junio 7, 2023

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#4 Tiempos

Los malos ejemplos | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

La mujer ganaba limpiamente, como se dice, la fabulosa cantidad de doscientos mil pesos mensuales. Sin embargo, la expresión limpiamente, aquí, no quiere decir “libres de polvo y paja”, sino, más exactamente, “sin mancharse un dedo”, pues la mujer no hacía para ganárselos absolutamente nada. A veces, es verdad, se la veía en la oficina emprendiendo ágiles caminatas por entre los escritorios de sus subordinados, aunque lo más común es que no se la viera en la oficina de ninguna manera.

Una vez fui a buscar a esta mujer porque necesitaba entregarle unos documentos, y he aquí lo que sucedió:

-Perdone, estoy buscando a la señora M –dije amablemente a una joven que debía ser, con toda seguridad, su secretaria.

-Ahora mismo se encuentra en una reunión.

-¡Otra reunión! Perdóneme el espanto, pero es que ayer me dijo usted lo mismo.

Sí, es posible que ayer le haya dicho lo mismo. Pero es que la licenciada es una mujer muy importante. Casi todos los días tiene reuniones.

-Si me dijera usted en qué punto de la ciudad está teniendo lugar esta junta o lo que sea, yo podría ir hasta allá a buscarla. Lo que pasa es que me urge verla.

-No puedo decírselo.

Ya me imaginaba yo a qué clase de reunión se refería esta secretaria fea y fiel: a una reunión con su esposo y sus hijos viendo cómodamente en casa alguna serie en Netflix. De cualquier manera, no me habían engañado: la señora M se hallaba, efectivamente, en una reunión.

-Bueno, volveré mañana –dije en un tono que más parecía amenaza que promesa. Y ella:

-Que tenga suerte.
¿Que tenga suerte? ¿Qué significaban estas palabras misteriosas? ¿Suerte de qué, o por qué? Tras devanarme los sesos llegué a la siguiente conclusión: “Lo que esta señorita ha querido decirme es que encontrar a los funcionarios públicos allí donde deben estar es, por lo menos en México, un suceso fortuito, una especie de afortunada casualidad”. No sé por qué razón, pero mientras salía de aquella oficina recordé lo que le había pasado a un viejo conocido mío cuando, dos o tres meses atrás, había venido a esta oficina a hacer lo mismo que yo; sólo que él cometió la torpeza de venir a las cuatro de la tarde, hora en la que ya no había nadie ni en el vestíbulo ni en los pasillos. Tenía más de diez minutos tocando el timbre cuando se le apareció un guardia uniformado:

-¿Qué se le ofrece? –le preguntó éste.

-Vengo a entregar unos papeles que…

-¿Es que no ve que ya cerraron?

-¡Cómo! ¿Ya cerraron? ¿Quiere usted decir que por las tardes no trabajan?

-No, señor –respondió el vigilante-, no se confunda usted: cuando no trabajan es por la mañana. Por la tarde ya no vienen.

¡Dichosa simplicidad la de este humilde policía! Todo lo que puede decirse en torno a nuestras burocracias ha sido dicho ya por él con seriedad y rigor.

Como ya estaba yo muy entrado en estos pensamientos, me vino a la memoria la vez en que la señora M, pronunciando un discurso que no tenía ni pies ni cabeza, afirmó categóricamente que Simone de Beauvoir –a quien citó no una, sino mil veces a lo largo de su perorata- era “el filósofo más conspicuo de nuestro siglo”. Prescindiendo de lo que pudiera entender ella por conspicuo –tal vez picudo-, el hecho es que Simone de Beauvoir no fue filósofo, sino filósofa; no él, sino ella; no hombre, sino mujer. Y me pregunté, mientras pateaba una lata de coca cola tirada en la avenida: “¿Cómo llegan a semejantes alturas estos ignorantes?”. Pero como caí en la cuenta enseguida de que era ésta una pregunta sin respuesta, me dediqué, para no amargarme la vida, a seguir con ojos atentos la trayectoria de la lata.

En 1996, Adolfo Castañón escribió para la revista Vuelta un artículo titulado Algunas ideas para apoyar al libro, y en él decía lo siguiente: “En México, la gente suele leer sólo para estudiar. Tal vez una manera de promover la lectura sería que al menos una parte de la población tuviese que leer durante buena parte de su vida. Me refiero, por ejemplo, a los servidores públicos que acceden a sus puestos, en no pocas ocasiones, por veleidad digital (léase dedazo) o predestinación tribal (léase nepotismo) y no a través de un concurso explícito de oposición… La instauración de dicho concurso traería como consecuencia un aumento del consumo de libros, siempre y cuando dicho servicio se instrumente no sólo con una orientación técnica, sino, más aún, humanista e incluso nacionalista (el grado de ignorancia de la historia y la cultura nacionales entre los llamados servidores públicos puede alimentar no pocas reflexiones). Desde luego, habría que revisar las condiciones requeridas para los cargos de elección popular (diputados, senadores, gobernadores) e instrumentar un examen que comprobara en el candidato un mínimo de conocimientos escolares y de cultura general: por ejemplo, de ortografía, de historia y cultura nacionales. En un país como México es claro que si los servidores públicos se someten a un examen de conciencia escrita ganarían la vida civil y la educación”.

¡Yo me uno a la propuesta! ¡Yo me sumo a la protesta! ¡Yo levanto la mano si me preguntan si la acepto! Y mientras me alejo cada vez más de aquella oficina a la que no pienso volver ni mañana ni nunca, me digo que la culpa de tanta indolencia y de tanta apatía y mediocridad como hay entre nuestros jóvenes escolares habría que buscarla en personas como la señora M. Pues si no sabiendo nada y no haciendo nada puede ganar doscientos mil pesos mensuales, ¿para qué perder el tiempo, para qué perder la vida quemándose las pestañas? ¡Respóndame usted!

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#4 Tiempos

F. Scott Fitzgerald y sus problemas con las mujeres | Columna de Carlos López Medrano

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MEJOR DORMIR

 

Existen mujeres capaces de encender una chispa en el corazón de los hombres. Y así como esta chispa puede iluminarlos, también puede consumirlos hasta que no queda nada de ellos. Se ha escrito mucho sobre el impacto que Zelda Sayre dejó en Scott Fitzgerald, pero se ha hablado un poco menos de Givebra King, quien llegó antes: ella fue la llama que alumbra al escritor estadounidense como solo puede hacerlo el primer gran amor. Un amor imposible que forjó su carácter y que contribuyó a dejarlo en un estado de perpetua melancolía.

Ginevra King, una joven socialité perteneciente al grupo de las Big Four, las solteras más deseables de Chicago, desempeñó un papel fundamental en la formación del temperamento de Fitzgerald y en los temas recurrentes en su obra desde tierna juventud. Aunque Estados Unidos carece de casas reales, su estatus se asemejaba a una especie de princesa de aquel país. Ecos de su personalidad están presentes en cuentos como El joven rico o Sueños de Invierno. Y de manera más prominente en Daisy Buchanan de El Gran Gatsby que a la fecha hay quienes enlazan erróneamente a Zelda.

El romance entre King y Fitzgerald se desarrolló entre los años 1915 y 1917, cuando ella tenía dieciséis y él dieciocho. Ginevra, hija de padres adinerados y hechiceras de hombres (incluso fue expulsada de la escuela por coquetear desde la ventana con un grupo de estudiantes que la admiraban afuera de su habitación por las noches), estaba acostumbrada a una vida llena de lujos, algo que Scott no podía ofrecerle. A pesar de esto, ella se convirtió en la mujer en la que él depositó sus ideales y deseos. Fue el espejismo que a veces perseguimos en un horizonte inalcanzable.

Ginevra tenía numerosos pretendientes provenientes de familias adineradas que le ofrecían beneficios con los que Scott no podía competir. Es famosa la oposición que la familia de King ponía a aquel noviazgo y la frase lapidaria que alguien le soltó al escritor en una ocasión (algunos lo atribuyen al suegro): «Los chicos pobres no deberían pensar en casarse con jóvenes ricas».

Pero estar con ella era alimento para su egolatría y le hacía creer por un tiempo que formaba parte de un mundo en el que no encajaba. Era un esclavo de su propia imaginación como sugirió en A este lado del paraíso. En algunas de sus historias, deja entrever la sensación que lo embargaba: Ginevra había jugado con él. Del mismo modo en que algunos felinos hacen con sus presas, mostrándole interés y una esperanza que a la postre apagan con zarpazos. La felicidad transmutada en agonía.

En adelante, Fitzgerald no conservó los momentos de alegría junto a Ginevra, sino la amargura y el dolor de la separación. Era un hombre ambivalente, navegando entre la luz y la sombra. Ginevra, en todo caso, fue quien moldeó su actitud hacia la vida, y su ruptura lo empujó cada vez más hacia el cinismo. Las inolvidables líneas finales de Sueños de invierno revelan claramente sus sentimientos.

Hace mucho, mucho tiempo, hubo algo en mí, pero ha desaparecido. Ha desaparecido, ya no existe. No puedo llorar. Y tampoco lamentarlo, porque no volverá jamás.

La relación terminó sin que el autor cumpliera con la penúltima línea de ese fragmento. A través de sus cuentos y novelas, Scott Fitzgerald enviaba señales a la mujer amada, relevando sus pareceres a través de personajes con evidente anclaje a su vida personal. También expresaba vendettas hacia aquellos pertenecientes a una clase social que no lo aceptaba y que tenía el monopolio sobre Ginevra. Ella lo leyó, pero ya no hubo reciprocidad. No necesariamente por falta de ganas, imposible saberlo con certeza, pero sí al menos por inclemente sucesión de circunstancias que alejan a las personas que no están destinadas a estar juntas. La vida separa a los que se aman, con suavidad, sin hacer ruido. Y el mar borra sobre la arena los pasos de los amantes separados, decía Jacques Prévert.

Scott y Ginevra tuvieron pocos encuentros en persona. Mantuvieron, eso sí, una intensa comunicación a distancia a través de decenas de cartas llenas de coqueteos y provocaciones, por lo que su amor tuvo un cariz de imaginario, teñido de una poderosa idealización. Un esbozo del paraíso anhelado. Sin embargo, su final condujo a lo que Salinger describiría como «el corazón de una historia quebrada», un vínculo que deja esquirlas en el interior de quien ha sido abandonado, esquirlas que cada tanto vuelven a arder. Lo que más quería no pudo ser. Había estado tan cerca, había sentido su calor, imaginado el porvenir a su lado, y un mal día… se difuminó entre sus dedos.

Esta relación frustrada dejó a Fitzgerald con una espina clavada en el fondo. Lloró por ella el resto de sus días. Un chasco que tenía espejo en su situación literaria y financiera. El nervio del escritor correspondía a un hombre sabedor de lo que merecía, sin tenerlo. Un hombre endeudado económicamente que a su vez sentía que la vida estaba en deuda con él. Conocía las altas esferas desde el interior. Los lugares, la ropa, las costumbres, personajes, las bebidas. La fortuna estaba ahí, a la mano, pero no podía aprehenderla.

Críticos como Hernán Poblete Varas han apuntado a esa tragedia fitzgeraldiana: alguien que estaba cerca de sus sueños, quien los veía inminentes, a punto de ocurrir… sin que llegaran a concretarse. Entre el frenetismo de la escritura y la bebida (sobre todo esta última), disimulaba o pretendía olvidar lo que había perdido para siempre. Aunque eventualmente llegaba ese momento en el que un recuerdo se interponía en su labor. Entonces rompía en llanto, como niño perdido.

Los vaivenes de su obra eran insuficientes para asegurar una permanencia en la gloria. Incluso en sus puntos más altos, carecía del dinero conferido por el linaje, el que en verdad cuenta para los magnates y sus allegados. Dentro de las clases sociales hay estratos que trascienden al signo materialista. El old money que atiza las farras de los Beautiful and Damned y que servía de garantía para aquel tipo de muchachas que buscan más un proveedor que un cariño incondicional; alguien que pueda solventar viajes y atuendos como atributo de la masculinidad. Muchos sacrificios han estado motivados por mujeres de pechos grandes enfundadas en vestidos floreados.

Como Borges decía de Oscar Wilde, Scott Fitzgerald era un superficial muy profundo. Su visión del amor interesado quedó patente en un pasaje de El Gran Gatsby en que uno de los personajes relata el colapso de su matrimonio. Myrtle Wilson se casó enamorada, solo para dejar de amar a su esposo una vez que descubrió que no tenía dinero.

El horror llegó al enterarse de que en su propia boda había usado un traje prestado por alguien más. «Me casé porque creí que era un caballero. Creí que sabía lo que es una buena educación, pero no valía ni para limpiarme lo zapatos con la lengua».

Fitzgerald era un crítico feroz de las clases altas, pero al mismo tiempo quería inscribirse en ellas y jugar según sus reglas del juego. En este sentido, tenía una visión opuesta a la de Ludwig van Beethoven. Para el compositor alemán, la distinción del genio superaba la mera circunstancia de aquellos que se amparaban en su cuna y título nobiliario para justificar su ostentación. Beethoven creía firmemente que los verdaderos artistas poseían un don que inclinaba la balanza espiritual. En contraparte, Fitzgerald hacía un esfuerzo sostenido por estar ahí con los potentados que le miraban por encima del hombro. Creía que así podría tener el estatus que tanto anhelaba. Además de sentir atracción, sus sentimientos hacia Ginevra estaban en cierta medida fundamentados en el prestigio que ella podría brindarle.

Pero nunca nada fue suficiente para Fitzgerald. La redención que encontraba en la opulencia se desvanecía rápidamente. A pesar de sus gastos y su lucha por mantener un estilo de vida propio de los ricos, siempre había alguien con un coche mejor, joyas más deslumbrantes y la capacidad de viajar durante más tiempo, todo sin caer en deudas. La carrera era imposible desde el planteamiento que él mismo deparó para sí. Mientras que para otros, la riqueza les llegaba de forma natural a través de la herencia, él tenía que forjarla con arduo trabajo por medio de una obra que experimentaba altibajos. Eventualmente la flor se marchitó y no volvió a la altura de los días soleados.

Debido a las necesidades económicas urgentes, Fitzgerald postergó sus proyectos de novelas a favor de escribir cuentos para revistas y trabajar en proyectos cinematográficos. Algunos de los cuentos eran memorables, otros estaban hechos con prisas, con la complacencia del lector en mente. Priorizó los ingresos inmediatos que requería por su agitado modo de gastar, decisión que le pesó siempre, ya que consideraba que las novelas eran su camino hacia la inmortalidad literaria. Las angustias financieras y románticas afectaron su productividad artística, justo la arena en la que podía vencer a todos aquellos jóvenes del jet-set que conoció en Princeton y en las fiestas en las que solo encajaba de medio cuerpo.

Al final, solo pudo completar cuatro novelas, habiendo transcurrido nueve años entre la tercera y la cuarta. Estaba agotado y consumido por las prontitudes y los excesos de la noche espirituosa. Tras la publicación de Hermosos y malditos, hubo un periodo de dos años en los que solo escribió seis cuentos y un puñado de artículos. «Un promedio de cien palabras diarias», como diría en una de sus cartas. Una nadería frente a lo que se esperaba de él.

Tras la ruptura con Ginevra, en 1918 Scott Fitzgerald conoció a Zelda, otra chica agitada que reanimó el fuego que creía perdido… hasta que ese fuego también lo consumió. Siempre hay una mujer que te salva de otra, y mientras esa mujer te salva, se prepara a destruirte. Palabras de Charles Bukowski que aplican para el caso, con la salvedad de que la destrucción fue mutua. Un choque de trenes que tuvo una dramática conclusión para ambos.

Tanto para Zelda como para su familia, la estabilidad económica era igualmente un factor crucial a la hora de formalizar y unirse en matrimonio. De modo que Scott inicialmente fue rechazado por ella, ya que en ese momento aún no había alcanzado el estatus de autor consolidado. Sus ingresos en el mundo de la publicidad y publicaciones en revistas podían ser suficientes para ser feliz en la modestia. Pero ni él ni sus aspiraciones lo eran.

Scott luchó por estar a la altura de las expectativas de unos Roaring Twenties que contribuyó a romantizar. Necesitaba solvencia para sostener la ficción que había cimentado y para llevarle el ritmo a los caprichos de pareja. Su primera novela, A este lado del paraíso, fue un campanazo que le hizo soñar con un futuro próspero que no se consolidó. El endeudamiento fue una constante, una presión que retrató con humor en Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año.

Scott Fitzgerald era un tierno animal que cazaba algunas presas para obsequiar a mujeres que miraban con desdén aquello que tanto trabajo le había costado conseguir. Tal vez, si en vez de cazar, hubiera contemplado la belleza de esos pájaros, dejándolos volar, su historia habría tenido menos chascos y sufrimientos. Un error común entre los hombres es obnubilarse ante la fatuidad de quien los desdeña en vez de aliarse con los seres indefensos que cantan para animarlos.

Como uno de sus tantos héroes trágicos, Fitzgerald terminó enfermo, quebrado y sin los reflectores que merecía. Sumido en la humildad, el purgatorio del dandy. La posteridad le reivindicaría. Su obra se vende por decenas de miles en todo el mundo e inspira a noveles escritores. Emblemas que podría presumir ante aquellos ricachones que le acomplejaban y vedaban la entrada a la alta sociedad. Ellos quedaron en el anonimato, mientras que él ocupa un lugar especial en la historia de la literatura. Beethoven tenía razón.  Pero qué más da si Scott no puede enterarse. Falleció en 1940, pocos días antes de Navidad. Tenía 44 años. Al funeral acudieron cuatro gatos. Se marchó creyendo que era menospreciado y que estaba destinado al olvido. Tal vez Ginevra se acordó de él en alguna hora perdida de abril.

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#4 Tiempos

Un telescopio usado por los potosinos desde el siglo XIX | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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Foto de: Manuel Muñoz

EL CRONOPIO

 

En el año de 1878 se inauguraban los trabajos del Observatorio Meteorológico del Instituto Científico y, en primera instancia se aprovechó para impulsar el estudio de la astronomía, aunque el objetivo del observatorio meteorológico respondía a la necesidad de establecer una red nacional de alrededor de siete observatorios conectados con el Observatorio Central Mexicano localizado en el Palacio Nacional de la capital mexicana. Cabe destacar que precisamente en ese año entró en operación en la Ciudad de México el Observatorio Astronómico Nacional, que sería donde los estudios e investigaciones astronómicas realizadas en nuestro país finalmente tendrían asiento, por lo que a ese lugar llegaría un joven potosino profundamente interesado en el quehacer astronómico, que tras algunos años de preparación y maduración habría de convertirse en el tercer director de esa institución.

La necesidad de fortalecer las cátedras de Cosmografía y Astronomía, y orientar los trabajos del observatorio meteorológico, al registro oportuno y sistemático de cantidades propias de la meteorología, llevó a considerar el contar con un gabinete específico para la cátedra de Cosmografía y otro para el de Astronomía, que por los requerimientos propios de esta disciplina se orientó a la creación de un observatorio astronómico en el propio Instituto Científico. De esta forma iniciaron los trabajos para su creación, así como las gestiones para dotarlo de equipo experimental.

En 1883 había quedado concluido el Observatorio Astronómico y las cátedras de Astronomía y Cosmografía se impartían con regularidad en el Instituto Científico, ese año el gobierno del estado dotó a varias de las cátedras del Instituto con cantidades para la compra de aparatos e instrumentos, a la cátedra de Cosmografía se le dotó de trescientos pesos para aparatos y útiles y a la de Física con $1869.37 para completar el valor de los aparatos e instrumentos que se compraron en Europa.

Con este recurso pudo equiparse la cátedra de Cosmografía con equipo como: primer y segundo aparato de las estaciones, aparato de las fases de la Luna, aparato de los movimientos de los planetas, aparato de las desigualdades de las estaciones, aparato para demostrar la precesión de los equinoccios (demostración física), unos gemelos de 3 cambios, con clioscopio, un atlas celeste (Dien y Flammarion) , una carta general de la Luna (L. Y A. Champuis) . Aunado a estas dotaciones quedaban las aportaciones que de manera generosa había donado Ramón G. Guzmán, suegro del entonces gobernador del estado Carlos Diez Gutiérrez, consistente en quinientos pesos con el fin de que se comprara un aparato para el observatorio astronómico. La Junta de catedráticos del Instituto manifestó el deber de consignarlo en su reporte de actividades del año 1883, diciendo que el C. Director ya había dispuesto que se mandara fabricar a Londres el aparato referido y que se grabara en él, el origen a que debía su fabricación.

No se tiene evidencia pero es de esperar que Valentín Gama en su calidad de estudiante sobresaliente, participara ya sea como parte de sus cursos, o simplemente por interés personal, en algunas de las actividades del Instituto, como fue la instalación del observatorio astronómico que en 1883,

con la cátedra de Astronomía ya instaurada, se armaba y se equipaba con instrumentos, tanto para el propio observatorio, como para la cátedra de Cosmografía y el propio gabinete de física que seguía equipándose. Su interés en la geografía y posteriormente en la astronomía, de cierta forma estaba de manifiesto en su paso por el Instituto. La primera cátedra cursada por Valentín Gama fue la de Geografía. Sin duda ese ambiente influyó en la vocación de Valentín Gama hacia la ingeniería. No debió pasar inadvertido para él, el proceso de conformación del observatorio astronómico; en 1883, como hemos estado indicando, Ramón Guzmán donó quinientos pesos que fueron destinados para mandar fabricar un telescopio tipo tránsito a Londres, a la casa Troughton & Simms, mismo que fuera entregado en 1884, y puesto en operación. El telescopio luce una placa que dice:

Para el Instituto Científico de San Luis Potosí,

Obsequio del señor Ramón G. (O) Guzmán, 1884.

Por esa época Ramón G. Guzmán realizó otras donaciones a instituciones educativas, como la Escuela de Artes y Oficios, a la que donó una prensa de sistema moderno para el taller de imprenta. Esto ocurrió en el mes de febrero de 1884, pocos días después falleció el señor Guzmán en la Ciudad de México.

El telescopio donado por Ramón G. Guzmán se exhibe en el Museo de Sitio ubicado en el Edificio Central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí bajo préstamo del Museo de Historia de la Ciencia de San Luis Potosí de la Sociedad Científica “Francisco Javier Estrada” que lo tiene bajo su resguardo. El telescopio referido aparece en la presentación de esta columna en fotografía tomada por Manuel Muñoz, es uno de los mejor conservados a nivel nacional y al contemplarlo se podrá transportar a aquel tiempo cuando los estudiantes, profesores y pueblo potosino, orientaban sus ojos hacia las telarañas cósmicas.

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#4 Tiempos

Gallardo-Galindo ¿Round 1? | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

En el ring ya estaban pero sonó la campana. De palacio estatal a palacio municipal la tensión se puede cortar con un cuchillo desechable, los equipos poco se hablan, las indirectas fluyen más rápido que las de los ex tóxicos y las directas tampoco faltan. Del “tenemos todo el apoyo y daremos todo el apoyo” se pasó al “ya ponte a trabajar” de ida y vuelta. Revires que son todo, excepto gentilezas.

Ya nada más les falta bloquearse en el Whats.

El asunto parece infantil e inmaduro porque sí lo es, pero también tiene trasfondos y contextos tanto de la construcción de ambas administraciones como las circunstancias que uno y otro gobierno lee y cree que tienen por futuro.

La anécdota cuenta que en un temprano encuentro entre el gobernador Ricardo Gallardo y Enrique Galindo allá en los primeros días de octubre, todavía perfumados ambos con su respectivo triunfo electoral y toma de protesta, acordaron trabajar para los potosinos, hacer cada quién lo que corresponda, no dar golpes bajos y mantener un buen nivel de política.

Para quedar más claros, Galindo le propuso a Gallardo un ejemplo (palabras más, palabras menos) diciéndole algo como “mira, los dos sabemos que estamos en un ring de box, pero no es tiempo de pelearnos (ya vendrán), mientras vámonos cada quien a su esquina a trabajar y cuando suene la campana nos ponemos los guantes”.

¿El acuerdo sigue en pie? ¿O a quién adjudicamos haber hecho sonar la campana?

Hay que reconocerles que durante por lo menos el año y medio de sus administraciones, pudieron a través de cortesías políticas, mensajes públicos de fraternidad, y operaciones de contención relámpago, sortear los dos palacios temas muy relevantes en materia de obra pública, social, política, electoral y hasta partidista, pero como dice la sabiduría popular, “el hilo se rompe por lo más delgado”.

Y empiezo por ahí, por lo delgado y hasta frívolo:

Hoy comprobaremos, por ejemplo, si se van a seguir sin invitar unos y otros a sus respectivos eventos o darán privilegio a la prudencia y buenos modales políticos en el evento de la inauguración de la rehabilitación de la avenida José de Gálvez, que es una obra al alimón, mita y mita o (como les gusta decir a ellos) bipartita, es decir que la hicieron entre los dos.

Por lo seguro asiste el titular del ejecutivo, y si va también Enrique Galindo, sería prudente preguntarles si está confirmada la versión de que el comandante Juan Antonio Villa, Secretario de Seguridad Pública Municipal de la capital, ya no acude a las mesas de seguridad matutinas entre los tres órdenes de gobierno.

La teoría que circula es que, advertido de no hacerlo porque se ponen en riesgo temas delicados en materia de seguridad y hasta se comprometen pruebas que entorpecen investigaciones, el comandante Villa permite y hasta fomenta que toda la información del ámbito policiaco sea primero entregada a un portal de noticias de esos tipo “vampiro” (de los que viven de noche persiguiendo sangre) incluso antes de dar parte o informar al presidente municipal de los hechos.

También se podrá preguntarles si los atrasos en las obras de Himno Nacional fueron con dolo de uno o de otro lado, es decir que si la Seduvop se retrasó a propósito en las obras para frenar un área clave de la ciudad a fin de hacer pasar corajes a los ciudadanos contra pago de factura del municipio,

o si de verdad el municipio no cooperaba en las maniobras para que las constructoras terminasen en tiempo.

“Qué barbaros, qué nivel y qué altura” exclamará Usted, Culto Público y con razón, pero los ejemplos de arriba son a propósito risibles, mundanos y frívolos (aunque a muchos de ambos equipos calan fuertísimo).

Los frentes abiertos entre las administraciones de Galindo y de Gallardo, los serios, los que tienen que ver más con políticas públicas y gobernanza, que con chismes de “mira lo que me hizo y él empezó” son sobre las visiones encontradas que tienen las cabezas de dichos gobiernos en temas como el agua, el desmantelamiento y privatización del Interapas, en la visión a veces igual y a veces en contra de la inversión en infraestructura, en la municipalización de vialidades vertebrales de la ciudad, en hacer municipio a Villa de Pozos, en presupuestos que vienen, y por supuesto en la política electoral que arrancó en el banderazo de la renuncia de Leonel Serrato a SCT y los resultados electorales el domingo en Coahuila y EdoMex.

Esos frentes se resuelven con política de poquito más altura. No con grillas ni con memes ni con bots ni con fakenews.

Esos temas sí tienen que ver con el futuro de los potosinos todos, a los que nos gobiernan.

Esos temas no se arreglan enviando indirectas ni dejando que entre los equipos de ambos “bandos” (así entre comillas) se aceleren en ser “acomedidos” porque la mayoría de las veces arruinan más de lo que componen.

Sí. Gallardo y Galindo ya se dieron el primer round, negarlo o matizarlo sería tan inútil como usar un protector solar en Mercurio.

La buena noticia es que entre cada round hay descansos y ahí debe privilegiarse la cordura y la estrategia.

Por si fuera poco, el estado y la capital saben que tienen otros frentes abiertos que atender además de sus 3 minutos de golpes entre ellos, entonces por favor no se distraigan.

De amigos: Lo que pasa, lo que les dicen y lo que se dice entre sus palacios, no es todo lo que ocurre en SLP.

Ya desbloquéense (y del Whats también).

Atentamente,

Jorge Saldaña

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Opinión