diciembre 21, 2024

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Columna de Daniel Tristán

El amor en tiempo de Fake News | Columna de Daniel Tristán

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LaguNotas Mentales

 

Es necesario remontarse al pasado dando un salto enorme en la línea del tiempo de la humanidad para ubicar el origen de lo que hoy conocemos como fake news. Si bien el término es actual y se remonta a no más de una década de haber surgido (incluso “fake news” fue la frase más googleada en el año 2017), el uso de la información falsa, con distintos fines, ha sido usada desde épocas remotas de la sociedad humana.

Valdría la pena comenzar por definir dos conceptos básicos para comprender el tema desde la raíz. 

Noticia.- Comunicación o informe que se da acerca de un hecho o un suceso reciente, en especial si se divulga en un medio de comunicación.

Fake News.- Son un tipo de falsedad que consiste en un contenido pseudo periodístico difundido a través de portales de noticias, prensa escrita, radio, televisión y redes sociales cuyo objetivo es la desinformación.

En sus inicios, las fake news vieron su surgimiento lejos de los medios de comunicación, incluso mucho antes del surgimiento de la imprenta. En nuestro país hemos arropado una de las noticias falsas más grandes de todos los tiempos: la aparición de la Vírgen de Guadalupe a Juan Diego. Sin el menor afán de poner en tela de discusión la fe y las creencias de los católicos, considero que a estas alturas del partido se puede decir sin pelos en la lengua que tal evento jamás sucedió. La historia de la aparición de la Vírgen a Juan Diego responde a una necesidad de los católicos de depositar su fe en algo más tangible. De ahí las estampillas de Santos, el Cristo en la cruz en el 95% de los hogares mexicanos, etc.

La magnitud de esta noticia falsa fue tal que sentó las bases de una devoción desbordada que al día de hoy cuenta con millones de creyentes que, sin cuestionar la veracidad del evento en el Cerro del Tepeyac, depositan su fe ciega en lo supuestamente sucedido a un indígena que probablemente jamás existió.

Hay fake news de antaño, como la aparición de la Virgen que lejos de causar un mal a la sociedad le dan identidad y representan los cimientos de un sistema de creencias que dará forma al folklore y las tradiciones de la misma. Otro ejemplo de una noticia falsa que se permeó a través de los años y hoy en día continúa sin perder vigencia es la leyenda de la llorona. Aquella desdichada mujer que perdió a sus hijos y deambula por las noches llorando su desgracia. Da la casualidad que, a falta de datos comprobables acerca del suceso, en nuestro país cada pueblo tiene una versión distinta de “Llorona”, al igual que cada país en el mundo tiene una versión de “Vírgen María” perfectamente adecuada a su idiosincrasia. De ahí que las representaciones de María en las pinturas europeas del renacimiento sean la de una mujer de raza anglosajona y cabellos rubios, y la María que tuvo buen tino a aparecerse en el Tepeyac era morena y de cabello negro.  

Con el surgimiento de los medios de comunicación y la prensa escrita, la divulgación de las fake news quedó en manos exclusivamente de periódicos y más adelante la radio y la televisión. El flujo de la información falsa surgía del medio de comunicación, llegaba a la sociedad y esta era la que se encargaba de asumirlo como una verdad irrefutable y divulgarlo por todo el país creando el efecto de lo que hoy conocemos como “noticia viral”. Ejemplos concretos pueden ser la caída del sistema en las elecciones presidenciales de 1988 que le dieron el triunfo a Carlos Salinas de Gortari. Otro ejemplo más reciente es el rescate imposible de Frida, la niña que nunca existió, pero que mantuvo cautiva a toda la nación pegada a su televisor disparando los niveles del rating de Televisa durante la cobertura del sismo de septiembre de 2017.

Actualmente las noticias falsas se han remontado a su orígen, en el que no era necesario que pasaran por el filtro de los medios de comunicación para ser divulgadas. Hoy en día es la misma sociedad, armada con sus teléfonos celulares, la que se encarga de crear contenidos de dudosa veracidad y esparcirlos a diestra y siniestra. Los peligros de estas acciones no son menores, pues el resultado es un estado de psicosis que ha llegado a salirse de control. Quedan en la memoria social inmediata el par de campesinos que fueron quemados vivos en Puebla tras ser acusados de secuestro sin ninguna prueba o la histeria colectiva desatada por la divulgación, sin argumentos, del desabastecimiento de gasolina en Guanajuato esta semana.

Al final del día las noticias falsas surgen por borbotones segundo a segundo en cada rincón del país y del mundo entero. Resulta inútil luchar contra el monstruo de las fake news pues este hace presencia en terreno de la política hasta el de la cultura pop por igual (la cabeza congelada de Walt Disney para resucitarlo en el futuro o la muerte de Paul McCartney en los 70s y su supuesto reemplazo por un doble).

Es tarea del ciudadano hacer el filtraje y asumir su responsabilidad de informarse de fuentes confiables. Ni los chupacabras, ni los portadores del VIH que dejan agujas infectadas en las salas de cine podrán causar daño a una sociedad que verifica el origen de las noticias que consume. Lo importante no es la información que surge, lo importante es qué es lo que hacemos nosotros con ella.

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Tres años sin “El Pirata” (Así no’más quedó) | Columna de Daniel Tristán

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Recientemente se cumplieron tres años desde que ”El Pirata de Culiacán” fuera asesinado por un comando armado en Zapopan, Jalisco. Juan Luis Lagunas Rosales fue catapultado a la fama por compartir videos en sus redes sociales en los cuales hacía aparición alcoholizado y drogado. Tras su asesinato en diciembre del 2017 se abrieron múltiples debates acerca de cómo el menor de edad había sido víctima de la cultura de la muerte y del narcotráfico en México.

Además de eso se puso sobre la mesa lo delicado del asunto del bullying en nuestro país, pues muchos de los que se decían sus amigos aprovechaban cualquier oportunidad para mofarse del extravagante personaje en el que se convirtió el joven sinaloense.

Hoy en día la pandemia por el covid-19 ha mantenido a un gran porcentaje de la población, en su mayoría jóvenes, encerrados en casa, contando de esta manera con tiempo de sobra para navegar por la red. Es así como a tres años de distancia de su asesinato, el material que “El Pirata de Culiacán” dejó en la red ha presentado un repunte en sus reproducciones.

Ante esto es inevitable realizar un par de reflexiones. En primer lugar me viene a la mente qué hubiera sido de la vida llena de excesos y fiestas del “Pirata” si le hubiera tocado experimentar este encierro por la pandemia. Así, a ojo de buen cubero, me atrevo a asegurar que “El Pirata” habría sido uno de los muchos que poca importancia le dan a las recomendaciones de permanecer en casa y mantener la sana distancia.

Algo me dice que su rebeldía se habría manifestado rehusandose a portar un cubrebocas. Seguramente se las habría ingeniado para continuar su estilo de vida lleno de fiestas y borracheras clandestinas representando un riesgo de infección para los jóvenes con los que acostumbraba a pasar sus días.

Por otro lado, también me brinca a la mente la duda de qué habría sido de nosotros como sociedad si esta pandemia nos hubiera sorprendido sin el internet ni la rapidez de la comunicación actual en nuestras vidas. No tengo la menor idea de si hubiéramos podido mantener la cordura sin Netflix, WhatsApp y sin los personajes, que, como “El Pirata”, han sido catapultados a los cuernos de la luna por plataformas como YouTube e Instagram.

Se cumplen tres años del brutal asesinato de un joven víctima de la cultura del crimen organizado en México, víctima del abandono familiar, víctima de una sociedad sedienta de bufónes cibernéticos. Resulta bastante sencillo satanizar a figuras como “El Pirata”. Resulta muy fácil juzgarlos, crucificarlos, opinar acerca de lo que hicieron o dejaron de hacer. Todos y todo lo que hoy en día se consume es invariablemente un resultado de la lapidaria ley de la oferta y la demanda. Como sociedad debemos asumir la responsabilidad de que si algo nos venden es porque lo hemos pedido a gritos. Tal vez valdría la pena detenernos un poco y hacer una reflexión pues figuras como Juan Luis Lagunas Rosales jamás habrían tenido los reflectores sobre ellos si nosotros como sociedad no hubiéramos estado hambrientos de hacer leña del árbol caído a la primera oportunidad.

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Querido Satán Claus: | Columna de Daniel Tristán

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¿Qué hay viejo? Aquí dándote lata nuevamente. Parece que fue ayer cuando estaba aquí mismo hace justo un año, escribiéndote una carta con mis peticiones de regalos. De antemano te pido una disculpa por aquellas peticiones cegadas por el ego. Jamás imaginé la broncota que estaba por venirse este año. Se nos fue el 2020 en un abrir y cerrar de ojos, aunque a veces parecía eterno también. Irónicamente se nos fue un año entero en el que sucedió todo y al mismo tiempo nada. Esta pandemia nos ha sacudido la cabeza a todos, y si vemos hacia atrás seguramente no nos encontramos en donde estábamos a inicios de este año. Hemos tenido que tomar decisiones, dejar ir, dejar llegar, planear, volver a planear, toparse con pared, dar el volantazo y cambiar de dirección una y otra vez.

Mi querido y viejo amigo, esta incertidumbre me pone los nervios de punta pero estoy seguro de que el año venidero será mucho mejor. Esta vez no tengo cara para pedirte nada. En primer lugar porque otra vez mi comportamiento no fue el ideal y, en segundo lugar, porque sé que no son tiempos para pedir, sino más bien para agradecer.

Quiero darte las gracias porque a pesar de que este año se ha llevado muchas cosas que jamás pensé perder, también he logrado conservar otras y he encontrado en ellas el verdadero valor de nuestro paso por esta vida. A lo mejor es que ya empiezo a hacerme más viejo y me da por agradecer por cosas que solamente los señores valoran, o tal vez es que me entra el sentimentalismo al darme cuenta que las cosas que pensamos que son eternas pueden desaparecer en un pestañeo.

Simplemente quiero agradecerte por haberme regalado una mujer increíble de la cual aprendo todos los días y que me tiene una paciencia infinita. Que me ha mostrado un camino que seguramente habría ignorado de no ser por ella. Gracias por poner en mi camino a mis tres mininos que me alegran los días de encierro y hacen el confinamiento muchísimo más llevadero.

Este año no quiero pedirte más que conservar la suerte que he tenido durante el 2020. Es cierto que el panorama se ve complicado y cuesta arriba por un ratote más, pero aún así tuve la suerte de conocer nueva gente talentosa y comprometida con sus objetivos. He aprendido muchas lecciones que solamente una sacudida de esta magnitud podría enseñarme.

Muchas gracias también por la salud que, a pesar de algunos pequeños resbalones, sigue siendo lo más valioso que tengo. Este año no tengo nada que pedirte más que esa dosis de fortuna necesaria para lograr llegar al fin del año entrante y, entonces sí, podernos sentar a ajustar cuentas. Seguramente dentro de 12 meses el panorama ya será distinto y ahí sí que podré pedirte unas cuantas cosas que este año prefiero dejar en stand by.

Ahora es momento de irme, no te quito más tu tiempo pues sé que debes estar muy atareado en estos días. Gracias por darte un tiempo para leer mi carta y prepárate pues el año entrante seguramente te haré todas las peticiones que este año no se podrán. Por ahora ocúpate de todos los que realmente necesitan techo y alimento, que lo demás es lo de menos. Tú y yo ya nos pondremos a mano el año entrante.

Atentamente:

Daniel Tristán.

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Lidiar con la muerte de las figuras públicas | Columna de Daniel Tristán

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El año se acaba, se esfuma uno de los periodos más complicados a los que la humanidad ha tenido que enfrentarse en décadas. Se nos va entre los dedos el 2020 que se ha llevado consigo a un puñado de seres humanos entre las patas. Algunos célebres, algunos no tanto, pero a final de cuentas todos humanos.

En nuestro país históricamente hemos lidiado de manera bastante peculiar con el tema de la muerte. Nos hemos vendido el cuento de que nos reímos de ella, aunque sabemos bien que por dentro temblamos de miedo con el simple hecho de mencionarla. Nuestro sentido del humor con referencia a la muerte no es una carcajada impulsada por la valentía, es más bien una risa nerviosa que sale de manera temerosa de nuestra boca intentando atenuar el caos que nos rodea.

Ejemplos hay miles: las muertas de Juárez, los 43 de Ayotzinapa, los miles de mexicanos que mueren diariamente a causa de la delincuencia organizada, los muchos compatriotas que pierden la batalla contra el verdugo de mexicanos en el que se ha convertido la obesidad.

Este año nos enfrentó a una situación atípica, una pandemia que elevó aún más los índices de mortandad en el país. Y por si esto fuera poco los que aún quedamos vivos hemos tenido que lidiar con la muerte de las figuras públicas que el 2020 se llevó consigo.

Si bien la muerte de una celebridad no tendría por qué afectarnos de manera directa es inevitable ser arrollados por el tsunami de información que el deceso de una figura de esta envergadura genera. Las reacciones ante la muerte de una figura pública suelen ser muy variadas, pero lo que es un hecho es que es imposible no tomar partido ante ellas.

El fallecimiento de una figura pública divide a la sociedad en dos. Primero están aquellos que tienden a poner en un pedestal al difunto en cuestión, elevándolo a categoría de semidios. Por el otro lado están aquellos detractores que se quejan a diestra y siniestra de las exageradas alabanzas dirigidas hacia el personaje cuyo desenlace ha sido fatal. Ambas opiniones tienden a ser extremistas y se niegan a buscar un punto medio, un equilibrio de opiniones.

Las redes sociales se congestionan de comentarios a favor y en contra de aquél célebre difunto. Se lanzan a destajo halagos y duras críticas hacia el sujeto. La muerte de un famoso, sobre todo si esta sucede de manera inesperada, polariza a la población, misma que se da la licencia de poder opinar acerca de la vida de un ser humano al que, probablemente, no tuvo la oportunidad ni de ver de cerca en toda su vida.

¿Quiénes somos para juzgar la existencia de un ser humano completamente ajeno a nosotros? ¿Con qué derecho podemos decir si una celebridad tomó decisiones correctas o incorrectas? Tendríamos que comenzar a dosificar nuestros deseos de protagonismo y nuestro ego desbordado que cree ser el dueño absoluto de la verdad. Somos libres de pensar y opinar lo que se nos dé la gana. Podemos admirar, odiar o sentir indiferencia por una celebridad, pero también debemos comprender que el mundo no necesita nuestro juicio al respecto. 

Es innegable que la muerte de una celebridad sacude a las masas, es inevitable hacerse de una opinión ante el fallecimiento de una figura. Aún así el legado de una celebridad debe ser juzgado y analizado en privado y únicamente por la aportación que el personaje dejó para el campo en el cual se desenvolvió en vida. Live and let die… lo demás es lo de menos.

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