abril 25, 2024

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La defensa del Cayeyo Jr logra aplazar 10 días más el juicio

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Cayeyo Jr

La audiencia de juicio oral en contra Eduardo Hernández Jannet “Cayeyo Jr” estaba programada para el día de hoy

Por: Redacción

El juicio oral contra Eduardo N, “Cayeyo” fue aplazado por diez días más, a solicitud de la defensa, según determinó esta tarde un tribunal en el Centro Integral de Justicia Penal.

El abogado registrado para la defensa de “Cayeyo” presentó hoy un justificante médico a causa de una apendicitis. El indiciado Eduardo presentó en la audiencia de hoy un par de nuevos abogados, quienes dijeron que no han tenido acceso a la carpeta de investigación del caso, por lo que no podrían montar una defensa adecuada del encausado.

La nueva defensa de “Cayeyo” buscaba que el aplazamiento fuera por 30 días, pero el tribunal, integrado por los jueces Juan David Ramos, Roberto Hernández y Juan Pedro, definió que la suspensión sólo podía ser por 10 días, hasta el próximo 22 de abril.

El tribunal notificó del cambio a 30 testigos,

entre los que se encontraba el fiscal general del estado, Federico Garza Herrera.

El fiscal salió del Centro Integral de Justicia Penal por la puerta trasera y escoltado, sin atender a los medios de comunicación.

A “Cayeyo” se le acusa de homicidio calificado en contra de Eugenio Castañón, el 5 de mayo de 2017, en el Fraccionamiento Campestre.

Según se sabe, Castañón y Eduardo N estuvieron juntos en una fiesta y siguieron en la casa de “Cayeyo”, donde el indiciado disparó contra la víctima.

Al momento de su muerte, Eugenio Castañón era el novio de la hija del fiscal general del Estado, Federico Garza Herrera.

 

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«Parecíamos hormigas arriba de un pan». Entrevista a un migrante y a la voluntaria de un albergue

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POR: Carlos López Medrano

 

Las siguientes entrevistas fueron realizadas en dos momentos distintos dentro de un albergue dedicado a la atención de migrantes en situación irregular a su paso por México. Una a un migrante de origen hondureño y la otra a una mexicana dedicada al voluntariado. Originalmente concebidas por separado con intenciones académicas, estas entrevistas terminaron en formato periodístico y se publican aquí por primera vez. Las he conjugado dentro de un mismo texto ya que, considero, se complementan mutuamente. Desde una óptica personal, ambos testimonios ofrecen atisbos significativos sobre la movilidad humana y su interacción con los países receptores. Además de contexto social e histórico, deslizan las implicaciones de la política migratoria mexicana desde de 2018 y su resonar en la actualidad. El nombre del albergue fue omitido y los nombres de los entrevistados fueron cambiados por respeto a la privacidad y seguridad de los involucrados.

Las imágenes son meramente ilustrativas y no tienen relación alguna con los personajes que aparecen el texto. Fueron obtenidas de Pixabay.

 

«Uno cree sujetar las riendas de los acontecimientos, y luego sólo desea saber adónde diablos lo llevan a galope tendido».
—Imre Kertész, Un relato policiaco (1977).

 

Reyli era un migrante hondureño de 36 años al que conocí dentro de la pequeña biblioteca de un albergue al suroeste de la ciudad. Dos voluntarias lo convencieron de acceder a la entrevista. Minutos antes, al manifestar mis intenciones de recoger el testimonio de uno de los huéspedes, ellas mismas me sugirieron platicar con él porque, entre todos, era el más resuelto para hablar.

Lo primero que llamaba la atención de Reyli era una cicatriz que tenía entre el labio superior y la nariz, producto de una herida, lo que en sí mismo denotaba que era una persona formada a la intemperie. También resaltaban sus ojos de un verde intenso que contrastaban con su piel tostada por el sol. Era alguien bien parecido. En tal rostro había una batalla entre los atributos concedidos por la naturaleza y las huellas de una vida a contracorriente. 

Pudo ser un modelo o un profesionista con labia de haber nacido en otro contexto. En cambio, a la mitad de sus treinta, esa una etapa crucial de la madurez, estaba ahí en las oficinas del albergue con la esperanza de que la directora le consiguiera una camisa blanca. La prenda que le pedían para el diario en su nuevo trabajo: un local de hamburguesas en el Centro Histórico.

Había, en principio, señales para el pesimismo en la entrevista. Reyli se presentó sin hacer contacto visual. Su atención estaba puesta en el celular: un modelo viejo y maltratado que, sin embargo, tenía conexión a internet. Respondió la primera pregunta sin dejar de mirar el aparato. Vi que tecleó la palabra youtuber en el buscador. Por fortuna, al cabo de un rato, Reyli guardó el teléfono y empezó a hablar. Con soltura, cadencia y una clase de regodeo, como de quien se sabe digno de estar ante un micrófono.

***

Reyli es originario de un municipio llamado San Lorenzo perteneciente al departamento Valle, al suroeste de Honduras, cerca de la Frontera con El Salvador, si bien la mayor parte de su vida la pasó en Tegucigalpa, la capital del país. Salió de ahí en el año 2005. «Pero no fui directamente a México», dijo.

Como miles de paisanos, Reyli fue empujado por las circunstancias. «Decido salir porque veo que la situación no mejora; en vez de ir para adelante, cada día la situación era insostenible tanto social, como económicamante, como en desarrollo humano», aseguró. «O sea, no había como esas herramientas que debería tener un país pobre, rico, en donde sea. No fue fácil, eso creo que fue la decisión que más tiempo me tomó».

En 2005, intentó prosperar en Guatemala, aunque más pronto que tarde la sombra de la adversidad lo siguió hasta ahí. «No fui luego-luego a México. A México llegué [en 2009] cuando la situación también se propagó hasta Guatemala. Porque para ese entonces todavía se podía vivir en Centroamérica, pero la misma situación que yo estaba viviendo en mi país ya tenía síntomas en Guatemala».

Se refería a la corrupción y, sobre todo, a violencia y la falta de empleo. «Nosotros los centroamericanos tenemos como un acuerdo entre los otros países de poder cruzar uno con el otro siempre y cuando se hagan los permisos correspondientes, pero ya no era como una opción quedarse en Centroamérica, por la inseguridad más que todo. La falta de trabajo… ya no había como tal esa fuente de trabajo. Lo cual me sorprendió mucho de Guatemala, pues yo decía “está mejor que Honduras, está mejor que El Salvador”, en cuanto economía, en cuanto a muchísimos retos». Esa concepción se había marchitado.

Reyli recordaba bien el episodio que lo llevó a dejar la región. El quiebre en su trayectoria. Ese momento en la vida de toda persona que le lleva a decir basta, no aguanto más. «Llegó un punto en el que, una vez ya cansado, llegué al lugar en donde estaba viviendo, me asaltaron, me golpearon… entonces fue como la gota que derramó el vaso, de decidir, o sea, no, esto se parece a Honduras», dijo. «Al principio cuando llegué a México pues… también fue… fue, no fue de avanzar, avanzar, avanzar. En lo personal; se lo podrías preguntar a otra persona también, te podría decir otra cosa, otro motivo, otros tiempos, pero mis tiempos fueron de llegar a la frontera».

El comienzo fue de todo, menos sencillo. Los inconvenientes continuaban. Era como si el infortunio solo se extendiera unos kilómetros más, allá a dondequiera que él buscara un respiro. «Escuchaba mil cosas, como “te van a matar” o “no lo vas a lograr”», le decían quienes le hablaban de los peligros de aquella supuesta meta. Pero permanecer en Centroamérica no era opción para él. «Tomé la decisión de seguir avanzando porque me quedé en la frontera y empecé a ver cosas: migración, recorridos extremadamente largos… pagas más transporte de lo que normalmente es porque tienes miedo a que el conductor te lleve directamente con migración. Mmm, no sé, como que te pasan mil cosas, hay como una desconfianza generalizada porque ya había un escenario en migración como muy extenso».

 

Una mujer en un albergue de hombres

El voluntariado es una tarea demandante que, por definición, requiere una vocación genuina: ayudar a los demás. Al carecer de una retribución económica la disposición hacia esta labor debe estar fundamentada en principio sólidos y a una misión existencial. ¿Qué es lo que lleva a una persona a dedicar horas de trabajo a un asunto que no le trae mucho beneficio material? Cada caso tendrá sus motivaciones. El primero que conocí de cerca fue el de Beatriz.

Beatriz es una joven con más de diez años de experiencia en activismo y lucha social. Desde hace dos años y medio había sido voluntaria en el alberge en el que se encontraba Reyli. Era una de las pocas mujeres que había dentro de ese espacio habitado casi exclusivamente por hombres. Morena, menudita y de cabello abundante (mechones caóticos que se las ingeniaban para dejar una armonía), lo que más resaltaba en ella era una amplia sonrisa. Cada que sonreía sus ojos se entrecerraban, delatando que aquel gesto era tan sincero como su interés por ayudar al prójimo. Esto era evidente con tan solo escucharla.

Las labores de Beatriz como voluntaria eran transversales dentro del albergue. «Hago lo que se ofrezca», me dijo. «Pero que lo que más disfruto es platicar con los chicos, conocer no solo sus historias, sino su día a día, es lo que más disfruto».

La sensibilización de Beatriz ante el tema migratorio le llegó por el lado familiar. Oriunda de una colonia popular en Nezahualcóyotl, Estado de México, recuerda que, de niña, junto al resto de su familia, acompañó al aeropuerto a su tío, quien se disponía a afincarse en Estados Unidos. A su temprana edad aquello le impresionó. Duermevela del american dream en la terminal. «Realmente pensar en ese tiempo en viajar en avión era como… ¡uff! un sueño», dijo. Fue hasta veinte años después, cuando visitó a su tío en Nueva York, que este le contó la verdad. Aquel día remoto su tío no se trasladó directamente al país vecino, sino a Tijuana. «De Tijuana empezó su verdadero viaje», comentó Beatriz: el de adentrarse en Estados Unidos de manera irregular.

Adicionalmente, a Beatriz, egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana, le ha interesado el estudio de la trata de mujeres que eventualmente incidió en su acercamiento a los temas migratorios. «En el 2012 tuve un viaje a Estados Unidos y me llamó mucho la atención todo lo que estaba pasando en ese entonces [en materia migratoria]. Más bien la gente que conocí y que me contaba cómo había pasado de México a Estados Unidos. Como que ahí empezó a llamarme algo, pero yo en ese entonces trabajaba con mujeres en situación de trata de personas», dijo Beatriz. «Tiempo después, aproximadamente a inicios de 2018, empecé a investigar más sobre lo que era la migración. Y aparte el tema ya estaba más visible que en 2012. Una amiga que también estaba involucrada en estos temas me dijo de este lugar [el albergue]. Visité, conocí, contacté a la directora y bueno, empecé a venir, así como voluntaria».

Antes, en 2010, Beatriz eligió el tema de las trabajadoras sexuales para su tesis de licenciatura. «Contacté con una misionera estadounidense que conocía a varias chicas de la zona [La Merced] y quería entablar una amistad con ellas. Y así fue como yo empecé a meterme en todo eso […]. Años atrás había escuchado en un noticiero sobre una mujer de El Salvador. Ella decía que tenía que ponerse una inyección para no quedar embarazada durante su tránsito por México porque ella sabía que la iban a violar. Y para mí, en ese entonces fue muy fuerte; dije, cómo debe estar la situación de esta mujer para que esté dispuesta a que la violen con tal de salir de todo eso».

 

Migración: antes y ahora 

A principios de los años ochenta los flujos migratorios provenientes de Centroamérica se convirtieron en un tema de preocupación para México. Los desplazamientos provocados por los conflictos armados, las crisis sociales e incluso los desastres naturales llevaron a que miles de personas buscaran refugio en nuestro país. Muchos otros iban rumbo a Estados Unidos, pero en cualquier caso debían pasar por México. Esto condujo a una rearticulación institucional de lo que había en la materia. Han pasado más de cuarenta años desde entonces y la evolución del fenómeno, así como su atención por parte del gobierno mexicano, ha tenido importantes modificaciones. De ello hablé con Reily, quien llegó a México en 2009, un par de años antes de que surgiera la Ley de Migración y la reforma constitucional en materia de derechos humanos que, al menos en el papel, aspiraba a un trato más humano de los migrantes en situación irregular.

«Digamos que son otros tiempos, pero igual es migración», dijo Reily. «Siento que en aquel entonces [cuando llegó a México por primera vez a finales de 2009] era como más violencia. Si tú ibas a cualquier institución pública, llámese para poner una denuncia, para recibir atención médica… no te veían. Ni siquiera te dejaban pasar a la puerta. Y si te atendían era porque ibas con alguien de alguna casa del migrante o alguien referido a derechos humanos, pero en general creo que, y lo sigue siendo, es… es una lucha. Una lucha hasta para encontrar un trabajo, un trabajo en el que tú digas… pues ningún trabajo es perfecto, pero de los trabajos que he tenido han sido trabajos mal remunerados por el simple hecho de no ser mexicano, trabajos en donde no respetan tus derechos laborales».

Migrantes como Reyli enfrentan varias capas de un gran problema. Una es, claro, la omisión y hostilidad de las autoridades. Otras más es un sistema social que es reticente al extraño, una figura de la que es fácil aprovecharse. Esto es frecuente en el ámbito laboral. «He trabajado en lugares donde alegan que están dados de alta con el SAT, cuando no es así, entonces por eso es que se trasgreden algunos… la mayoría de los derechos», dijo Reyli, quien además ejemplifica los contrastes entre la realidad y los discursos oficiales. «Porque a lo mejor vamos a lugares donde precisamente no están regularizados con el gobierno. Migración nos hace énfasis en los documentos que nos proporcionan. Dicen: “con eso ustedes pueden trabajar”. Pero cuando nosotros vamos a la vida, allá afuera a preguntar… nos topamos con “no” y “no, y tráeme esto y tráeme aquello”. Algunas veces lo hacen como para intimidarte, como para hacerte sentir como que no conoces el país ni sus políticas y que lo que te están diciendo ellos pues tú no lo tienes. Entonces ha tocado muchísimas veces que me digan que no, cuando migración me dice que sí».

Las complicaciones se extienden al ámbito de la seguridad y la salud. «[Para] tener atención médica tiene que haber como una lucha… si no, hay como una pared, […] no digamos ya cuando vas a poner una denuncia. El otro día me pasó un incidente, me asaltaron aquí afuera del albergue y nadie me quería tomar la denuncia. Ningún ministerio público se creía competente como para tomarme la declaración, aun ya estando regularizado, estando en un lugar fijo, etcétera».

En algunos sentidos, Reyli considera que sí ha habido algunas mejoras en el trato que hay hacia los migrantes en México, más que nada del lado de la ciudadanía. La gente de a pie ha sido, en su caso, un mayor soporte que las autoridades locales o los representantes oficiales de su país. «Ha habido avances, claro que sí, esos avances tú como migrante lo ves, pero lo ves reflejado con la gente, no sé si me doy a entender. El mayor apoyo que recibes creo que es de la población. Desde que tú pisas la frontera, como extranjero. O sea, te lo digo yo como hondureño, se ve la diferencia», dijo.

«Y no lo digo tanto porque sea una obligación, sino porque la gente lo hace. Y lo hace con muchísimo gusto. Te das cuenta de que a lo mejor las instituciones públicas de tu país que están aquí “representándote” entre comillas, y las de aquí no hacen nada por ti, sino que son otras personas las que ven dónde comas, donde duermas, donde trabajes. Personas e instituciones que se encargan de regularizar a la persona que no tiene documentos, al que viene llegando, o al que nada más va de paso».

Hace años, cuando era más joven, Reyli pensaba asentarse en Estados Unidos. Era un objetivo que tenía metido en la cabeza, uno difícil, pero que no era imposible. Como tantos otros, le entusiasmaba el sueño americano. Si cerraba los ojos y se concentraba, podía visualizarse ahí, en las calles de EE.UU. Estar lejos de casa y con frío estaría compensado por los dólares. Al final no resultó. Le tocó asumir otro escenario y echar en mano de ese recurso tan frecuente llamado adaptación. «Yo no tenía como planeado quedarme en México […]. Pero una cosa me fue llevando a la otra. Al recibir como negativas de tantas veces ir, y luego de que me deportaran de Estados Unidos, pues se me iba la vida. Se me estaban yendo los años, los meses, los días…»

 

Ganarse el respeto

En su trayectoria como investigadora y como voluntaria, Beatriz se ha sumergido en ambientes que terceras personas podría catalogar como peligrosos. En el caso del albergue, le ha tocado interactuar con hombres que le sacan una o dos cabezas y que la doblan en peso. Y aunque la convivencia ha sido respetuosa, también ha vivido alguna incomodidad. «Una vez sí me tocó un chico que al parecer se había alcoholizado. Entonces uno de los huéspedes me dijo “oye, pues es que este chico está alcoholizado”. Yo la verdad decidí mejor no meterme. Porque yo dije, no me siento ni con la autoridad de hacer algo aquí porque vengo una vez a la semana, pero… y yo lo que recomendé fue: “¿por qué no buscas directamente a la directora y le comentas?”. Después este chico que me pedía el consejo le dijo al chico que estaba alcoholizado que YO había dicho a la directora que él estaba alcoholizado».

«Unos días o una semana después, ese chico… yo me llevaba muy bien con el que se había alcoholizado, muy, muy bien. Y de repente me dijo “ya me dijeron, eh”, y yo le dije “¿cómo, qué?”, “que tú le dijiste a la directora que yo estaba alcoholizado” y yo le dije “yo no lo dije nada”», dijo Beatriz actuando cada diálogo con el tono de voz correspondiente. «Él me dijo “no, que sí, y ahora por tu culpa voy a quedarme en la calle”. Empezó a usar mucho como chantaje emocional conmigo. Pero como tengo experiencia en ello fue como, “mira, yo no le dije, tú rompiste una regla, se te está sancionado por lo que hiciste. Porque tú sabes bien que no podías llegar alcoholizado a la casa y no puedes consumir alcohol en la casa”», dijo. «Y ya me dijo algo como “pero te voy a encontrar allá afuera”. Y la verdad yo sabía que estaba enojado en ese momento; al principio me sentí como un poco temerosa, sí le comenté a la directora para cualquier cosa, pero sabía que muy probablemente no me iba a hacer nada, ¿no?».

Sea como sea, Beatriz se siente cómoda en el albergue. Aunque ha estado en otros donde no se ha sentido segura y en los que ha padecido comportamiento inapropiado de los hombres. «Prefiero reservarme el nombre [del otro albergue], pero algo que pasaba es que estaba muy desordenado. Y, yo creo que una de las principales cosas a la que me he enfrentado al trabajar con personas migrantes, sobre todo hombres, ha sido justo la relación que… que… que ellos… quieren… o tienden a querer formar con una mujer», dijo. «De repente te encuentras con que “ay, cómo estás” “¿y eres casada?”, “¿y tienes novio?”, “y me quiero casar con una mexicana”, “y pásame tu facebook y pásame esto y pásame aquello”. En el otro albergue yo sentía que no había un respeto por las voluntarias y no había un orden tampoco. Como que los directivos no ponían un orden en ese sentido y yo me sentía insegura. Yo era básicamente la que tenía que estarles diciendo que no me estuvieran molestando. Aquí yo veo que respetan mucho a la directora», dijo Beatriz.

«Claro, no falta el que trata de llegar con estos mismos discursos, pero yo veo que ellos ven que tienen una autoridad. Y bueno, creo que eso ha ayudado, que cuando ellos quieren pasarse, uno habla y se siente respaldado por la autoridad que está aquí».

 

El largo y sinuoso camino jamás desaparecerá

«Digamos que sí es un infierno, por así decirlo, cruzar todo México», dijo Reyli. «Pero uno sin embargo lo hace, lo logra». Aun así, reconoció que eventualmente los migrantes topan con alguna pared. Siempre hay una pared. La mayor de ellas es la que encuentran en la frontera norte. «Ya Estados Unidos como que los está obligando a que pidan asilo aquí en México, cuando tú podrías pedir asilo en cualquier parte, no que alguien te condicione dónde y cuándo. He escuchado mucho ahorita… no estoy como muy enterado, pero de que los trámites ahorita los están haciendo de cuatro a seis meses, lo que en mi época de que anduve en las vías y así… no pasaba».

La voluntad de ceñirse a las reglas ya no es suficiente. Hay prácticas y dinámicas informales que acotan la libertad de quienes buscan hacerse de un hueco en sociedad. «Si te regularizabas en aquel entonces [habla de sus primeros meses en México] era como, híjole, llevabas como el 99% de las de ganar porque nadie te decía nada cuando te subías a un camión. Y ahorita el que alguien se regularice y pues que les digan… “es que el proceso es de cuatro a seis meses” … es como obligarte a que no puedas hacer nada».

En 2014, La Bestia, la red de trenes de carga que solía ser el medio de transporte preferido por los migrantes en situación irregular para llegar a Estados Unidos, dejó de ser una opción viable. Este sistema era ya de por sí muy peligroso, lo que le valió el apodo de tren de la muerte. Además, los operativos de las autoridades complicaron aún más el viaje para los migrantes. La vigilancia en las zonas recorridas por el ferrocarril se intensificó a partir de 2018 con la incorporación de la Guardia Nacional en labores de control migratorio. La anulación de esta ruta ha llevado a una mayor dispersión de los flujos migratorios, ahora repartidos por otras rutas en distintas regiones y estados de la república mexicana.

En opinión de Reyli las restricciones fueron a más desde los últimos meses de 2018. «Desde que estaba saliendo Peña Nieto. O sea, cuando él ya iba saliendo ya empezaba como a escuchar: “ya no los están dejando pasar por Chiapas”, o sea, por la frontera sur». Lo anterior tuvo impacto en su momento con las caravanas. «Siempre fue así, solo que ya ahorita es como general. O sea, por ejemplo, yo supe por las organizaciones que a la mayor parte de las personas [de una de las caravanas] que se entregaron voluntariamente para obtener asilo fueron regresadas. Y ni siquiera iban para Estados Unidos. Entonces hay una política muy fuerte de “no hay que dejarlos pasar a México”», dijo. «México está siendo… no me gusta decir que México está siendo como un muro, pero casi casi».

Aun así, Reyli no siente rencor hacia el país en el que, pese a todo, radica. Al contrario. «México tiene muchísimas cosas que están mal, obviamente. Pero aun así yo considero, ya que tengo varios años aquí, aun con todo eso, México todavía tiene como ciertas cosas… como que son más incluyentes. Porque he tenido conversaciones con abogados gringos en la frontera norte y con abogados de aquí, y una vez hubo como… no un debate, sino como una cuestión como muy chistosa. México tiene aquí tratados con no sé cuántos países y en una de las conversaciones la abogada mexicana decía “hay visa para esto, esto y esto y aquello” y “hay protección complementaria para esto, estoy y eso”… entonces la abogada gringa le preguntaba a la mexicana: “oye, ¿pero le pueden dar documentos por eso, por esta razón?”. Así como sacada de onda, como diciendo: “en mi país no haríamos esto, lo que ustedes hacen aquí nosotros no lo haríamos”», dijo. «Y a mí me molestó mucho porque dije, pues es que si no es así… ¿quién? ¿Pues quién te va a apoyar por la necesidad que tú salgas? Ahorita yo estoy batallando un poco por el tema de que tengo tantos años de no ir y tengo ganas de ir [a Honduras] y no me lo recomiendan porque la situación ha cambiado. O sea, “Honduras no es la misma cuando tú saliste a ahorita”, “piénsalo muy bien”, etc, etc». 

 

Algo en que creer

El impulso de Beatriz para trabajar, al menos parcialmente, sin fines de lucro, está sustentado en una combinación de empatía y un componente religioso. También ha influido esa carambola de hechos a las que llamamos destino. En sus primeros años no habría vislumbrado los derroteros a los que la vida le llevó. «Fue muy raro todo, ¿no? Todo empezó por una investigación. Al final en ese proceso pude conocer de Dios. Y pude conocer gente que decía que amaba a Dios. Y esa gente me enseñó el valor que yo tenía como persona. Y esa gente me incluyó y esa gente me amó. Me amó. Creo que eso es lo que me motiva, o sea que cuando alguien cree en ti, que cuando alguien te ama, cuando alguien te anima, tú puedes salir adelante», dijo visiblemente emocionada con una sonrisa.

«No tengo ningún interés de decir lo que mucha gente dice: “es que es bonito hacer cosas buenas para la gente”», agregó Beatriz. «O sea, como que hay un alivio moral, ¿no? Yo sí puedo decir que no lo hago por eso.

También puedo decirte que aun cuando yo soy cristiana no lo hago para que ellos vengan y se unan a una religión. Creo que es más esta cuestión de que me siento tan amada, me siento tan aceptada y me siento tan apoyada y… y… y que creen tanto en mí que es lo mismo que quiero transmitir a ellos, porque es como querer devolverle la dignidad a la gente cuando muchos han tratado de pisotearlos».

El tono de voz de Beatriz aumentaba en sentimiento. Este punto de la entrevista deslizaba lo más arraigado en su personalidad. Un empuje, la manifestación de sus motivaciones para ser voluntaria. «Me acuerdo que alguna vez leí un cartel que decía “amar es un acto de resistencia” y creo que esa es mi arma. Por eso te decía que sentarme con ellos y escucharlos… [suspira]. No sé si has visto que hay un bebé aquí ¿no?», me preguntó y le dije que sí. Estaba, de nuevo, conmovida.

El albergue es para alojamiento de hombres casi siempre, pero a de vez en cuando hay alguna excepción, como la mujer que por esos días se aloja ahí en compañía de su pareja y su bebé. «El hecho de cargárselo para que ella coma, o de amar al bebé incluso cuando no sabes bajo qué circunstancias ese bebé va a crecer. No sé, son muchas cosas», dijo mientras su sonrisa se apagaba.

Involucrarse como investigadora, voluntaria y activista en áreas como la trata de mujeres, la prostitución y la atención a migrantes despertaron temores en los familiares de Beatriz, quienes, preocupados, le pidieron encarecidamente que se dedicara a otra cosa. Ella siguió firme en su propósito. «Pensando en todas estas cuestiones de prostitución, cuando yo me involucré en trabajar y amar a estas chicas, fue muy curioso. La familia de mi papá se dedicaba a la maquila de ropa interior antes de que llegara la industria china a darle en la torre a la maquila. Y uno de los lugares donde entregaban la lencería era la calle de Corregidora en la Merced», dijo Beatriz. «Y yo me acuerdo que veía a las chicas con poca ropa y yo preguntaba, “¿qué pasa aquí?”. Te estoy diciendo de cuando tenía cinco años. Y mi mamá sin saber nada me tapaba los ojos, así como diciendo “síguele, no veas”», agregó entre risas. «Yo ahora entiendo que ni mi mamá entendía lo que estaba pasando».

«Cuando yo les empecé a decir sobre mi investigación de licenciatura no estaban muy de acuerdo», dijo Beatriz. «Tenían miedo porque ellos conocían del barrio [La Merced]. Después, cuando yo les dije “pues me voy a quedar… ya terminé la investigación, pero resulta que me quiero quedar apoyando a estas mujeres para que puedan salir de esto”, ahí fue donde mi papá me dijo “qué te pasa”. Y creo que yo tenía como veinticuatro, veinticinco años, ahora tengo treinta y dos y le dije a mi papá: “perdóname, papá, pero esto es lo que yo sé que tengo que hacer, porque sé que tiene que ver con mi misión en esta vida”».

Los padres de Beatriz vieron tan inspirada a su hija que eventualmente cedieron. «Fue muy bonito que ellos se empezaron a involucrar. O sea, de todas las formas posibles… porque mi trabajo no se quedaba en las calles con las chicas. No. Me invitaban a los cumpleaños de sus hijos, yo las invitaba a mis fiestas de cumpleaños. Yo conocía a sus familias, ellas conocían a la mía. Y vi cómo esto fue sensibilizando el corazón de mis padres y como al final ellos me estuvieron apoyando».

Cuando Beatriz comunicó a sus familiares que se pasaría a la atención y protección de migrantes, pensó que eso los dejaría más tranquilos y contentos, pero ciertos recelos persisten. «La verdad es que siempre viven con una incertidumbre de que me pueda pasar algo, pero son padres muy amorosos y respetuosos y siempre me han dicho: “nosotros vamos a estar contigo y vamos a apoyar lo que hagas” y me gusta que su perspectiva empieza a cambiar, su propio pensamiento sobre prostitución ahora es diferente y su perspectiva sobre migración y personas y movilidad es diferente. Mi mamá es profesora de geografía y me estaba llamando el otro día y me dijo: “qué crees, vamos a tener una feria de ciencias y quiero que mis alumnos expongan el tema de migración”», dijo Beatriz, volviendo a sonreír.

 

El bucle de la crisis centroamericana

Para Reily, como para muchas otras personas, Honduras ha dejado de ser una alternativa para residir más allá de alguna visita esporádica. Las condiciones estructurales de su país hacen que cualquier emprendimiento u optimismo caiga pronto por la borda. El desajuste ha persistido durante años y décadas, y en ese tiempo el panorama ha dejado de ser una excepción como solía ser en el pasado, cuando se creía que la recuperación era posible en el corto o mediano plazo. La inestabilidad se ha vuelto una norma ante la cual no se ve forma de escapar.

«Uno como ciudadano piensa, cuando están secuestradas todas las entidades del gobierno… ¿qué haces? ¿o a dónde vas? Si tienes un negocio… no lo tengo, pero conozco muchísima gente que se ha salido de sus terrenos, de sus viviendas, porque no pueden seguir pagando extorsiones… son como amenazas. Han tenido que abandonar sus propios hogares […] y decir “no, pues yo dejo mi casa y ahí que hagan lo que quieran hacer, pero mi vida es mi vida”», dijo Reyli. «Conozco a como a cinco personas del norte del país que han abandonado sus centros de trabajo porque ya no… o sea, les ponen un precio y se están como cobrándoles extorsiones durante tanto tiempo y luego aumentan a un precio más elevado y entonces es como estar trabajando para alguien. Ya ni siquiera trabajas para el gobierno, trabajas para el que te está extorsionado».

De igual forma, lamentó que en Honduras no exista el aparato institucional con el que México cuenta. «En cuanto a desarrollo humano como país nos falta mucho. Mucho no tanto por la apatía de la gente, sino porque… por ejemplo, nosotros no tenemos un Infonavit, por así decirlo. No tenemos facilidades de crédito como las que hay aquí. Tú estás tanto tiempo en un trabajo, vas a cotizar más o menos te alcanza y pues, ahí tienes tu casa. Allá no, el sistema obviamente cambia porque es un país diferente, pero en sí, como hasta mencionarte programas sociales, comedores, albergues, que en una comunidad independientemente de que sean ricos o sean pobres… pues yo considero que debería de haber. Todo esto que te estoy mencionando yo lo vine a ver aquí. Y yo dije, pues no hay nada de esto en mi país [se ríe]».

Para los jóvenes de Honduras la situación tampoco es halagüeña. El rezago educativo trastoca desde inicio las posibilidades de superación en los sucesivo. En 2018, una encuesta retomada por la UNICEF mostraba que el 44 por ciento de los niños hondureños de entre 3 y 17 años estaban fuera del sistema escolar. «Normalmente los adolescentes desertan desde la secundaria», cuenta Reyli. «Ahí es cuando los jóvenes empiezan a trabajar como ayudantes de albañil, como cobradores de autobús que es lo más recurrente, porque […] el target principal del gobierno son los jóvenes. O sea, tú atacas a los jóvenes y ahí como que tienes como la guerra ganada», agrega Reyli que asocia la negligencia del gobierno a una posible estrategia para perpetuar un mismo sistema económico y político. 

«No solamente en dejarlos ignorantes […], si no tienes suficiente educación entonces no vas a pensar lo suficiente para demandar tus derechos. La mayoría de las personas que venimos aquí no conocemos que tenemos derechos. Conocemos que tenemos obligaciones, que tenemos que trabajar, que tenemos que cumplir con esto y esto y eso, pero desconocemos que también tenemos derechos».

En Reyli también hay cierto despecho hacia las representaciones de su país en el exterior, a las que ve como espacios descuidados y displicentes. «Cuando vas al consulado de Honduras y quieres entrar por la razón que sea… no te atiende un hondureño, sino que te atiende un mexicano. Entonces digo, no es tanto como ver de qué raza provienes o de ser racista o de hacer o de tener otro tipo de conductas, sino de ser coherente. De decir, si tú como mexicano vas a tu embajada estando en otro país, y te atiende otra persona de otra nacionalidad… tú te sentirías de “qué onda, o sea, ¿esta es la embajada de mi país o del país [receptor]?”.  Entonces lo tomamos como en tono de broma, pero al mismo tiempo sí cala. Cala, porque yo le he dicho a muchísimas organizaciones: ¿cómo le haces cuando no puedes quejarte con nadie porque tu consulado no te puede atender?, porque tienes problemas judiciales por así decirlo y no va a representarte, no va a ver cómo estás, no va a ver en qué situación estás. O falleces o te pasa un accidente y tu cónsul, pues brilla por su ausencia».

En su interacción con agentes y autoridades mexicanas, Reyli ha tenido experiencias de distinto tipo y acepta sus propios claroscuros. Por eso prefiere no generalizar. Dice que ha habido de todo. Oficiales que le han atendido como se debe y otros que, dice, de plano no le quieren recibir o que le hacen comentarios fuera de lugar, impropios de su investidura. Con la policía ha experimentado fricciones constantes. «Con policías tengo mil historias que contar [se ríe], pero creo que, resumiéndolas, creo que me han servido los años que llevo en el país para notar cuando ha sido responsabilidad mía de alguna falta y digo, bueno, ni qué decir. Pero cuando no, es cuando pasan estas inconsistencias de “no estoy haciendo anda, no me encontraste haciendo nada, no entiendo por qué llevas o por qué la confrontación”. Está ligado muchísimo al tema de procedencia, de dónde vengas».

Sus peores episodios han sido con los agentes del Instituto Nacional de Migración.

«Antes de tener como la residencia regular, sí tuve algunos incidentes con migración, pero fue como en tema de procedimientos que ellos no siguieron al pie de la letra», dijo Reyli. «Por ejemplo, una vez que me deportaron de Querétaro, corrí, corrí, corrí demasiado y creo que los enojé, y luego cuando lograron agarrarme me llevaron a la estación, me dieron una golpiza [se ríe] y yo no sabía que de Querétaro para acá se hacen como dos horas, máximo, eh, bueno, me dejaron todo moreteado y golpeado y así, me tuvieron tres semanas en Querétaro. Y cuando por fin decidieron como que ya se me había quitado los moretones y los golpes, en ese momento fue cuando me movieron. Y en el informe ellos pusieron que ese mismo día que me trajeron acá fue el mismo día en el que me había agarrado [se ríe]».

Al momento de la entrevista, Reyli intentaba conseguir la visa de residencia permanente en México. Su postura era que más allá de trámites y papeleo había un ambiente de resistencia. Prácticas informales que enrarecían el proceso y xenofobia entre algunas personas. «Hablar de migración en México es un poco complejo. Una vez fui a una entrevista de trabajo y mencioné sobre la naturalización y de que era un poco complicado obtenerla, entonces yo creo que [la persona] me entendió mal o me interpretó mal y me dijo “pues es que qué esperas, ¿Qué a todos los que entran al país se les dé la nacionalidad?”… y pues es que yo no lo dije en ese contexto, lo dije por lo difícil que es para un extranjero que se le otorgue la ciudadanía mexicana. Porque tiene que haber como un proceso no tan sencillo». 

Con el tema de las caravanas, Reyli tenía sensaciones encontradas, escepticismo. «Digo, yo, es la misma gente, pero si tú… si tú ves el mismo escenario de hace, no sé, ocho años, por ejemplo, diez años, que venían en el tren, que venían en condiciones pues que parecíamos hormigas arriba de un pedazo de pan. Ahorita en las caravanas … es la misma migración solo que cambio de medio de transporte. Antes era un tema que se sabía, pero del que nadie quería hablar. O que sabía la gente, pero así: “ah, es un migrante, es un hondureño acá” y así. Y ahorita que ya tenemos como más visibilidad gracias a los medios [se ríe]… eh, digo que ha sido como un arma de doble filo porque tanto viene gente buena como viene gente mala. Y eso es en todos lados. O sea, entonces, ¿cuál fue mi problema con lo de las caravanas? Bueno, que los medios se enfocaron más en lo negativo de… yo le podría decir de cualquier conducta humana. Porque el que vengas de un país no quiere decir todo el resto del país sea igual. Y que, catalogues a todos, que los metas a todos a dentro de una caja, por el comportamiento de unos cuantos… pues no. Eso para mí era algo nuevo. Hubo una temporada en la que yo, pues, no es que diera pena decir que era hondureño, pero sí que me la pensaba mucho. Porque el mayor comentario que tú te puedes imaginar es… este es un tal por cual, etcétera, etcétera. Solo cosas bonitas [dice en tono irónico y se ríe]».

De nuevo, Reyli fue enfático en que no se debe generalizar y destacó la generosidad de algunas comunidades mexicanas. Sin embargo, siente que la emergencia de las caravanas en 2018, y el enfoque negativo que se les dio a nivel mediático, afectó la forma en que la ciudadanía los trata en comparación con la forma en que eran apoyados antes. «Porque creo que México ha sido empático con los centroamericanos, pero después de la[s] caravana[s] y después de poner los focos rojos en lo negativo, los migrantes hemos perdido mucho. Y hemos perdido no tanto con las instituciones ni con el gobierno de México ni con quien nos representa en Honduras, sino con la gente que siempre nos apoyaba aquí, la gente de allá afuera, la gente que te ve y sin que tú le pidas te habla y te pregunta si ya comiste, cómo te ha ido, cómo te fue… y no la obligación de la gente a hacer eso», dijo. «Y la gente lo hacía; por ejemplo, toda esa gente de Chiapas, de Oaxaca. Hay una población en Oaxaca que se llama Ixtepec, en donde diario, los 365 del año, diario, le caen migrantes a ese pueblito, y en aquel entonces yo estaba sorprendido porque decía “diario le caen doscientos, trescientos migrantes” a un pueblito. Y esta gente no se cansa de dar».

 

Empate entre México y Estados Unidos

Las percepciones que existen en Estados Unidos y México acerca de la población centroamericana han sido distintas históricamente, aunque en la última década parecen haber empatado hacia un clima más bien hostil. Por su cercanía con ambos países, Beatriz conoce de ello. «Yo soy cristiana, entonces en el año 2012 empecé a leer un libro que tenía que ver con teología de la migración y hablando con mi pastor de ese entonces, él había estudiado en el seminario teológico de SETECA [se refiere al Seminario Teológico Centroamericano] en Guatemala. Él me decía “yo tengo amigos guatemaltecos que no quieren venir a México…”, y yo le decía que por qué, y él me decía que era porque los mexicanos trataban muy mal a los centroamericanos, y a los guatemaltecos obviamente», dijo Beatriz. «Pero a mí se me hacía como que raro, ¿no? Y eso fue antes de que se empezara a hablar de la doble moral que México tenía; yo me fui dando cuenta de eso en el camino. Como de que… ¡cómo!, o sea, nosotros nos quejamos de Estados Unidos por cómo tratan a nuestra gente, pero aquí en México estamos haciendo absolutamente lo mismo».

Para Beatriz, la xenofobia y la insensibilidad se acentuaron en una parte de la sociedad mexicana a partir de 2018 con las caravanas. «Cuando empezaron a salir los éxodos migrantes, y desde todo el discurso racista que Estados Unidos tiene y que México ha absorbido por consiguiente. Yo creo que hay mucho rechazo hacia las personas migrantes o hay mucha lástima también, como que de repente no entendemos el tema completamente y la gente más bien es como de “ay, pobrecitos”», dijo. «Entonces cuando llegaron los éxodos migrantes aquí a la ciudad, toda la gente estaba movilizada porque quería ayudar, pero una vez que pasó la crisis, ya todos se estaban quejando de la huella dejada por las personas en movilidad a su paso».

 

Vidas cruzadas

El futuro acostumbra a sorprender. Cuando creemos tener una ruta predecible, llegan imponderables que ponen en evidencia lo poco que sabemos. Así, una tarde cualquiera te sorprendes sin saber cómo es que terminaste ahí, cuando el laberinto marcaba otro curso. Al momento de la entrevista Beatriz no sabía, por ejemplo, que se casaría con un joven estadounidense, como finalmente ha hecho según muestran ahora sus redes sociales.

Aquel día, cuando le pregunté sobre sus siguientes pasos, Beatriz estaba en la incertidumbre, aunque tenía una línea de valores irrenunciables. «Puedo decirte que es muy incierto todo, ¿no? Pero quiero seguir, yo sé que va a sonar muy ambiguo, pero yo quiero seguir amando a la gente que necesita ser amada y quiero seguir diciéndole a la gente el valor y la libertad que pueden tener. Y, ¿en dónde? En donde sea. ¿Con quién? Con quien sea. O sea, realmente no es como que tengo un plan de decir “ah, sí, voy a estar este tiempo en sociedad civil” o “voy a ocupar un cargo público”», dijo.

«No sé cómo decirlo, porque hasta cierto punto soy… invisible. Nadie sabe lo que hago. No soy una persona pública que saben lo que está haciendo. Pero creo que, desde esta trinchera, desde lo muy bajo, desde lo muy básico más bien, seguir trabajando por el bien de las personas. En donde tenga que ser. Y creo sí tengo un corazón por, pues por grupos vulnerables».

***

Como cualquier otro término, migrante es una palabra útil para facilitar el análisis y exposiciones; pero igualmente es una simplificación categórica en la que se pierden los factores identitarios de cada persona. Con una característica en común (la movilidad), los migrantes tienen entre sí particularidades que afloran por medio de la conversación. Además, por encima de ser personas que están fuera de su país de origen, quizá haya rasgos que resulten más característicos de ellos que el hecho de ser migrantes, aunque a nivel macro se pasen de largo.

Por ejemplo, los migrantes son personas que no se resignan. Tiene ese atributo resaltado alguna vez por W. Somerset Maugham: la valentía de no capitular ante los caprichos de la suerte, de luchar incesantemente contra la desgracia aun a sabiendas de que ese combate es desigual y que les dejará marcas en la cara.

Reyli es uno de ellos. Alguien que no acepta la derrota. Le gusta Guadalajara, ciudad a la que va y viene cada que puede. Comentó su voluntad de ir a Honduras dos o tres días para ver a su familia… para luego volver a México. Eso lo tiene claro. No puede asentarse más en su lugar de origen. Aspira a obtener la nacionalidad mexicana algún día. «Legal-legal ya llevo cinco años [en México] y creo que eso ha sido como lo más constante, permanecer en México [se ríe]. Aunque me he cambiado de estado ha servido. O sea, para el propósito que salí, sí… sí ha servido. Porque las ideas que yo tengo ahorita a comparación a cuando salí… si estuviera en Honduras como que me costaría un poco por la cuestión de que ya no pienso igual. Pero sirvió el haber salido», dijo Reyli quien ya no es la misma persona que dejó Honduras muchos años atrás.

«Muchas veces mi familia me pregunta, cómo le haces para esto, cómo les haces para aquello, para comer… porque la situación en México es dura, incluso para los propios mexicanos. Mi familia me lo dice. Y yo les digo “con ayuda de Dios”».

 

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Río Valles registra niveles mínimos críticos

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Se ha detectado una enorme cantidad de peces varados, debido a las condiciones de sequía que permean en la entidad

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El río Valles, ubicado en la Huasteca potosina, registra actualmente niveles mínimos históricos, esto a consecuencia de la sequía que se mantiene en la entidad potosina, así como las temperaturas de hasta 40 grados centígrados y la cantidad de agua destinada al riego agrícola de la región.

En el ejido Las Flores, lugareños reportaron hace pocos días una mortandad de peces en el cauce, ante la falta de oxigenación.

Francisco Gómez Faisal, titular de la Dirección de Agua Potable y Alcantarillado (DAPA), dio a conocer que se activó una alerta, debido a que en la zona del cárcamo donde se extrae el líquido para la ciudad, la escala del río es de 28 centímetros.

De acuerdo a la estación hidrométrica Micos, la escala es de cero centímetros, ante lo cual, Joel Félix Díaz, delegado estatal de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), determinó la cancelación total del riego para cultivos

, de El Naranjo a la zona urbana de Ciudad Valles, a fin de garantizar el abasto de agua a la población.

Esta sería la segunda ocasión que se emite esta determinación, dado que el 10 de marzo, el río enfrentó su primera contingencia del año luego de que su nivel disminuyó drásticamente. En respuesta, la Conagua emitió suspensión total de riego agrícola durante una semana, pero tras restablecerse el suministro de líquido a Ciudad Valles, se reanudó por tandeo semanal a toda la cuenca.

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Cerca del 12% de los alumnos no asistieron a clases este lunes

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