octubre 18, 2025

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#4 Tiempos

Eutanasia, derecho ganado | Columna de Óscar Esquivel

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Desafinando

 

Cuando una persona querida muere, deja un espacio difícil de reemplazar, tal vez imposible, ya que somos únicos, nuestra aportación a la vida es diferente y de muchas maneras, no se podría decir que un sabio es mejor que un trabajador de alguna obra o un artista es mejor que un niño de apenas unos años de vida. Existen seres humanos que se catalogan como extraordinarios por su aportación al ciencia, la cultura, el arte, a la sociedad misma, los pobres desprotegidos también cuentan su propia historia, podríamos mostrar una infinita lista de las aportaciones tangibles e intangibles, que hace el hombre a favor de la tierra o el universo mismo.

La humanidad siempre espera algo, milagros tal vez, un evento que nos permita ser mejores, es como esperar la llegada de Dios, mostrando su bondad infinita a algún alienígena que para algunos somos el experimento que dejaron en el planeta hace miles de años, siempre esperamos el regalo perfecto para demostrar que hemos cambiado y podríamos ser portadores de paz y bienestar.

Cuando se nace, no venimos de la nada, porque todo somos algo, nada puede ser esculpido de la nada, se llega a la vida entendiendo el comienzo en un punto con lo que podamos comenzar, para posteriormente dejar un legado que todos quisiéramos y mostrarle al mundo, la huella que dejamos al paso en la vida terrenal.

En los últimos días se ha puesto sobre la mesa el tema de la eutanasia para establecerla en las leyes como legal en todo el país.

México de mayoría católica bautizada y cristianos, así como otras religiones, han sido los principales opositores a la implementación de la eutanasia.

“El necio se sienta a la orilla del río a esperar que termine de pasar el agua; pero esta fluye y continuará  eternamente” Horacio; en ninguna religión en sus escrituras, advierten sobre la falta del individuo que se atreva a morir asistido por otra persona, tal vez para la época que se escribieron, no contemplaban esta postura, a menos que algún soldado mal herido implorara a otro compañero que lo matara, por los fuertes dolores que le ocasionaron las heridas en la batalla.

Si observamos la posición en ocasión contradictoria de quienes ejercen la medicina, hicieron un juramento de atender al enfermo y mejorar su salud aliviando el sufrimiento del paciente, suministrando medicamentos o realizando cirugías para devolverle la salud, salvar la vida es el objetivo, ¿pero qué sucede cuando ya no está a su alcance el curar al paciente?  Si se utilizó la máxima tecnología, los mejores consejos de colegas y maestros, si se estudió el caso clínico hasta saciar la mente del galeno, pero desafortunadamente ya nada se puede hacer, ahí justo en ese momento, ¿pasará por la mente del doctor, aplicar la eutanasia? Algunos dirían que sí, su formación profesional de curar y quitar el sufrimiento, es su deber, pero en nuestra sociedad de sangre latina cargada de prejuicios morales y religioso, habrá otra voz a su oído que le indique que no debe hacerlo por estar en pecado mortal.

Es inconciliable el entender al médico el saberse capacitado para tener la mejor respuesta, acciones profesionales para poder llevar a cabo la voluntad del paciente terminando con su dolor y reconociendo profundamente que   el único camino es la muerte asistida, el no participar en este proceso doloroso ¿incurriría en alguna falta profesional? Aplicarle solo cuidados paliativos que le haga tener una agonía menos dolorosa, altamente angustiante y desgarradora para el paciente y familiares, ¿también incurriría en una falta moral?

La ética del facultativo médico será siempre incólume, mientras sopese el bienestar y el dolor, la religión y las costumbres deberían ser el segundo plano.

Hablar de eutanasia es también hablar de clases sociales, si bien el sistema de salud podría cubrir las necesidades paliativas de una persona en estado terminal, pero con solvencia económica, este podría recurrir a hospitales privados, seguro social o ISSSTE, estarían esperando la muerte con cuidados médico adecuados, el  estar en la ciudad también importa o al menos en poblaciones que cuenten con un clínica medianamente equipada, pero, ¿qué sucede con los pobres? Una persona que no cuenta con seguridad social o servicio médico privado y se encuentra en estado grave terminal, lo podrían revisar y atender en los centros de salud, suministrándole medicamentos que en ocasiones no hacen efecto, simplemente por ser pobres los gritos de dolor y angustia sería su única medicina.

Sentimos que la mayoría de los mexicanos aceptan dos cosas: la donación de órganos y la eutanasia, con la primera es necesario que todos y cada uno de nosotros apoyemos la donación universal, es decir mientras se tenga muerte cerebral, el paciente será donador múltiple sin mediar familiares ni la voluntad del fallecido; la segunda, la eutanasia, debe ser aplicada en pacientes en estado terminal bajo su voluntad plena y de no tenerla, un familiar bajo el consejo médico colegiado, tomará la decisión de asistir al paciente para el bien morir.

Ya somos maduros como sociedad como para comprender que la vida no llegó de la nada,  la fuimos conformando de diferentes maneras a lo largo de los años; nos dimos cuenta del amor,  pero también del sufrimiento de otras personas cercanas. El transcurrir de las años, no fueron en vano, tomamos decisiones, fuimos libres, aportamos algo al crecimiento de la humanidad y si de esta madera se llegó a vivir, entonces tenemos el derecho ganado de tomar la mejor de las decisiones, tal vez, sea audacia, osadía, valentía, es un valor que le arrebatamos a las circunstancias que algún enfermo ahora reclama el derecho de morir con dignidad, de pie, ante los demás.

La aplicación de la muerte asistida, la eutanasia, es un derecho ganado de la humanidad, para aquellos que son ferviente religiosos, dios compensará a los hombres por sus buenas acciones y no por los titubeos de quienes hacen las leyes beneficiando solo la mal entendida ética y las religión a su modo.

Historia de Rosa, la próxima semana.

Nos saludamos pronto.

caminante369@yahoo.com

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#4 Tiempos

Tamtoc, cuna del calendario mesoamericano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En el año 2005 se llevó a acabo el proyecto arqueológico Tamtoc en la huasteca potosina, donde se localizó una gran lápida esculpida en bajo y alto relieve en el fondo de un estanque que se conecta a un canal que desemboca en la llamada Laguna de los Patos. Junto a la lápida se encontró cerámica a manera de ofrenda cuyos análisis indicaron que correspondían a tradiciones alfareras asociadas a la costa del Golfo de México del periodo 900 años antes de Cristo a 650 años antes de Cristo.

Análisis posteriores indicaron que esa lápida conocida como Monumento 32, así como la escultura femenina asociada corresponde al periodo Preclásico tardío con inicio en 350 antes de Cristo. El monolito en cuestión está labrado con un mensaje simbólico que no se asemeja a ninguna otra muestra de arte mesoamericano.

Una vez colocado en su posición original y con estudios sobre su orientación con la ayuda de herramientas de la arqueoastronomía se encontró que la orientación implica una peculiar división del año, la cual define la temporada de iluminación del monolito por los rayos solares. La conclusión actual, por parte de los investigadores, es que Tamtoc es una de las ciudades donde tempranamente se utilizó el calendario mesoamericano.

En Tamtoc se desarrollaron importantes rituales vinculados a la vida y la fertilidad, que concurren en la noción de la cosmogonía mesoamericana y por extensión en la cosmovisión. Resultados que tras largos años de análisis son dado a conocer por uno de los involucrados en los estudios astronómicos de la ciudad de Tamtoc, Jesús Galindo Trejo, en una reciente publicación de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Las primicias de este descubrimiento nos las compartió Jesús Galindo en el 2007 en lo que fue la primera charla del ciclo Noches de Museo que organizamos en el entonces Museo de Historia de la Ciencia de San Luis Potosí. Dieciocho años después, publica sus resultados aportando a la historia de uno de los más antiguos pueblos originarios del país situada en la huasteca potosina y que marca esa cosmovisión huasteca reflejada en el Monumento 32, que es uno de los monumentos importantes de ese sitio arqueológico.

Parte de los cálculos astronómicos que realizó Jesús Galindo nos los reservamos, como nos lo pidiera entonces, hasta que sean publicados.

Jesús Galindo Trejo es Licenciado en Física y Matemáticas por la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. Realizó estudios de Posgrado en la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Obtuvo el doctorado en Astrofísica Teórica en la Ruhr Universitaet Bochum en la República Federal de Alemania. Fue Investigador Titular en el Instituto de Astronomía de la UNAM durante más de 20 años en las áreas de Plasmas Astrofísicos y Física Solar. Actualmente es Investigador Titular en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su actividad de investigación se centra principalmente en la Arqueoastronomía de Mesoamérica. Es miembro del SNI. Pertenece a la Unión Astronómica Internacional. Ha realizado investigación Arqueoastronómica en Malinalco, en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en Teotihuacan, en Oaxaca, en la Huaxteca, en Baja California y en algunos sitios de la Región Maya.

Sus inicios en la arqueoastronomía se remontan a fines de la década de los ochenta, cuando participó en nuestro programa de divulgación científica Domingos en la Ciencia de San Luis Potosí, charlas en las que nos hablaba todavía de sus investigaciones sobre física solar y nos adelantaba sus inquietudes en iniciar estudios de arqueoastronomía en el sitio de Malinalco  cuando conoció al cronista de Malinalco, quien le señaló que en la historia de ese pueblo había aspectos que podrían estar conectados con la disciplina astronómica. Asimismo, su participación en el proyecto coordinado por la doctora Beatriz de la Fuente, del Instituto de Investigaciones Estéticas, sobre pintura mural prehispánica, lo interesó en la cosmogonía de los antiguos mexicanos.

En una entrevista para la revista ¿cómo ves?, Galindo aseguró que el acercamiento al estudio de las antiguas civilizaciones del país lo ha llevado a acercarse a las 60 lenguas de México, porque de esta manera “se puede penetrar en la mentalidad de aquellos que hace más de 500 años construyeron sociedades y levantaron templos, legados actualmente ignorados por muchos mexicanos”.

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Meditación sobre el azar | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

-Dudé de Dios –dijo el hombre visiblemente apenado-. Creo, según he oído decir, que es el único pecado que no tiene perdón. Pero es que estaba al borde del colapso…

El hombre se mesaba los cabellos, se secaba el sudor, lloraba más que gemía.

-Incluso hasta llegué a blasfemar. Dije a Dios cosas que no me hubiese atrevido a decir ni siquiera al peor de mis contrarios. ¿Verdad que para esto no hay perdón?

Yo me limitaba a dejarlo hablar. A todas luces se veía que lo necesitaba. Era necesario que lo dijera todo, que se desahogara. ¿Para qué, pues, interrumpirlo?

-Cuando me dijeron que ya no había trabajo para mí, creí que nunca perdonaría a Dios. ¿Por qué me había dado cuatro hijos si ya no iba a poder mantenerlos? Hoy, claro está, veo las cosas desde otra luz, pero en aquellos días de incertidumbre y desasosiego… ¡Quería morirme! Y, lo que es peor, quería que también mis hijos se murieran. ¿Comprende usted que les deseé la muerte?

Pensé en esos cuatro niños a los que yo no conocía. ¿Sabrían alguna vez que su padre, en un momento de desesperación, pensó lo que acababa de decirme? Pero no, no lo sabrán. Los pensamientos de su padre quedarán guardados para siempre en el silencio de Dios. ¡Que no lo sepan, que su padre no se lo diga nunca! Hay sinceridades que matan.

¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo! Cuando pienso en esto, me lleno de vergüenza. Sí, era necesario vivir esa pena para conocer la satisfacción que ahora experimento. Mis hijos, hoy, están mucho mejor que antes, y me digo a mí mismo: «¡Qué bueno que perdí aquel empleo!».

Sonreí. Porque siempre he creído que la palabra azar es una palabra bastarda que no debió acuñarse nunca. ¿Quién la inventó y qué quiso decir con ella? ¿Que el mundo se mueve como un barco sin timón? ¡Casualidad! ¿Quién es el tonto que cree en las casualidades? La palabra azar no debería existir en el vocabulario cristiano, pero, ya que existe, habría que darle el significado que le daba, por ejemplo, Anatole France (1844-1924): «Azar: aquello que Dios hace cuando no quiere poner su nombre». 

A estas alturas de mi vida he llegado a la conclusión de que ni siquiera los libros que caen en nuestras manos lo hacen por casualidad. A veces pienso que, si nos los encontramos en el estante de una librería cualquiera, es porque Dios ha querido decirnos algo a través de ellos.

Y de los encuentros, ¿qué decir? Que es Dios quien nos envía a estas personas que no buscábamos por una razón que generalmente desconocemos pero que forma parte de su misterioso querer. «El destino, al igual que todo lo humano –dijo una vez el escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011)-, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obras de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino como si hubiéramos pertenecido a los capítulos de un mismo libro!

Nunca supe si se los reconoce porque ya se los busca o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino» (Conferencia en la Feria del Libro de Sevilla, 2002).

También ahora, como en los tiempos de Moisés, sólo nos es permitido ver a Dios «de espaldas», es decir, cuando ya ha pasado. Únicamente entonces podemos decir como aquel hombre de quien acabo de contar la historia: «¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo!». Siempre es hasta después cuando se comprende por qué ocurrieron ciertas cosas que en su momento nos parecieron horrorosas, ininteligibles e insoportables.

En un libro sobre Jesucristo (El Jesús desconocido), Donald Spoto hace la siguiente reflexión: «El azar no implica necesariamente falta de propósito; lo que llamamos caos quizá no sea desorden, sino un claro signo de las limitaciones de nuestra comprensión… La experiencia humana valida este enfoque. En nuestra historia individual, ¿no vemos un momento aparentemente accidental o fortuito, a posteriori, como sumamente significativo e incluso como el comienzo de una nueva etapa de la vida? Si yo no hubiera asistido a tal escuela en tal momento, por ejemplo, no habría tenido ese excelente maestro, seguido ese importante curso ni trabado esa duradera amistad. Si nuestros padres no se hubieran conocido en tal momento, nunca jamás lo habrían sido. Si no hubiéramos asistido a tal reunión, no habríamos conocido al amor de nuestra vida ni iniciado una carrera importante. No es exagerado afirmar que los elementos más importantes de la vida del amor dependen tanto de lo que podríamos llamar accidente significativo como deliberación. El novelista y dramaturgo francés Georges Bernanos lo expresó muy bien: Lo que llamamos azar tal vez sea la lógica de Dios».

Vistas así las cosas, aun cuando me halle en cama y afiebrado –y quiera morirme de pura pesadumbre-, debo poder decirme a mí mismo con convencimiento y seguridad:

-Sí, quizá sea necesario que hoy no salga de casa. Si Dios me tiene encerrado aquí, por alguna razón será. ¿Iba hoy a atropellar a un caminante distraído en la avenida, o es que un camión carguero iba a arrollarme a mí? En efecto, tal vez sea éste el motivo por el que no debo salir. Después de todo, es muy posible…

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Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

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Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

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