como tres de sus conferencias magistrales en donde no se puede levantar un estudiante de comunicación a media plática para decir “más que una pregunta, quisiera pedirte que me des trabajo en la industria, para hacer cine a tu lado y aprender del mejor”, iban a estar enfocadas en “enpesar lah komberzasiom” acerca de cómo puede afectar la inteligencia artificial al quehacer del cineasta. Obviamente, lo hacían desde el “¿a poco no está bien suave esta nueva tecnología, chavos? ¿A poco no queda bien padriurix la astéric que se crea con la IA? ¡Ora sí que como dice la chaviza, ¡el futuro es hoy, viejo!” que daba un cringe celestial. Esta maravillosa idea que alguien haciendo su pasantía en Licenciatura en Mercadotecnia en Gobierno de Guanajuato les vendió a los organizadores resultó en que absolutamente todos los videos promocionales, posters e imágenes de redes del festival fueran sido generados a través de alguna IA. En otras palabras, todo se veía culerísimo. Pero, pues “enpesar lah komberzasiom” decían.

                  Ahora, no solo el problema radica en que esta conversación no solo ya se había empezado hacía muchos años, sino que en varias áreas de la producción cinematográfica llevamos décadas utilizando inteligencias artificiales para erradicar procesos tediosos que ningún ser humano merece gastar su vida haciendo a mano a menos que quiera promocionar su proyecto como “mi tesis de licenciatura mamadora, donde edité las 4 horas de mi película en la ventana sucia de una cabaña perdida en la mitad de un bosque en la Sierra de Juárez, utilizando solo herramientas de madera y lo que me proveía el bosque”. Porque, de acuerdo a los press releases del GIFF, la idea era “discutir si la IA podía ser una herramienta valiosa en la creación de películas” – lo cual indica que a quien sea que se le ocurrió esta idea o es un productor de películas que desconoce por completo el proceso y solo sabe que “si yo pongo dos dineros, me regresan al final seis dineros de ganancia”, o alguien que verdaderamente no sabe cómo se hacen las películas.

Porque, por supuesto que quienes hacen corrección de color un filme, se sientan en un escritorio de madera para pintar cada fotograma a mano con un pincel y pintura al óleo a estas alturas de la vida – y, no es como si las cámaras que tienen asistencia de enfoque lo hicieran a través de hombrecitos de 3 cm de altura que viven en el interior de los cristales de las ARRI – y ese software para transcribir todo el bonche de entrevistas que te ayudan a seleccionar los mejores clips para estructurar tu documental, seguramente son en realidad seis filipinos con audífonos escribiendo a la velocidad de la luz. La IA ya es una herramienta en la producción cinematográfica.

Pero, por supuesto, estas inteligencias artificiales no le importan al GIFF. Esas nada más las ve la gente rara que se sienta en una computadora a editar películas – no son fenómenos vistosos, son de nerdos aburridos. “No, no, hablamos de las nuevas IAs, los ChatGPTs y esos softwares de accesos masivo que están saliendo ahora. ¿Cómo puede afectar esto a los trabajadores del cine y el audiovisual?” Pero, para responder esta pregunta, que se resume en el clásico “¿nos van a quitar el trabajo, si o no?”, el mismo GIFF decidió, como ya dije, generar TODO su marketing a través de inteligencias artificiales. Lo que quiere decir que, básicamente, su misión y visión era la de no contratar gente que, pues, trabajara de hacer audiovisuales, sino que decidieron mejor hacerlo ellos solos para poder “experimentar con las IAs”. Y, o sea, uno puede defender al festival diciendo que, técnicamente, de todas formas puede que hayan contratado a gente para generar los prompts que iban a regalarles estos audiovisuales tan cutres de los que están orgullosos, o gente que grabara imágenes genéricas de gente existiendo en Guanajuato para después alimentar algún modelo artificial al que le pidieron que lo “hiciera ver todo pinche para que se vea super moderrrrnou”, pero, seamos sinceros – si esto no suena a “dile al becario que haga todo eso, total, mientras más feo se vea más impactante” o “nomás agarra el spot turístico que grabaron en 2008 y dile que lo edite para no gastar más”, no sé qué es.

Como si eso no fuera suficiente, el GIFF decidió “enpesar lah komberzasiom” acerca del uso de las IAs en el cine justo en la mitad de dos de las huelgas más grandes que la industria cinematográfica ha visto en años. Tanto el sindicato de guionistas como el sindicato de actores de Estados Unidos detuvieron labores por completo al darse cuenta que, efectivamente, los estudios de cine habían amenazado con “enpesar lah komberzasiom” sobre la IA en el cine.

Y, antes de sentarse a hablar pacíficamente entre empresarios y artistas acerca de los beneficios de perder su trabajo y ganar menos dinero porque “el becario lo puede hacer en menos tiempo”, simplemente dijeron “o nos vamos a huelga y a ver cómo lo hacen.” Y no es como si todo esto hubiera pasado justo uno o dos días antes de que se celebrara el GIFF, haciendo que el festival fuera solo un daño colateral de la situación, sino que esto fue algo que estaba pasando activamente desde mayo. En otras palabras, en vez de repensar la situación, el GIFF vio las huelgas, los discursos, el apoyo en internet, las entrevistas de CEOs siendo gente sin escrúpulos, deseando que sus guionistas y actores se murieran de hambre y perdieran sus casas para que regresaran con la cola entre las patas, y dijeron “a huevo, publicidad gratis.”

Y esa es precisamente la razón por la que creo que es importante hablar de esto, aunque estemos casi en diciembre, casi en 2024. Porque no he encontrado texto o columna, reel o TikTok, donde alguien hable acerca de lo tone-deaf que fue la decisión de enfocar el festival en ese tema de esa manera. A lo mucho se menciona que “en la alfombra roja hubo diseños de vestuario basados en la IA” (léase: “con elementos de computadoras”) o los clásicos “Me la pasé bien porque vi muchas películas nuevas y había mucho alcohol— digo, cine. Mucho cine.” La reacción no solo al tema, sino al GIFF, parece ser de completa y total apatía. Por lo menos quiero que exista un escrito cuestionando estas decisiones para que, alguien se cuestione esto antes de repetirlo o, no sé, que exista una prueba fehaciente de que, en 2023, sí se mamaron.

Como conclusión, y en aras de “kohmtimuarh lah komberzasiom” del GIFF, le pregunté a ChatGPT que opinaba acerca de esta situación:

“Como una IA, ¿podrías decirme qué te parece que un festival internacional de cine, en medio de dos de las más grandes huelgas de trabajadores del cine, mismas que detuvieron por completo la producción audiovisual de un país, y en medio de una crisis en donde muchas personas de marketing y publicidad han perdido su trabajo, decidieran enfocarse en hablar acerca de cómo la IA puede ayudar a la producción audiovisual?”

“Como inteligencia artificial, no tengo emociones ni opiniones personales, pero puedo proporcionarte un análisis objetivo de la situación que has planteado. La decisión de un festival internacional de cine de enfocarse en la inteligencia artificial (IA) en medio de dos grandes huelgas de trabajadores del cine podría ser interpretada como una falta de sensibilidad hacia los problemas laborales y sociales que afectan directamente a la industria cinematográfica. Aquí hay algunos aspectos negativos a considerar:

  1. Desconexión con la Realidad Laboral:
    • Al optar por centrarse en la IA, el festival podría parecer desconectado de las luchas y dificultades reales que enfrentan los trabajadores del cine durante las huelgas. Esto podría ser percibido como una muestra de insensibilidad hacia las preocupaciones laborales urgentes.
  2. Minimización de Problemas Laborales:
    • La elección de destacar la IA podría interpretarse como una estrategia para desviar la atención de los problemas laborales y minimizar la importancia de abordar las condiciones de trabajo, salarios justos y otros problemas que motivaron las huelgas.
  3. Impacto en el Empleo:
    • Al centrarse en la IA, el festival podría enviar el mensaje de que la tecnología es la solución a los desafíos en la producción cinematográfica, lo cual podría aumentar la preocupación entre los trabajadores sobre la posible pérdida de empleo y la automatización de sus funciones.
  4. Falta de Solidaridad:
    • Ignorar las huelgas y no abordar directamente las preocupaciones de los trabajadores podría percibirse como una falta de solidaridad por parte del festival hacia aquellos que contribuyen directamente a la creación de contenido cinematográfico.
  5. Posible Rechazo del Público:
    • La decisión de enfocarse en la IA en lugar de abordar los problemas laborales puede resultar en un rechazo por parte del público y de la comunidad cinematográfica, quienes podrían considerar que el festival está perdiendo de vista las cuestiones fundamentales que enfrenta la industria.

En general, la elección de abordar la IA en este contexto específico podría generar críticas significativas y afectar la percepción del festival en términos de su compromiso con las preocupaciones laborales y sociales de la industria cinematográfica.”

Por cierto, hace cinco días, la página oficial del GIFF anuncio su próximo Rally Universitario a través de un post con imágenes creadas por la IA de Bing para emular el estilo de Pixar porque la única forma de “kohmtimuarh lah komberzasiom” es siguiendo modas pasajeras sin cuestionarse nada. ¿Será buen momento para apostar que repiten este tema el año que entra sin realmente reflexionar o profundizar en él?

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#4 Tiempos

“Yo no olvido al año viejo” Por: Jorge Saldaña.

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Amigos (y Culto Público, hoy la lista va extendida aunque muchos pertenecen a las dos)

La vida es un “viene, viene”.

A unas horas de que termine el 2025, comparto con ustedes que me han acompañado, una breve reflexión.

En esta ocasión desde una calma y claridad especial, escribo desde algunos recuerdos, seguro también que desde muchos olvidos, lo mismo que de pequeños éxitos y fracasos por los que he transitado este año que fenece, y que he convertido según yo en aprendizajes.

Todos estos (y los que olvido) los quiero compartir con ustedes, y si de algo sirven, pues qué mejor.

Este 2025 no fue de certezas, pero sí de enseñanzas de las que se quedan tatuadas.

Aprendí a no creer en los “yo nunca te haría eso”, lo mismo que a desconfiar de mis “nunca diría eso”.

Aprendí que nunca acabamos de conocer a los demás ni a nosotros mismos, y que no sabemos quienes somos cuando nos acompaña el miedo, el poder o la prisa.

Aprendí que a veces las cosas no pasan como uno las piensa, pero definitivamente sí como uno las siente.

Sentir si es real, el dolor que sentimos o hacemos sentir existe, y por lo tanto, hay que ser cuidadosos y empáticos en dos vías: en la de no permitir heridas, ni en cometerlas.

El tiempo no regresa, las cosas que ya pasaron, no vuelven (bendita entropía), pero los demás fuegos si deben ser aliviarlos. Lo merecemos. Se los deseo.

Aprendí este año que por pesos y absurdos malos entendidos, hay quien te patea hasta el parentesco, cambiando así, de por vida, los próximos encuentros: que de lo que pudieron ser fiestas y abrazos, pasarán a ser funerales y pésames. Lamento mucho la pérdida, pero aprecio más el cambio.

Siempre será mejor saber quién es quién, y con quien no volver a contar jamás.

También aprendí que prestar dinero a los amigos no es malo, lo malo es prestarlo a quienes en realidad nunca fueron tus amigos, esos que no vuelven, ni mucho menos devuelven…

(Los pueden distinguir porque suelen ser los más fanfarrones) ¿Te suena Daniel Díaz Félix?

La ganancia es que por unos pesos te deshaces de ellos para siempre, te dejan de hablar y te agachan la mirada. No tendrán cara de pedirte jamás y eso también suma.

Aprendí en este camino que hay tres posibles explicaciones sobre el amigo que te cuestiona sobre cuánto tienes:

Que debe ser muy pobre, o que por mucho que tenga, internamente nunca ha conocido la satisfacción de lo suficiente, o hay algo que te envidia que jamás podrá comprar.

Lo compadezco, lo abrazo y le deseo valores y experiencias de las que llenan el alma y no las cuentas.

Ahí mismo, aprendí que la vida simple es un lujo: dormir tranquilo, no dar explicaciones, no intentar demostrar nada, reír sin público, escribir para uno, y estar en paz con la propia conciencia y la honestidad intelectual.

También aprendí a no mencionar a quien no merece mención. Punto.

Entre otras duras pruebas, aprendí (y sigo aprendiendo) que es muy complejo tener a dos amigos arriba del ring, porque moverse un milímetro en esa delgada cuerda floja que separa una esquina de otra, puede interpretarse como traición o deslealtad, por lo tanto, decidí hacer lo que me corresponde: no traicionarme a mi mismo… y nada más. Por mi, que suene la campana el día que quieran.

Otra cosa de las que caí en cuenta este año es que a veces las cosas que parecen salir mal, al final resultan salir bien, por ejemplo: aprendí que algo tan inocuo como aplaudir en unos tacos me expulsó violenta y dolorosamente de una historia, pero a la distancia el resultado fue maravilloso, porque en esa historia nunca fui querido, ni protagonista.

Al mismo tiempo, los aplausos taqueriles rompieron hechizos del pasado, y el eco de aquel aspaviento me colocó en un camino de Damasco.

En resumen, el gesto al principio castigado, resultó ser una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. (Igual fue pura suerte).

Este año también aprendí a tomar decisiones, que aunque parecen menores, me son importantes.

Prometí por ejemplo, que seguiré sin usar jamás herramientas como Tinder y similares. No quiero ofrecerme como vínculo disponible en catálogo portátil.

Respeto y no juzgo a quien usa esas herramientas, pero les deseo de todo corazón que en su permanente búsqueda de novedad (y no de verdaderos vínculos) no caigan en el vicio de las primeras citas, es decir, las de la satisfacción inmediata y desechable.

No les vaya a pasar lo que a las flores, que por lo efímero de sentirse deseadas por toda la colmena, y atender a todas las abejas, al final terminan vacías, solas y marchitas.

Aprendí de igual forma a vivir los duelos, pero también a soltarlos. A reconocer mis sombras sin dejar que me gobiernen.

Aprendí que hay gente que se queda, que baja a tu sótano sin juzgar y que eso vale más que mil palabras.

El año se va. Yo me quedo, pero más liviano, más consciente y con ganas genuinas de lo que viene.

Porque, como dije al principio, la vida siempre viene…siempre.

Viene en el siguiente respiro, en el siguiente amanecer, en el siguiente segundo, en el siguiente suspiro, en la siguiente elección, en la siguiente columna, en el siguiente semáforo, en mañana, en el día primero…siempre viene y viene… y solamente una vez se va.

Pero mientras tanto -mientras no se va- los invito con el aprecio que tengo a todas y todos, a dejar que venga, y así como llegue, la convirtamos momento a momento en experiencia, en aprendizaje, en oportunidad de metamorfosis, en crecimiento, en nuevo comienzo, en perdón, en risa, en dolor del que transforma, o en suspiro del que alivia.

Les deseo que en 2026, con todo lo que traiga, dejemos más huellas que cicatrices.

Les deseo que todo lo bueno los alcance, que lo necesario los encuentre y lo bonito siempre se quede.

La vida viene,
Perdonar es seguir;

Con todo cariño:

Jorge Saldaña.

(PD: No hay explicaciones, reclamos, devoluciones ni debates, si lo leyó fue bajo su propio riesgo)

Hasta el próximo año y Feliz año. 😉

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#4 Tiempos

Otro año de mi vida | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Volví al gimnasio y luego dejé de ir. Desde la noche de un hotel en Querétaro, envié un último mensaje para intentar conectar con una chica, y después no volví a acercarme en absoluto. Ha sido un año de desprenderme con facilidad, de aprender a alejarme de aquellos lugares en los que uno debe esforzarse demasiado para obtener algo que debería caer con la naturalidad de una hoja seca en otoño.

Me invitaron a un seminario sobre migración impartido por un sociólogo de la Universidad de Beirut; escuché con atención durante dos horas y, al final, no supe qué preguntar ni anotar, simplemente me fui.

Después de una cita fallida entré al cine a ver Parthenope, de Sorrentino, uno de los míos, y quedé cautivado. Me remitió a aquellas películas que de niño veía de madrugada en Canal Once y que forjaron buena parte de mi educación sentimental: filmes que avanzaban con un tempo peculiar, casi distraído, y que te hacían desear estar lejos, con esa gente y en esas pinceladas de conversación. La considero una de las películas de mi vida; varios de sus fragmentos regresan a mí de vez en cuando, como ocurre con las obras definitivas. Estaba ya todo previsto con esa otra mujer cuyo nombre empezaba con las mismas letras, aunque entonces no lo supiera.

Fantaseé con la idea de ir a lugares a los que no fui y me sorprendí visitando otros que jamás imaginé conocer. Supe de los Zo’é, una tribu del Pará brasileño en la que las mujeres tienen varios maridos. Un amigo, exiliado nicaragüense, me habló de sucesos paranormales, y sobre todo de lo difícil que resulta lidiar con estadounidenses como parte de su trabajo. Ese mismo día tuve la única cita de mi vida en la que no sentí el menor interés por besar a la contraparte.

Quedé deslumbrado por un caballo llamado Calven Cool en un evento de equitación, aunque un poco menos que por la belleza de la mujer que lo montaba. Probé más vinos que nunca. Mis favoritos, sin orden en específico: el Xolo Nebbiolo del Valle de Guadalupe; el Saperavi de Moldavia; un Josh Cellars Reserve de North Coast; el Pradorey Reserva 2019 de Finca La Mina; un tinto Pesquera Reserva 2020; un Félix Callejo 2018 (el mejor, tal vez); un Gran Valtravieso Reserva 2015; un Cru Garage Nebbiolo 2020; un Taparacá Gran Reserva 2015, abierto en el momento exacto por mi amigo Luis Ángel; un Sirius 2019; The Prisoner Red Blend; el Mas La Plana Cabernet Sauvignon y un Marqués de Murrieta Reserva. Constelación púrpura.

Compré una edición estadounidense de El gran Gatsby, con un fotograma de Robert Redford y Mia farrow como portada (en la adaptación cinematográfica de Jack Clayton de 1974). Cada vez que tengo una edición de esa novela entre las manos leo el inicio y el final: una de las mejores aperturas y, sobre todo, uno de los mejores cierres de la literatura estadounidense. Y así vamos, botes contra la corriente, arrastrados sin cesar hacia el pasado.

Coqueteé, al fin, con la comida del mar, con resultados irregulares. Bien: ceviche negro en Manzanillo (entré al puerto y me regalaron una medalla); carpaccio de salmón en San Miguel de Allende; tostada de atún fresco con base de hummus en Al-Ándalus. Mal: taco de marlín ahumado. Fatal: un trozo de pato frito, que no es comida de mar. Hay que estar realmente mal para comerse a un animal tan simpático como el pato.

Un amigo me contó su aspiración de abandonar su trabajo como director corporativo para volverse cantante. Caminé bajo el sol de Amealco hasta encontrar una taquería llamada Chayan, aunque no pedí nada. Vi una película en la que uno de los personajes dice: «Cambia de cara o te quedarás fea y sola en tu rincón». Fui feliz deambulando por San Ángel; el Templo del Carmen quizá sea mi lugar favorito de la Ciudad de México. Vi un lápiz colgado en una galería de arte contemporáneo.

Visité por fin Veracruz, uno de los estados que me faltaban. Conocí gente entrañable en Coatepec; una de ellas me regaló un chile habanero que guardé en el bolsillo hasta mi regreso a casa. En esas calles con olor a café —el cursi cliché resultó cierto— un gato negro iluminó mi noche con sus ronroneos mientras se restregaba en mis piernas. Comí en un poblado de menos de cinco mil habitantes y me enfermé del estómago. Débil, con náuseas, caminé por Córdoba buscando algo que me ayudara, pero acabé comiendo tacos árabes de cerdo.

Fui a la UNAM un 14 de febrero y añoré la vitalidad y facilidad romántica de aquellos muchachos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, un aura entrañable, aunque ya solo dispuesta a lo lejos, sin dejarse tocar.

Usé un extinguidor por primera vez. Tuve un déjà vu en una zona residencial de Campeche, como si hubiera vivido ahí de niño, aunque era la primera vez que pisaba ese lugar. Acabé con el cuerpo raspado tras una capacitación de seguridad en un campo militar, en la que conocí personas bastante simpáticas de otras ciudades. Tomé un negroni mientras veía pasar una cucaracha en la cantina El Tío Pepe, en el Centro Histórico.

Vi por segunda vez al Liverpool ganar la Premier League. Conocí a Luis Pérez Sabido, autor de la letra de «Yo sé que volverás», en un entrañable local de dueños cubanos en Mérida. Tomé vino japonés y recorrí de noche el Museo de las Culturas con colegas y la ayuda de lámparas de celular. Probé un licor japonés llamado Shibitakojo Kuro Kirishima Genshu que me resultó mucho mejor que el sake, pero que no me atreveré a pronunciar en un bar.

Las habitaciones de Médica Sur me parecieron superiores a las de muchos hoteles. Coincidí con alguien a quien no veía desde hacía años; como aquella última vez, nos cruzamos por azar en una ciudad inmensa entre millones de habitantes, pero esta vez ya no nos saludamos. Encontré una nota tirada en la calle: «$150 de bistec, ¼ de chuleta ahumada, ½ de jitomate (6)». La reunión de Oasis me sacó del retiro de conciertos; fui a la segunda fecha y pensé que, aunque lo creamos, nunca nos alejamos tanto de la adolescencia.

Estado de ánimo: fastidiado. A menudo me sesentendido por días de otras personas y de lo que importa.

Unos admiradores de Pulp me invitaron a escuchar el nuevo álbum en un sitio especializado y recordé cuánto me gustaba esa banda; su concierto de 2012 en el Palacio de los Deportes sigue en mi top cinco de eventos musicales. Pedí un coctel malo con sabor chícharo solo porque se llamaba como mi canción favorita de Bob Dylan: «Simple Twist of Fate». Una amiga dedicada a la medicina me habló de su road trip universitario por Francia y España y de su deseo de repetirlo algún día.

Recuperé mi reloj favorito gracias a un relojero avezado que tardó un año en encontrar la refacción de un reloj ya descontinuado que nunca se vendió en México. Me reencontré con una compañera de secundaria después de veinte años;

quizá pasen otros veinte antes de volver a verla (o ni eso). Caminé por Iztacalco, Tláhuac e Iztapalapa por primera vez, con esa atmósfera tan aparte. Me faltan Milpa Alta y Magdalena Contreras para cerrar el circuito de la Ciudad de México, aunque no llevo ansias.

Un amigo de San Luis y su hija vinieron de visita y comimos como si el tiempo no hubiera pasado, aunque claramente sí lo había hecho. En Coyoacán, una chica me dijo que sus abuelos se conocieron cerca de ahí. Luego fuimos a uno de mis Sanborns favoritos. El pastel que comí en mi cumpleaños llegó desde San Luis de parte con la persona que me mantiene conectado por allá.

Falleció mi abuelo materno; siempre llevaré conmigo su nobleza y hedonismo. Vinimos a estar sentados y tomar una copa. Llevó una vida buena y tranquila. Me conmoví leyendo la autobiografía del papa Francisco y me desarmé al releer la contundencia del Credo católico, que no repasaba desde que era niño.

Hablé de jazz —esa vieja amante a la que había oxidado— con una gran conocedora del tema. Recordé mis primeros contactos con el género, hace más de veinte años, con el Kind of Blue de Miles Davis y el Blue Train de John Coltrane, que marcaron al jazz como algo definitivamente nocturno y azul para mí.

Titular de una vieja revista encontrada en San Fernando: «El peligroso acto de tragar espadas». Hubo una sola canción de los Stones a la que recurrí con constancia: «Fool to Cry». Fui jurado en una cata de vinos españoles, aunque las quince copas me supieron casi iguales porque apenas salía de una gripe prolongada.

Platiqué sobre música con un grupo de guatemaltecos mientras nos guarecíamos de la tormenta bajo una pequeña estructura de lámina, una versión chabacana de Lifeboat o Extraños en un Tren. Canté «Romance te puedo dar» en un karaoke con japoneses. Vi un par de veces a Ana, a quien aprecio, aunque no lo muestre de forma alguna. No tengo mucho por ofrecer.

Inicié el año en San Luis Potosí. En una pared leí: «Sal del bucle, cierra el círculo». Una muchacha punk me regaló un pin en el Bizarro Café. Le pedí a un peluquero que no me cortara mucho el cabello y me lo cortó mucho. Un chef de la costa del Pacífico me animó a comer un taco de lengua, algo a lo que hasta entonces me había negado rotundamente por darme repelús. El sabor fue maravilloso, pero intuí que fue por una preparación muy especial que no sé si encuentre en otro lado.

Pensé que debería filmarse una película nocturna en el Club France. Fui a bares con una mujer que no bebía. Encontré una carta intensa entre las páginas de un libro que hace mucho no abría; al leerla me sorprendí al no recordar el nombre de la autora y lamenté que no viniera firmada. Llegué tarde a un evento de L’Oréal.

Una desconocida en la calle me regaló una bolsa de tela luego de que se me rompiera la bolsa de papel en la que llevaba unos aguacates y estos cayeran dramáticamente al suelo. Fue uno de los mayores actos de bondad que recibí el año y reconocí nuevamente ese aire de misericordia que hay en las mujeres mexicanas. En los peores momentos siempre ha habido una mujer dispuesta a ayudarme.

Escuché sobre todo Beatles, boleros y canciones románticas, convencido de que los Beatles son una banda latina. Regalé un poemario que no fue valorado. Una piña, la última foto de un celular que perdí y que de manera infructuosa (y absurda) intenté rescatar al otro día en Iztacalco.

En medio de una reunión, me desencajé al enterarme de la muerte de Diane Keaton, esa mujer que muchos hombres buscamos y que, cuando se va —cuando se vuelve inalcanzable o simplemente desaparece—, queda adherida a la memoria para el resto de los días. Pensé entonces en la escena de las langostas de Annie Hall, un pequeño tratado sobre los amores irrecuperables: aquellos que creemos haber dejado atrás, pero que en realidad siguen ahí, acompañándonos, discretos y persistentes, como una forma añeja del recuerdo.

Fui a san Miguel de Allende después de más de veinte años; vi a un perro con las cejas pintadas, compré una figura de San Miguel Arcángel y me dio un ataque de tos antes de una reunión de trabajo. Una muchacha sentada en una banca me recordó a alguien del pasado. Probé ron de Santa Lucía y un destilado danés llamado Empirical que me invitó Clover, la talentosa hija de mi amigo Oswaldo.

En Insurgentes Sur, un anciano con el rostro cubierto por un paliacate me gritó «ÁNIMO, GÜERO, ÁNIMO» con tal enjundia que me levantó la emoción perdida, lo cabizbajo.  Pensé que a menudo Dios se manifiesta a través de personas que están ahí afuera, aunque luego desaparezcan en la esquina.

Di un tour de 5 minutos por un museo a unos visitantes del exterior antes de que tuvieran que correr al aeropuerto para olvidarse de México. Una persona muy generosa preparó tinga para mí, entre otros detalles invaluables. Leí que en Año Nuevo los griegos untaban aceite en la frente a los niños deseándoles que vivieran tanto tiempo como los olivos.

En la Narvarte vi a un amigo más ilusionado que nunca. Otro amigo cumplió dos años con su novia y lo vi más ilusionado que nunca (y me regaló unas plumas que me inspiraron a volver a escribir). Y aquí estoy, con la esperanza de escribir más el próximo año.

 

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También lee: No serán de mi equipo | Columna de Carlos López Medrano

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El Cronopio

Gonzalo Celorio, su relación con San Luis Potosí | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Cerramos las entregas de El Cronopio del 2025, con el caso del ganador del Premio Cervantes 2025, el máximo galardón de las letras castellanas que fue otorgado a Gonzalo Celorio, escritor mexicano que se une a los seis mexicanos que han sido galardonados con este importantísimo premio. Octavio Paz (1981); Carlos Fuentes (1987); Sergio Pitol (2005); José Emilio Pacheco (2009); Elena Poniatowska (2013); y ahora Gonzalo Celorio, Reconocido por su “hondura reflexiva” y su defensa de la lengua española, el premio reconoce la obra de Celorio por su elegancia literaria, su lucidez crítica y su capacidad de explorar los matices de la identidad y la memoria. Pero también invita a mirar hacia atrás y recordar a los autores que antes que él, llevaron el español de México a la cima del mundo hispánico. El premio será entregado en abril del 2026 en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares en España.

La familia de Gonzalo Celorio está relacionada con San Luis Potosí, pues su padre al ser comisionado como inspector de timbres traslado a su familia a fines de la década de los treinta y principios de los cuarenta a radicar a San Luis Potosí, donde nacerían tres de los hermanos Celorio Blasco; Gonzalo Celorio nació en la Ciudad de México a donde fue su familia en ese peregrinar de trabajo del padre de Gonzalo, que lo llevó como trashumante a vivir en La Habana, Cuba donde nacieron sus primeros hijos, Estados Unidos, Guadalajara, San Luis potosí y México entre otras poblaciones.

La familia Celorio echaría ciertas raíces en San Luis, uno de los hermanos mayores de Gonzalo, Alberto Celorio, iría a radicar a Matehuala a regentear una tienda de sombreros y textiles propiedad de Santiago Vivanco, familia con la que tuvieron una relación muy cercana, y quien sería presidente Municipal de Matehuala en la década de los cincuenta.

La abundante biblioteca de Gonzalo Celorio inició al heredar una de las colecciones que su familia paterna comprara en San Luis Potosí, la enciclopedia juvenil ilustrada, lo que de cierta forma lo fue orillando al mundo de las letras.

Como parte de su formación, en los periodos vacacionales de estudios, entraba a trabajar con sus hermanos, de esta forma estaría en varias ocasiones viviendo en Matehuala,

mientras trabajaba en la tienda de su hermano Alberto.

Parte de esa vida relacionada a San Luis es narrada en la saga dedicada a sus orígenes y que publicara en la editorial Tus Quets, Tres lindas cubanas, los apostatas y la más reciente ese montón de espejos rotos.

Este año de 2025, ha sido un año de reconocimientos, pues además de haber sido nombrado ganador del premio Cervantes, recibió la Medalla José Vasconcelos, que se une a los Premios Xavier Villaurrutia en 2023; el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el 2020 en el campo de Lingüística y Literatura; El premio Mazatlán de Literatura en el 2014; el Premio Novela IMPAC-CONARTE-ITESM en 1999; y el premio Prix des Deux Océans (Biarritz 1977).

Gonzalo Celorio ha sido profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México desde 1974, donde ocupa la cátedra “maestros del exilio español”. En 2019 fue elegido director de la Academia Mexicana de la Lengua y su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués, griego y chino.

Entre sus obras como ensayista y narrador se encuentran sus novelas Amor propio (1992), Y retiemble en sus centros la tierra (1999), y la trilogía “Una familia ejemplar”, formada por Tres lindas cubanas (2006), el metal y la escoria (2014) y los apostatas (2020), así como los ensayos El viaje sedentario (1994), México, ciudad de papel (1997), Ensayo de contraconquista (2001), cánones subversivos (2009) y Del resplandor de la lengua española (2016); Mentideros de la memoria (2022).

Reavivar su obre a través de la lectura es el mejor homenaje que podemos hacerle a este importante escritor mexicano que pone en alto las letras mexicanas y del que podemos recrear parte de la historia potosina en con sus obras de la saga familiar.

También lee: El padre de la física potosina, Gustavo del Castillo y Gama | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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