#4 Tiempos
Gainsbourg vino a decir que se iba | Columna de Carlos López Medrano
Mejor dormir
Más vale tener talento si es que no eres agraciado físicamente. Lo sabía Serge Gainsbourg, héroe de la chanson francesa, que desde sus primeros años se dedicó por entero al arte no solo como medio de expresión, sino también para quitarse el estigma de fealdad que tuvo que cargar en la espalda. Un rechazo social del que fue víctima hasta que la celebridad logró poner en perspectiva el gran valor de su interior. Una personalidad arrolladora, llena de ideas, gracias a la cual pudo conquistar (y perturbar) al público y a una serie de mujeres provenientes de un sueño profundo.
La travesía de Gainsbourg fue complicada. Si llegó a la cumbre fue debido a un espíritu indómito con el que se sobrepuso a la adversidad. Ya en la adolescencia supo lo que era el miedo y la persecución cuando tuvo que huir de París junto a su familia (inmigrantes judíos) durante la Segunda Guerra Mundial. Malos augurios con los que, lejos de derrumbarse, se fortaleció.
El contexto en el que creció lo predispuso a estar a la defensiva ya en la madurez, cuestión que le sirvió para no rendirse en el terreno musical. Fue alguien que batalló en lo profesional hasta cumplir los 30 años, momento en el que su nombre empezó a tener cierta notoriedad en la escena de París sin que esto supusiera una consolidación definitiva.
La crítica se le solía echar encima a la menor oportunidad (no era un bendecido, tuvo que cargar con la cruz hasta el último día) y por ello en un principio optó por componer para otros intérpretes: prefería que fueran ellos los que se expusieran a las balas y a los reflectores. Serge Gainsbourg era reservado por naturaleza (“la seguridad es la soledad”, diría en una de sus últimas entrevistas).
La hostilidad ajena lo hizo refugiarse dentro de sí mismo y en su pasión de juventud: la pintura. En aquellos días, antes de dar el paso al oficio de la canción, firmó una cantidad considerable de cuadros, dignos de alguien que seguía la estela de Bonnard y Cézanne, tarea a la que renunció al no encontrar los resultados deseados. Su gran sentido autocrítico lo llevó a destruir casi todas sus pinturas (se salvaron un puñado de trabajos, incluyendo uno que había obsequiado a Juliette Gréco). Para él no había medias tintas, o se era sublime o había que renunciar.
Ya luego se desataría en su faceta de compositor. Serge Gainsbourg se inició en el piano desde los cinco años por la influencia de su padre, dado a la música clásica y al arte en conjunto. En el hogar de la familia desfilaban los ecos de Ravel, Debussy y Fauré que poco a poco configuraron el estilo del pequeño hijo. Después viene el jazz. Cole Porter lo marcaría para la eternidad.
De ahí en adelante no se detiene, absorbe de donde se pueda, atraído de manera especial por los figuras resquebrajadas, los ambientes nocturnos, lo estético del pesar. La gran intuición melódica y lírica lo convirtieron en una especie de Apollinaire de la música pop. No temía experimentar, soltar onomatopeyas y expresiones intraducibles a otros idiomas. Juegos verbales, burlas. Escatología rampante para ponerse al nivel de la humanidad.
En algún punto de los cincuenta Serge Gainsbourg conoce a Boris Vian, que le sirve como faro en más de un sentido. En la parte creativa, social, íntima e intelectual. Lo que necesitaba era ganar confianza. Que alguien respetable le confirmara las sospechas con una palmada en la nuca. Los esfuerzos que tiraba tenían algún valor. No era un tipo cualquiera.
Era en realidad una figura de época. Un maldito que pisó a fondo el pedal de los excesos. El Gainsbarre con barba de tres días levantando la falda de alguna mesera. El que transfería chistes vulgares a modo de respiración. Estrellarse de lleno contra el muro era el único destino en figuras de su linaje, tan incompatible con el algodón y las luces. Un ser embebido por el alcohol y el tabaco, vicios a los que no abandonó ni siquiera después de su primer infarto. Las facturas a pagar le importaban poco. Con su habitual descaro manifestaba la idea de que debía seguir fumando y bebiendo para no sufrir más problemas en el corazón. Una receta que, como cabía esperar, fallaría con estrépito en los meses subsecuentes.
Le daba igual. Estaba condenado. No tenía remedio. Hizo de su propia existencia un lienzo negruzco donde la sangre tejía un halo de muerte.
La caída, desde luego, había que darla con estilo: entre humo, vino y mujeres. El placer era una de las bases de su filosofía. Disfrutar a tope mientras era posible y bajo cualquier circunstancia. Ejemplos hay varios, casi todos conocidos por la mayoría. Lo cuenta la leyenda: en medio de uno de sus infartos, ante el cual tuvo que arribar una ambulancia de emergencia, pidió a los paramédicos que le cubrieran el cuerpo con una sábana Hermès que guardaba en su habitación, ya que las que tenían en el hospital no eran de la calidad ni el confort suficiente. La crisis cardíaca podía esperar.
Al prestigio artístico que le acompañaba desde finales de los años cincuenta se le sumó la fama internacional cuando en 1965 compuso “Poupée de cire, poupée de son”, hit instantáneo con el que France Gall consiguió el primer lugar en el Festival de Eurovisión. A partir de ahí todos quieren trabajar con él. Brigitte Bardot y Jane Birkin caen en sus brazos. Radicaliza su propuesta y a lo largo de su carrera escandaliza al Vaticano, a la (supuesta) progresista sociedad francesa e incluso hace enfurecer a Bob Marley. En su etapa tardía abandona el jazz y el pop con el objetivo de explorar el reggae, la electrónica y la música ambiental. Al final el cuerpo no le aguanta el ritmo y muere en 1991 a los 62 años, dejando tras de sí un cúmulo de perlas para el recuerdo.
Era el ocaso, a donde se dirigía cada uno de sus movimientos. Lo anticipaba en algunas canciones:
Habrá velas que se consumirán como una esperanza ardiente.
Y por ti sin esfuerzo mis ojos estarán abiertos.
Poco a poco me desmorono víctima de tu crueldad.
Entonces volverás pero yo me habré ido*.
*Versión al español de Guillermo López Gallego.
También lea: Mark Hollis: el hombre que no regresó | Columna de Carlos López Medrano
#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
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#4 Tiempos
Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.
Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.
Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.
El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.
Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.
Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México. Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.
Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.
Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.
Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.
También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
APUNTES
Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?
La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?
Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.
Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.
¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.
Deme una salida, presidente…
— Ok.
Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú
… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.
—Ganamos.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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