abril 19, 2024

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#Pray4Canelo | Columna de Daniel Tristán

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Canelo

LaguNotas Mentales

 

A decir verdad nunca he sido del todo asiduo a invertir tiempo de mi día a día en Facebook. El uso que le he dado a dicha red social iba más bien enfocado en cuestiones laborales o movidas de compra/venta de algún artículo. Jamás le di el uso social (¿o antisocial?) que realmente tiene.

Resulta que mi desapego a la red social mencionada derivó en un desentendimiento total de un montón de cosas que sucedían por aquellos días. No le voy a hacer el cuento largo, por mi ausencia en Facebook llegué a perderme de cumpleaños de amigos, bodas, presentaciones de bandas y hasta de algunas campañas gratuitas de esterilización para gatitos.

Con el pasar de los años he aprendido que en la vida no existen las casualidades, existen las causalidades. Esas experiencias que suceden no por coincidencias, más bien suceden con un propósito y finalidad específicas. Tal desconexión del submundo que acontece en Facebook  me agarró bastante mal parado cuando tuve mi primer encuentro con Canelo, el perro aventurero. Historia que si usted me permite, culto público, me gustaría contarle a continuación. 

Sucedió en una helada noche de diciembre de 2018. Mi naturaleza noctámbula me había llevado esa noche a salir de la cama para salir a buscar una cerveza y algo de cenar. Al lograr mi objetivo decidí subir a mi camioneta para regresar a mi departamento pero un bulto café me impidió mover mi vehículo. Entre la penumbra de la noche y el efecto de las cervezas pensé que se trataba de un costal o bolsa de basura, pero al mirar más de cerca me encontré con que era un chucho callejero el que había encontrado refugio en la cercanía del motor de mi camioneta.

Al acercarme un poco más noté que el animal tiritaba de frío, y no era para menos, pues el termómetro marcaba no más de 3°C. Pude observar también que el can llevaba un paliacate verde en el cuello con una anotación que rezaba “Soy Canelo, el perro aventurero” y junto un número de celular había sido cuidadosamente escrito sobre la tela. Le ofrecí algo de comida, a lo cual accedió inmediatamente. Fue imposible dejarlo ahí abandonado a su suerte. Lo invité a subir a mi camioneta y decidí llevarlo a casa para que pasara la noche con la única intención de llamar a sus dueños al amanecer y entregarlo sano y salvo. 

Por la mañana lo primero que hice fue lavarme la cara y prepararme un café cargado para despertarme y aclarar un poco las ideas. En seguida tomé mi celular y decidí llamar a los dueños de Canelo. Tras un par de intentos no logré comunicarme y sólo obtuve respuesta del buzón de voz. Intenté de nuevo tras unos minutos sin lograr mi objetivo. Como recurso emergente decidí enviar un WhatsApp diciendo que había encontrado a Canelo perdido en la calle, que había pasado la noche en mi departamento y que en el momento que ellos desearan podían pasar por el para llevarlo a casa. Esta vez la respuesta fue inmediata y me dejó impactado: – Muchas gracias por darle posada a Canelito. Ábrele la puerta y déjalo ir. 

La respuesta me pareció completamente descabellada. Había hecho un esfuerzo por rescatar al animal perdido, darle cobijo por esa noche y encontrar a su dueño para que me pidieran que lo devolviera a la calle. “¡Vaya chusma!” pensé. Para ese momento la ansiedad del animal comenzó a inquietarme pues buscaba escape por las ventanas y puertas del departamento, rasgó un par de mosquiteros y dejó sus garras marcadas en la madera de la puerta principal. Lo único que se me ocurrió en el momento fue subirlo nuevamente a mi camioneta y llevarlo a algún refugio para animales de la calle

. Al intentarlo Canelo pegó carrera hacia la avenida principal y simplemente escapó sin dejar rastro.

Decidí que había hecho lo que estaba en mis manos por ayudarlo y que ya no era asunto mío salir a perseguirlo. Le conté la anécdota a un par de amigos a lo que me respondieron sorprendidos que si no sabía quién era Canelo. Me contaron la historia de una suerte de perro rockstar que era conocido por la ciudad entera, que contaba con una página de miles de seguidores en Facebook y que vagaba por las calles mientras todo el mundo aprovechaba la menor oportunidad para tomarse una selfie con el.

Fue así cómo me enteré de quién era Canelo y la importancia que tenía. Fue así como, desde ese día, comencé a poner mayor atención al andar en la calle y me lo encontré un par de veces más durmiendo en las banquetas. Fue así que comprendí que hay algunas veces en las que el respeto por la vida rebaza la maldad humana y deriva en una muestra de amor y cariño desinteresado.

Por años la sociedad potosina ha cuidado de Canelo como si se tratara de un miembro más de la familia. Resulta increíble que muchos jóvenes conozcan más acerca del carismático chucho que de los hombres que dan nombre a las calles en las que Canelo solía vagar.

Hoy Canelo se enfrenta a los inevitables achaques que la edad acarrea. El  ocaso del perro más querido por los potosinos es una dolorosa realidad. La enfermedad de Canelo lo ha obligado a frenar la carrera para ser sometido a quimioterapia. Culto público, si bien es una realidad que, aunque la quimioterapia surta el efecto deseado, la vida de Canelo es una estrella que se apaga poco a poco. Con la ayuda de la sociedad y de su veterinario seguramente los últimos años de Canelo serán de la mejor calidad a la que un animal pueda aspirar.

Todos tenemos una historia vivida con Canelo para contar. La luz de Canelo inevitablemente va a apagarse, pero su vida quedará en la memoria colectiva para la posteridad. Canelo será de esas historias que se albergarán en los libros de leyendas potosinas y que, seguramente, pasarán de boca en boca por las generaciones venideras. 

Gracias Canelo por darnos una lección de vida, por mostrarnos la importancia del respeto a la vida y el valor de las reglas de la convivencia en sociedad. Gracias por hacernos ver que, a pesar de todo lo malo, aún existen historias hermosas para contar.

¡Fuerza Canelo!

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para darnos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado
    , pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

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