enero 26, 2025

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#4 Tiempos

La condición humana | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Cristina no es más que un personaje secundario de Casa de muñecas, la pieza teatral de Henrik Ibsen (1828-1906), el dramaturgo noruego y, sin embargo, algunos de sus parlamentos son francamente inolvidables; por ejemplo éste, que tiene lugar cuando, ya viuda y sola, dice a Krogstad –otro de los personajes de la misma pieza- lo siguiente: «Necesito trabajar para soportar la existencia. Toda mi vida, hasta donde alcanzan mis recuerdos, la he pasado trabajando. Era mi mayor y mi única alegría. Ahora me encuentro sola en el mundo, y advierto un vacío horrible. No pensar más que en sí misma quita todo atractivo al trabajo. Vamos, Krogstad, dígame usted para quién y por qué voy a trabajar».

Se trabaja para los demás: esto es lo que dice Cristina a su amigo en la obra de Ibsen. Uno hace como que trabaja para sí mismo, pero se engaña; en realidad, todo lo que hacemos (lo queramos o no, lo sepamos o no), lo hacemos en favor de los otros: de esos otros que, gracias a un designio tan incomprensible como divino, tendrán el mal gusto de sobrevivirnos. Sí, vivir es matarse por estos seres que, para quedarse con el tesoro, no harán más que estirar el brazo. ¿Y cómo podríamos evitar que las cosas sucedan exactamente así, si tal es la ley de la vida? ¡Cuanto hicimos y ganamos al precio de nuestros sudores, alguien se lo quedará, pues no podremos llevárnoslo con nosotros a la tumba! Mi auto, mi reloj, mis libros queridos, el estuche de mis anteojos, la primera edición de Cien años de soledad, el cortaplumas traído sólo para mí desde la Arabia lejana: todo eso, con mi muerte, pasará a otras manos. ¿A qué manos? ¡Eso es lo quisiera yo saber! A las manos de quien reclame el derecho de posesión; a las de quien alegue y demuestre ser mi primo, mi hermano, mi sobrino, ¡qué sé yo! Y este servidor de ustedes, mientras tanto, ya no estará aquí para reclamar, para hacer observaciones, para decir lo que piensa acerca de la repartición de los objetos. ¡A los muertos ya no se les consulta, ni entran en los planes de los vivos!.

Hay quienes acumulan, acumulan y siguen acumulando sin siquiera detenerse a pensar que lo hacen para los demás. En Nudo de víboras, la gran novela de François Mauriac (1885-1970), aparece un hombre, Luis, que desde muy joven se dio a la tarea de atesorar, de guardar con cerrojos y en bancos extranjeros cuanto la vida le daba. ¡Puesto que no era amado por los suyos, quería por lo menos sentirse respetado! Una vez, mientras ejercía su profesión –era abogado-, emprendió la defensa de un hombre que cometió el error de heredar en vida a sus hijos, quienes, al verse ricos de la noche a la mañana, echaron al viejo de su casa a patadas. Aquel día en que casi comenzaba a ejercer plenamente su carrera, Luis descubrió dos cosas: que los hijos son unos extraños nacidos de la propia carne, y que en la vida es necesario tener dinero para hacerse respetar, sobre todo cuando se es viejo, pues “un anciano no existe más que por lo que posee: en cuanto deja de tener la menor cosa, se le da de lado”.

         A fuerza de acumular, Luis había conseguido hacerse de una fortuna fabulosa. Pero ahora, en el crepúsculo de su vida, se veía ante el problema de no saber a quien dejársela.

¿A esos extraños –sus hijos, su mujer- que al imaginar la cantidad que le tocaría a cada uno ya desde ahora se relamían los labios de satisfacción? ¡Con qué gusto habría heredado sus posesiones a una institución de beneficencia por el puro gusto de ver la cara que pondrían estos mequetrefes a la hora de la lectura del testamento!

         ¡No dejarles nada! ¡Ah, si tuviera el coraje de hacerlo! Si por él fuera, los mandaba a todos a paseo. Pero los hombres de la beneficencia, ¿no eran también ellos unos extraños? ¿Y quién le podría asegurar que su fortuna no se perdería, por decirlo así, en el camino?, ¿quién que no iba a quedársela para sí uno de esos funcionarios públicos que andan siempre al acecho para ver a quién despojan?

Estaba acorralado; desde donde abordara el problema, llegaba siempre a la misma conclusión: vivir es trabajar para los demás; es atesorar para que luego venga otro y se quede con el tesoro. No hay más remedio: cuanto hemos hecho y conseguido, otro se lo quedará: los libros, los autos, las mesas, los anillos, los relojes, los terrenos, las joyas. ¡Todo! Puesto que no es posible llevárnoslo, a alguien necesariamente se lo hemos de dejar. ¿A quién? ¿A los hijos? ¿Y por qué a ellos, si nunca lo han querido? Luis se resiste, maldice a gritos contra la vida, que impone a los humanos leyes tan inhumanas. ¡Cómo no era un emperador chino para hacerse enterrar con todo lo suyo! ¿Por qué legar su fortuna a unos extraños?, ¿por qué no poder cargar con ella? Extraños, extraños. ¡Todos eran unos extraños!

En su vejez, Luis descubría haber desperdiciado la vida. Sí, era menester reconocerlo: ¡había trabajado para otros! Muy tarde había descubierto que tal es la condición del hombre…

Pero volvamos a Cristina. Ella, a diferencia de Luis, lo sabe, lo ha sabido siempre: no trabajamos nunca para nosotros mismos. Por eso, ahora que puede rehacer su vida al lado de Krogstad, el hombre al que amó desde que era muy joven, se siente feliz; exclama: «¡Qué porvenir! ¡Qué nueva perspectiva! Tengo por quien trabajar, tengo por quien vivir, tengo un hogar que cuidar. ¡Ah! ¡Empezaré una nueva vida!».

Luis se cree a punto de ser despojado; Cristina, en cambio, grita alborozada por haber encontrado finalmente a alguien por quién trabajar… ¿Quién de los dos conocía mejor el secreto de la existencia? ¿Quién tenía más posibilidades de ser feliz? A aquél la muerte iba a quitarle todo lo que tenía; ésta quiere entregarlo todo por su propia mano antes de que llegue la muerte y se lo quite. Insisto: ¿quién tenía más posibilidades de verle la cara a la felicidad, aunque sólo fuera de perfil? Responda usted, lector. Responda con sinceridad y humildemente.

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#4 Tiempos

La convulsa Liga MX | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

Hoy regresa la Liga MX, y arranca aquí, en territorio potosino. El equipo de casa recibe a los Rayos del Necaxa, en un partido donde ambos necesitan sumar. Por un lado, Necaxa que viene con un nuevo proyecto, ahora dirigido por Larcamón, en su regreso a México; por el otro, San Luis que busca volver a sumar en casa después del descalabro en la jornada 1. Ambos equipos quieren llevarse algo.

Pero la liga está revuelta hoy, los movimientos de varios equipos siguen rindiendo frutos del fútbol de estufa, y hay uno que llama poderosamente la atención: Martín Anselmi. El aún director técnico del Cruz Azul, ese que dijo estar enamorado de su hinchada, ese que cantaba y salía a escuchar y hasta llorar con los suyos, ese que “hizo jugar bonito” al equipo, ese que prometió salir campeón y romper maleficios, ese, hoy parece haber viajado a Portugal a seguir su carrera en el viejo continente.

Y está bien, no lo culpo, cualquiera en su posición preferiría ir a dirigir la Champions League que quedarse en la Leagues Cup, ir a vivir a Portugal que vivir en una buena colonia en la CDMX, dirigir en Europa en lugar de México; la elección es fácil. El detalle de eso está en las formas y el momento, si bien está dentro de los tiempos dictados por la FIFA, acá en México el proyecto de los equipos ya arrancó, y dejarlo de la noche a la mañana parece más que una falta de respeto.

Pero recordemos que eso ya ha pasado antes, André Jardine abandonó a San Luis apenas en la pretemporada para irse a dirigir al América, Fernando Gago un día se despertó con ganas de irse de Guadalajara para dirigir a Boca, a mitad de temporada; o sea, el cambio de técnicos sorpresivos no es novedad.

Cabe resaltar que hoy, aunque en la Liga MX se pague muy bien y el nivel de competencia sea alto, hacen falta incentivos para que técnicos y algunos jugadores aspiren a quedarse en el país. La falta de competencia internacional importante, así como la poca presión por temas como el descenso o la competencia por clasificar a algo más que solo la liguilla, generan que los protagonistas del deporte quieran salir a la primera oportunidad, sin importar a qué equipo conforman.

Ojalá los directivos pongan atención y sepan que el fútbol mexicano está en una crisis, no solo de resultados, sino de presente y futuro. Si no lo arreglan pronto, la gallina de los huevos de oro se puede seguir acabando, y para muchos, la liga no es suficiente aliciente para seguir invirtiendo dinero, tiempo o pasión.

Hoy regresa la liga, y regresa a San Luis, en medio de tantas cosas, el equipo de casa recibe no solo a Necaxa, sino a su dueño en el Lastras. Hoy la plana mayor del Atlético de Madrid estará en el estadio. Ojalá y eso sirva para que se pueda recuperar el extraordinario ritmo de puntos de local. Ojalá, en esta convulsa Liga MX.

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#4 Tiempos

Gente que se rindió | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Sobran maneras de identificar a quienes han sido derrotados por la vida. Basta con observar al que no responde a los buenos días soltados por un desconocido, rocas impermeables ante un bello gesto. O al que, en el elevador, presiona con ansia el botón de cerrar la puerta, apenas por ganar un par de segundos, como si el destino que lo espera —ay, el trabajo— fuese algo más que una condena.

Se rinden también quienes ya no se detienen a disfrutar las curiosidades ofrecidas por las calles: la estampa de un borrego pegada en un poste, una hoja seca con forma de corazón, un perro rascándose el lomo con la ayuda de una banca. Poco queda de espíritu en quienes llevan semanas, quizá meses, sin alzar la vista al cielo para contemplar las estrellas por la noche o descubrir, como niños, las formas caprichosas de las nubes.

Hemos perdido a los que olvidan vacacionar al menos una vez al año. No se trata del dinero, que al final siempre encuentra su acomodo; basta con cruzar la esquina para pasarlo en grande si uno sabe cómo acomodar las piernas. También se pierden los que llevan demasiado tiempo sin brindar, como si faltaran motivos, cuando cualquier pretexto sirve para alzar la copa y desbordarse en espuma, aunque sea por el estreno de un tapete en la cocina. Y sabemos que estamos ante un alma en coma cuando alguien deja de celebrar la Navidad. Porque, cariño, aunque la ilusión se haya marchado, hay que forzarse a poner el árbol con luces y esferas. Así es como comienza el ascenso.

Sobre todo, alguien está derrotado cuando deja de arreglarse. Cuando sale al supermercado en pijama o se olvida de la ducha. El pudor es síntoma de amor propio y de cortesía hacia los demás. Soy muy importante como para ser visto en fachas por el vecino, debería pensar uno. Pero mal vamos si ni siquiera eso te detiene. Un hombre conserva su dignidad mientras se afeita o da forma a su bigote; sé que sigo en pie de lucha cuando me miro al espejo y trato componer lo que ya no tiene compostura.

Es un fantasma quien ha perdido el pulso amoroso. Quien ha dejado de coquetear y no intenta ya ninguna aventura. El que no suelta un piropo a su pareja, quien no imagina una nueva vida con la mesera o la cajera en el supermercado, muy lejos de aquí, donde nadie nos juzgue, donde nadie nos diga que hacemos mal; alejados del mundo, donde no haya leyes ni nada.

 

Está muerto en vida quien no se cree merecedor del amor y el deseo, quien descuidado su cuerpo como si no tuviera nada bello que preservar.

 

He topado tantas veces con estos derrotados. Se les percibe en la mirada, en el vacío que se abre paso hacia la negrura. Gente que se rindió. Banderas blancas —lavadas con llanto— tras tantas decepciones y reveses. Los ves derrumbados en el transporte público, indiferentes incluso a las injusticias más obvias, conformes con lo que hay, sin hervidura de sangre (otro síntoma de la debacle: dejar de ceder el asiento a mujeres y ancianos; desprovisto de galantería, un ideal perdido). Son piltrafas resignadas, oxidadas allí donde un día hubo fuentes y jardines.

Y, con todo, me consuela saber que hay remedio para un buen número de estos casos. Los suficiente como para creer que merece la pena luchar por la resurrección. Porque, al final, se trata de un arte: el arte de remontar. Y de entender que nadie lo hará por ti. Nadie ayudará con la parte que más cuenta, la más difícil. Y no desanimarse por ello, al contrario, encontrar ahí un estímulo para imponerse ante la adversidad.

Como Richard Dadier le decía a su esposa en Blackboard Jungle: Sí, me han golpeado, pero no estoy derrotado. Hay una gran diferencia. No estoy derrotado, y no voy a rendirme. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado, frase de Hemingway.

El truco está en la determinación. Seguir el consejo de San Agustín: ser mejores que los tiempos malos. Una fe que baja el humo a los demonios. Levantarse un round más tras notar que el lloriqueo te dejó seco. Eres ya tu propia tierra firme.

Contacto:

Twitter: @Bigmaud
Correo: [email protected]

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#4 Tiempos

Del semi desierto potosino a misiones espaciales | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

A principios del siglo XX y durante su primera mitad, hubo una emigración importante de familias del altiplano potosino a los Estados Unidos. Varios matrimonios comenzaron a formar sus familias en los Estados Unidos mientras trabajan para subsistir e incluso apoyar a familiares que quedaban en México, en especial en esa región del semi desierto potosino. Uno de esos matrimonios fueron los padres de Dorothy Ruiz Martínez que de Matehuala emigraron a Texas, donde Dorothy nacería.

En su niñez sus padres la trajeron a Matehuala a casa de sus abuelos donde vivió toda su niñez y parte de su adolescencia, porque la situación de sus padres no era muy estable. Estudió secundaria en la escuela Francisco Zarco, entre otras cuestiones se caracteriza por dar buena enseñanza en matemáticas, es una de las características que tiene esta región comparada con el resto del estado y del país. De esa escuela ha salido mucha gente destacada en matemáticas para posteriormente trasladarse a Texas a continuar sus estudios en busca de mejores opciones de preparación en los temas que ya le habían llamado la atención desde su vida en Matehuala. El área aeroespacial le había llamado la atención cuando, en 1986, le tocó ver en la televisión el accidente del transbordador Challenger, lo que la hizo interesarse por su actual profesión.

Su formación básica en Matehuala le permitió desarrollarse en un lugar donde se suele ser muy competitivo como es en Estados Unidos, donde después de estudiar la preparatoria, Dorothy Ruiz ingresara a la Universidad de Oklahoma y posteriormente a la Universidad de Texas, conocida como A&M a estudiar ingeniería espacial. Al titularse hizo, en 1998, una pasantía académica por medio del programa de Langley Aerospace Research Summer Scholars del centro de investigaciones de NASA Langley lo que le permitió tener su primer acercamiento a lo que sería su carrera profesional.

Tuvo la oportunidad de entrar a varios de los proyectos de la NASA cuando empezaba su formación y eso le ha permitido ingresar a varias áreas relacionadas todas con ingeniería espacial que fue donde se interesó en formarse, pero además dentro de esos proyectos ha estado en contacto con otras agencias aeroespaciales como la Rusa, donde trabajó un tiempo.

Dotothy Ruíz Martínez es una ingeniera aeroespacial que actualmente trabaja para National Aeronautics and Space Administration (NASA), la agencia del gobierno estadounidense más importante del programa espacial, donde realiza actividades como control de misiones de vuelo

. El trabajo de Dorothy Ruíz consiste en enlazar comunicaciones entre la tierra y los astronautas que se encuentran en un satélite espacial.

De sus primeros trabajos en el área aeroespacial fungió como instructora de astronautas y de operadores de vuelo en el sistema de control y propulsión para el Transbordador Espacial, de ahí pasó al área de Operaciones de Misiones Espaciales como Ingeniera de Planificación de Actividades Espaciales en Tiempo Real (RPE). Ha participado en la planificación total de actividades espaciales de 12 misiones espaciales del transbordador, contribuyendo desde la tierra con otros ingenieros y científicos, en el ensamblaje final de la Estación Espacial Internacional.

Dorothy Ruiz dice con orgullo:

Los nopales, representan la región del desierto del altiplano donde crecí, pero también son parte de mi historia de vida y de mis tradiciones en familia. Mi bisabuela removía las espinas y cortaba las pencas de los nopales en trocitos con una destreza y rapidez incomparables y luego los cocinaba muy al estilo ranchero (de la región donde ella creció en los ejidos de La Puerta de Aguilar y San Miguel, en el municipio de Doctor Arroyo). Esa manera de cocinar los nopales fue traspasado a mi abuela y después a mí.

En el 2011 propuse un proyecto de investigación en la NASA junto con otro colega para estudiar el nopal opuntia y sus posibles usos en la Estación Espacial Internacional. En este proyecto también invitamos a un colaborador científico de México. El proyecto fue aprobado e hicimos la investigación, pero nunca fue mandado al espacio. Aun así, espero un día retomar este proyecto y, que fregón sería, mandar nopales a la luna y a Marte”.

Dorothy Ruiz es un ejemplo de inspiración para jóvenes mujeres que quieren desarrollarse en áreas que en principio no consideran socialmente para mujeres. Su desempeño y formación es digno de alabarse.

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