#Si Sostenido
The Invisible Man (2020) | Columna de G. Carregha
Criticaciones
Hoy es la fecha en que debía realizarse el careo con mi acosador de la preparatoria. Así acordaron las autoridades a pesar de mi negativa y la de mi equipo legal. No era humano, argumentamos, que aquel ser tuviera la oportunidad legal de estar tan cerca de mí en un espacio tan cerrado. Mi ansiedad no iba a poder soportarlo. Desde que me senté en la silla destinada a “la víctima” sentí como si todo esto fuera una broma orquestada por el mismísimo juez presidiendo la sala. Era casi como si las autoridades mismas hubieran decidido premiarle su proceder con mi cercanía, como si tras tantos años de hostigarme se hubiera ganado la oportunidad de verme, olerme, sentirme, bajo el supuesto amparo de una autoridad para quien yo era desechable.
De acuerdo al citatorio, nuestro careo debía comenzar a la una en punto. Se hizo especial énfasis, además, en que no habría cámaras presentes puesto que el caso no era lo suficientemente mediático como para que alguien quisiera guardarlo para la posteridad. Pasan ya de las tres de la tarde y no hay rastro visible de aquel. Los miembros del tribunal dicen, por lo bajo, como si el sonido pudiera esconderse dentro de este cuartito de siete metros cuadrados, que si “el victimario” no hace acto de presencia dentro de los próximos quince minutos se verán obligados a multarlo por más de dos mil pesos – una burla.
“Posiblemente”, me dice mi abogado, “se vaya a posponer todo el proceso. Vamos a tener que repetir esto.”
“Pero él está aquí”, le digo. “Él ya estaba dentro de la sala desde antes de que yo llegara”.
“¿Dónde?”
“No lo sé”, contesto, “pero puedo sentir su mirada, clavándose en mi espalda como lo hizo en ese entonces, como lo hizo por tanto tiempo.”
“¿De qué estás hablando?”
A modo de respuesta, encaro a la silla vacía del otro lado de la habitación. La miro fijamente, como esperando encontrar un glitch en su superficie que desvele su locación. No sé dónde está, sólo sé que me está viendo, que lo ha estado haciendo por todo el día. Una lágrima se escapa de mis ojos cuando tomo aire para hablarle directamente, cuando intento tomar la fuerza para encarar a quien me hizo tanto daño en tan poco tiempo.
“Tenía apenas dieciséis cuando apareciste en mi vida. No creo haber hecho nada particular para llamar tu atención. No te pensé, no llamé tu nombre a mitad de la noche en un parque abandonado, ni siquiera te entregué algún regalo hecho por mis manos. Sólo entraste en mi vida, como si te hubiera abierto una puerta y te hubiera invitado a pasar por una tacita de té. Poco a poco te convertiste en el protagonista de mis historias y de mis decisiones, en mi único tema de conversación, en la razón por la que me sentía incapaz de confiar en la gente.
“Yo ya sabía de ti desde hacía años, pero jamás te otorgue mucho espacio de memoria en mi cabeza. En otras palabras, eras solo un dato trivial en mi imaginación. Pero para ti yo era algo completamente distinto. No sé por qué, pero logré convertirme en uno de tus objetos de deseo. Simplemente el hecho de existir en el mismo plano físico que tú fue suficiente para que me vieras como un algo que necesitabas poseer.
“Me vigilabas desde las sombras con tanta intensidad que no podía dejar de sentirte cerca, escondido en algún punto ciego de mi perímetro, tu mirada clavada siempre sobre mí – como ahora. Nunca te importó la posición del sol o la cantidad de campanadas que diera el reloj, ni siquiera el temporal, lo único que te interesaba era estar ahí, seguir cada uno de mis movimientos. Ibas pistas a tu paso, evidencias de tu presencia continua por mi vida, indicios de tu cercanía relativa omnipresente.
“Tu primer acercamiento tuvo lugar a finales de febrero, cuando apenas iniciaba mi estadía en el cuarto semestre de la preparatoria, cuando todo a nuestro alrededor eran tintes de inocencia adolescente y una fotografía ambiental acorde. No te acercaste a mí en persona. Preferiste enviarme una nota impresa en papel couché y diseñada profesionalmente. Mi nombre iba escrito a mano con bolígrafo en aras de darle un toque personalizado a pesar de los altos valores de producción. En ese momento, quizás gracias a la impersonal propuesta impresa en la nota, me pareció un acto algo inocente. Tanto así que, cuando llegó a mis manos no pude evitar reírme.
“Pero no hice nada para detenerte. Tu acercamiento unidireccional hacia mi persona, aunque no me llamara la atención, era algo que la sociedad me había enseñado que debía considerar normal. Lo único que podía y debía hacer era sonreírte de vuelta y soltar una que otra risita nerviosa para que, con suerte, notaras mi falta de interés. Obviamente esto no funcionó.
“Peor aún, en vez de mantenerme en silencio y aceptar tus invitaciones con dignidad, osé tirar dicha nota a la basura. Me tomé la molestia de hacerlo en un sitio retirado de la escuela para que no vieras, pero me imagino que me seguiste camino a casa, buscando ver mi reacción de primera mano. Pero creo que al verme estrujar esa hoja de papel couché imaginaste que le hacía eso a tu corazón, que te estrujaba a ti sin importarme cómo te sentías.
“A raíz de eso te volviste más insistente, más violento. Los mensajes impresos me llegaban día a día en el salón de clases, incluso, algunas veces, ya estaban sobre mi mesabanco antes de que yo llegara a la escuela. Después, cuando era obvio que las ignoraba, que me deshacía de ellas sin siquiera mirarlas, empezaste a dejarlas en mi hogar. Cada mañana el buzón de mi casa despertaba repleto de mensajes de tu parte, de notas impresas en papel couché con mi nombre escrito en bolígrafo, siempre repitiendo los mismos mensajes, las mismas promesas vacías.
“En cuestión de meras semanas, decidiste subir de nivel. Las notas ya no eran suficiente. Necesitabas más espacio impreso para acosarme. Empezaste a hacer revistas donde hablabas de todas las cosas que podríamos hacer si estuviera contigo, si aceptara tus invitaciones. Revistas que lanzabas hacia la puerta de mi casa, hacia las ventanas, como queriendo romper algún pedazo del mi hogar para llamar mi atención. Solías tocar el timbre antes de depositar una revista, como la alarma que avisaba del disparo de guerra que ya había sido lanzado. Pero no timbrabas una sola vez, no. Te tomabas la molestia de hacer sinfonías de timbre, mientras más molestas, mientras más complejas, mejor. No tenías un horario definido, siempre tocabas a horas indecentes, a mitad de la madrugada, cuando alguien acababa de entrar a la casa; cuando pensabas que nos haría más daño. Tuvimos que desactivar el timbre para poder dormir en paz, para poder sentir aunque fuera un ápice de paz en nuestro propio hogar.
“De alguna forma conseguiste mi número telefónico. La primera vez que me marcaste no te reconocí. El identificador de llamadas arrojaba un número que nunca había visto, pero no por eso le tuve miedo . Cuando saludaste y pediste hablar conmigo por nombre, me confundí, más no me preocupé. Pero después de escuchar por dos largos minutos cuáles eran los beneficios de estar contigo, grité de espanto. Colgué tan fuerte que rompí el auricular. Y a partir de ese día, a partir de que te confirmé que aquel era el número que te conectaba a mí específicamente, el teléfono no dejó de sonar ni un segundo. Al igual que el timbre, lo tuvimos que desconectar. Nos habías aislado por completo del mundo. Asumo que ese era tu plan. Dejarme en completo abandono social para que corriera a tus brazos, te pidiera perdón por ignorarte y dar inicio a una larga relación entre tú y yo. Pero no iba a rendirme así de fácil. No iba a caer en tus garras.
“Después tuvo lugar un extraño episodio surrealista en un restaurante donde, de alguna forma, lograste acabar con la vida de uno de mis seres queridos de una manera un tanto inverosímil donde acabé absorbiendo la culpa por completo. Si, lo acepto, el resultado del asesinato causó el efecto deseado en mí, rompiendo mi psique y todo lo que quieras, pero aún no siento que el truco fue muy convincente. Sea como sea, el miedo a que me abordaras me hizo perderme el funeral de aquella persona. Fue la peor época de mi vida.
“Y, después de año y medio de sufrimiento, simplemente desapareciste un día, como si yo hubiera pasado de moda, como si hubieras encontrado a alguien más a quien hostigar hasta quererte. Sólo así, un día, hubo silencio en mi vida. Pero jamás fui la misma persona.
“Han pasado ya casi veinte años desde que me rompiste internamente, desde que acabaste con mi paz mental con tu insistencia. No he podido volver a sentirme con la autonomía de tener una vida ordinaria sin temer que te acerques una vez más, con una nota de papel couché en la mano, a pedirme que me acerqué a ti. Quiero detener ese sentimiento, sentirme libre de salir a la calle, de darle mi número a alguien. Sólo busco una disculpa de tu parte. Solo quiero saber que no habrá una segunda parte.”
Y entonces sollozo. Lo hago como no lo he hecho en años, como si mi vida dependiera de la cantidad de lágrimas que logro expeler a través de mis ojos. Fuera de los ruidos que genero desde mi garganta asosegada por la tristeza, el tribunal está en completo silencio. Uno de los miembros del mismo, el que aún no ha podido dejar detrás su barba de veinteañero, aquella cerca de púas púbicas que une a sus patillas de lado a lado a través de una línea de pelos en su cuello, luce particularmente confundido. Lo veo hojear de lado a lado la carpeta conteniendo los fajos del caso en curso. Tras analizar lo ahí escrito, su cara de confusión todavía presente, se acerca a mí, carpeta en mano.
“Disculpe”, me dice, hincándose frente a mí. “Creo que ha habido una equivocación. El caso que nos compete el día de hoy en el juzgado no es en contra de un individuo acosante, sino en contra de la institución educativa conocida como Tecnológico de Monterrey, más en específico, es una demanda en contra de la posible ilegalidad de su publicidad insistente en formato retargeting.”
“¿Pues de que cree que estoy hablando? ¡Esa universidad se pasó chingue y chingue y chingue por año y medio que me ofrecía una beca especial o no sé qué cosas para estudiar en su plantel, y si le decía que no o lo ignoraba, me mandaba más y más y más publicidad! ¡No me dejaban en paz! ¡Me torturaba para que aceptara su cochina beca!”
“Si era una beca especial, ¿por qué no la tomó? ¡Se escucha como una oportunidad inigualable!”
“¡Porque no me interesaba estudiar en el Tec! Y menos con esas tácticas de acoso tan horribles. Además, esas becas son una mentira, ¡te las terminan cobrando con intereses cuando te gradúas! ¡No te becan, te prestan!”
“Oh. Qué lástima que piensas así de tan buena universidad. Es una excelente alma mater, si me permites decírtelo. Yo me gradué de uno de sus planteles, incluso ahora soy docente ahí, enseño la materia de Civismo. Pero, no sabe lo mucho que me hizo paro el que me dieran una de sus becas. Si no me la hubieran ofrecido no podría haber estudiado en esa universidad. ¿Te interesa entrar al Tec?, ¿quieres informes? Porque, justo, tengo unos flyers en el portafolio que te pueden ayudar, y mira, si decides inscribirte a una de sus maestrías, ahorita están manejando una beca del ochenta y cinco por–”
“¡Aléjate de mí, Satanás! ¡Les dije que estaba aquí, les dije que el Tec estaba aquí, espiándome! ¡No me deja en paz! ¡No sé qué quiere de mí!”
Empecé a patalear en contra del supuesto juez, a lanzarle puñetazos al aire a su cara, a intentar destrozarle alguna parte del cuerpo al representante de quien destrozara mi psique de adolescente, de quien, incluso años después de haberme graduado de otra universidad, me seguía persiguiendo para coaccionarme a ser uno de sus alumnos. Previendo mi reacción, mi abogado decidió apelar a la civilidad del mundo moderno y contuvo mis extremidades a tiempo.
“Sólo una pregunta”, me dijo el juez al tiempo que estrujaba una de las hojas de mi denuncia tal como yo había estrujado el primer volante que recibí del Tec y su maravillosa oferta, “¿por qué demandar después de casi dos décadas?”
“Es que acabo de ver la de The Invisible Man, la nueva, la de este año, y cada escena era un flashback a todo lo que sufrí en la prepa por el acoso del Tec. Así, idéntico.”
“¿Entonces es una mala película?”
“No. Chingonsísima.”
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#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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#4 Tiempos
Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam
VOLUTA
Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.
Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?
No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.
Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?
Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?
Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?
Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.
Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:
Estimado antrop. León García Lam
Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo.
Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.
El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.
¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?
Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.
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