#Si Sostenido
#Entrevista | “La mayoría de la población vive en un presentismo inmovilizador”
Entrevista al Dr. Jhon Jaime Correa Ramírez
Por Edén Ulises Martínez
Como parte del Seminario de Historia Regional e Historia Cultural, que se llevó a cabo el 14, 15 y 16 de noviembre del 2018 en las instalaciones de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, el Dr. Jhon Jaime Correa Ramírez, de la Universidad Tecnológica de Pereira, presentó su investigación “Estudios sobre Prensa y Sociabilidades Cívicas en el Eje Cafetero, Colombia, siglo XX”.
Esta peculiar mezcla entre civismo e historia, entre las prácticas ciudadanas y la disciplina que estudia a los muertos, reflejada en su metodología al estudiar las sociedades de Pereira y Manizales, y tan poco usual en los seminarios de la facultad, despertó en mí una antigua obsesión que consideraba ya apagada: ¿existe la posibilidad de volver la historia relevante al tratar los problemas del presente?
Motivado por esta pregunta, que se llevan haciendo los historiadores y estudiantes de Clío desde Heródoto y Tucídides, pero que parece a veces ya tan oxidada, le pedí al Dr. Correa la siguiente entrevista, que trata un tema tan necesario como sensible: el de la utilidad de la historia.
Eden Martínez: En un mundo en el que pareciera que solamente se aprecia el conocimiento que produce tecnología, o que es utilitariamente “práctico”, ¿cómo mostrar que la historia tiene valor?
Jhon Jaime Correa Ramírez: Soy un convencido de que la historia le enseña a la persona que se interese por ella a ubicarse en el tiempo. Es decir, a reconocerse como un sujeto, un ser social, que no vive solamente en el presente, sino que está atado al pasado, a una serie de circunstancias, de procesos que le antecedieron. En ese sentido es muy importante que la historia parta de preguntas sobre el presente, referenciándolo al pasado. Esto es relevante no solo para los estudiantes de historia, sino que debería de serlo para la formación de un ingeniero, de un médico, de un abogado, de un comunicación social o periodista. Conocer el pasado permite establecer ciertas relaciones entre lo que está sucediendo y lo que ya sucedió, para que de esta manera podamos comprender la naturaleza de los cambios. Me refiero a que (la historia) nos ayuda a vivir con una visión menos cortoplacista respecto a los fenómenos que nos abruman en el presente. Nos permite tener cierta pausa, aunque no se trata de ser lentos, o de sumirnos pasivamente en el pasado, sino que nos capacita —y esto se ha hecho socialmente a nivel colectivo— para generar una visión mucho más pausada, y mucho más crítica sobre nuestros múltiples devenires. Para esto convendría también proponer una historia más incluyente. Obviamente también ahí se rompe con la idea de las historias de bronce, de las historias monumentales de esos prohombres cívicos, de los héroes, para poder darle lugar a personajes más anónimos. Aquí en el caso de San Luis Potosí, (esos hombres son) los que tuvieron que ver con la industria del ferrocarril, con el sector industrial que vuelve a esta zona una región de mucha migración, hay que incluirlos, hay que hacer historia de los trabajadores y también de los grandes empresarios. En resumen, la historia debe tratar de dar cuenta de esos procesos que son tan cambiantes, más allá de si estudias historia o ciencias sociales.
EM: Entiendo que, entre tus actividades docentes en la Universidad Tecnológica de Pereira, está dar clase de formación ciudadana. Desde una perspectiva cívica ¿se puede decir que la política reivindica al conocimiento histórico?
JJCR: Yo problematizo la formación ciudadana desde una perspectiva histórica, es decir, yo no dicto clase apegado a un manual de civismo o de buenas costumbres. Los estudiantes con los que trabajo en Colombia se están formando para ser profesores, hay que tomar en cuenta esto. Entonces yo trato de educarlos cívicamente, además de que cuestiono que sea solamente la escuela la institución encargada de formar ciudadanos, estos (los ciudadanos) se forman de muchas maneras en sus múltiples interacciones sociales, día, a día, ahí los medios de comunicación tienen un papel importantísimo, por ejemplo. Se deben problematizar los modelos cívicos basados en esa urbanidad de las buenas costumbres que definían un modelo específico de ciudadano y volverlo un poco más plural. Eso es lo más conveniente para las sociedades actuales, donde no hay crisis de valores sino una competencia de valores: lo que para los adultos es lo más preciado, lo más valorado, para los jóvenes puede ser insignificante. Aquí es donde entra el papel de la historia, que nos puede ayudar a no caer en radicalismos, ni en fundamentalismos. Resaltemos por ejemplo lo que dicen los franceses, que tienen definida a la historia como “la escuela del ciudadano”. El ciudadano toma lecciones, positivas, críticas, establece un diálogo interg eneracional, aunque sea un poco ficticio. Por eso en estos tiempos urge revisa las antiguas definiciones y acercarnos a la historia cultural, a la historia de las palabras, ya que los conceptos no están definidos por una racionalidad fría y puramente filosófica, sino que se delimitan por su funcionabilidad. Entonces la historia, a partir de esa nueva línea de investigación, nos puede ayudar a entender cómo esos pensamientos se han modificado. Por ejemplo, ¿qué significa ser de izquierda, o de derecha? o ¿qué significa hoy en día la palabra revolución, reforma, ciudadanía? Yo trato de incentivar que mis estudiantes puedan hacer lectura de su presente remitiéndose a su pasado, y que sepan también establecer un diálogo con las visiones del futuro: ¿qué es lo que hay que hacer? ¿hacía dónde hay que movernos? La historia no es la bola de cristal, pero es una herramienta de reflexión, eso es lo importante para las sociedades actuales, que no se las deje huérfanas, o montadas solamente en el tren del emprendimiento, de la competitividad, de la innovación, y que crean que de ahí en fuera ya no hay nada más, ¿cierto?
EM: Como lo dice, se vive en un ambiente de intranquilidad con respecto al futuro, parece que el ser humano ha perdido su rumbo, ya no tiene las mismas convicciones ideológicas. ¿Si el hombre no le encuentra sentido al futuro, será tal vez porque no voltea a ver lo suficiente a su pasado?
JJCR: Esa puede ser una primera explicación, lo temible es que hay otros que sí nos están vendiendo diferentes futuros, y al menos la historia debería servirnos de alerta. La mayoría de la población vive en un presentismo inmovilizador, y esa es una de las múltiples crisis de la actualidad, la falta de una relación orgánica incluso con sus antepasados más recientes. Algunos jóvenes de ahora acaso saben de dónde viene la madre, pero del abuelo no saben nada. Ese espacio vacío lo está colonizando el neoliberalismo y sus teorías multiculturales, “todos somos iguales a pesar de las diferencias”. También están colonizando el futuro, las nuevas esperanzas, que son unas esperanzas con base en la competitividad, y que dejan de lado conquistas y luchas sociales del pasado. Ahora, por ejemplo, nosotros estamos en paro (la Universidad Tecnológica de Pereira) desde hace un mes y medio por defender la educación superior y los derechos de los profesores.
EM: Esta lucha por rescatar el conocimiento histórico nos remite a las bases teóricas de la disciplina, su rigor que también es cuestionado, ¿pueden sus sustentos epistemológicos salvar a la historia de su crisis?
JJCR: La historia como disciplina ha vivido sucesivas crisis, eso no es nuevo, pero ha logrado mantener un aparataje crítico interno que le ha valido ser un referente importante dentro de las disciplinas de las ciencias sociales. (La historia) vivió la crisis del positivismo, la crisis del marxismo, y varias más internas, y ahora mismo estamos un poco acosados por los nuevos paradigmas, por la modernidad. En ese aspecto, por los métodos que utilizamos los historiadores, la historia ya era posmoderna hasta cierto punto. La historia como disciplina no se puede quedar pasiva, el enfoque que yo estoy tomando en mi universidad en Colombia, tiene que ver con sacar a la historia de su torre de conocimiento y permear los espacios de la sociedad: la calle, los gobiernos municipales e incluso los clubes de la élite.
EM: Hace poco leí lo siguiente en “El taller del historiador”, un libro de los 70 compilado por L.P Curtis Jr.: “La enseñanza y escritura de la historia ha llegado a ser una industria multimillonaria, con incontables ganancias marginales, especialmente si se está en ‘el buen campo”. Claro que eso fue hace cuarenta años y en mercado anglosajón, pero aún así cuesta imaginar a la historia académica como una industria que pueda producir ganancias vendiendo libros. ¿Cómo puede el historiador profesional acercarse al público? ¿cómo solucionamos el problema del rating de la historia?
JJCR: Ahí tenemos un reto enorme los historiadores, los docentes. El caso de los libros es una cosa difícil, porque además los profesionales de la historia tenemos que aprender a escribir. También se acumula al problema que muchos historiadores prefieren escribir en revistas especializadas por la cuestión de los puntos, en lugar de hacer un compendio interesante en un libro. Pongamos las nuevas oportunidades en las nuevas tecnologías. Como lo que viene proponiendo la historia pública: ¿cómo dialogamos los historiadores en las redes? ¿cómo podemos demostrar nuestras capacidades de investigación en un lenguaje más amable a la gente común? Hay que hacer biografías, historias urbanas, historias de barrio. Hay muchas posibilidades, y eso es lo que tratamos de hacer en Colombia, porque nos preocupa el divorcio entre la universidad y la pedagogía, entre el ciudadano común y la academia.
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#4 Tiempos
El paisaje | Columna de León García Lam
VOLUTA
¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.
Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí. Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.
- ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
- Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
- ¿A eso le llamas paisaje?
- Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.
Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.
—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros
- ¿Por qué? —Me pregunté
- Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
- Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
- Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.
Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.
Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.
Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.
¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.
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#4 Tiempos
La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam
VOLUTA
En mi juventud (ya perdida) fui testigo en varios momentos críticos de la historia político-partidista reciente (no tan reciente) de que la “gubernatura de San Luis Potosí se gana con la Huasteca”. Es decir, que es sabido que, por mucha preferencia electoral que tenga un candidato en la capital, no gana una elección sin haber consensuado su victoria con la Huasteca, pero ¿en qué consiste específicamente este consenso y qué es la Huasteca?
En realidad, nadie sabe exactamente qué es la Huasteca. Aparentemente, es una región ubicada en la cercanía del Golfo de México y la Sierra Madre Oriental que va desde Tamaulipas hasta Veracruz e Hidalgo, pero puede llegar hasta Querétaro y quizá alguna vez alcanzó hasta Guanajuato. Una buena parte de San Luis Potosí es Huasteca. Pero como desde hace muchos siglos ha sido una región ocupada, no se sabe si huasteco es el ocupado o el colonizador. Probablemente los tének colonizaron esta región hace dos mil años, luego los nahuas los alcanzaron, siguieron los españoles, luego los rancheros y, por último, los turistas. Los tének dicen que huastecos son los nahuas; los nahuas dicen que huasteco es el “mestizo” que vive en las cabeceras municipales (o sea, los rancheros) y estos a lo mejor sí se aceptan como tales. No nos podríamos poner de acuerdo en esto, porque los turistas le dicen huasteco a todo lo que tenga cascadas.
Durante décadas -es decir, todo el siglo XX- se conformó una estructura clientelar en la Huasteca, dominada por una minoría: los no indígenas (o sea los rancheros terratenientes huastecos) ocuparon los puestos de decisión (presidencias de partidos, ayuntamientos y cabildos). La población indígena acató los lineamientos de organización política y electoral del estado, por medio de una estructura basada en partidos políticos. Los indígenas eligen al partido político de su preferencia para colocar a un ranchero como su presidente municipal. Los indígenas del PAN se pelean apasionadamente contra los indígenas afiliados al PRI para colocar a su ranchero-candidato. Poco se repara en que el candidato del PAN es un ranchero primo del candidato del PRI (en esos lugares todos son parientes) y que, aunque gane uno u otro, seguirán siendo rancheros que tienen la sartén por el mango para decidir el futuro económico de ese municipio. No tengo nada contra los rancheros en lo particular: al contrario, soy fan de sus quesos y de la cecina huasteca.
Cuando los turistas visitan la Huasteca y ven su riqueza y majestuosidad siempre se preguntan:
¿Por qué los indígenas son pobres si tienen tantos recursos?
Se responden a sí mismos una sarta de respuestas equivocadas que no voy a comentar aquí porque al decirle huasteco a todo, piensan que tan huasteco es un ranchero terrateniente como la señora con petop que les vendió el zacahuil que se zamparon.
Durante todo el siglo XX, los rancheros terratenientes gobernaron la Huasteca y es con ellos con quienes el candidato a gobernador tiene que acordar su victoria y aquí entra la famosa frase “No se gana sin el apoyo de la Huasteca”.
Bueno, pues esta situación está por terminar.
Las comunidades indígenas de los municipios de Tanlajás, San Antonio y Tancanhuitz llevan años solicitando al Congreso del Estado y al Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEEPAC) ser escuchados pues no quieren seguir participando de un sistema que los pone en desventaja electoral, política, social y económica frente a una minoría.
Quieren elegir a sus autoridades bajo sus propios usos y costumbres.
Quieren desarrollar sus propios proyectos productivos porque como todos los mexicanos tienen derecho a decidir por su propia prosperidad.
Están hartos de ser pasivos en el desarrollo de su propia tierra y que los de afuera les digan qué es lo bueno para ellos.
Así que más de 120 comunidades tének y nahuas y cientos de localidades con una sentencia del Tribunal Federal Electoral en su mano exigen al CEEPAC y al Congreso del Estado que se respeten sus derechos político electorales, para abrir paso a la elección por usos y costumbres indígenas, en congruencia con lo que establece la Constitución: “…la Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas…”.
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#4 Tiempos
Una historia de derechos humanos | Columna de León García Lam
VOLUTA
Se acerca diciembre, mes en el que evaluamos cuánto de lo propuesto se cumplió. Yo me propuse desde hace meses narrar una historia de lo más sorprendente que me pasó en este 2022.
Comienzo esta narración reconociéndome una capacidad perfeccionada de estar cerca de las situaciones más insospechadas, en vez de verlo como un defecto (una persona bien poco agradable un día me lo reprochó: “León, ¿por qué siempre, siempre te metes en líos?) lo veo con optimismo y poca humildad, como una de mis virtudes más presumibles. Faltaba más: por eso soy antropólogo, documento y registro situaciones sociales y entre más extrañas y peligrosas, mejor.
Sucedió pues de que estaba yo en la Central Camionera de Morelia, el mero Domingo de Pascua, último día de vacaciones de Semana Santa. Sí, el peor día para tomar un autobús de vuelta a casa, al San Luis de las Tunas. Filas y filas de gente desesperada en todas las líneas. Era la época en que el COVID todavía asustaba y las multitudes intentaban guardar infructuosamente su distancia, con su cubrebocas y poniéndose gel en las manos.
En el mostrador de ETN estaban 2 señoritas atendiendo a los pasajeros. Frente al mostrador, en el piso, estaban pegados unos círculos rojos que indicaban el lugar en que cada cliente debía ubicarse. Sin embargo, solo había una fila con 12 personas formadas y el resto de círculos rojos ahí solitos. Pensé en formarme en una fila vacía y ahorrarme unos 20 minutos, pero me pareció extraña la situación y mejor le pregunté a la última persona formada:
- Disculpe ¿esta es la fila para comprar boletos…?
La señora me miró pensando en lo tonto de la pregunta (“no, es la fila para comprar filetes de pescado”), me respondió un lacónico “sí” y me formé, como el ciudadano obediente y decente que soy. Luego de mí, llegaron otras y otros que hacían la misma pregunta tonta al último formado. Entonces sucedió: un hombre en short y con playera de quien acaba de llegar de la playa observa una fila enorme de 15 personas y toma la decisión de pararse en el primer círculo rojo abandonado.
Tiene razón, pensé. Ahí están las marcas, que claramente tienen el letrero pintado “párese aquí” y espere su turno, pero mi experiencia me hace saber que, aunque una institución ponga reglas, la mejor manera de meterse en problemas es seguir esas reglas, siempre hay que esperar a ver qué pasa. Efectivamente sucedió: cuando el hombre quiso pasar, la señorita le dijo: fórmese en la fila y él respondió, “yo me formé en donde la empresa puso las marcas de las filas”. La señorita se molestó y le ordenó al señor que se formara en la fila de ya 20 personas que veíamos la situación. Como el hombre no se quiso mover de ahí hasta ser atendido, la señorita 2 llamó a la otra señorita 1 para explicar entre las dos que, aunque la empresa puso esas marcas en el piso, no había que hacerles caso: es una trampa para ver quién cae. Luego, llamaron al gerente de ETN, quién creyó que si ponía su semblante más amargado y gritaba iba a poner en su lugar al cliente que estaba cada vez más ofendido.
Aquí es donde intervengo yo: me salgo de la fila y voy y le digo al gerente: “El señor tiene razón, ustedes pusieron esas marcas, yo mismo me hubiera formado, pero se trata de una cuestión cultural, claramente él es extranjero y no tiene por qué saber que en México hay que preguntar en la cola de las filas, por favor atiéndalo ya y ayude a que la fila avance”. Lo más sorprendente del caso fue que el hombre me contradijo hablando un español perfecto: “No, no se trata de una cuestión cultural, sino de educación y de orden, que la empresa respete sus propias reglas”. Wuao.
¿Cómo supe que era extranjero? Por un detalle que he omitido intencionalmente: el hombre era negro y aquí entró un prejuicio mío, supuse que era extranjero por su piel y que era turista por su atuendo.
Mientras el gerente de ETN gritaba y manoteaba, el señor se recargaba en el mostrador desafiante y tranquilo a la vez. Una señora mayor y de tez blanca se formó en una de las filas vacías e inmediatamente fue llamada al mostrador. Entonces sí, el señor reclamó y argumentó que se trataba de un caso de evidente discriminación racial, a él lo formaban y a la señora la dejaban pasar. El gerente no pudo más y llamó a la policía. Entonces saqué el celular y me puse a grabar, porque pensé que se iban a llevar al señor detenido por formarse en una fila de trampa.
Arribaron corriendo las fuerzas de la policía privada que cuida la Central Camionera (en estos casos, la policía llega bien rápido). El jefe y tres de ellos se fueron contra el señor y otro contra mí por estar grabando. Aquí entran discusiones del tipo “¿qué estás grabando?” “Lo que me da la gana, señor”, “no puedes grabar aquí” “¿por qué no?”, “lo dice el reglamento”, “tráigame el reglamento”. Etc. Hubo un momento de máxima tensión cuando los policías intentaron llevar el conflicto a un terreno físico.
Entonces ocurrió algo muy extraño. Los policías poco a poco se empezaron a retirar y solo quedó el jefe que le ordenó al último guardián del orden que me dejara en paz. Yo estaba a un turno para llegar al mostrador a comprar mis boletos, pero seguí grabando.
El hombre ofendido le reprochaba al jefe policía, dónde estaba su placa y le recordaba todos los artículos del reglamento que estaba incumpliendo. Le pidió ciertos papeles que el policía también incumplió y le advirtió: “tú vas a escribir tu informe y ahí vas a poner que incumpliste este procedimiento, y este y esto más y si no lo pones, yo me voy a encargar de que además seas sancionado por ocultar información, esto que hiciste es muy grave”. El policía se iba haciendo chiquito, chiquito, chiquito. El gerente de ETN desapareció de la escena y la señorita 1 atendió al hombre y le despachó sus boletos.
La señora mayor seguía ahí esperando. ¡Iba en compañía del hombre!
Pero la historia aun no acaba, viene lo mejor.
El señor me pidió mi teléfono para compartir los videos, pues estaba decidido a denunciar formalmente a la empresa ETN y a los policías. Me dijo: “Esto no puede seguir pasando en este país” y nos despedimos. Minutos más tarde, mientras comía una torta deliciosa en un lugar privilegiado (y casi secreto) de la central camionera me llegó un whatsapp de mi nuevo amigo. En su foto aparecía él, de traje, sentado en un escritorio, junto a las banderas de México, de la Comisión Internacional de Derechos Humanos y de la ONU. Lo busqué y resultó que se trataba de un alto comisionado que asesora al Gobierno de Michoacán en este tema de los derechos humanos. ¡ja!
Hace unas semanas recibí un mensaje de él. Me relataba que su denuncia fructificó: la empresa ETN debe solicitar disculpas públicas y desarrollar talleres y cursos para preparar a su personal en Derechos Humanos y evitar a toda costa actos de discriminación. Yo añado: No estaría mal también una asesoría en manejo de las filas de clientes.
Estimadas y cultas lectoras de La Orquesta: este es el mensaje para las empresas y gerentes discriminadores: Nunca saben cuándo están en la mira.
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