agosto 5, 2025

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#4 Tiempos

Una vez nada más | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

Siempre hay algo de milagroso en un encuentro. Que yo, que pude haber nacido en la China de la dinastía Cheng (en el caso de que hubiese existido tal dinastía), me encuentre ahora, y aquí, con aquel señor de la boina colorada, que pudo a su vez haber sido ministro de relaciones exteriores en la corte de Amenofis IV, es algo que francamente se sale de lo ordinario.

¿Cómo es que hemos coincidido no solamente en este mundo (tanto él como yo pudimos no haber nacido), sino también en este continente, en esta nación, en esta ciudad tan violenta, en este tramo del siglo del siglo XXI y en este preciso autobús? De buscarnos, jamás nos habríamos encontrado. Y; sin embargo, henos aquí a los dos, náufragos del tiempo que llegan a la misma isla de este océano inmenso que es la historia.

Diez mil cosas tuvieron que suceder para que tanto él como yo tomáramos el mismo camión. Por lo que a mí toca, fue necesario que saliera a la calle precisamente a las 9,27 de la mañana; que a las 9,26 no hubiera sonado mi teléfono de casa, pues el retraso de un solo minuto habría bastado para frustrar el encuentro; que caminara exactamente a la velocidad que caminé, es decir, a 7,2 kilómetros por hora; que no me hubiera interceptado un amigo en plena avenida para hacerme una confidencia o para invitarme un café.

Por lo que se refiere a lo demás, era necesario que el chofer condujera a una velocidad promedio de 50,15 kilómetros por hora; que el semáforo de dos cuadras más atrás se pusiera en rojo de repente –como suelen ponerse los semáforos siempre que no deseamos detenernos-, pues de otra forma me habría sido imposible tomar el autobús; que la empleada de la tienda en que compró el conductor sus cigarrillos esta mañana no tuviera cambio de un billete de 200 pesos y lo hiciera esperar cuatro minutos. Y esto sólo por hablar de lo evidente, aunque aún está por decir lo que necesitó haber hecho el hombre de la boina colorada. Pero dejémoslo ahí, porque no acabríamos nunca.

¡Qué extraordinario ha sido este encuentro! Sin embargo, lo más extraordinario es que nadie lo celebró: ni yo, ni el chofer del autobús (mediador de él a pleno título), ni el señor de la boina colorada, puesto que nos limitamos a vernos de reojo y a desviar la mirada, como si todo hubiese sido de lo más ordinario, como si así hubiera tenido que ser por no sé qué especie de necesidad.

Quizá nunca más volvamos a encontrarnos. Como en la canción de Agustín Lara, todo en esta vida es una vez nada más. Una vez nada más esta vida, una vez nada más esta hora de la mañana, una vez nada más este autobús. Una vez nada más y nunca jamás. Y, al bajar, no nos decimos adiós, sino que, como hombres acostumbrados a los milagros, nos encogemos de hombros en signo evidente de aprobación. Nos alejamos el uno del otro como si nuestra despedida no fuera en cierto sentido para siempre.

A lo mejor hay alguien en este vasto universo que busca desde hace tiempo al señor de la boina colorada, que lo busca sin encontrarlo. Y yo lo tengo enfrente, ante mis narices, sin celebrar el milagro, mirando con indiferencia hacia el otro lado de la ciudad a través de la ventana.

Todos los días cien, mil, doscientos mil encuentros (según mis incursiones por las calles de la ciudad), doscientos mil milagros que no agradezco ni noto; doscientas mil casualidades producto de otros doscientos mil millones de casualidades que pasan ante mi vista como pasan por el suelo las motas de polvo.

Nadie sabe qué era lo que Dios había querido suscitar con estos encuentros. Sea como sea, fueron encuentros frustrados, pues no nos marcaron en absoluto, ni dejaron en nuestra memoria material para el recuerdo. Y porque son en cierta manera abortos, abortos que nosotros mismos provocamos, es necesario pedir perdón por ellos.

Creo que fue Bruce Marshall (1899-1987), el escritor escocés, quien hizo aparecer en una de sus novelas a un personaje que oraba a Dios todas las noches por cada una de las personas con las que se había encontrado durante el día, y creo que fue en A cada uno un denario, aunque no estoy muy seguro. Sea como fuere, la idea es bella. Ya que no pudimos celebrar el extraordinario encuentro con aquellos otros náufragos del tiempo (por timidez, por pudor, por indiferencia, por prisa o por lo que sea), es justo pedir a Dios que les dé todo el afecto que, dadas las circunstancias, nosotros no pudimos o no nos atrevimos a darles; que algún día, cuando Él quiera y disponga, si es posible, nos volvamos a ver, y que ahora sí podamos reconocernos como dos hermanos que, aunque nacidos del mismo Padre, no se conocían por haber nacido en casas distintas y en barrios distantes.

Pero lo que hay que pedir sobre toda otra cosa es que no nos habituemos nunca a los milagros, esos sucesos extraordinarios que por acaecer minuto a minuto son confundidos con esa cosa estúpida e inexistente que llamamos azar.

Tener allí, al alcance de la mano, el pan de cada día, ¿no es milagroso?

¡Cotidianamente Dios multiplica los panes y los peces para que no quede sin respuesta una de las peticiones que solemos hacerle al rezar el Padrenuestro!

«Aquel que hizo brotar vino en las bodas de Caná –explica San Agustín (354-430) en su Comentario al Evangelio de San Juan- es el mismo que lo produce todos los años en los viñedos. Pero no nos admiramos de este último fenómeno porque  sucede cada año: su constante renovación ha hecho desaparecer en nosotros la admiración».

Dice el rey Berenguer a Julieta, la sirvienta del palacio, en El rey se muere, la bellísma pieza tetral de Eugène Ionesco: «Respiras, no piensas nunca en que respiras. Piensa en ello. Recuérdalo. Estoy seguro de que no prestas atención. Es un milagro». ¡Y vaya que lo es! Pero, como estamos habituados a él…

Admirarse de tener algo que comer, maravillarse de ver y respirar, agradecer cada encuentro cual si fuese un don del cielo: he aquí un necesario ejercicio espiritual. Dijo Chesterton una vez: «Si el mundo sucumbe, no será ciertamente por falta de milagros, sino por falta de asombro».

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#4 Tiempos

La diferencia | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

La señorita hace una pausa para secarse el sudor. Desde hace varios días no puede dormir y, lo que es peor, nada hay ya en este mundo –me dice- que suscite su interés o su emoción.

-Antes, por ejemplo, me gustaba ir al cine los fines de semana, y, a la salida, tomarme un café con mis amigas. ¡Cómo disfrutaba entonces de esa única escapada semanal! La disfrutaba, sí, y también la esperaba; pero ahora las cosas han cambiado tanto que…

-¿Qué pasa ahora?

-Que ahora todo me da lo mismo, y cuando mis compañeras me invitan a salir les digo siempre que no. ¡La vida me parece tan triste, tan sin chiste!

A la señorita se le ha estropeado el diapasón que la hacía vibrar interiormente, y hoy ya no quiere sino una sola cosa: que la dejen en paz.

-Antes, cuando llovía, me acercaba a la ventana de mi cuarto para ver las gotas que tamborileaban sobre los cristales; hoy ya tampoco hago nada de esto: la verdad es que me tiene sin cuidado que llueva o no. Que llueva o que haga sol, que granice o que nieve, todo me da igual.

¿De dónde le podía haber venido a esta señorita semejante indiferencia por la vida? Algo había pasado con ella, seguramente, pero ¿qué? Como no soy psicólogo, me guardé mucho de pronunciar la palabra fatal: depresión. ¿Quién soy yo para diagnosticar una cosa como ésta? Sin embargo, para ayudarla, era necesario hacerle a mi interlocutora unas cuantas preguntas. Empecé por la más obvia:

-¿Dónde trabaja usted?

-En una fábrica.

-¿Y qué hace allí?

-Soy recepcionista. Contesto el teléfono, recibo a los visitantes, atiendo a los proveedores, envío e-mails y también los contesto. ¡En fin, todo eso!

¿Y le gusta lo que hace? –no sé por qué se me ocurrió hacerle esta pregunta, pues pensaba brincar cuanto antes al terreno sentimental.

-No es que me guste, pero necesito el trabajo.

-Lo necesita…

-Mucho. Tome en cuenta que mi madre depende enteramente de mí. Ella es soltera –quiero decir, fue abandonada- y está enferma desde hace meses.

-¿Siempre ha sido usted recepcionista?

-No siempre; antes cuidaba niños en una guardería. Pero eso fue en otros tiempos, en los tiempos en que iba al cine y…

-Y era feliz, si puedo decirlo así.

-Puede decirlo así. Quizá entonces yo era feliz. Feliz sin saberlo, ya me entiende…

-¿Y le gustaba mucho cuidar niños? No a todos les gusta este oficio.

-¡A mí me encantaba! ¡Los niños son mi adoración!

-Usted, pues, disfrutaba de su trabajo.

-La verdad es que sí.

-¿Y por qué lo dejó?

-Porque ahora gano más.

-Pero ahora no es feliz.

La mujer se quedó pensativa durante unos instantes. Volvió a secarse el sudor. Yo la comprendía; quiero decir, comprendía su angustia. Ahora su sueldo era mejor, pero, en el fondo, estaba haciendo algo que no le gustaba.

No hay sentimiento más destructor –dije- que realizar lo que uno no quiere. ¿Será por eso que no puede usted considerarse feliz?

-Feliz, feliz –dijo-. ¿Quién cree todavía en la felicidad? La felicidad no existe.

-¿Y si existiera? Yo todavía creo en ella. Pero no a la manera en que lo hacen los ilusos. Por lo pronto, no creo que sea ese sentimiento eufórico en el quizá está usted pensando ahora. Para mí, la felicidad es algo mucho más modesto: es, simplemente, hacer lo que uno quiere, lo que uno disfruta haciendo: aquello, en fin, para lo que se siente nacido.

Don José Ortega y Gasset (1883-1955), el filósofo español, lo dijo mejor que nadie: «La felicidad consiste en la dedicación a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación». Y también: «La felicidad es la lucha frenética por conseguir ser de hecho lo que somos en proyecto». Una mujer cuida niños y su tarea la pone contenta, pero luego cambia de trabajo y tiene que dedicarse a hacer cosas que no le importan nada: con ello basta, a mi ver, para que ésta se hunda en la más negra de las noches. Ella y quien quiera que sea. Si a un maestro con verdadera vocación lo quitas de dar clases para ponerlo a ajustar tornillos, y no por un día, sino por toda la vida, no sólo acabas con el maestro, sino que matas al hombre.

Vivimos en la era de las enfermedades mentales, como se ha dicho una y otra vez. Ahora bien, yo estoy seguro de una cosa, y creo que siempre lo estaré: que mucho de ese sufrimiento es debido a que la gente se ve obligada a ocuparse de cosas que no le interesan. ¡No realizar la propia vocación es algo que se paga caro!

-Entonces –dijo la señorita-, ¿usted me aconseja buscarme un trabajo parecido al que tenía, aunque gane menos?

-¿Cuánto gana usted más que antes? –y me dijo una cifra que, la verdad sea dicha,  no me impresionó.

-¿Y cuánto está pagando ahora en antidepresivos y ansiolíticos?

-No he hecho la cuenta.

-Hágala hoy o mañana. Verá que, en realidad, ha salido usted perdiendo.

La conversación entre esta chica y yo prosiguió durante mucho más tiempo. Pero como no podría transcribirla entera por evidentes y molestos motivos de espacio, yo, por lo pronto, la dejo aquí.

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#4 Tiempos

El Porvenir de Gerli y la eterna lucha barrial | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Aquella noche en el barrio de Gerli, en la provincia de Lanús en Buenos Aires, el aire parecía teñido de historia: me acerqué al portón del Club Atlético El Porvenir, en Blanco Encalada 400, rodeado de otras instituciones barriales que comparten el paisaje. Entrar al predio es respirar un siglo de pasión llevada por vecinos, familias y generaciones.

Me recibió el viejo estadio Gildo Francisco Ghersinich cuyo césped guarda las huellas de aquellos fundadores anarquistas de 1915 con sus tablones, su cemento y esa capacidad para aliviar el alma de casi 14,000 simpatizantes. Imaginar su fundación y primeros ascensos, las historias de lucha para conseguir una cancha propia y su gloria en la B intermedia y profesional es entender por qué El Porvenir no es solo un club: es un refugio.

Me tocó conocer a Fede, hincha de toda la vida que cuenta cómo resistieron desde el ascenso hasta el triunfo en la Primera D en mayo de 2023, pasando por aquella legendaria victoria en Copa Argentina frente a Lanús, un símbolo del ascenso que sueña con ser grande de nuevo. Esta es la magia del fútbol íntimo, el fútbol romántico de los clubes de barrio: esfuerzo colectivo, identidad barrial y orgullo poblado de relato y sudor.

Pero la visita también mostró grietas profundas: la dirigencia que encabeza Enrique Merelas (presidente por más de cuatro décadas) no esquiva el conflicto. El Porvenir enfrenta una crisis institucional que pone en riesgo todo ese legado comunitario. En febrero de 2025, la AFA suspendió la afiliación del club tras una denuncia presentada por el intendente Julián Álvarez ante Personas Jurídicas, acusando al municipio de intentar intervenir en la entidad. La intención habría sido deslindar el control sobre El Porvenir, excluyéndolo de todos los subsidios y dejando al Porve a su suerte.

La respuesta del club no fue tímida: se presentó una denuncia penal contra Álvarez por abuso de autoridad, discriminación, violencia institucional y filtración de información confidencial, denunciando marginación y persecución institucional. Las pintadas amenazantes aparecidas en los alrededores del estadio contra Merelas intensificaron la tensión, y la dirigencia llamó a socios y vecinos a defender su autonomía.

Afortunadamente, en marzo la AFA levantó la desafiliación preventiva: El Porvenir pudo volver a competir en la Primera C, debutando oficialmente el 18 de marzo ante Club Mercedes, tras semanas de incertidumbre. Pero aún pesa sobre el club un futuro incierto y una dirigencia cuestionada por aquellos que entienden que 44 años al frente de una institución no pueden justificarse con tradición si dejan estancamiento y despoblación de sueños.

En mi paso por la sede sentí esa contradicción: el club late con fuerza colectiva, con un barrio que lo respeta y lo habita, mientras que en los despachos internos se libra una batalla política que podría definir si El Porvenir se preserva como corazón barrial o se apaga por políticas ajenas.

Este club resume lo mejor y lo más complicado del fútbol argentino: su capacidad de emocionar desde lo modesto y lo comunitario, sin más hierro que la camiseta blanca y negra heredada del Sunderland argentino, y sin más ambición que resistir como espacio de encuentro. Pero también muestra cómo la política pretende apoderarse del alma de los clubes y puede quebrar ese romance que lo hace único.

Mi visita a Gerli me dejó el eco de cantos que nacen en gradas humildes y el pulso firme de gente que no se rinde. Ojalá los clubes de barrio, como El Porvenir, sigan siendo faros de pasión y memoria, y ojalá sus dirigentes internos y externos entiendan que la máxima autoridad no es el poder político, sino el cariño del socio y la voz del barrio.

Ojalá un día en México, entendiéramos un poco del fútbol de barrio.

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#4 Tiempos

Medio siglo del FIS-MAT, en honor a Mat. Silvia Sermeño | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

En 1975 se realizó el primer Concurso Estatal de Física y Matemáticas para Escuelas Secundarias del Estado de San Luis Potosí, que ahora se conoce como Fis-Mat, el Concurso Regional Pauling de Física y Matemáticas que llega a estar conformado hasta por veintitrés concursos en las áreas de física, matemáticas, biología, química, astronomía, nanotecnología, ciencias naturales, ciencias del espacio, filosofía, donde participan estudiantes de primaria, secundaria y preparatoria. El Fis-Mat es el segundo concurso más antiguo del país y ha sido de cierta forma el conformador de los diversos concursos en México en las áreas en las que se enfoca, tales como las olimpiadas de física, matemáticas, química, etc.

El Fis-Mat es el único concurso de este tipo en el país y ha fincado toda una tradición. Con lo cual la edición 2025 del concurso marca cincuenta años de historia de uno de los concursos más importantes del país. Cada año el Fis-Mat es dedicado a un personaje relacionado con las áreas del conocimiento que abarca que haya destacado y contribuido al desarrollo de las mismas. Este año el concurso ha sido dedicado como un homenaje a la matemática Silvia Sermeño Lima por su papel desarrollado a lo largo de treinta años al desarrollo y enseñanza de las matemáticas en la Facultad de Ciencias de la UASLP, por lo que el Fis-Mat se ha denominado XLVI Concurso Regional “Pauling” de Física y Matemáticas “Silvia Elvira Sermeño Lima”.

El Fis-Mat nació como una iniciativa para alentar el estudio de disciplinas científicas en los jóvenes mexicanos con énfasis en los potosinos, apoyando su formación con actividades extraescolares y despertando vocaciones. Fue una iniciativa de los estudiantes de la antigua Escuela de Física y del dos veces galardonado con el Premio Nobel, el Dr. Linus Pauling, por lo que ahora asume su apellido y se dedicada a un personaje en especial como en esta ocasión es la Mat. Silvia Elvira Sermeño Lima.

Silvia Sermeño Lima estudió matemáticas en El Salvador su país natal y vino a México a continuar sus estudios y desarrollarse profesionalmente. En 1981 ingresó como profesora a la entonces Escuela de Física de la UASLP a colaborar en el desarrollo de la carrera de profesor de Matemáticas que acababa de iniciar actividades, así como encargarse de los cursos básicos formativos de las carreras de física y electrónica que existían en aquella época. Posteriormente se abrirían más opciones profesionales en el área de matemáticas y estaría participando en la formación de esas nuevas carreras de matemáticas.

Su labor en la ya Facultad de Ciencias fue intensa y estuvo a cargo de materias de matemáticas y formando a los jóvenes interesados en esta disciplina, en especial a quienes deseaban dedicarse a la enseñanza de las matemáticas en los diversos niveles educativos.

Su profesionalismo y dedicación en la educación y formación de matemáticos en San Luis Potosí fue determinante para consolidar este proceso que en la actualidad sigue siendo formador de matemáticos por la Facultad de Ciencias de la UASLP a nivel licenciatura y de posgrado en las áreas de educación matemática y matemáticas aplicadas.

Como un reconocimiento a su labor en la Facultad de Ciencias desde 1981 hasta el año 2009, cuando se jubiló como profesora de matemáticas se le han dedicado los trabajos del XLVI Concurso Regional “Pauling” de Física y Matemáticas, asignándole su nombre en este marco conmemorativo de medio siglo de existencia de tan importante concurso, donde se han dado cita estudiantes del nivel básico de diversos estados del país y que ha sembrado toda una tradición en nuestro estado.

Felicidades a la Mat. Silvia Elvira Sermeño Lima, y al Fís-Mat.

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