#Si Sostenido
Fiestas felinas
Por: Luis Moreno Flores
“(…) y a través de la noche te vas. Ya no quieres seguir bailando otra vez, otra vez. Y este día ha estado mal, ahora quieres volver a tu hogar, fiestas, fiestas (…) y tu madre te llama para que vuelvas a tu hogar. Fiestas, fiestas.”, Rituales.
El primero de enero del dos mil diez decidí terminar la noche a las dos aeme. Comenzaba a soñar y sonó mi teléfono; era Marcelo, mi mejor amigo de ese entonces, me invitaba a una reunión en el hogar de su abuelo a pocas calles.
–Vente wey, hay un chingo de chelas y pomo.
–No, ya estaba dormido.
–No seas joto y ven.
–¿Con quién estás?
–Mi carnal, tíos, primos y algunos amigos.
–Bueno, llego en quince.
Dejé la cama, tomé la ropa que antes usé en mi propia fiesta familiar, rellené los bolsillos del abrigo con cigarros, las llaves y un poco de dinero. No es que sea una persona influenciable, pero acabé motivado por el desfile de asistentes que mencionó Marcelo, en realidad una en específico: Carolina, su prima.
Meses antes, durante una comida de viernesanto, la conocí en la misma casa. Ella llegó enfundada en su uniforme del colegio. El deseo lascivo al verla con las piernas tan blancas recubiertas de largas calcetas azules y su cara adornada con breves galaxias de barros y pecas, me obligó a hundirme dentro del plato de habas para no pensar en acorralarla en la cocina para revisar debajo de su falda tableada.
Enfilé por los callejones semipavimentados que al resto del mundo le producen temor y que los nativos navegamos con tranquilidad pasmosa. Siempre pienso en ese espacio, ubicado a la orilla de la calle principal de mi pequeña ciudad, como una jungla que trata de devorar el capricho del progreso humano. Cuando hubo una plaga de ardillas imaginé que en algún momento tendríamos simios balanceándose por los limoneros, pirules y árboles de manzana.
Tardé muy poco en aterrizar en la fiesta, desde lejos vi cómo se habían apoderado de la calle que corría frente a la casa. Uno de los primos de Marcelo tocaba regetón con sus artilugios de diyei. Mi amigo se apresuró a recibirme con una cerveza Pacífico.
Entramos para sentarnos a conversar en la sala, donde Pablito y Felipe discutían sobre cuál era la mejor marca de antitranspirante. Sumamos nuestras opiniones, hasta que Pablito propuso salir de la casa a comprar cigarros y de paso fumar un toque. Después de atizarnos, llegamos a una sucursal de esas cadenas de mini supermercados que despachan las 24 horas, en ella parecían no saber que era primero de enero. Tal vez la marihuana empezaba a ponerme reflexivo: entristecí al pensar que el encargado de la caja no superaba nuestros 20 años y estaba obligado a permanecer ahí. La empatía duró poco, aproveché su viaje al estante de cigarros para robar chocolates.
La marihuana siempre me genera apatía, así que procuro fumar cuando ya bebí antes, supongo que ese día no tomé lo suficiente, de inmediato perdí el interés en la charla, a Marcelo le pasó igual y al llegar se quedó dormido sobre un sillón con estampado de cebra (una extravagancia para la casa de un viejo piloto aviador).
Abandoné a mis amigos que cotorreaban sobre las películas de Lindsay Lohan. Recordé el objetivo inicial de asistir a la reunión y fui a buscar por los tres pisos de la casa a Carolina. Terminé harto, era obvio que no estaba en esa fiesta, pues no había suficientes invitados como para pasar desapercibida.
Encendí un cigarro cerca de una ventana y descubrí que al otro lado había una escalera de seguridad rumbo al techo. Tambaleante por el frío y el alcohol, logré llegar a la azotea y vi a un chico pálido parecido al vocalista de una banda cuyo nombre no recuerdo: tenía gafas enormes, una pierna cruzada sobre la otra, usaba la mano izquierda para fumar con indiferencia en una pose elegante con la que reclamaba ser visto aunque estuviera solo.
Lo saludé, explicó que se llamaba David y era hermano de Marcelo, tenía 13 años, al escuchar su edad traté de reprenderlo por fumar, pero soltó un argumento irrefutable, «hace dos años que lo hago». No supe si eso le restaba importancia a que fumara, sin embargo, no volví a cuestionar.
Como ambos teníamos nuestros propios cigarros y él se previno con un paquete de cervezas, pudimos conversar sin la incomodidad de bajar a conseguir más suministros. Primero abordamos sus lazos familiares, irremediablemente mencioné a su prima y comentó, sin remordimientos, que sentía la misma atracción que yo hacia ella. Luego sobre su hermano, a quien consideraba un “pendejo pretencioso”, rehuí a la crítica y cambiamos de tema a la literatura. Teníamos algunos autores en común.
Justo cuando David comenzaba a disertar sobre Baudelaire, un espasmo lo hizo vomitar sobre mis zapatos. Se disculpó, lo tranquilicé, en verdad no tenía importancia; reparé de nuevo en que prácticamente era un niño, no mayor que mi propio hermano. Fumaba, bebía y hablaba de incesto con soltura.
Aunque el alcohol y su corta edad le hacían difícil articular algunas ideas, pudo contarme una historia que nunca acabé por entender si era suya o la leyó. Comenzó con una pregunta:
–¿Te has dado cuenta cómo observan los gatos a los humanos?
–¿Qué?
–Sí, los gatos. ¿Alguna vez has estado frente a un espejo, sientes una mirada sobre ti, te das vuelta y hay un gato? Tienes gatos, ¿no?
–Es verdad, un par de veces he sorprendido a Celina y Malcriada mientras espían mis movimientos.
Luego de esa introducción, David procedió a hablar sobre un viejo pueblo guerrero cuyas habilidades para el combate y la ciencia los convencieron de no necesitar a los dioses. Para castigarlos por su arrogancia, las deidades decidieron quitarles aquello que les daba el valor de desafiarlos: su condición humana. El pueblo y toda su descendencia fueron condenados a convertirse en un animal obligado a seguir a los seres humanos a donde estos fueran, sin dejar de ser conscientes de lo que antes fueron. Así surgieron los gatos.
Para recordarles lo perdido, a los dioses se les ocurrió que la última noche del año (acorde a la cultura donde los felinos se encontraran) volverían a ser hombres y mujeres.
–Los gatos, todos, saben que ellos también debieron ser humanos y por eso los ven con tanto recelo. –Explicó el preadolescente, que cada vez parecía más sobrio a pesar de las bebidas. –Han aprendido a sobrellevar la situación, tanto que no se entristecen de ser personas una vez al año, sino que aprovechan para ir de fiesta y pasarla bien. Estoy seguro que si vuelves por tus gatos no los encontrarás.
El relato, aunque simpático, me causó algo de tristeza. Imaginé a mis mascotas en versión humana y esa visión resultó tranquilizadora, seguro que la pasaban bien.
–David, voy a bajar al baño, pero regreso para hablar más de esos gatos.
–Va, acá te espero. Vi a Carolina hace rato en el segundo piso, por si quieres aprovechar y saludarla.
Bajar la escalera de hierro resultó un reto mayor que subirla, posiblemente el alcohol y la droga se unieron para hacer estragos en mí.
Como pude, llegué al baño. Mientras orinaba miré mi rostro en el espejo del lavamanos, sentí que, al salir el líquido, mi grado de intoxicación descendía y las facciones de mi rostro volvían a tomar su lugar.
Después de asear mis zapatos en la regadera, lavarme las manos, mojarme la cara y medio peinarme, dejé el baño, justo en el momento en que Carolina parloteaba con su prima Mariana.
Las saludé y Carolina preguntó dónde había estado, Marcelo le advirtió de mi presencia y fue a buscarme.
–Siempre platicamos muy a gusto, ¿por qué te escondes?
–Para nada, estaba en el techo con tu primo David, es cagado e inteligente.
–Creo que estás confundido, no tengo ningún primo David. A lo mejor era Manuel. ¿Cómo es?
Cuando iba a comenzar la descripción de David, un gatito albino restregó su lomo contra la pierna de Carolina, esta se inclinó para levantarlo y lo acunó entre sus brazos y el vientre. El minino me dirigió una mirada furtiva.
–Ahora sí, ¿qué decías?
–Nada, lo confundí con tu primo Pepe. ¿Cómo se llama el gato?
–Es de mi abuelo, le dice El Carajo, yo prefiero Cascabel.
#4 Tiempos
Ingeniero Labarthe, pionero de la cartografía geológica en México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hace sesenta y cinco años, en el mes de mayo, el Ing. Eugenio Pérez Molphe impulsaba el proyecto para la creación de un Instituto de Geología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sería presentado por el Ing. Rubén Ortiz Díaz Infante, Director de la Escuela de Ciencias Químicas, un par de meses después en julio de 1960 se formalizaba la propuesta al Consejo Directivo Universitario de a UASLP, la cual sería aprobada iniciando así las actividades del Instituto de Geología y Metalurgia, como fue llamado en un ´principio, siendo nombrado el Ing. Pérez Molphe como su director.
El proyecto de inicio de la formación en Geología en San Luis se venía gestado dos años atrás, motivada entre otros factores, por la celebración del Año Geofísico Internacional donde estaban participando algunos universitarios potosinos, entre ellos el Dr. Gustavo del Castillo, que recibió en 1957 a investigadores que realizarían algunos experimentos geológicos en el marco de esta celebración.
En 1958 con motivo del Año Geofísico Internacional estuvieron en San Luis Potosí el doctor en geología Robert P. Mayer de la universidad de Wisconsin y el ingeniero geodesta Hermilio Cepeda del Departamento de Oceanografía de la UNAM, con el objeto de realizar experimentos geológicos a fin de determinar la velocidad con que se transmite el movimiento de la tierra, para lo que buscaban una mina abandonada para emplear un sismógrafo a fin de poder colocarlo a considerable profundidad, seleccionando para ello al mineral de Cerro de San Pedro. Para realizar sus mediciones se haría una explosión de dinamita en el Cerro del Mercado en Durango y mediante comunicación por radio con Cerro de San Pedro se trataba de registrar en el sismógrafo el evento.
En 1959 el Ing. Luis S. Jiménez López presidente de la Comisión Nacional de Fomento Minero en el Estado de San Luis Potosí, en un análisis minucioso sobre el panorama minero en México, declaraba que el país necesitaba más ingeniero geólogos, señalando la necesidad de una nueva dinámica en los campos de exploración y explotación de minerales cuyo factor propicie el justo y adecuado aprovechamiento de este núcleo de profesionales.
En esos años, terminaba sus estudios de ingeniería geológica el potosino Guillermo Labarthe Hernández en la Universidad Nacional Autónoma de México, titulándose en la licenciatura como ingeniero geólogo en 1958, año en que contraería matrimonio y regresaría posteriormente a San Luis Potosí.
Guillermo Labarthe Hernández nacería en San Luis Potosí en febrero de 1934, a principios de los sesenta se incorporaría al Instituto de Geología de la UIASLP que contaba con un número mínimo de profesores y sus actividades se orientarían al apoyo a la docencia y el impulso de la carrera de geología en la UASLP que iniciaba actividades en 1961 a la que se incorporarían alumnos que ya estudiaban ingeniería en la UASLP y que reorientaban su vocación a la geología.
El vínculo del Ing. Labarthe con la UNAM se reflejaría al realizar los primeros trabajos de cartografía en colaboración con esa institución que propició se titularan los primeros geólogos de la UASLP
un par de años después en lo que fue la primera generación de ingenieros geólogos, la cual estuvo formada por Arturo Elías, Jorge Fraga y Manuel Mendiola, que recibieron sus títulos en 1963.El Instituto de Geología de la UASLP sería el tercer instituto de investigación creado en la UASLP y el segundo que se formaba en el país. Si bien, sus primeros años estuvo enfocado principalmente en el apoyo a la docencia se establecían las raíces que propiciarían se realizaran se manera intensa actividades de investigación a mediados de los setenta.
En el mes de noviembre de 1962 salió a la luz pública la revista “Geología y Metalurgia”, con temas técnico-científicos de interés y que posteriormente, hacia 1977 daría lugar a la serie de boletines publicados como “Folletos Técnicos del Instituto de Geología”. En 1979 el Ing. Guillermo Labarthe Hernández era nombrado director del Instituto de Geología y se iniciaba un intenso trabajo de cartografía geológica siendo un esfuerzo pionero en el país.
En 1976 inicia los trabajos formales de investigación en cartografía geológica del Estado enfocando esfuerzos en la Zona Media y Altiplano del estado de San Luis Potosí, dirigidos por el Ing. Labarthe; estos trabajos serían los primeros que se realizaban en México. Los cuales sirvieron para definir los acuíferos de la zona de San Luis Potosí y Villa de Reyes. Por lo que al perforarse los pozos se sabía que tipo de rocas estaban en el subsuelo gracias al trabajo de cartografía realizado. En cuanto a recursos minerales, los depósitos de caolín que existen en la zona suroeste del estado fueron descubiertos por la cartografía realizada.
Todos estos recursos, acuíferos y minerales están encajonadas en rocas volcánicas, tema que sería parte de la especialización del Ing. Labarthe del que era un experto. La zona de San Luis fue una zona volcánica, y los estudios han ayudado a comprender la evolución de la corteza.
El Ing. Labarthe falleció iniciando el mes de mayo dejando un importante legado para la geología mexicana y en especial la potosina, siendo uno de sus pioneros y el iniciador de la cartografía geológica moderna.
También lee: La Primera Geóloga Mexicana | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam
VOLUTA
En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?
Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?
Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:
¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.
Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.
También lee: Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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