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SLP sigue líder… en transporte, producción y suministro de drogas
En reiteradas ocasiones, las autoridades han negado que en San Luis Potosí se produzcan drogas, pero las cifras dicen lo contrario
Por: Redacción
Entre enero y noviembre del 2019, el estado de San Luis Potosí ocupó el tercer lugar nacional en producción de drogas, el primero en transporte de estupefacientes y el tercero en suministro, de acuerdo con el reporte del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
En los primeros once meses del año recién terminado, San Luis Potosí registró 148 carpetas de investigación por delitos contra la salud en su modalidad de producción de drogas, que solo fueron rebasadas por las 172 carpetas que tuvo en este rubro Baja California y las 189 del estado de Jalisco, según el “Reporte de incidencia delictiva del fuero federal”.
De acuerdo con el documento, la entidad potosina ocupa también el primer lugar en carpetas de investigación abiertas por delitos contra la salud en la modalidad de transporte, con un total de 161 carpetas iniciadas.
La entidad obtuvo además el tercer lugar en el rubro de delitos contra la salud relacionados con suministro, lo que significa la transmisión de narcóticos de forma directa o indirecta.
En la modalidad de suministro, en la entidad potosina se iniciaron 32 carpetas de investigación relacionadas con dicho delito. San Luis Potosí solo fue superado por el estado de Coahuila, quien inició 34 carpetas y la Ciudad de México, quien inició 139 carpetas bajo el mismo rubro.
UN RESULTADO PREVISIBLE
Durante todo el año 2018, el estado de San Luis Potosí se posicionó como el principal productor de drogas del país y desde entonces no ha logrado salir de los primeros lugares. Los números de casos relacionados con la producción de estupefacientes se multiplicaron por siete en ese año, si se le compara con el 2017, de acuerdo con las estadísticas del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP).
RESPUESTAS “A LAS CARRERAS”
En enero del 2018, el gobernador Juan Manuel Carreras López dijo que el incremento en la violencia y la incidencia delictiva se debe a una creciente y diversificada producción de drogas. En cambio, en noviembre del 2018, el secretario de Seguridad Pública, Jaime Ernesto Pineda Arteaga, declaró que “no, aquí no es lugar de producción”. “Lo que pasa es que es el centro del país, la mayoría de la droga pasa y va hacia la zona fronteriza y por la situación geográfica, es una de las atribuciones”, dijo el secretario Jaime Pineda.
A mediados de febrero del 2019, el secretario general del Gobierno del Estado, Alejandro Leal Tovías, aseguró que la producción o manufactura de cualquier tipo de droga en la entidad potosina estaba descartada y negó en su momento que San Luis Potosí ocupe el primer lugar como productor de drogas en la República Mexicana. Al respecto de la producción de estupefacientes en el estado potosino, el secretario Leal Tovías dijo: “eso no ocurre aquí, no se produce ni hay producción de drogas en San Luis Potosí”.
Mientras Alejandro Leal Tovías negaba los datos respecto a producción de drogas, el gobernador Juan Manuel Carreras López encontró otra forma para descalificar la situación, pues declaró que “el dato sobre producción de drogas es inexacto y no corresponde a la realidad, lo que sí es verdad es que ha habido una disminución en materia de homicidios”.
A pesar de sus declaraciones a principios del 2019 donde negaba un problema significativo vinculado con los estupefacientes, durante el “Seminario de Políticas Públicas de Droga en México”, celebrado en agosto pasado, el gobernador de San Luis Potosí aceptó que el combate a la producción y distribución de drogas es uno de los principales retos que deben atender los tres órganos de gobierno.
Este reconocimiento de la problemática vinculada con la producción de drogas de parte del ejecutivo estatal potosino pudo haberse debido a los tiroteos ocurridos en la zona de clubes nocturnos de la capital, donde se reportaron fallecidos y a pesar de eso, Juan Manuel Carreras, negó que la situación de la inseguridad se hubiese salido de control. “Son temas de narcomenudeo, es lo que me reportan”, dijo el gobernador Carreras López.
Tan solo un mes después, el 19 de septiembre del 2019, el mandatario estatal, durante una rueda de prensa en compañía del secretario de Seguridad Pública y Seguridad Ciudadana del gobierno federal, Alfonso Durazo Montaño, interrumpió una de las preguntas para el secretario federal y tomó la palabra para negar los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, los cuales revelaban el liderazgo de la entidad potosina en delitos relacionados con la producción de drogas.
A estos señalamientos, el gobernador Juan Manuel Carreras dijo que: “no es un tema de producción. Yo ahí te invitaría a que la Fiscalía (del Estado) te dé la información […] porque no es correcto decir en esos términos que San Luis Potosí tenga ese liderazgo”. Para acompañar las negaciones del gobernador ante el tema, el secretario Durazo Montaño, se reservó sus respuestas sobre el tema de la producción de drogas y se limitó a contestar que: “no estamos para echarnos la bolita unos a otros, […] debemos sumar sin regateos”. Carreras López pidió la intervención de la Fiscalía estatal, pese a que los delitos contra la salud son de competencia federal.
El 7 de noviembre del presente año se le preguntó al gobernador Juan Manuel Carreras si ya había recibido información que relacionara algún grupo delictivo en específico que trabajara en el estado en delitos relacionados con la producción de drogas, a lo que el gobernador de la entidad potosina dijo que: “en la medida de los procedimientos, la Fiscalía General del Estado podría dar más información”.
A pesar de su dicho, cuando se le cuestionó al fiscal general del estado, Federico Garza Herrera, si los delitos relacionados con la producción de drogas podrían estar ocasionando inseguridad en San Luis Potosí, el fiscal general se limitó a contestar que: “Yo no afirmo ni una cosa ni otra, esperemos que las líneas de investigación nos den un resultado, cualquier opinión en lo que se menciona sería mera especulación”.
Pese a que las autoridades estatales han negado sistemáticamente que exista un problema de narcotráfico en territorio potosino, desde hace ya dos años se ha mantenido como uno de los principales productores de drogas, además de que ahora también es el tercer lugar en suministro y el primero en transporte, sin que hasta el momento exista una explicación convincente de por qué ha ocurrido este fenómeno.
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Por: Redacción
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano
Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado
Por: Ana G Silva
A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.
Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.
Inician.
Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.
La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.
A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.
Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.
Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.
En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.
Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.
En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.
En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:
Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.
Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.
Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.
Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.
Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.
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