#4 Tiempos
Vida silenciosa | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
El anciano hizo finta de proseguir, pero calló una vez más. Parecía más aburrido que fatigado, aunque no podría asegurarlo: tal vez estuviese más fatigado que aburrido. Luego, tras una pausa larga, continuó así:
–Es paradójico que para hablar del silencio haya que maltratar el silencio, ¿no le parece? ¡El silencio no admite explicaciones y menos aún definiciones! Y, sin embargo…
Sin embargo, pese a lo que acababa de decir, tras otra pausa ahora más breve, el anciano siguió maltratando el silencio que tanto decía amar:
-Es preciso acostumbrarse al silencio. El silencio es bueno; es reparador. El ruido, en cambio, mata. Al sonido de los cláxones, los pajarillos caen de las ramas exhaustos, muertos de cansancio.
-¿De cansancio? –pregunté.
-De cansancio, sí. Porque nacieron para volar y cantar, y desean hacer siempre que pueden una cosa y la otra, pero al tratar de hacerse oír por los transeúntes, inmersos en el rumor del ambiente, mueren de fatiga.
-No lo sabía –dije.
-Y, además, estaremos en silencio mucho tiempo, de manera que sería bueno ya desde ahora aprender a estarnos con la boca cerrada. ¡Los cementerios son silenciosos!
Una risita extraña iluminó su semblante.
-¡Así es, amigo mío! Los muertos no hablan porque tienen la boca llena de tierra. Morir significa partir sin maletas, sin nada, al país del silencio.
Como no sabía yo qué decir, dije:
-En una novela de Flannery O’Connor, la escritora norteamericana, aparece un anciano, Mason Tarwater –vea, recuerdo su nombre de memoria-, que dice un día a su sobrino nieto, a quien tiene secuestrado para hacer de él, en el futuro, un profeta: “El mundo ha sido creado para los muertos. Piensa en cuántos muerto hay. ¡Hay un millón de veces más de muertos que de vivos! Y los muertos permanecen muertos millones de años más de cuanto permanecen vivos los vivos”.
-Je, je –hizo el anciano. No reía en a, sino en e: no con franqueza, sino con algo de malicia-. ¡Es verdad! ¡Es verdad! Pero considere que, de alguna manera, esto lo había dicho ya, mucho antes que Mason Tarwater, la más grande mujer que ha dado la antigüedad: me refiero a Antígona, por supuesto. La valiente, la aguerrida. ¿Recuerda el argumento de la tragedia que nos cuenta su historia?
-¡Sí! Creonte, el tirano, su tío, ha prohibido dar sepultura a unos rebeldes, y entre esos rebeldes está Polinices, el hermano de Antígona, y entonces…
-Entonces ella trató de convencer a su hermana Ismene que debían hacerlo, pese a todas las prohibiciones del tirano, pues antes que las leyes de los hombres estaban las de los dioses. ¡Enterrar a los muertos era un deber sagrado, y tanto más cuanto que, entre esos muertos, estaba nada menos que uno de su sangre! Para convencerla, pues, de que tenía que ser audaz, le habló en los siguientes términos: “Es mejor estar de parte de los muertos que de los vivos, ya que de éstos seremos compañeros durante un tiempo muy breve, mientras que de los muertos lo seremos durante siglos y siglos…”. ¿Y no es éste un razonamiento irrefutable? Por eso, es preciso amar la vida silenciosa: para acostumbrarnos a ella. Parafraseando a Antígona se podría decir también: “Con los vivos hablaremos durante un tiempo muy breve, en tanto que estaremos en silencio con los muertos durante siglos y siglos ”. Se trata, para decirlo ya, de irse entrenando. No sé si me entiende usted.
-Sí, pero… -dije.
-Piense en los monjes. ¡Cómo guardan el silencio! ¿Y sabe por qué? Porque ellos ya están muertos: muertos, al menos, para el mundo. Y ya que hablamos de literatura, hay una novela traducida al castellano en la que uno de mi edad habla a una niña, que lo escucha arrobada, y lo que le dice es esto:
“-¿Que si es muy malo ser sordo? Nada de eso. No sabes tú lo que me alegro de no tener que oír tanto jaleo. ¡La tranquilidad y la paz son cosas tan buenas…! Además, yo sólo oigo cuando quiero; cuando no quiero oír, me basta con cerrar los ojos… ¡Ah, tú no sabes todavía lo que es el silencio! ¿Quieres que te lo explique?
“-¡Explícamelo! –le rogó la niña.
“-El silencio es eterno. Lo fue siempre y siempre lo será. Es invariable e infinito. Tú vienes de él y a él vuelves de nuevo. Él ama únicamente a los que no lo temen, y llegará un momento en que seremos presa suya todos y todos los que estás viendo alrededor de ti… Los hombres luchan contra el silencio, pero llega un momento en que él los hunde en su interior, les ahoga la palabra en la boca y los mata… Llegará el momento en que todos habremos muerto”.
-¡Interesante! –exclamé-. ¿Y qué novela es?
-¿Qué te importa? Por otra parte, no recuerdo el título. Apunté la cita en una libreta, pero me olvidé de anotar la referencia. ¡Qué más da! Por eso, amigo, intente ejercitarse en el silencio desde ahora. Intente descubrir su dulzura. ¡Es más hermoso callar que hablar! Y los gestos de cariño que marcan más hondamente el alma son casi siempre silenciosos. Amar el silencio es, en cierto modo, amarnos a nosotros mismos. Porque, de aquí un tiempo, usted se habrá convertido en un gran silencio, y yo también. Quizá los azares de la vida nos hagan estar juntos en el cementerio, pero, esto sí que puedo asegurárselo, por más cerca que estemos, no nos hablaremos. ¡Ni una palabra saldrá entonces de nuestros labios! Estar muerto es haber sido devorados por el silencio…
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#4 Tiempos
Todo para la vuelta | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
La final del Torneo Clausura 2025 de la Liga MX entre América y Toluca se definirá en una serie muy pareja. Los dos mejores equipos del torneo se han colocado en la final con puntos clave importantes que seguramente marcarán diferencia:
Ambos equipos tienen bloques defensivos sólidos y juego por el centro. Los dos equipos prefieren defender en bloque bajo y atacar principalmente por el mediocampo, lo que anticipa un duelo de control y precisión en el medio sector.
El equipo de André Jardine destaca por limitar las oportunidades de alto valor del rival y alternar entre posesión prolongada y contragolpes letales, con Álvaro Fidalgo como eje creativo y generador. Toluca, por su parte, se apoya en transiciones rápidas y un ataque vertical centrado en Alexis Vega, su jugador más destacado, buscando aprovechar la velocidad para desequilibrar.
A balón parado, ambos equipos están entre los mejores (América con 9 tantos y Toluca con 7), por lo que estas jugadas serán armas tácticas importantes para romper el empate.
América tiene ligera ventaja en duelos defensivos (74% vs 71%) y aéreos (63% vs 57%), lo que puede ser clave para neutralizar las ofensivas rivales.
Toluca suele anotar primero con frecuencia, lo que indica que buscarán imponer ritmo desde el arranque de la vuelta para tomar ventaja psicológica.
El enfrentamiento entre Álvaro Fidalgo (América) y Alexis Vega (Toluca) será fundamental para el control del mediocampo y la generación de peligro.
Alexis Vega ha jugado 21 partidos en el torneo, siendo el máximo referente ofensivo con 12 goles y 10 asistencias, con una precisión de pase del 83% y un 69% en pases largos completados. Su regularidad y participación ofensiva lo hacen vital para Toluca.
Del lado de América, Álvaro Fidalgo destaca con un promedio de 90.2% de pases completos, siendo uno de los jugadores con más pases intentados (84.4 por partido) y progresivos (11.4 por partido), lo que refleja su rol como eje creativo y distribuidor del América. Su valoración promedio es muy alta (7.72).
Otros jugadores azulcrema que sobresalen son Henry Martín y Cristian Borja, figuras importantes en goles decisivos en la semifinal, han sido titulares constantes en el equipo. Del lado de Toluca, resaltar sin duda a Marcel Ruiz, Paulinho y Gallardo, por solo hacer mención de jugadores que resaltan en la alineación de Mohamed.
En la dirección técnica, ambos equipos tienen experiencia en finales, técnicos campeones los respaldan, ambos saben muy bien jugar con los tiempos, los cambios y las posibilidades cerradas para el de vuelta.
En fin, la final de vuelta será un choque táctico entre la experiencia y orden del América contra la intensidad y velocidad de Toluca, donde pequeños detalles en defensa, balón parado y transiciones rápidas definirán al campeón, nada está escrito y el domingo en la bombonera, veremos al campeón. Probablemente, el nuevo campeón.
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#4 Tiempos
Ingeniero Labarthe, pionero de la cartografía geológica en México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hace sesenta y cinco años, en el mes de mayo, el Ing. Eugenio Pérez Molphe impulsaba el proyecto para la creación de un Instituto de Geología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sería presentado por el Ing. Rubén Ortiz Díaz Infante, Director de la Escuela de Ciencias Químicas, un par de meses después en julio de 1960 se formalizaba la propuesta al Consejo Directivo Universitario de a UASLP, la cual sería aprobada iniciando así las actividades del Instituto de Geología y Metalurgia, como fue llamado en un ´principio, siendo nombrado el Ing. Pérez Molphe como su director.
El proyecto de inicio de la formación en Geología en San Luis se venía gestado dos años atrás, motivada entre otros factores, por la celebración del Año Geofísico Internacional donde estaban participando algunos universitarios potosinos, entre ellos el Dr. Gustavo del Castillo, que recibió en 1957 a investigadores que realizarían algunos experimentos geológicos en el marco de esta celebración.
En 1958 con motivo del Año Geofísico Internacional estuvieron en San Luis Potosí el doctor en geología Robert P. Mayer de la universidad de Wisconsin y el ingeniero geodesta Hermilio Cepeda del Departamento de Oceanografía de la UNAM, con el objeto de realizar experimentos geológicos a fin de determinar la velocidad con que se transmite el movimiento de la tierra, para lo que buscaban una mina abandonada para emplear un sismógrafo a fin de poder colocarlo a considerable profundidad, seleccionando para ello al mineral de Cerro de San Pedro. Para realizar sus mediciones se haría una explosión de dinamita en el Cerro del Mercado en Durango y mediante comunicación por radio con Cerro de San Pedro se trataba de registrar en el sismógrafo el evento.
En 1959 el Ing. Luis S. Jiménez López presidente de la Comisión Nacional de Fomento Minero en el Estado de San Luis Potosí, en un análisis minucioso sobre el panorama minero en México, declaraba que el país necesitaba más ingeniero geólogos, señalando la necesidad de una nueva dinámica en los campos de exploración y explotación de minerales cuyo factor propicie el justo y adecuado aprovechamiento de este núcleo de profesionales.
En esos años, terminaba sus estudios de ingeniería geológica el potosino Guillermo Labarthe Hernández en la Universidad Nacional Autónoma de México, titulándose en la licenciatura como ingeniero geólogo en 1958, año en que contraería matrimonio y regresaría posteriormente a San Luis Potosí.
Guillermo Labarthe Hernández nacería en San Luis Potosí en febrero de 1934, a principios de los sesenta se incorporaría al Instituto de Geología de la UIASLP que contaba con un número mínimo de profesores y sus actividades se orientarían al apoyo a la docencia y el impulso de la carrera de geología en la UASLP que iniciaba actividades en 1961 a la que se incorporarían alumnos que ya estudiaban ingeniería en la UASLP y que reorientaban su vocación a la geología.
El vínculo del Ing. Labarthe con la UNAM se reflejaría al realizar los primeros trabajos de cartografía en colaboración con esa institución que propició se titularan los primeros geólogos de la UASLP
un par de años después en lo que fue la primera generación de ingenieros geólogos, la cual estuvo formada por Arturo Elías, Jorge Fraga y Manuel Mendiola, que recibieron sus títulos en 1963.El Instituto de Geología de la UASLP sería el tercer instituto de investigación creado en la UASLP y el segundo que se formaba en el país. Si bien, sus primeros años estuvo enfocado principalmente en el apoyo a la docencia se establecían las raíces que propiciarían se realizaran se manera intensa actividades de investigación a mediados de los setenta.
En el mes de noviembre de 1962 salió a la luz pública la revista “Geología y Metalurgia”, con temas técnico-científicos de interés y que posteriormente, hacia 1977 daría lugar a la serie de boletines publicados como “Folletos Técnicos del Instituto de Geología”. En 1979 el Ing. Guillermo Labarthe Hernández era nombrado director del Instituto de Geología y se iniciaba un intenso trabajo de cartografía geológica siendo un esfuerzo pionero en el país.
En 1976 inicia los trabajos formales de investigación en cartografía geológica del Estado enfocando esfuerzos en la Zona Media y Altiplano del estado de San Luis Potosí, dirigidos por el Ing. Labarthe; estos trabajos serían los primeros que se realizaban en México. Los cuales sirvieron para definir los acuíferos de la zona de San Luis Potosí y Villa de Reyes. Por lo que al perforarse los pozos se sabía que tipo de rocas estaban en el subsuelo gracias al trabajo de cartografía realizado. En cuanto a recursos minerales, los depósitos de caolín que existen en la zona suroeste del estado fueron descubiertos por la cartografía realizada.
Todos estos recursos, acuíferos y minerales están encajonadas en rocas volcánicas, tema que sería parte de la especialización del Ing. Labarthe del que era un experto. La zona de San Luis fue una zona volcánica, y los estudios han ayudado a comprender la evolución de la corteza.
El Ing. Labarthe falleció iniciando el mes de mayo dejando un importante legado para la geología mexicana y en especial la potosina, siendo uno de sus pioneros y el iniciador de la cartografía geológica moderna.
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#4 Tiempos
Monólogo del profesor | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Seamos sinceros, estimada señora: a nuestros jóvenes cada vez les importa menos lo que en la escuela podamos decirles. Un día la invitaré para que venga y vea. Entonces se sorprenderá al ver la cara que ponen cuando un servidor de usted les esté explicando, por ejemplo, la segunda ley de la termodinámica. ¿Puedo adelantarle algo de lo que verá? Un muchacho de cabellera abundante y estropajosa, con las piernas cruzadas, estará observando el estado general de las suelas de sus zapatos como en una especie de contemplación o arrobo místico; otro, sentado a dos bancos de aquél, hojeará distraídamente la revista que metió de contrabando en el salón y que ha ocultado –ni siquiera discretamente- bajo su libro de texto; aquel, pensando que nadie lo mira (o no pensando nada, pues lo mismo le da), estará ocupado enviando mensajes desde su teléfono celular y contestando los que a su vez le lleguen; en fin, todo esto los encontrará usted haciendo cuando vea y vea, estimada señora.
Mientras tanto, yo seguiré hablando en voz alta, haciendo como que creo que me escuchan. «Tú juegas a quererme, yo juego a que te creas que te creo». ¿Recuerda usted quién cantaba esta canción hace veinte años o incluso veinticinco? ¿Luz Casal? En todo caso, se trata del mismo pasatiempo: mis alumnos juegan a que me ponen atención, y yo juego a hacerles creer que me trago su mentira. De este modo ellos están en paz y yo también.
¡Oh, no me crea usted un resignado! La verdad es que en otro tiempo abrigué ciertas ambiciones pedagógicas y hasta llegué a creer que bastaba con que yo abriera la boca para que mis alumnos se apasionaran por la materia que me disponía a explicarles. Hoy ya no soy tan ingenuo, estimada señora, y hasta me he dado esos baños de realidad que si bien al principio no son nada agradables (el agua de la realidad es fría, bastante fría), al final lo sacan a uno de ese ensueño metafísico del que hablaba en uno de sus libros un famoso filósofo francés.
Al principio, debo confesárselo, casi lloraba al ver que mis alumnos me hacían menos caso que al perro del vecino; pero luego la fuente de las lágrimas se secó, y aquí me tiene usted, haciendo como que enseño y cobrando puntualmente mi sueldo, pues es bien sabido que de aire los hombres no pueden vivir.
A los muchachos ya no les digo nada, y ni siquiera los riño. ¿Qué les puedo decir, por ejemplo, cuando no hacen sus tareas? Podría, sí, hacer como que me indigno, pero esto sería llevar el juego demasiado lejos. Supongamos, por ejemplo, que me quejo con sus padres diciéndoles que sus hijos son unos holgazanes. ¿Qué voy a recibir como respuesta? ¡Ya se lo imaginará usted! Una vez, al principio de mi carrera –es decir, cuando me sentía con derecho a ser exigente- mandé llamar a uno de esos caballeros que se llaman a sí mismos padres de familia para suplicarle que pusiera más atención en los asuntos del que creo era su primogénito. Pero no me dejó ni siquiera terminar. «¿Y usted quién es para meterse en nuestra vida?», me preguntó lleno de rabia, ajustándose con brusquedad el nudo de su corbata. «A usted le pagamos para que dé su clase, pero lo demás ya no le toca».
De acuerdo, de acuerdo, me dije entonces. Quiero decir con esto que aprendí la lección. Desde entonces ya no encargo a mis alumnos ninguna tarea. ¿Para qué? Hoy mi lema es, humildemente, éste: laissez faire, laissez passer: ¡Que cada uno haga lo que le venga en gana!
La vida de mis alumnos, estimada señora, está en otra parte. ¿En qué parte? Vaya usted a saberlo, aunque todo parece indicar que ésta comienza para ellos justo en el instante en que, llegando a su casa, dejan la mochila en el suelo y encienden la computadora. ¡Entonces sí que se sienten vivir! «Ah –se preguntan-, ¿quién habrá inventado la escuela, ese mal que ni siquiera parece necesario?».
En la luna: allí veo a mis alumnos cuando les hablo de cosas que a mí me habría gustado comprender cuando tenía su edad. En la luna, sí, y parecen muy poco dispuestos a bajar a esta tierra que desde hace mucho ha dejado de interesarles.
¿De dónde acá esta indiferencia por todo lo que sea escolar o huela a ello? He encontrado aquí y allá diversas teorías, aunque la que hasta ahora me convence más es ésta del pedagogo francés Guy Avanzini. Escuche usted: «A pesar de todo, los padres, sin quererlo y sin saberlo, al menos en parte, son los responsables de este fracaso». Está hablando el pedagogo del fracaso escolar, que incluye no sólo las malas notas obtenidas en los exámenes, sino sobre todo el disgusto con que los jóvenes se presentan en la escuela. ¡Pero cómo! ¿Son culpables los padres de esta situación? Sí –responde Avanzini-, y ellos los primeros. Ante todo, porque desvalorizan el trabajo escolar, diciendo y pensando que ir a la escuela equivale a perder el tiempo, y luego exaltando el ejemplo de los que triunfan en la vida «sin haber trabajado en la escuela; haciendo la apología del mal estudiante que, sin haber llegado a la edad adulta, alcanza la notoriedad a pesar de la escasez de su cultura y de la regularidad de sus malas notas». Esto, en síntesis, es lo que dice Avanzini. Y el panorama parece tanto más desolador cuanto que nuestros muchachos oyen a cada instante noticias de verdaderos ignorantes que ganan lo que quieren sólo por saber patear un balón, aporrear una guitarra o cantar una canción. Además, ¿no escuchábamos hace poco la noticia de que muy pocos de nuestros legisladores acabaron realmente de estudiar? ¡Y mire usted lo que gana en estos contornos del mundo un legislador! Los hombres que viven mejor son los que han estudiado menos: he aquí el mensaje que les llega a los jóvenes desde todos los flancos. ¿Cómo queremos entonces, estimada señora, que la escuela les interese aunque se un poco? ¡Respóndame usted! ¡respóndame, por el amor de Dios!
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