#4 Tiempos
Con motivo de la Revolución | Columna de Víctor Meade C.
SIGAMOS DERECHO
“La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval…”
—Mariano Azuela, Los de abajo
En 1915, los convencionistas —comandados por Villa y Zapata— y los constitucionalistas —de Carranza y Obregón— se enfrentaron en repetidas ocasiones y en diversos frentes para definir cuál sería el proyecto de nación a instaurar en el país. Fue, entonces, al término de la “guerra de facciones” que los constitucionalistas se proclamaron vencedores, ya con el camino libre para imponer su proyecto. Sin duda este año parecía ser uno de grandes definiciones para todos: en el plano internacional, Europa se encontraba volcada en la Primera Guerra Mundial; en lo concerniente a México, Porfirio Díaz falleció en el exilio y los constitucionalistas parecían ser los últimos en pie para la consolidación de un nuevo gobierno. No obstante, este grupo constitucionalista se dividió, ahora, en dos facciones: la carrancista y la sonorense.
Venustiano Carranza se apuró a convocar a un congreso constituyente en Querétaro y para 1917 se promulgó la Constitución que hasta el día de hoy es vigente. Carranza fue presidente de México hasta que lo mataron en 1920 y Obregón —líder de los sonorenses— lo sucedió en el puesto después de un breve interinato de Adolfo de la Huerta. Después de Obregón fue presidente Plutarco Elías Calles, con quien vinieron otro tipo de problemas y enfrentamientos, como la Guerra de los Cristeros, iniciada en 1926. A partir de ahí, México tuvo otros tres periodos presidenciales cortos y francamente grises para que luego llegara Lázaro Cárdenas y la industrialización del país.
En medio de todos estos enfrentamientos y modificaciones, ¿en dónde podemos señalar el fin de la Revolución? La respuesta no es clara. Precisamente, esta incapacidad de calendarizar el final de la lucha revolucionaria ha sido aprovechada por los políticos en perjuicio de la población.
Me explico.
El fenómeno sucedido con la Revolución es distinto al que ocurrió con la Independencia. Con este último claramente podemos identificar que la guerra independentista terminó con la entrada triunfal del Ejército Trigarante de Iturbide a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821 y el cumplimiento del objetivo era binario: ser independiente o no ser independiente. Con la Revolución no es así de sencillo. Ciertamente, hay dos objetivos fundamentales que sí son identificables: primero, la caída de Díaz; segundo, la obtención de derechos laborales básicos. Francisco I. Madero pertenecía a una familia de hacendados coahuilenses que era una de las más ricas de México. Fueron muy cercanos al gobierno porfirista; sin embargo, Madero realizó sus estudios en Europa, de donde recogió las ideas liberales y democráticas de la época. Emprendió su movimiento democrático y el 25 de mayo de 1911 Díaz firmó su renuncia y partió exiliado a Francia. El segundo objetivo se alcanzó —de manera parcial— con la Constitución de 1917, en donde quedaron plasmados los derechos laborales, de libertad de culto, libertad de expresión, a recibir educación gratuita, entre otros. Claro, estos derechos quedaron consagrados en papel, pero nunca en la realidad.
Durante aquel año álgido de definiciones que fue 1915, Mariano Azuela escribió su tan famosa novela Los de abajo. En ella, Azuela apunta con gran lucidez que en realidad un gran número de los participantes de la Revolución no sabían exactamente cuál era el objetivo; sabían que buscaban libertad, quizás algo de aventura, pero desconocían el verdadero significado de la lucha. Dicho significado nunca iba a ser entendido por nadie, puesto que los ideales de los líderes revolucionarios cambiaron a través del tiempo y en función de la complejidad de los enfrentamientos armados y políticos. Los de abajo, según Azuela, siempre van a permanecer abajo, sin importar que haya Revolución.
Lo que sucedió con la Revolución les brindó una gran oportunidad a los políticos de retomar el discurso revolucionario para posicionarse a ellos mismos como los portadores de la solución a todos los problemas que no fueron resueltos por Zapata, Carranza y los demás. No es coincidencia que Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario para presentarse como el continuador de la lucha revolucionaria pero a través de un mecanismo institucional. Más recientemente, Cuauhtémoc Cárdenas y compañía fundaron el Partido de la Revolución Democrática, de nuevo, preservando el discurso ya discutido de que serán ellos, ahora sí, los que hagan valer los principios de la Revolución.
Bien dicen que somos lo que somos por lo que hemos sido. Por esto mismo, es fundamental que sepamos exactamente de dónde venimos. Vale la pena que dejemos de escuchar la historia contada por políticos; la historia la debemos de escuchar objetiva, imparcial y contada por historiadores.
El día de hoy se celebrará el aniversario de una Revolución inconclusa. Dicha celebración será oficializada por un presidente que, en buena medida, ha fincado su discurso en una historia mal contada; llena de juicios valorativos; de héroes y de villanos. Prestemos atención.
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#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
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#4 Tiempos
Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.
Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.
Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.
El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.
Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.
Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México. Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.
Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.
Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.
Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.
También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
APUNTES
Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?
La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?
Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.
Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.
¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.
Deme una salida, presidente…
— Ok.
Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú
… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.
—Ganamos.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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