noviembre 21, 2024

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El agua de la vida | Columna de Juan Jesús Priego

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El agua de la vida

LETRAS minúsculas

 

Cuenta una leyenda judía que una vez Salomón, el rey sabio, lloraba desconsoladamente por la brevedad de la vida. «Oh -decía a voz en grito-, ¿cómo es posible que el Señor la haya hecho tan corta? ¡Ay, la vida del hombre es como polvo, es como la hierba que florece por la mañana y por la tarde la siegan y se seca! Nascentes morimur, moribundos nacimos, como dijo el poeta. Desde que nacemos, somos lo suficientemente viejos como para morir. Pero, ¡ay!, no quiero morirme. ¡Me da miedo la muerte! ¡Ay, ay, ay!».

El Señor, que escuchaba las lamentaciones de su siervo, se compadeció de él y le envió un ángel que llevaba en la mano derecha un recipiente luminoso.

-Salomón –le dijo el ángel-, el Altísimo, bendito sea, ha visto desde el cielo tu angustia y te manda esta copa que contiene unas gotas del agua de la vida. Si la bebes, serás inmortal; si no la bebes, todo continuará como hasta ahora y morirás el día que Él tiene señalado para ti. ¡Elige!

¡Qué oferta más tentadora! Pero, ¿traerá aparejada alguna consecuencia imprevista? -se preguntó Salomón, que, no hay que olvidarlo, después de todo era muy sabio-. Es bien sabido que existen los llamados efectos colaterales y que el medicamento que hace bien a un órgano del cuerpo puede ser sumamente funesto para otro. ¡Oh! ¿Quién podrá ayudarme?

-Antes déjame consultarlo con los sabios de mi pueblo -dijo por fin el rey al ángel, que aguardaba una respuesta.

-De acuerdo. Haz las preguntas que consideres pertinentes. Pero mañana, a esta misma hora, regresaré para conocer tu decisión. ¡Sólo este breve lapso de tiempo se te concede!

«¿Debo o no beber el contenido de la copa?», preguntó Salomón a los maestros más ilustres de Israel. Todos le aconsejaron que sí, pues no a cualquiera el Todopoderoso, bendito sea su nombre por los siglos de los siglos, le hacía una oferta semejante. El único que se mostró temeroso y desconfiado fue un anciano llamado Benaia.

-¡Cómo! -gritó extrañado el rey, que en el fondo quería beberse el agua-. ¡Todos han estado de acuerdo en que la beba! ¿Por qué tú no?

Benaia levantó el dedo índice y señaló con él el firmamento; después dijo:

-Si tu vida no tuviera fin, ¡oh rey!, tus hijos, tus esposas y tus amigos partirán de tu lado. Cada día, cada semana tendrás que lamentar una pérdida, y el incesante luto por quienes te rodean colmará tu vida de lamentos y de amargura. Si no son inmortales aquellos que amas, ninguna felicidad podrá reportarte tu propia inmortalidad.

Sí, él viviría, y los demás se irían muriendo de uno en uno: su esposa, sus hijos, sus amigos. Volvería a casarse, tendría otros hijos, otros amigos, que también se le irían muriendo de uno en uno. Luego volvería a casarse y vuelta a empezar. ¿No sería éste el tormento de Sísifo? Benaia tenía razón: su vida, entonces, estaría colmada de lamentos y de amargura.

Si el ángel se os apareciera ofreciéndoos la misma copa que a Salomón, no la aceptéis. Viviríais muy solos y al final acabaríais pidiendo la muerte. Vivir significa encontrar a unos seres y ser sus compañeros de toda la vida. Sin un pasado común y una geografía compartida no seríamos nada para nadie.

He aquí, por ejemplo, lo que una mujer dijo un día a Raymond Fosca en Todos los hombres son mortales, la novela de Simone de Beauvoir. Recordemos que Fosca, al haber bebido el elíxir de la vida, no podía ya morir:

-«Me entregué a ti sin reservas Creí que tú también te dabas para la vida, para la muerte, y sólo te prestabas por unos cuantos años –el llanto la ahogaba-. Una mujer entre millones de mujeres. Llegará un día en que ni siquiera recordarás mi nombre. Y seguirás siendo tú, nada más que tú… ¿Qué es tu amor? Cuando dos seres mortales se quieren están moldeados en cuerpo y alma por su amor, es su propia sustancia. Pero para ti es sólo un accidente… ¡Qué sola estoy! Si fueras mortal, yo viviría en ti hasta el fin del mundo, pues tu muerte sería para mí el fin del mundo. En cambio voy a morir en un mundo que nunca terminará. Sé que ha terminado. Voy a irme, me voy sola. Y tú te quedarás aquí sin mí, para siempre. ¡Sola! ¡Dejas que me vaya sola! El sol se pondrá y yo ya no estaré en ninguna parte. Sólo estará mi cuerpo. Y algún día, cuando abras mi ataúd, no habrá más que un poco de ceniza. Hasta los huesos se habrán convertido en ceniza. ¡Hasta los huesos! ¡Y para ti todo seguirá como si yo no hubiera existido! … Si tan siquiera pudiera pensar: va a reunirse conmigo dentro de diez años, de veinte, sería menos duro morir. Pero no, nunca. Me abandonarás para siempre. ¡Te aborrezco!».

En efecto, ¿qué sería esta mujer para Raymond Fosca de aquí a 10 000 años, tras haber conocido a cientos, a miles de otras mujeres? Nada. Ni siquiera un recuerdo. Ni siquiera la sombra de un recuerdo. Pero no hablemos de 10 000 años, que son demasiados: probad a ir a vuestro pueblo natal después de 20 años de ausencia para que descubráis que nadie os conoce, que sois unos extraños. Y si esto es así en tan poco tiempo, ¿qué no será en 100 años o en 200?

Es, pues, verdad: si no son también inmortales los que amamos, de nada podría servirnos nuestra propia inmortalidad

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera

. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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