septiembre 15, 2025

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#4 Tiempos

#Entrevista | Diego tiene dos mamás

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Diego

El jueves pasado, el Congreso del Estado aprobó modificaciones en el Código Familiar, lo que permitirá los matrimonios entre personas del mismo sexo en San Luis Potosí. Esto, además, abre la puerta a la adopción homoparental, por lo que hoy, a propósito de esos cambios, retomamos esta entrevista con una de las primeras parejas que lograron casarse en San Luis Potosí, a través de un amparo y que tienen un hijo. el texto fue publicado originalmente el 9 de mayo de 2016.

El 28 de junio de 2014, Fabiola Luna se encontraba en el área de urgencias del Hospital Central “Ignacio Morones Prieto”. Eran casi las tres de la mañana cuando le dijeron que estaba por llegar un paciente en condiciones muy graves, minutos antes acababa de morir una persona a la que había atendido y se sentía muy estresada.

Cuando arribó la ambulancia, subió y se dio cuenta que la persona, cubierta por completo con una manta, no estaba en paro como antes le habían informado, además notó que se asomaban unos zapatos tipo Crocs. “Regularmente las personas llegan descalzas por lo que me llamó la atención, luego esos Crocs se me hicieron conocidos. Pensé que se trataba de una broma”.

Quitó la sábana y descubrió que se trataba de Cynthia Soto, quien desde pocos meses atrás era su novia. “Me enoje y la empecé a regañar, también a los paramédicos, ahí fue cuando sacó el anillo y me pidió que nos casaramos”.

Al día siguiente, ellas y Diego, hijo biológico de Fabiola, comenzaron una serie de trámites legales que finalmente concluirían el 22 de agosto del 2015 cuando se convirtieron en la primera pareja de personas del mismo sexo que se casó en San Luis Potosí.

Nueve meses después y a propósito de la celebración del día de la madre, esta familia accedió a hablar en exclusiva con La Orquesta sobre las dificultades que enfrentaron para casarse, los retos que implica ser mamás jóvenes, la relación con su hijo y sus planes futuros.

LA ORQUESTA: ¿POR QUÉ DECIDIERON CASARSE? ¿NO HUBIERA RESULTADO MÁS SENCILLO SOLO JUNTARSE COMO HACEN MUCHAS PAREJAS?
CYNTHIA SOTO: Se trata de ofrecer seguridad a la pareja, aparte está Diego de por medio. Hay muchas parejas que llevan toda la vida juntas y en el momento en que una muere y la otra no puede hacer nada, no puede tomar el patrimonio que formaron juntas; en situaciones médicas en las que solo tiene acceso el cónyuge, no pueden tomar decisiones importantes. Es parte de la seguridad que queríamos tener como familia.

LO: ¿CÓMO FUE EL PROCESO PARA QUE LEGALMENTE SE ACEPTARA SU MATRIMONIO?
FABIOLA LUNA: Fue un calvario total, dimos con la Red de Diversificadores Sociales (organización dedica a la defensa de los derechos humanos, principalmente de las personas LGBTTTI) ellos nos ayudaron con los trámites.
Lo primero fue llenar una solicitud en la Oficialía para que la rechazaran, luego interponer un amparo, lo rechazaron dos veces, se metieron dos veces demandas al Congreso, fue un proceso bien largo, entró a juicio y fue hasta que se interpuso un amparo colectivo junto con otras 30 parejas cuando por fin se resolvió a nuestro favor. Todo duró más de un año y tres meses. Nos dijeron que en el juzgado en donde nos tocó era muy lento, pero la verdad no nos dejaban ver en qué punto iba el proceso.

Durante el tiempo de espera, Cynthia tuvo que salir a radicar por tres meses al extranjero: “Llegó un momento en el que me sentí muy angustiada, cuando me fui parecía que todo estaba en orden pero al volver aún no se había resuelto, teníamos los tiempos encima, las invitaciones, el lugar, los vestidos ya teníamos todo, era el estrés normal de una boda y además teníamos la incertidumbre de no saber qué iba a pasar. Nunca hemos tenido problemas, ni hemos peleado, pero esos fueron difíciles, porque además cada una teníamos nuestra situación familiar”.

Cuando uno de los amparos se resolvió a su favor Cynthia y Fabiola tuvieron otras complicaciones pues sus familias no terminaban por aceptar el que se casaran, tanto que algunos de sus parientes dudaban en asistir a la ceremonia, aunque al final todos fueron:

“Con nuestros amigos también fue extraño porque no habían agarrado la onda de que era una boda como cualquiera, incluso nos preguntaban cómo debían ir vestidos”, recordó Fabiola.

También los medios de comunicación estaban interesados en su historia, pues este matrimonio resultó un hecho coyuntural en San Luis Potosí:

“Todos estaban encima de nosotras. No queríamos invitar medios, porque no nos gustaba el morbo, tratamos de ser muy cuidadosas porque en esos días salieron las declaraciones del arzobispo, el diputado Miguel Maza y el Consejo Coordinador Ciudadano (principal antagonista de los matrimonios igualitarios en San Luis Potosí), nos preocupaba que alguien pudiera hacer algo para sabotear nuestra boda, se hizo una polémica en algo que no les correspondía”, detalló Cynthia.

Diego, quien tiene nueve años, era, después de sus mamás, el más emocionado por la boda, hasta el grado que ese día se emocionó tanto que no pudo contener las lágrimas:

“Desde que empecé a salir con Cynthia, Diego siempre asumió que era mi novia, cuando le dijimos que nos íbamos a casar estuvo muy involucrado, nos ayudó a escoger lo que compramos y a decorar”.

Una de las principales “preocupaciones” de los grupos conservadores con respecto a los matrimonios igualitarios es la formación que reciben los niños en el seno de estas familias:

“Nuestro hijo es un niño que ha crecido completamente sano, nunca ha tenido ningún problema con otros niños, ni en la escuela o nosotras con otros papás. Se identifica mucho conmigo porque compartimos ciertos gusto como dibujar o los videojuegos”, expresó Cynthia, mientras que Fabiola agregó:

“Diego es un niño muy listo, tolerante y detallista, ahora estudia en una escuela laica, pero esperamos pronto cambiarlo a un colegio católico con un mejor nivel académico y donde también le inculquen valores en los que nosotros también nos formamos”.

Diego llama a sus dos mamás por su nombre y al referirse a ellas con otras personas a ambas les dice “mi mamá”. En próximas fechas comenzarán el proceso para que Cynthia pueda adoptarlo.

Lo único que lamentan este par de mamás jóvenes (26 y 29 años) es que al ser médicos de profesión sus horarios no siempre les permiten convivir con su hijo, pero en sus tiempos libres les gusta visitar museos, jugar videojuegos y salir a la carretera a visitar pueblos.

LO: ¿CREEN QUE LOS NIÑOS FORMADOS EN FAMILIAS HOMOMATERNALES U HOMOPARENTALES SON MÁS SUSCEPTIBLES A SER HOMOSEXUALES?
FL: Claro que no, nosotras provenimos de familias nucleares y no por eso replicamos ese modelo de familia.

LO: ¿PLANEAN TENER OTRO HIJO?
FL: Tal vez sí, queremos ver cuál es el método que más nos conviene, en ocasiones Diego me dice que ya me ve más gordita y pregunta si pronto va a tener un hermanito.
CS: Cuando vamos a las plazas y pasamos por las tiendas dice “esto para cuando nazca mi hermanito”.

LO: ¿HAN PENSADO EN ADOPTAR?
FL: Sí es una opción pero es un proceso muy tardado, en el caso de Diego facilita mucho las cosas que sea mi hijo biológico.

LO: En cierta ocasión entrevisté a los dirigentes del Consejo Coordinador Ciudadano y hacían mucho énfasis en que las familias con padres del mismo sexo no existen.
FL: Pues aquí estamos, existimos.

A diferencia de sus mamás, Diego no quiere ser médico al crecer, él prefiere ser chef o ingeniero.

 

“Un día Diego estaba haciendo la tarea, empezó a preguntarme cómo se llaman los papás de Cynthia, le dije y cuando fui a ver de qué se trataba, hacía un árbol genealógico. Dibujó a sus abuelos y hasta a sus mamás con sus cortes de pelo diferentes”, Fabiola.

 

“Lo más complicado de la maternidad es dar ejemplo, somos estrictas, pero luego Diego también nos regaña me dice que no coma picante porque luego me da gastritis”, Cynthia.

 

“Lo más complicado de la maternidad es dar ejemplo, somos estrictas, pero luego Diego también nos regaña me dice que no coma picante porque luego me da gastritis”, Cynthia.

 

“Ayer fue mi cumpleaños y como soy vegetariana a Diego se le ocurrió que sería buena idea regalarme un brócoli”, Fabiola.

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#4 Tiempos

Elogio de la literatura | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

¡Qué tristes son los personajes de Iván Bunin (1870-1953), qué tristes casi todos sus cuentos! Hay en ellos un no sé qué, una nostalgia que embelesa al lector desde el momento en que toma el libro y que no lo abandona sino muchos días después de que lo deja.

Acabo de leer, precisamente hoy, la pequeña antología de sus relatos breves que publicó en 1924 la vieja editorial Calpe y cierro el libro con un suspiro que no sé si será de pena o de dolor. El escritor ruso lo sabe; por lo menos él no se engaña: la vida del hombre está llena de desamparo, de abandono, de tristeza.

El personaje de uno de estos relatos, al ver llegar a su casa a un amigo al que no veía desde hacía mucho tiempo –desde el tiempo en que combatieron juntos en la guerra de Crimea- lo saluda con los brazos extendidos, avanza hacia él y le dice lleno de júbilo: «¡Kovalev! ¿Estás vivo?». ¡Dios mío, qué pregunta! Así nos deberíamos saludar todos, pues la verdad es que nadie sabe si mañana aún estará aquí. A nuestro saludo habitual habría que agregarle una coma para que suene más sincero; no preguntar: «¿Cómo estás?», sino: «¿Cómo, estás?».

Entonces los amigos se abrazan, se besan según la usanza rusa y encienden el samovar mientras afuera, en la estepa, los elementos se enfurecen y la nieve cae sepultándolo todo. «Yakov Petrovich estaba de muy buen humor; pero en el fondo de su alma había nostalgia. Al día siguiente era Navidad…, y él estaba solo. ¡Gracias a Dios que Kovalev no lo había olvidado!». En realidad, Kovalev era el único que no había olvidado a este pobre viejo, pues todos a su alrededor o habían muerto o simplemente habían desaparecido de su vida sin dejar rastro.

¡De cuántas desapariciones puede ser testigo un hombre en el curso de una vida! Sí: envejecer es haber asistido a muchas muertes. «Todo ha pasado y ha desaparecido –dice Yakov Petrovich al amigo recién llegado, al único amigo que le queda-. ¡Cuántos parientes y compañeros tuve! ¡Todos están ahora bajo tierra!».

Sin que él se diera cuenta, el tiempo había pasado. ¿A qué hora crecieron los demás, en qué momento fueron haciéndose mayores y tomando cada uno su propio camino? ¡Huyeron como de puntillas, sin decir adiós! Y ahora, si no fuera por este viejo amigo que aún se acordaba él, Yakov Petrovich tendría que pasar las fiestas de Navidad como había pasado casi todas las horas de su ya larga existencia: solo.

En otro relato del mismo volumen un caballero se encontró por el camino a un anciano que comía en silencio y sin más compañía que los árboles y las piedras. Le preguntó:

«-¿Y tu mujer?

»-Hace seis años que murió –dijo el anciano.

»-¿Y tus hijos?

»-Tuve seis.

»-¿Viven?

»-No; todo han muerto.

»Y de nuevo calló –cuenta el hombre del caballo-, masticando con cuidado la patata. Mientras él estaba sentado y con los ojos bajos, yo examinaba su cara y pensaba: “¡Nunca conseguiré penetrar el misterio de su taciturna tristeza!”».

(Apenas termino de leer esta frase, me pongo de pie y busco entre mis libros la Antología del cuento triste que publicaron hace ya muchos años Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs; sólo quería comprobar una cosa: que hubiera en el libro por lo menos un cuento de Iván Bunin. Me digo a mí mismo mientras reviso el volumen: «Si no hay aquí, entre estas 600 páginas, un solo relato de este autor, pensaré que la selección ha sido hecha a la ligera

». Pero no. Ahí estaba, en efecto, el nombre de Iván Bunin; los recopiladores habían elegido uno de sus cuentos más famosos: El caballero de San Francisco. ¡Menos mal!).

En otro de sus relatos aparece un tal Basilio Chkut, y de él dice nuestro autor lo que sigue: «Era alto, ancho de hombros y encorvado. Toda su figura muestra aún el vigor de la estepa. ¡Pero qué triste está su cara! Ya está cerca de la tumba, pero jamás escuchará una palabra cariñosa».

¡Dios mío –pensé al cerrar el libro-, cuánta gente se va de este mundo sin haber escuchado jamás una palabra de afecto! Nunca hubo para ellos una sonrisa, una palmada en el hombro, una declaración de amor. Nada. ¿Qué hacen los que se mueven a su alrededor que parecen estar mudos? ¡Apenas si reparan en ellos! Y me pregunto: «¿He dicho a los que me son queridos cuánto importan para mí? ¿Se lo he dicho, o me he limitado a dejarles la tarea de que ellos por sí mismos lo adivinen?».

Antes de apagar la luz de mi cuarto –ya es noche cerrada, como siempre: no tengo otra hora para leer- pongo sobre el buró el libro de Iván Bunin y le acaricio las tapas en señal de gratitud. No fue, la de esta madrugada, una lectura infructuosa. Me recordó que cerca, muy cerca de mí, hay gente que aunque no me diga nunca nada, espera que abra la boca y les diga una palabra que les alegre el corazón. ¿Por qué nunca le he dicho a esta gente cuánto la quiero? ¡Sería demasiado injusto que se marcharan de este mundo sin que lo supieran de mi propia boca!

Y, finalmente, mientras apago la luz, sonrío satisfecho. Hoy la literatura me ha enseñado algo: que las gentes sufren porque están solas y que el tiempo pasa. Pero, ¿es que no lo sabía? Sí, lo sabía, pero aún no se me había ocurrido tomar las medidas pertinentes al caso.

¿Que no sirve de nada la literatura? ¿Que no sirve de nada? Vuelvo a sonreír, pensado en lo equivocados que están lo que esto dicen, cierro los ojos y me quedo dormido. ¡Ah, si no fuera por la literatura, qué poco sabríamos de nosotros mismos!

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#4 Tiempos

Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.

San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.

Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.

El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.

La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.

Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.

Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.

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#4 Tiempos

De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.

El texto decía:

Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.

Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…

 

Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.

Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.

Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.

Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.

Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.

De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.

El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.

Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.

Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.

En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.

El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.

 

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