julio 15, 2025

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

La muerte del profesor Montag | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

 

Imagine que está usted enfermo y que ignora la gravedad de su mal. Sus  amigos y parientes, para consolarlo, le dicen que no es nada, que todo fuera como eso, que ya verá cómo se pone bueno: en fin, cosas así. Sin embargo, recientemente ha descubierto que su médico, al hablar con sus hijos –con los hijos de usted, claro está- baja mucho la voz y adopta poses misteriosas. Ah, si todo estuviera tan bien como dicen, ¿por qué ese afán de formar conciliábulos detrás de las puertas, por qué esos bisbiseos que, pese a todo, usted alcanza a escuchar? ¿De qué hablan sus parientes, qué se dicen unos a otros? Apenas sale el médico de su habitación –estamos hablando de la suya, no lo olvide-, todos los de la casa empiezan a agruparse en círculos y a decir cosas como en clave, lo cual le da a usted muy mala espina. «¿Es que hay algo que éstos tratan de ocultarme?», se pregunta sin saber qué pensar.

Pero un día de tantos –seguimos con las suposiciones-, hurgando entre los papeles que reposan desordenadamente sobre un viejo escritorio, descubre el siguiente texto redactado nada menos que por su propia esposa: «Después de larga y penosa enfermedad, ha fallecido nuestro amado padre y esposo, el profesor doctor honris causa Wolf-Gerhard Montag». Por supuesto, ese doctor honoris causa del que habla el texto es precisamente usted. Diga la verdad: ¿qué sentiría?

Pues bien, esto fue lo que descubrió un día de 1990 el profesor Wolf-Gerhard Montag en Viaje a Trieste, la novela del escritor alemán Harmut Lange. Mientras se recuperaba de una dolorosa operación y deambulaba sin rumbo por las habitaciones de su casa, el profesor Montag pudo descubrir que los que lo rodeaban, en espera de su muerte, habían tomado ya todas las medidas pertinentes al caso y organizado el funeral.

Piense usted en lo que pudo haber sentido este pobre hombre al leer aquel papel. Como pudo, hizo de tripas corazón y se mantuvo en silencio. Pero he aquí que unos días más tarde descubrió, también en la biblioteca de su casa, este otro texto en forma de carta, listo para ser enviado a algún familiar lejano -por supuesto, también estaba firmado por su señora esposa-: «Ten presente –decía la nota- que cada letra cuesta veinticinco marcos (entonces eran todavía marcos) y que una lápida decente no se obtiene por menos de treinta mil. También habría que pensar si no conviene reducir las esquelas y, por lo menos, eliminar el honoris causa. Aquí cada sílaba resulta cara, y, ¿quién da importancia a semejante título? Además, a la esquela grande del Frankfurter Allgemeine tendría que contribuir toda esa gente, y si nosotros, como tú dices, reunimos treinta y cinco nombres y cada cual paga cien marcos, quedaría cubierta una parte del gasto».

El profesor Montag, al leer aquello, quiso morirse allí mismo, pero no de la enfermedad, sino de la pena. Pero eso no era todo, pues la carta continuaba así: «Esquela/imprenta: 10.000 marcos; entierro/tumba: 8.000 marcos; otros gastos: 3.000 marcos; total: 21.000 marcos». Todo estaba calculado, todo previsto. Lo único que faltaba era la fecha del deceso, pero ésta, claro está, era una de las pocas cosas que no dependía de la familia; no obstante, esposa e hijo se habían apalabrado ya con el dueño de una imprenta de la ciudad y éste se había comprometido solemnemente a tener listas las esquelas para el día en que ellos dijeran y a respetarles el precio establecido de antemano.

¡Qué familia más previsora! Sí, muy previsora, pero la verdad es que el profesor, además de morirse él, quería matarlos a todos. ¡Con qué desparpajo hablaban estos idiotas de marcos, entierros y coronas de flores! Pero no les cuento el final por si alguien, alguna vez, da con un ejemplar de esta novela bella y terrible y se decide a leerla.

¿Qué es lo que nos choca de esta previsión, por qué la sentimos irreverente y fuera de lugar? ¿Qué es lo que en ella nos parece insoportable? ¡Habían matado al profesor antes de tiempo! ¿Es que no era posible un milagro, un giro de esa rueda de la fortuna que es la vida?

Los demás han muerto para nosotros no cuando sabemos que se van a morir –pues esto es algo que de alguna manera todos saben-, sino cuando esperamos su muerte. Es esta espera impaciente la que nos parece intolerable, inhumana, patética.

La muerte, por más que parezca irremediable, para que sea una muerte humana, debe ser siempre inesperada. Se debe querer luchar contra ella, pese a todo; debe siempre sorprendernos y, a ser posible, hacernos llorar. En la historia que acabamos de contar  es la aceptación anticipada de ella lo que nos parece trágico.

Desde que leía esta novela –Viaje a Trieste-, pido siempre silencio a los que hablan en torno a las camas de los enfermos graves. De oír alguna palabra inconveniente, de notar algún gesto de previsión, éstos podrían llegar a creer que su familia no sólo sabe algo de su muerte, sino que incluso secretamente la espera. Hay que guardar silencio aun con aquellos que parecen ya no escucharnos. El hombre es un mar, y por más sereno que nos parezca en la superficie, nada sabemos de las corrientes que se agitan en su interior.

Dijo una vez en el transcurso de una conferencia la doctora Elisabeth Kübler-Ross: «En la proximidad de una persona inconsciente no se debe hablar más que de cosas que esta persona pueda escuchar, sea cual fuere su estado. Es triste lo que a veces se dice en presencia de enfermos inconscientes… También es necesario que sepáis que si os acercáis al lecho de vuestro padre o madre moribundos, aunque estén ya en coma profundo, os oyen todo lo que decís, y en ningún caso es tarde para decir lo siento, te amo, o alguna cosa que queráis decirles» (La muerte: un amanecer).

¡Y vaya que esta mujer, que esta doctora sabía de lo que hablaba: había visto morir a 20.000 personas a lo largo de su vida y más de una conclusión había sacado de todo esto!

También lee: Pecado original | Columna de Juan Jesús Priego

#4 Tiempos

El experimento de Carrillo que abrió la puerta a un nuevo universo musical | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Publicado hace

el

EL CRONOPIO

El pasado 13 de julio se cumplieron ciento treinta años del trascendental experimento donde Julián Carrillo dividió el tono en dieciséis partes obteniendo lo que llamó el Sonido 13 que se agregaba a los doce sonidos conocidos hasta ese entonces, 1895 y al mismo tiempo expandía en noventa seis los sonidos en la octava musical. Carrillo abrió la puerta a un nuevo universo musical, y gracias a la genialidad de su autor logró convertirse en todo un sistema que a últimas fechas ha recobrado especial interés a nivel mundial.

A partir de ese experimento Carrillo desarrolló su teoría del Sonido 13 que revolucionaria el mundo de la música. Controvertidas teorías que causaron en el país, principalmente, a diferencia de otras partes del mundo, un rechazo a la figura y obra de Julián Carrillo que perdura de cierta manera a la fecha, desvirtuando la importancia de ese simple experimento que realizó con la ayuda del violín abocándose a dividir la cuarta cuerda del violín sucesivamente hasta los límites prácticos de ese proceso.

Uno de los puntos que suele criticársele a Julián Carrillo, es el del descubrimiento, por decirlo así, del microtonalismo, suele asegurarse que una gran cantidad de personajes trabajaban en ese aspecto y que habían logrado hacerlo, o bien que sistemas como el hindú y algunos otros tenían música microtonal. Por otro lado, suele cuestionarse también, que fuera justo el 13 de julio de 1895, sin que nadie lo viera y sin que en ese momento se registrara el acontecimiento, salvo, el dicho del propio Carrillo que menciona el descubrimiento y que recurre a uno de sus condiscípulos como testigo de dicho experimento.

Se tacha de chocante la crónica difundida por el propio Carrillo. Esta situación, suele desvirtuar el propio acontecimiento, pues el experimento como tal, fue más allá de su simple realización, abrió la posibilidad de la discusión teórica y experimental acerca del sistema musical en práctica; mientras otros personajes trataban de lograr los cuartos de tono, Carrillo logró los diesiceisavos de tono y desarrolló las respectivas teorías que le permitieron enriquecer, simplificar y purificar la música, construyó nuevos instrumentos únicos en el mundo, ideó un nuevo sistema de escritura musical, escribió música en sistema microtonal demostrando su posibilidad interpretativa y auditiva, e incorporó las importantes y poco estudiadas leyes de metamorfosis musical. Todo ello forma parte del llamado Sonido 13. Existen todas las evidencias contextuales para asegurar, no solo la posibilidad de realización de dicho experimento, sino, los factores necesarios para que una personalidad como la del entonces joven Carrillo, pudiera llegar a la conclusión de la división del tono en dieciséis partes iguales, dieciseisavos de tono.

En San Luis Potosí Carrillo fincaba esa inquietud con la acústica musical y preparaba el terreno para experimentar con el sonido y la dependencia de la frecuencia con sistema de ondas estacionarias como suceden al vibrar una cuerda cualquiera.

Un niño entusiasmado por la música, que comenzaba a manifestar un especial talento por la misma, en una clase donde de cierta forma se le permitía jugar con elementos a su alcance, soñando y desplegando su espíritu inquisidor, le abría la posibilidad de experimentar mediante el juego, moldeando su ingenio. De esta forma, al decir de su maestro de primeras letras Germán Faz en la Escuela número nueve de San Sebastián, Carrillo solía jugar con una de las cintas de su zapato, que entonces tenían un núcleo de resorte, haciéndola vibrar sosteniendo con la boca uno de sus extremos y con la mano el otro de ellos, produciendo sonidos que podía percibir, se moldeaba, como decíamos, el futuro investigador. Por cierto, su profesor comentaba muchos años después, ya cuando se propagaba intensamente las teorías del Sonido 13, que éste, de cierta forma, pudo haberse fraguado en esos regulares juegos con las cintas de su zapato que realizaba el niño Julián, mientras trascurrían las lecciones diarias de aritmética. En ese juego Carrillo podría observar que el sonido producido por la cuerda de su zapato dependía de la forma en que la tensionaba y de la longitud que controlaba con su mano, tal como lo haría con el violín, poco tiempo después, armando notas que deleitaban al oído.

El propio Julián Carrillo en sus escritos en el libro pláticas musicales que editó en 1923 en su volumen dos refiere detalles contextuales del experimento y el nombre del discípulo que ayudó en ese experimento:

“en el último lustro del siglo pasado y queriendo ver si era posible dividir el semitono, intenté con mi discípulo y amigo Eucario Rodríguez, de Guanajuato, un trabajo de experimentación y de una manera primitiva -supuesto que carecíamos de medios apropiados para ello- logramos, subdividiendo la cuerda de un violín con el filo de una navaja, oír entre las notas Sol y La de la cuarta cuerda dieciséis sonidos distintos perfectamente claros”.

El Sonido 13 es mas que este experimento, tiene una estructura compleja que Carrillo desarrollo y cuya epistemología se basa en tres axiomas derivados básicos que se centran en el compromiso o, los principios, de Simplificación, de Purificación y de Enriquecimiento, que Carrillo llamó postulados.

También lee: Un encuentro con la tabla periódica: la participación potosina | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Continuar leyendo

#4 Tiempos

La decadencia de la risa | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Publicado hace

el

LETRAS mínúsculas

Ya a finales del siglo XIX, Eça de Querioz (1845-1900), el famoso novelista portugués, se quejaba de lo poco que nos reímos los modernos, lamentándose de que lo que él llamó «la risa antigua» estuviera en vías de franca desaparición. «Nosotros –escribió en un ensayo muy poco conocido-, hijos de este siglo serio, perdimos el don divino de la risa. ¡Ya nadie ríe! Casi ya nadie sonríe siquiera, porque lo que queda de la antigua sonrisa, fina y viva, tan celebrada por los poetas del siglo XVIII, o de la sonrisa lánguida y húmeda que encantó al romanticismo, apenas es un entreabrir lento y helado de los labios que, por el esfuerzo con que se contraen, parecen muertos o de hierro».

Sí, cada vez reímos menos, y, como dije en otra ocasión, si en algo aventajamos a los hombres y mujeres de otras épocas es en nuestra seriedad, que no es meditativa ni religiosa, sino triste, culpable y mortecina: una seriedad, para decirlo ya, muy parecida a la de los cadáveres.

Sigue diciendo el novelista: «Nunca más he vuelto a oír esa carcajada magnífica de mi infancia. Lo que hoy se escucha es a veces una sonrisa cascada, seca, dura, áspera, corta, que sale a través de una resistencia, como arrancada por unas cosquillas, y que bruscamente muere, dejando los rostros mudos y fríos. ¡He aquí la risotada de nuestro siglo!».

La alegría, hoy, ha acabado convirtiéndose en un lujo; y, si no me cree usted, si mi afirmación le parece exagerada, pregunte a sus vecinos si son felices para que obtenga un centenar de respuestas como ésta: «¿Feliz yo? ¡Cómo se le ocurre, estimado señor!». Y se pondrán a hablarle del trabajo –tan mal pagado-, del cambio climático, de la delincuencia organizada o del estrés. ¡Y conste que hoy tenemos casi todo aquello de los que nuestros antepasados carecieron! Las cajas de música de mi infancia tocaban sólo una canción, y, para colmo, había que darles cuerda; las cajas de música de los muchachos de hoy tocan –o al menos pueden hacerlo- hasta 20 o 30 000 canciones, pero no por eso el corazón de estos muchachos se ha vuelto más alegre, más musical. ¡Qué rostro más avejentado pasean por las autopistas de la vida! ¿Sonreír? No, gracias. La verdad es que ni siquiera se les ocurre.

«Nadie ríe –continúa Eça de Queiroz-, y nadie quiere reír. Tenemos todos el indefinible sentimiento de que la risa estridente y clara desentona con la atmósfera moral de nuestro tiempo». Y se pregunta: «¿De dónde proviene esta desoladora decadencia de la risa? Habría que componer un estudio sobre la Psicología de la taciturnidad contemporánea».

Algún día, si no cambio de parecer, escribiré esa psicología de la tristeza que invita a hacer a sus lectores el autor de La ciudad y las sirenas. Dicho tratado deberá responder a las siguientes preguntas: 1. «¿Por qué estamos hoy tan endiabladamente tristes?»; 2. «¿Quién nos ha robado el mes de abril?»; 3. «¿Por qué razón nos hemos vuelto tan huraños y tan antipáticos?», etcétera.

Que esto es así –es decir, que hoy estamos los hombres más tristes que nunca- lo dicen incuso autores bastante enterados de los problemas de nuestra época. He aquí, por ejemplo, lo que escribió el doctor Luis Rojas Marcos en un libro que apareció en las librerías casi cien años después de que lo hiciera ese ensayo de Eça de Quieroz que hemos venido citando; el libro en cuestión se titula La pareja rota y dice así en una de sus páginas:

«Desde finales de los años sesenta ha brillado la generación del yo, el culto al individuo, a sus libertades y a su cuerpo, y la devoción al éxito personal. La dolencia cultural que padecemos desde entonces es el narcisismo, aunque según dan a entender estudios recientes, la comunidad de Occidente está siendo invadida ahora por un nuevo mal colectivo: la depresión. La prevalencia del síndrome depresivo está aumentando en los países industrializados, y las nuevas generaciones son las más vulnerables a esta aflicción. Así, la probabilidad de que una persona nacida después de 1955 sufra en algún momento de su vida de profundos sentimientos de tristeza, apatía, desesperanza, impotencia o autodesprecio, es el doble que la de sus padres y el triple que la de sus abuelos. En Estados Unidos y en ciertos países europeos, concretamente, sólo un 1 por 100 de las personas nacidas antes de 1905 sufrían de depresión grave antes de los setenta y cinco años de edad, mientras que entre los nacidos después de 1955 hay un 6 por 100 que padece de esta afección».

¡Dios mío, lo doble de tristes que nuestros padres y lo tripe de ansiosos que nuestros abuelos! ¡Pero si tenemos todo lo que ellos no tuvieron!…

¿Cuáles son las causas de tanta tristeza? Eça de Queiroz aventura la siguiente respuesta: «Yo pienso que la risa acabó porque la humanidad se entristeció. Y se entristeció a causa de su inmensa civilización…, pues cuanto más culta es una sociedad, más triste es su faz. Hemos perdido la simplicidad y, con ella, la risa». Y termina diciendo al lector: «¿Quieres un humilde consejo? Abandona tu laberinto, entra de nuevo en la naturaleza, no te compliques con tantas máquinas, no te sutilices con tantos análisis; vive una buena vida de padre próvido que trabaja la tierra, y reconquistarás, con la salud y con la libertad, el don augusto de reír».

Así termina el famoso novelista. Pero no, no nos convence el consejo, ni creo que se consiga mucho abandonando el laberinto (y, por lo demás, ¿quién podría hacerlo?). Según yo, lo que nos ha quitado «el don augusto de reír» no es el exceso de civilización, sino nuestra falta de religión. ¡Ah, si de veras creyéramos en un Dios que nos protege y nos cuida, cómo nos reiríamos de nuestros pequeños problemas! Es decir, reiríamos. Veríamos entonces las cosas desde esa lejanía sin la cual la risa es imposible. ¿No se ha dicho muchas veces que la risa nace del distanciamiento, de ver las cosas desde cierta altura? Pues bien, si esto es así, sólo Dios y los que creen en Él pueden reír de veras con esa explosión de regocijo que conoció Eça de Quieroz cuando era niño, es decir, cuando los hombres aún tenían fe…

También lee: Apología del silencio | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El tormentoso futuro y sus pronósticos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Publicado hace

el

TESTEANDO

Se llega al inicio del torneo y como siempre, la ilusión, el deseo y un poco de esperanza regresan a los campamentos del fútbol mexicano.
Ya con algunas semanas de partidos amistosos, preparación de pretemporada y contrataciones interesantes, arrancamos con la idea de pronosticar el futuro de San Luis en la liga.

La mecánica es simple, ir jornada tras jornada sumando (cuando lo amerite) los puntos que puede obtener el equipo, para al final hacer una suma e intentar predecir si es suficiente como para pelear por un lugar en la liguilla o no, así que comencemos.

Jornada 1: León (Derrota) 0 puntos
Jornada 2: Monterrey (Derrota) 0 puntos
Jornada 3: Chivas (Derrota) 0 puntos
Jornada 4: Cruz Azul (Derrota) 0 puntos
Jornada 5: Puebla (Empate) 1 punto
Jornada 6: Querétaro (Victoria) 4 puntos
Jornada 7: Toluca (Empate) 5 puntos
Jornada 8: Tijuana (Victoria) 8 puntos
Jornada 9: Santos (Victoria) 11 puntos
Jornada 10: América (Empate) 12 puntos
Jornada 11: Pachuca (Empate) 13 puntos
Jornada 12: Mazatlán (Victoria) 15 puntos
Jornada 13: Atlas (Victoria) 18 puntos
Jornada 14: Pumas (Derrota) 18 puntos
Jornada 15: Necaxa (Victoria) 21 puntos
Jornada 16: Juárez (Victoria) 24 puntos
Jornada 17: Tigres (Derrota) 24 puntos

24 puntos representan una real posibilidad de jugar play in y con ello pensar en llegar a la liguilla. Sin embargo, el pronóstico habla de un arranque muy complicado llegando a sumar alguna unidad hasta la jornada 5, lo cual preocupa para la estabilidad del equipo y su nuevo cuerpo técnico. Un torneo que luce complicado y de adaptación para el director técnico y una base muy consolidada de jugadores que conocen muy bien la liga.

Por el bien del fútbol en San Luis, esperemos que la bola ruede a su favor, que renazca el buen toque de balón y se demuestre que con poco se puede competir, no queda más que esperar y en unos meses hacemos el recuento de lo logrado contra este complicado pronóstico, que comience la fiesta del fútbol mexicano, una vez más.

También lee: El sabor uruguayo del futbol potosino | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Continuar leyendo

Opinión

Pautas y Redes de México S.A. de C.V.
Av Cuauhtémoc 643 B
Col. Las Aguilas CP 78260
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 811 71 65

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Sergio Aurelio Diaz Reyna

Christian Barrientos Santos

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados