#4 Tiempos
Los dos relojes del edificio azul | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
Una vez –según cuenta una historia judía- un campesino llegó a un pueblecito de la Europa oriental: venía de muy lejos, en carreta, a arreglar asuntos de diversa importancia.
Tan pronto como se apeó del carro, echó un vistazo a su alrededor y descubrió que el pueblo era en verdad como se lo había imaginado: polvoriento y hasta cierto punto triste. Sin embargo, una cosa llamó su atención, y era que en un costado de la plaza se hallaba un edificio azul en el que alguien había empotrado dos grandes relojes.
-«¡Es inaudito! –exclamó el recién llegado-. ¿Por qué dos relojes? ¿Es que con uno no es más que suficiente? ¡Y para colmo en el mismo edificio! Lo que pasa es que los habitantes de esta ciudad son unos presuntuosos que buscan apabullar al extranjero con la exhibición de su riqueza.
Y, satisfecho con aquella explicación, echó a andar hacia la plaza del pueblo. No se había alejado ni veinte metros cuando un primo suyo, que había venido a encontrarlo, se le echó al cuello y lo llenó de palabras afectuosas, mas el campesino, que no dejaba de pensar en el misterio de los relojes, en vez de sumergirse en los efluvios sentimentales que la ocasión exigía, preguntó:
-Primo, la verdad es que no entiendo la razón de haber colocado dos relojes allí arriba…
Y justo en el momento en que decía allí arriba descubrió que mientras un reloj marcaba las 11, el otro, quitadísimo de la pena, marcaba las 3.
-¡Y, además, dando cada uno su propia hora!
-Es verdad –reconoció el primo-. Pero, piensa: si los dos relojes marcaran la misma hora, ¿para qué diablos íbamos a tener necesidad de dos relojes? Y como tenemos necesidad de los dos –de uno por su exactitud y de otro, descompuesto desde hace años, por su belleza- los hemos dejado allí para que cada uno haga lo que pueda.
¡Sabia resolución! Que se queden allí los dos relojes. Que al primero se dirijan los hombres para llegar temprano al taller, y al segundo para que se solacen contemplándolo. ¿Quién ha dicho que lo bello deba además ser útil? No importa que los relojes den cada uno su propia hora; es más, que no den por ningún motivo la misma hora, pues de lo contrario uno de ellos saldrá sobrando y habrá que quitarlo cuanto antes del edificio azul.
Lo mismo sucede con los hombres. Si todos fueran iguales –si todos dieran la misma hora-, ¿qué necesidad habría de que existieran? Con uno sería más que suficiente. No habría necesidad de dos, y mucho menos de siete mil millones. Para que se justifique la existencia de tantos seres en el universo es absolutamente necesario que cada uno sea sí mismo, original y único, es decir, que no intente ser como los demás ni luchar por parecerse a ellos, pues de lo contrario su vida no tendría razón de ser.
Esto explicó muy bien Martin Buber (1878-1965), el filósofo judío, en una de sus conferencias en la Universidad de Jerusalén: «Cada uno debe desarrollar y darle cuerpo a su propia unidad e irrepetibilidad y no rehacer una vez más lo que otro, aunque sea la persona más grande, ya ha realizado. Cuando ya estaba viejo y ciego Rabí Bunam dijo un día: “No quisiera cambiar mi puesto con el del padre Abraham. ¿Qué sacaría Dios con que el patriarca Abraham se volviera como el ciego Bunam y el ciego Bunam como Abraham?”. La misma idea la expresó con una claridad aún mayor Rabí Sussja quien, en punto de muerte, exclamó: “En el otro mundo no me preguntarán: “¿Por qué no has sido Moisés?”, sino que me preguntarán, en cambio: “¿Por qué no has sido Sussja?”».
Existe el deber de ser uno mismo, es decir, de cumplir con el propio destino, con la personalísima vocación. El que, por querer dar gusto a los demás, renuncia a ejecutar aquello que está llamado a ser, comete un acto de lesa majestad contra el Señor. «Si rechazase su tarea específica –asegura Michel de Certeau (1925-1986), el famoso jesuita- con el pretexto de que está en conflicto, o por lo menos en competencia, con los intereses de otros (por superiores que sean), traicionaría hermanos e hijos y abandonaría su función, necesaria a todos». En otras palabras: el que no hace lo que está llamado a hacer, no sólo peca, sino que echa por tierra el plan que Dios había trazado para él.
Knulp, en un bellísimo relato de Hermann Hesse (1877-1962), ha sido toda su vida un vagabundo. Y, mientras agoniza, ve que Dios camina hacia él. Knulp piensa que el Señor va a reñirlo a causa de su vida errante, de sus dones desperdiciados, pero Dios no sólo no lo regaña, sino que le sonríe y le dice:
«-Knulp, piensa en aquellos tiempos de tu dorada juventud. ¿No bailaste acaso gozoso como un niño y no sentiste, asimismo, la belleza de la vida que corría por tus articulaciones? ¿No supiste acaso cantar y tocar la armónica de modo tal que todas las muchachas no apartaban los ojos de ti? ¿Te parece que todo eso no valía nada?… ¿No ves, cabeza de niño atolondrado, que todo estuvo bien y que tuvo un sentido? ¿No comprendes que era menester que fueras un ave de paso y un vagabundo para que sembraras por doquier un poco de pueril locura y de risas infantiles? ¿Para que las gentes de todas partes te amaran un poco, se burlaran de ti y te estuvieran también un poco agradecidas? Dices: “¿Por qué no pude ser un hombre como los demás?”. Pero, ¿a qué lamentarte? ¿Es que en verdad no comprendes que todo lo ocurrido fue bueno y justo y que nada podía haber sido de modo distinto de como fue?… Mira –siguió diciéndole el Señor-, precisamente te necesitaba tal como fuiste, y no de otra manera. En mi nombre erraste por los caminos para infundir en las gentes sedentarias y establecidas en un lugar, un poco de nostalgia por la libertad que tú representabas».
En su aparente inutilidad, Dios amaba a Knulp. ¡Por lo tanto, que los dos relojes se queden allí! Uno podrá parecer que no funciona, pero aún así, como Knulp, está cumpliendo su función.
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#4 Tiempos
El Dios de los encuentros | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
Como, por lo general, me gusta leer a viejos autores olvidados, hoy he recitado en voz alta ante mis alumnos, antes de iniciar la clase, un poema de Sully Prudhomme (1839-1907), el famoso escritor francés.
-¿Famoso? –dijo al punto uno de ellos, que era un diablo-. ¡En su casa lo conocen!
-Bueno –digo-, es verdad que son pocos los que hoy han oído hablar de él y, sin embargo, fue el primero en recibir el Premio Nobel de Literatura, lo que ya quiere decir algo. Lo recibió, para ser exactos, en 1901, y el poema que voy a leerles se titula Mi novia. Escuchen ustedes:
-«Aún no conozco a mi esposa, a la compañera destinada a mi corazón, a la que mi atormentada juventud espera. Pero sé que ha nacido ya y que respira en este mundo». He aquí el comienzo del poema: un muchacho, que no sabemos si será el poeta mismo, suspira por la que será más tarde su mujer. Pero, ¿dónde está ella? Él sabe –o por lo menos cree saberlo, o lo intuye- que ya nació. Ahora bien, ¿en dónde, en qué calle o país? ¿Y si nació, por ejemplo, al otro lado del mundo? ¡Ah, entonces no podría encontrarla!
-Je, je –hizo otro de mis alumnos. A leguas se veía que todo aquello le parecía demasiado cursi. Pero yo contraataqué, diciendo:
–El amor, jovencitos, es un milagro de coincidencias. Vean ustedes a través de la ventana: dos seres, un hombre y una mujer, caminan abrazados por la avenida; ahora bien, ¿cómo hicieron éstos para coincidir, para encontrarse? ¿Cómo es que a un cierto punto sus caminos se cruzaron? Una cosa parece clara: que, de buscarse, jamás se habrían encontrado. ¿Comprenden ustedes? Pero prosigamos con nuestra lectura: «En lo desconocido yo te amo y me desposo contigo. Me perteneces desde el pasado, novia invisible de la que ignoro hasta el nombre»…
»La joven –proseguí- aún no ha sido vista, y aunque en presentimientos existe ya, por el momento no es más que una sombra. ¿Cómo es ella? Él lo ignora, pero pide a la Virgen «que sea tímida y que encienda un cirio cuando retumbe el trueno»; es decir, la quiere humilde y piadosa. ¿Y no es esto pedir mucho? Nuestro poeta camina por las calles y atraviesa las plazas con la mirada atenta. ¿Y si ella llegase hoy? ¡Pero, ay, son tantas las mujeres que se mueven a su lado! ¿Cuál de todas es? ¿Aquella del impermeable amarillo, quizás, o esta otra del vestido negro y el caminar cansado?
-Ji, ji –hizo otro de mis alumnos, pero al ver que lo fulminaba yo con la mirada regresó al silencio. Proseguí:
-«¡Y decir que, a pesar de todo, mi vida está desierta, que la felicidad puede pasar hoy a mi lado entre la multitud y que acaso la multitud se cierre tras ella!». Es decir, ¿y si no la reconoce? ¿Y si pasa frente a ella sin notarla y sin detenerse? Ésta es la angustia que abate a nuestro muchacho: que quizá la mujer que espera camine ahora por otra avenida de la ciudad, o ría y sueñe bajo otras nubes, bajo otros cielos. ¿Cómo saber dónde se encuentra? El río humano fluye a su alrededor y él no logra distinguir aún a la elegida. Su angustia crece y crece hasta hacerlo decir: «Tal vez nos cruzaremos durante mucho tiempo en un punto del espacio sin sonreírnos, pues nadie se atrevería a decirle a una niña que pasa: “Tú, tú eres la que estoy esperando”».
»Sí, tal vez sea esta, tal vez sea aquella. Pero, ¿cómo saberlo? El joven está a punto de volverse loco. Busca, mira y suspira: sólo esto hace, pues no puede detener a ninguna de las que pasan frente a él para decirle: “¡Eres tú, eres tú!”. ¿Cómo hacer esto sin exponerse a recibir una cachetada o, ya por lo menos, un empujón? ¡Qué dilema! Pero, entonces, nuestro joven toma una sabia decisión: ya no buscará, ya no se angustiará, sino que dejará su suerte en las manos de Dios: «Desde entonces me callo. Mi alma solitaria confía nuestra unión en el futuro al Dios que sabe unir las plantas de la tierra con hálitos del cielo».
Mis alumnos me ven sonreír, pero no alcanzan a comprender la razón de mi alegría. Uno, el más rijoso de la clase, se pone de pie y me dice:
-Yo no entendí nada. ¿Eso que nos leyó le parece bello? A mí, en realidad, me parece tonto.
Le respondo entonces que sí, que me parece bello, y no solamente bello, sino profundamente verdadero; que, en fin, hay allí un mensaje que es preciso descifrar.
-Mira -le digo, pero ya no sólo a él, sino a toda la clase a través de él-, cuando alguien se siente solo, como este muchacho, siempre estará tentado a ponerse a buscar la compañía que necesita, y en este o en aquel, o en esta y en aquella, creerá poder encontrar al amigo o a la amiga por quien suspira su alma. Pero no encontrará lo que busca precisamente por esto: porque lo busca. ¡Las personas que nuestra alma echa de menos no se buscan nunca, sino que se encuentran! Son un don de Dios, un regalo…
-¿Entonces no hay que buscar amigos? –me preguntó otro, el listillo del salón.
–No. Las personas a las que hemos de amar llegarán por su propio pie. ¿Cuándo? Cuando dejemos de buscarlas, es decir, cuando Dios quiera. Hay gente que por sentirse sola y necesitada de ternura entabla todo tipo de relaciones con el primero que pasa; bien, déjenme decirles que estas relaciones por lo regular acaban mal. ¿Por qué? Porque aquí no se trata de amor, sino de un mero afán de sobrevivencia: algo así como el movimiento desesperado de un náufrago que se agarra a una tabla por la pura necesidad de mantenerse a flote. En realidad, no es que el otro les importe mucho: ¡ellos lo único que quieren es dejar de estar solos!
No, no hay que elegir a las personas, no hay que tomarlas del brazo para decirles: «¡Eres tú, eres tú!». Hay que dejar que lleguen, si es que llegan algún día. Hay que dejar que sea Dios mismo quien las ponga a nuestro lado, quien nos las presente, por decirlo así, pues de otro modo nos equivocaremos. En esto la intuición no funciona, y los presentimientos tampoco. ¿Qué le vamos a hacer? ¡Las cosas del afecto funcionan siempre así!
«Yo hubiera podido conocer a mucha gente –confiesa el escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942) en uno de sus libros-, pero me preservaba de hacerme notar aquella timidez que más tarde reconocí como ley esotérica y feliz de mi vida, y de acuerdo con la cual no debía buscar nada, ya que todo me sería dado en el momento oportuno».
Así es. Así suceden las cosas de esta vida, y así seguirán sucediendo por los siglos de los siglos. Amén.
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#4 Tiempos
2025, el año en que Toluca volvió a mandar | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
El 2025 dejó claro que en la Liga MX los ciclos no desaparecen, solo esperan el momento adecuado para reaparecer. Entre torneos cortos, liguillas impredecibles y proyectos que se diluyen con rapidez, hubo una certeza que se fue construyendo jornada tras jornada: Toluca fue, sin discusión, el equipo del año. No por un destello aislado, sino por la forma en la que recuperó autoridad, identidad y presencia en los momentos que definen temporadas.
Los diablos entendieron mejor que nadie cómo navegar el caos natural del campeonato. No fue un equipo espectacular todo el tiempo, pero sí uno profundamente competitivo. Supo cuándo imponer ritmo, cuándo resistir y cuándo ser práctico. En una liga donde muchos confunden intensidad con urgencia, los escarlatas apostaron por la calma y terminaron encontrando resultados. El bicampeonato fue la confirmación de un proceso que dejó de mirar al pasado y decidió construirse desde el presente.
Mientras tanto, América siguió ocupando el papel de referencia obligada. Su regularidad y su capacidad para llegar a finales lo mantuvieron en la conversación durante todo el año. Sin embargo, 2025 también expuso una verdad incómoda para los azulcremas: dominar fases largas no siempre garantiza cerrar con éxito. América fue protagonista, sí, pero terminó cediendo ante un Toluca que entendió mejor los tiempos del torneo.
Otro de los puntos altos del año fue la vigencia de Tigres. Sin el ruido mediático de otros ciclos, el conjunto regiomontano volvió a competir con seriedad, recordando que los proyectos largos no pierden valor de un día para otro. Tigres no necesitó reinventarse para seguir siendo incómodo; le bastó con sostener su estructura y su carácter competitivo.
Pero el 2025 también dejó señales alentadoras fuera de los nombres habituales. La aparición de jóvenes futbolistas en distintos clubes refrescó el panorama. No todos lograron continuidad, pero varios demostraron que el talento existe y que, con confianza, puede influir en el desarrollo del torneo. En un contexto donde la inmediatez suele devorarlo todo, esas irrupciones fueron un respiro. Nombres como el de Camberos, Lainez, y sobre todo Mora, suenan de nueva cuenta para levantar la mano justo meses antes del mundial, esperanza abierta para sumar un futuro a corto plazo que ojalá se alargue por muchos ciclos mundialistas más.
A nivel colectivo, el año volvió a confirmar que la Liga MX se decide en detalles. Un error tardío, una desconcentración mínima o una racha breve pueden cambiar destinos completos. Toluca lo entendió mejor que nadie: fue sólido cuando debía serlo y oportuno cuando el margen se redujo. Esa lectura fina del torneo fue la diferencia.
Por eso, cuando se haga el balance de 2025, el relato será claro. No fue el año de la espectacularidad permanente ni de un dominio aplastante. Fue el año de la eficacia, la madurez y la paciencia, y en ese contexto, Toluca se levantó por encima del resto.
En una liga que pocas veces permite certezas, 2025 tuvo una, Toluca volvió a mandar. Y lo hizo recordándole al futbol mexicano que los proyectos con identidad, cuando se sostienen, siempre encuentran la manera de regresar a lo más alto.
Por último, en el ámbito local, 2025 fue para el olvido, San Luis no logró los objetivos trazados quedando fuera de competencia en ambos torneos locales y despidiéndose pronto como ya es costumbre de la Leagues Cup, un equipo que a veces resulta ser incómodo para algunos rivales, este año resultó serlo para su afición, hoy San Luis luce poco atractivo y sin mucho que ofrecer a nivel espectáculo, ojalá las cosas mejoren por el bien del equipo local, se ve complejo pero como bien se dice, año nuevo, esperanzas renovadas, ojalá.
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Destacadas
El padre de la física potosina, Gustavo del Castillo y Gama | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Con el título de El Padre de la Física Potosina, Gustavo de Castillo y Gama, publiqué un libro conmemorativo sobre la vida y obra de Gustavo del Castillo y Gama, físico potosino que fundó las instituciones educativas y de investigación en física en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Este 24 de diciembre estaría cumpliendo ciento cuatro años.
El libro en cuestión es de descarga gratuita y puede conseguirse en cualquiera de las siguientes dos direcciones:
http://galia.fc.uaslp.mx/museo/libros/EL%20PADRE%20DE%20LA%20FISICA%20POTOSINA.pdf
Justo en Noche Buena del 2025, Gustavo del Castillo y Gama estaría cumpliendo ciento cuatro años. Nacería en el famoso Barrio de San Miguelito en San Luis Potosí al dar las últimas campanadas del 24 de diciembre, como lo comentaba el propio Gustavo del Castillo. Su vida se desarrolló en San Luis Potosí, Tampico, la Ciudad de México y las ciudades norteamericanas de Lafayette y Chicago; se nutrió de un ambiente científico desde pequeño, pues al menos, un par de sus tíos trabajaban en astronomía en el Observatorio Nacional de Tacubaya, Rodolfo Jurado y Valentín Gama. Ambos de la dinastía Gama de gran influencia en la sociedad potosina.
No es de extrañar que orientara su vocación hacia la física, siendo estudiante de preparatoria, en una época donde no existían aún escuelas de física en el país, y, se planteó poder formarse como físico en los Estados Unidos. La situación bélica mundial, lo llevó a seguir estudiando en su ciudad natal, ingresando a la carrera de químico industrial que su grupo de estudiantes de preparatoria había propuesto, de la cual se tituló tocándole el privilegio de ser el primer titulado. De ahí pasó a la Facultad de Ciencias de la UNAM a estudiar la maestría en física y al terminar continuar con su proyecto de formarse como investigador en física en Estados Unidos, donde obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Purdue.
Fue de los primeros investigadores que tuvo el Instituto Nacional de la Investigación Científica (INIC) y se incorporó a la UASLP, impartiendo cátedra y formando el Laboratorio de Radiación Cósmica bajo los auspicios y emolumentos del INIC del que seguía siendo investigador. Su ingreso a la UASLP fue afortunado para impulsar el programa académico del Dr. Manuel Nava Martínez que era el rector de la UASLP en la década de los cincu enta. De esta manera se convertía en el primer doctorado que impartía clase en la UASLP y el único con dicho grado en la década de los cincuenta.
Fundó el Departamento de Física de la UASLP, de donde se derivarían la entonces Escuela de Física y el Instituto de Física de la UASLP que constituían un solo ente académico, que dividía el trabajo docente y el de investigación. El Laboratorio de Radiación Cósmica formaría parte del Instituto de Física y con ello inauguraba de manera formal trabajos de investigación científica, como tales, en la universidad potosina.
Creó el programa de construcción de cohetes de sondeo con el fin de realizar investigación científica en las altas capas de la atmósfera colocando al país en los pioneros en desarrollo aeroespacial, programa que ahora es conocido como Cabo Tuna. Su trabajo de investigación en radiación cósmica y en ciencias espaciales colocó a la UASLP en el escenario mundial en investigación en física. Si bien su labor en la UASLP se redujo a un lustro, este fue muy intenso y productivo y sentó las bases para el camino académico que seguiría la UASLP años después recorriendo las sendas y abriendo otras en torno a las raíces sembradas por Gustavo del Castillo, cuestión que luego es menospreciada o en el mejor de los casos olvidada.
La UASLP en la actualidad es reconocida nacionalmente y en algunas áreas internacionalmente gracias al trabajo docente y principalmente al trabajo de investigación científica que despliegan sus investigadores. La UASLP está situada como una de las mejores del país y en áreas como la física dentro de las primeras tres universidades del país. Esta situación se debe a la calidad de su personal académico, pero de manera muy especial por el trabajo pionero que fincara esta tradición por personajes como Gustavo del Castillo y Gama.
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