noviembre 14, 2025

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#4 Tiempos

Visita nocturna | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

Habían estado preparándolo todo desde la mañana, desde que sonó el teléfono y dijo que vendría a la noche, a la hora del café, o tal vez del café.

-¿No soy inoportuno, hermanita? –preguntó la voz que hablaba del otro lado del hilo.

-¡Dios mío, cómo se te ocurre! ¡Tanto tiempo sin vernos y tú me preguntas eso! Yo soñaba con que vinieras alguna vez, y ahora me dices estas cosas. ¡Por el amor de Dios, Efraín, no estamos en los Estados Unidos, donde hay que hacer cita para todo! –dijo la mujer, es decir, la hermana, haciendo de todo por sofocar la emoción-. ¡Déjate de formalismos y vente con nosotros!

-Entonces caigo por ahí a eso de las nueve.

Hay llamadas que alteran por completo la vida de un hogar, y ésta era una de ellas. El cuñado pidió permiso para salir del trabajo antes de tiempo. La hermana corrió al supermercado y regresó tres horas más tarde, cargada con bolsas y cajas que se le escurrían de las manos y acabaron lastimándole un pie. El sobrino limpió su habitación por iniciativa propia (¡cosa inaudita!) e incluso ayudó a su madre a poner la mesa. ¿Cuánto tiempo había pasado sin saber nada de su tío? La última vez que lo vio, éste le había traído de San Antonio –Texas- unos juguetes que ya ni siquiera existían, pero que él recordaba con alegría y gratitud.

¿Cómo era su tío? ¡Ya casi ni lo recordaba: había pasado tanto tiempo sin saber de él! ¿Y había venido de los Estados Unidos únicamente para verlos a ellos, a su familia de San Luis, o estaba de paso y se quedaría sólo unas horas?
Nada de esto le quedaba claro al muchacho, pero le gustaba imaginarse que su pariente, antes de partir de nuevo, le diría lleno de interés: «Déjame ver dónde vives, muchacho; déjame conocer tu cuarto». Acomodó sus discos compactos, aspiró las partes más visibles de la alfombra (allí donde ve la suegra, como se dice) y sacó los vasos vacíos que durante una semana habían ido acumulándose en torno a su buró. Por último, preguntó a su padre: «¿Y cuánto se quedará el tío con nosotros?».

Le hubiera gustado que se quedara mucho tiempo, pero la madre le dijo que sólo esa noche, pues venía de paso, y que a la mañana siguiente se marcharía. «Es una lástima, pero tú tío es hombre importante; quiero decir, es una lástima no que sea un hombre importante, sino que se marche pronto».

La última vez que su hermana lo vio fue en la boda de una prima que ya tenía hijos cuyas edades oscilaban entre los doce años y los trece. «¡Figúrate entonces el tiempo que no lo veo!», dijo la mujer a su hijo mientras entre los dos desplegaban un mantel y lo extendían sobre la mesa. Pero esta noche lo vería. A las nueve. Mas antes de que llegara la hora había muchas cosas por hacer: fregar los pisos, barrer el patio, limpiar los baños, arreglar la cocina. ¿Qué pensaría su hermano –que era tan rico y tan importante- si viera, por ejemplo, un zapato mal puesto o una estufa llena de cochambre? ¡Ni pensarlo! ¡No sabría dónde meterse de vergüenza! La madre –es decir, la hermana del tío- temblaba ante tal eventualidad, y entre las cinco y las siete sufrió un ataque de nervios. ¡La de cosas que le quedaban por hacer! A las ocho, con el baño, se calmó, y dijo para sí misma, encogiéndose de hombros, que había hecho ya cuanto humanamente era posible, y que si su hermano se llevaba una mala impresión ya no sería problema suyo.

A las ocho cuarenta, el cuñado bajó vestido de saco y corbata e hizo una metódica inspección por toda la casa en busca de cosas que pudieran encontrarse fuera de lugar. Para no viciar el ambiente, renunció incluso a fumarse un cigarrillo. También él tenía miedo a causar una mala impresión. Además, los norteamericanos –según le había dicho alguien- odiaban los cigarrillos (de tabaco, claro: aunque les gustaba fumarse otras cosas). A las ocho cincuenta y cinco la madre se quitó el mandil que había vuelto a ponerse después del baño y dijo resoplando: «Hasta aquí llego yo». Entró a su cuarto a maquillarse y bajó a reunirse con su esposo en la sala entre las nueve y las nueve diez. «¿No ha llegado todavía?», preguntó.

El padre miraba ansiosos a través de la ventana, alisándose la corbata; el hijo se había apostado a un lado suyo y también se alisaba la corbata. Ambos miraban a través de la ventana. A las nueve veinte el padre se quitó de allí y preguntó a su mujer: «¿Sabrá llegar? ¿No se perdería?». La mujer dijo haber precisado bien la dirección, pero que, en caso de que se hubiera perdido, ya habría telefoneado. El esposo asintió con gravedad.

A las nueve y treinta y cinco sonó el teléfono. Madre, padre e hijo se lanzaron miradas fulgurantes. Nadie se movía. Fue ella quien, por último, al quinto o sexto timbrazo, se lanzó sobre la bocina. Esposo e hijo leían los labios, los gestos, los colores de la mujer. Y ésta, después de haber colgado, trató de leer los labios, los gestos, los colores del padre y del hijo. «Era mi hermano. No pudo venir. Que lo disculpemos. Se encontró un paquete muy económico para ir a Puerto Vallarta y decidió aprovecharlo. Ahora mismo está en el aeropuerto a punto de abordar el avión».

El padre dirigió la mano derecha hacia la corbata, la aflojó de un tirón y subió arrastrando los pies por la escalera; la madre fue a sentarse en el sofá para mirar por la ventana; el hijo regresó a su cuarto y no salió hasta el otro día por la tarde.

Aquella noche, por primera vez en muchos años, las luces de aquella casa se apagaron poco después de las diez.

Yo había ido a visitarlos aquel mismo día alrededor de las 7, y supe de la agitación que los poseía, pero sólo hasta el día siguiente conocí el desenlace. Me guardé mis comentarios, pero yo sé lo que es esperar, dejarlo todo preparado, agitarse por una visita que no llegará. Y puedo decir que si hay cosas tristes en la vida, ésta, sin duda, es una de ellas; o quizá la cosa más triste de todas. «Si prometiste, cumple»: esto es lo que dice el libro de Qoeleth (5,3), que es, además, palabra de Dios. Si prometiste llegar y no llegas, habrás ocasionado una de las mayores tristezas que pueda sufrir un ser humano.

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#4 Tiempos

La incansable divulgadora del conocimiento, Ikram Antaki | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Hace cincuenta años llegaba a México una siria recién graduada de doctora en etnología en la Universidad de París VII, y fincaría su actividad profesional en este país nacionalizándose mexicana y realizando diversas actividades relacionadas con su área de interés convirtiéndose en una de las intelectuales mexicanas más importantes de la segunda mitad del siglo XX en México; Ikram Antaki que había nacido en Damasco en 1947 en el seno de una familia de juristas y humanistas.

Su madre estudió la literatura rusa del siglo XIX y su abuelo que fuera el último gobernador de Antioquía, salvó a miles de armenios del exterminio en 1915, durante el asedio otomano. En 1969 viajó a Europa y siguiendo la vena familiar estudiaría literatura comparada, antropología social y el doctorado en etnología del mundo árabe.

En 1975 abandonó Francia para venir a México; Antaki narra su decisión que tomó abriendo un compás sobre el mapamundi y, siguiendo una línea horizontal imaginaría paralela al Ecuador, determinó que México era el país más lejano a Siria, “era el fin del mundo” un lugar que ella quería conocer. Al poco tiempo nacería su hijo y formaba así una familia mexicana e iniciaba su intenso trabajo intelectual.

Ikram se dedicaría a la docencia, el ensayo, el periodismo y la radio, convirtiéndose en una de las más importantes divulgadoras del conocimiento, encajando de manera natural en la vieja tradición mexicana en divulgación de la ciencia, donde caben de manera conjunta todas las disciplinas y que inciden en el ámbito cultural.

Escribió alrededor de veintinueve libros y agradecía a sus lectores “el deseo de saber”. Libros que proyectó su creación desde los ocho años y que guiarían sus intensas lecturas de obras literarias y de ensayo. Dejó en borrador muchos otros escritos de sus ambiciosos proyectos de divulgación.

Ikram Antaki, se definía a si misma: “Ahora me proclamo, de manera un poco simple, conservadora, aunque de hecho no es exactamente así; en la práctica sigo la frase de Averroes: ‘sean renovadores en todo lo que se refiere a la ciencia y el pensamiento, sean conservadores en lo que se refiere a los asuntos de los hombres’”.

Al morir en la Ciudad de México en el año 2000, Ikram Antaki estaba completamente dedicada a cumplir con la meta más ambiciosa de su vida: “He descubierto, en este país, que soy un ‘buen maestro’, no solo ‘un buen escritor’, alguien que sabe algunas cosas y que no las quiere guardar, sino compartir”.

Además de la escritura, a la que considera resguardadora de la memoria ante la memoria de la información mediática que es frágil, tuvo un importante papel en medios audiovisuales colaborando en los canales oficiales, once y trece

, y en numerosos programas de radio y conduciendo los propios, como fueron los célebres: el Banquete de Platón y el Ágora.

Los interesados en adentrarse al mundo de la divulgación científica, sobre todo cuando no existen instituciones formadoras para ello, pueden recurrir a las obras de Ikram Antaki y aleccionarse con sus narrativas llenas de información y basadas en el pensamiento crítico, como trabajos de síntesis del pensamiento y que traspasan los campos de la especialidad uniendo de manera natural la ciencia y el humanismo y su responsabilidad con la sociedad.

Su programa El Banquete de Platón, ha sido base de varios de sus escritos donde recoge lo tratado en el programa. En especial el libro, mas que recomendado, que lleva como título, simplemente: Ciencia, editado por Penguin en su colección De Bolsillo, no puede faltar en la lectura de quienes se interesan por el pensamiento y conocimiento desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad.

Escrito en forma rigurosa y fácilmente asimilable, ayuda al lector a tener una idea rápida y actualizada de la naturaleza humana, el origen de las lenguas, las razas, el racismo, la inteligencia, la genética, el principio del universo, el tiempo, el cerebro y la descorazonada aventura de la modernidad científica que venció el oscurantismo.

Como le decía Ikram Antaki: “El merito de su parte (refiriéndose al lector), está en el hermoso y agradecible deseo de saber. El mérito, de mi parte, está, en la tentativa de síntesis”.

Recordamos así a una extraordinaria mujer que tomó a México como su casa y que contribuyó a la educación del pueblo con base en la divulgación y educación no formal, a través de sus libros y programas audiovisuales, convirtiéndose en una importante divulgadora del conocimiento en México.

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#4 Tiempos

Buscad el alfiler | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

-¡Qué hombre tan amargado! –exclamó una vez una dama de cierta edad señalando con el dedo, desde la distancia, a un compañero al que yo estimaba mucho-. ¿Qué traumas habrá sufrido en su infancia para haber perdido de tal manera el gusto por vivir?

¡Los traumas de la infancia! Sí, he oído hablar de ellos, pero no me convencen ni mucho ni poco. ¿Por qué debemos ir hasta la infancia de un hombre para explicarnos su mal humor de hoy? ¿Y si la infancia, por lo menos en el caso de este conocido mío, no tuviera nada que ver? ¡Ir tan lejos cuando la causa podría estar tan cerca!

Pero yo conocía la razón de ese permanente mal humor, de esa amargura: este amigo sufría a causa de su jefe, un déspota que trataba a sus subordinados como le daba la gana. ¡Ya sólo faltaba que les exigiera a todos bolearle los zapatos! Además, el ambiente de trabajo era, en aquella oficina, atroz y deprimente: allí todos envidiaban a todos y se ponían zancadillas los unos a los otros por el puro placer de ver cómo caían de la gracia de su superior, para observar cómo se despeñaban y se rompían la cabeza. Cada día de trabajo transcurría casi siempre entre gritos, susurros y rumores, y, por lo que he podido saber, nadie estaba seguro –ni lo está todavía hoy- de que mañana seguiría conservando el puesto que ocupaba apenas el mes pasado. Ahora bien, ¿quién no va a amargarse en un ambiente rancio como éste?

Yo conocía pormenorizadamente esta triste historia. Por eso me reí en silencio de las suposiciones de aquella señora que, por haber tomado un curso relámpago de psicología, ahora me hablaba de traumas infantiles y actos fallidos.

Sí, los humanos somos muy propensos a generalizar y elaborar hondas teorías que se vienen abajo justo en el momento en que comprendemos que las cosas no eran como pensábamos. De esta manía elucubradora se burló Alain (1868-1951), el filósofo francés, al escribir así en uno de sus Propos sur le bonheur: «Cuando un bebé llora sin consuelo, la nodriza suele hacer las más ingeniosas suposiciones respecto a este joven carácter y a lo que le gusta o le disgusta; invocando incluso a la herencia, ya reconoce al padre en el hijo. Estos ensayos de psicología se prolongan hasta el momento en que la nodriza descubre el alfiler, causa efectiva y real del llanto».

¡Ah, era eso! ¡Había un alfiler entre los pañales! Y pensar que la nodriza ya empezaba a sospechar ciertas cosas…

El hombre, según se ha dicho aquí y allá, es un filósofo que se ignora a sí mismo. Yo de esto nada sé. Lo que sí sé, en cambio, es que muchas veces, en lugar de buscar el alfiler, se pone a concebir graves y hondas teorías cuyo fundamento, para decirlo ya, es más que dudoso.

Una vez se quejaba conmigo un dentista diciéndome:

-¿Por qué la gente ya casi no me busca para arreglarse los dientes? Las nuevas generaciones son muy descuidadas. ¡En qué tiempos tan tristes nos han tocado vivir!, etcétera.

Pero no; por lo menos aquí no se trataba de los tiempos: era que este dentista tenía fama de trabajar sin anestesia –para ahorrarse un dinerito-, y la verdad es que sus pacientes lo que menos querían en su consultorio era ponerse a practicar el estoicismo.

El 4 de julio de 1765, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799)

estaba quitadísimo de la pena leyendo un libro al pie de una ventana cuando de pronto… Pero dejemos que sea él mismo quien nos cuente lo que le pasó aquella vez: «Leía, cuando, de pronto, la mano que sostenía el libro se movió imperceptiblemente y esto hizo que recibiera menos luz. Entonces pensé que una nube espesa debía estar pasando de frente al sol y todo me pareció más oscuro, por más que no había perdido nada de luz». Y concluye el pensador alemán: «Con frecuencia sacamos nuestras conclusiones de esta forma: buscamos en la lejanía causas que muchas veces están junto a nosotros». «¡Oh! –hubiese exclamado otro que no fuera él-. El cielo se está nublando. Acaso llueva toda la tarde. ¡Y maldita la gana que tengo de que llueva esta tarde!». Pero no, el cielo no se nublaba: era el ángulo de su cabeza lo que había variado, produciendo en la página del libro una sombra que en el cielo no existía.

Yo me entretenía recordando estas palabras mientras aquella señora se quejaba de mi amigo. ¿Y por qué había que ir tan lejos -¡nada menos que hasta los traumas infantiles!- para buscar las causas de su amargura, puesto que éstas estaban casi al alcance de la mano? ¡Era el ambiente en el que se movía el que lo sacaba de sus casillas y lo ponía de mal humor! De modo que, una vez aireado ese ambiente, ¡adiós traumas infantiles!

Además, convendría no olvidar la lección que las semillas nos imparten todos los días. ¿Qué lección? Ésta: que no es posible crecer y desarrollarse en cualquier terreno. Una semilla de arroz, por ejemplo, jamás crecerá en el desierto, ni una semilla de mostaza en el frío de la tundra. Cada semilla, para crecer, necesita estar, por decirlo así, en su ambiente.

«Hay que florecer donde Dios nos ha plantado», dice una frase que aceptamos sólo por el hecho de que Dios es un buen sembrador que no se equivoca nunca, aunque por lo demás bien podría ser cursi y hasta falsa. ¡Un grano de trigo, por más que quiera hacerlo, jamás dará nada de sí si es sembrada en los hielos polares!

Y bien, tal es lo que había sucedido con mi amigo: que sencillamente no estaba en su elemento. ¿Y cómo, entonces, iba a crecer y a desarrollarse? «La impaciencia de un hombre –vuelve a decir Alain- tiene a veces por causa el haber estado mucho tiempo de pie; en vez de razonar contra su mal humor, ofrecedle un asiento… No, no digáis nunca que los hombres son malos; no digáis jamás que tienen tal carácter. Buscad el alfiler».

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#4 Tiempos

¿Y si un día dicen que ya no hay abortos… porque los escondieron todos? | Columna de Ana G Silva

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CORREDOR HUMANITARIO

 

Imaginemos que dentro de unos años, alguien desde el poder diga: “En San Luis Potosí ya ni se practican abortos, ¿para qué mantenerlo legal?” Esa frase, tan simplona como peligrosa, podría ser suficiente para justificar que se dé marcha atrás a un derecho conquistado a pulso. Y lo más grave es que, si revisamos los datos oficiales, el argumento ya estaría servido.

Porque según los Servicios de Salud del Estado, desde que se despenalizó el aborto hasta las 12 semanas de gestación, 132 mujeres han interrumpido su embarazo en San Luis Potosí. Pero —y aquí está la trampa— ninguna lo hizo por decisión propia. De acuerdo con las cifras, las 132 interrupciones fueron por motivos médicos. Cero voluntarias. Cero por libre elección.

Entonces, ¿qué nos están diciendo? ¿Que en todo un estado, con más de dos millones de mujeres, ni una sola decidió interrumpir su embarazo de forma voluntaria? ¿O que los hospitales y las instituciones están borrando esos datos, diluyéndolos entre diagnósticos clínicos para esconder una realidad incómoda?

Hace un año, San Luis Potosí celebraba lo que parecía un triunfo de la razón sobre el prejuicio: la despenalización del aborto. Hoy, ese avance empieza a parecerse a una mentira institucional. Porque si las cifras se maquillan, si la objeción de conciencia se convierte en excusa y si las mujeres siguen siendo rechazadas en hospitales, entonces el derecho a decidir se está convirtiendo en una simulación.

De los 107 puestos médicos en hospitales habilitados para practicar la ILE, uno de cada tres profesionales es objetor de conciencia. En Ciudad Valles, por ejemplo, 10 de 17 médicos y enfermeros se niegan a realizar el procedimiento. ¿Y qué pasa con las mujeres que viven en la Huasteca o en el Altiplano, donde no hay alternativas cercanas? ¿Qué pasa si una mujer llega al hospital de Valles, con doce semanas cumplidas, y le dicen que nadie puede atenderla porque todos son objetores

? Lo que pasa es que su derecho desaparece.

La colectiva ILE San Luis Potosí ha documentado estos casos, las negativas, la opacidad y la simulación. Han sido ellas —y muchas otras colectivas— quienes han tenido que acompañar a mujeres que, en teoría, ya no deberían estar suplicando por un derecho reconocido por la ley.

Y entonces hay que decirlo con claridad: un derecho que no se garantiza, es un derecho abolido en silencio. La resistencia institucional existe, y es tan sutil como efectiva: se disfraza de papeleo, de moral médica, de estadísticas convenientes. Pero su consecuencia es brutal: mujeres obligadas a continuar embarazos que no desean, porque el Estado decide mirar hacia otro lado.

San Luis Potosí tiene una ley que reconoce el derecho a decidir, pero no una estructura que lo haga realidad. Y si las autoridades siguen escondiendo las decisiones de las mujeres tras diagnósticos médicos, no solo están borrando datos: están borrando voces.

A un año de la despenalización, el aborto en San Luis Potosí sigue siendo un privilegio y no una garantía. Y si no se exige transparencia y acceso real, pronto podrían decirnos —con una sonrisa burocrática— que aquí ya nadie aborta. Y entonces, el silencio sería la excusa perfecta para volver atrás.

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