abril 19, 2024

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

Paseos en el Louvre | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

 

Es triste el destino de los museos, y entre más grande el museo, más triste el destino. El que vive en sus cercanías no lo visita: ya lo hará después; y el turista, que sí lo visita, lo recorre casi volando, saltándose salas y esquivando galerías.

«¿Dónde está la Gioconda?», pregunta el visitante apresurado al entrar al Louvre. Como se dice, las cosas claras: él ha venido únicamente a tomarse la foto. Una foto con la Gioconda, otra con la Venus de Milo, otra más con el San Francisco del Giotto (porque le quedó de paso), la última con un cuadro de Delacroix para demostrar que también vio otras cosas, y buenas noches: bastante le queda por otear en ese París que no se acaba.

Por decir así, entró al Museo para ver lo que ya había visto muchas veces en libros de arte y tarjetas postales: para cumplir con una obligación moral. No le gustaría que al estar de vuelta en casa, sus allegados lo acribillaran con recriminaciones del tipo: «¡Cómo! ¿No visitaste el Louvre? ¡Apenas podemos creerlo!», etcétera. Ante semejante eventualidad no sabría qué responder ni dónde meterse de vergüenza. Así que mejor una breve visita y todos tranquilos.

Cuando nuestro turista, tras rebasar cientos y aun miles de pinturas que no ve, llega por fin a la sala buscada, no puede evitar que el corazón le dé un vuelco. El que lo observara desde la distancia con un poco de atención juraría que se halla sumamente sorprendido. Y sí que lo está, pero no por la Gioconda (pues, según se ha dicho, él ya la ha visto en infinidad de reproducciones y litografías), sino por el hecho de estar donde está y no poder sacarse una foto sin que las cabezas anónimas que andan sueltas por ahí acaben saliendo en ella.

Como quiera que sea, logra abrirse paso, aprieta el botón de la cámara y colorín colorado: la estancia en el museo se ha acabado.

Esta actitud para con la obra de arte ya había sido denunciada por un filósofo judío de lengua alemana llamado Walter Benjamin (1892-1940); fue él quien dijo en un ensayo de 1936 que tan pronto como las obras de arte empezaran a reproducirse industrialmente empezarían también a perder esa aura de respeto que las circundaba. A diferencia de la artesanía (que es realizada mediante cánones invariables heredados de la tradición y que, por tanto, es un objeto que se repite constantemente a sí mismo), la obra de arte es única e irrepetible, y en eso radica su valor. Ahora bien, desde el momento en que pueden encontrarse copias de dicha obra hasta en una bolsa de papas fritas, en una caja de cereales para el desayuno, o incluso en la pared más sucia e innoble, ésta ha muerto por exceso de banalización.

El antiguo, si así lo quería -por no tener a su alrededor la cantidad de objetos e imágenes que reclaman, en cambio, la atención del ciudadano posmoderno-, podía quedarse horas y horas contemplando una modesta pintura, considerando los detalles y tratando de aprehender el gran significado del conjunto. De hecho, fue gracias a esta atención todavía virgen que la Iglesia, a partir de los siglos V y VI, empezó a decorar sus templos con obras pictóricas que venían a ser como la Biblia de los iletrados: «Las pinturas se usan –escribió San Gregorio Magno hacia el año 600- para que, quien no sepa leer, pueda leer en las paredes lo que es incapaz de leer en los libros».

Los constructores de las catedrales medievales suponían que el creyente, al no estar poseído por la prisa, se detendría a observar los cuadros y que, gracias a ese ejercicio de atención, su vida se vería afectada para bien: cosa ésta que, por lo demás, hoy ya no es tan segura gracias a esa multiplicación de las imágenes de que se quejaba nuestro pensador.

Ahora bien, ¿por qué este malestar? ¿Sólo por el aura perdida de las obras de arte? De ningún modo. Lo que está en juego no es solamente el aura de las imágenes, sino, a lo que parece, algo mucho más importante aún: la dimensión contemplativa de la vida. Escribió así Walter Benjamín: «La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica es una obra carente de aura, que no invita ya a la contemplación y al recogimiento, a una intensa vida espiritual, sino sólo a la diversión».

¿Quería decir nuestro autor que los manifiestos publicitarios, el cine, y hoy la televisión e internet, han acabado haciéndonos menos contemplativos y más superficiales que los hombres y mujeres de otros tiempos? Al parecer, sí.

En una hermosa novela francesa titulada La cote 400, Sophie Divry hace monologar así a la protagonista de su historia: «Visitar un museo en dos horas es una idiotez. ¡Dos horas apenas me bastan para un cuadro! Yo no soporto la ligereza, el conocimiento superficial». Sin embargo, hay que ser honestos y reconocer que los miembros de esta raza se encuentran ya en peligro evidente de extinción.

A los asiduos visitantes de la web, ¿no se les llama navegantes? Pero no son navegantes en sentido estricto: para serlo de veras, tendrían que internarse en el mar, cosa que éstos no hacen en modo alguno. Por lo genreal, no navegan, sino que surfean; no se anclan en las aguas espumantes –que decía Homero en la Odisea-, sino que solamente se deslizan por ellas.

Y muchos años después que Walter Benjamin, Jean Baudrillard, otro gran intelectual del siglo XX, confirmó el diagnóstico cuando afirmó que «el éxtasis de la Polaroid conduce a vivir en la superficie de lo que hay».

En el fondo, de lo que se trata es de recuperar el sentido de la admiración, pues sin él la vida nos parecerá siempre demasiado chata. Urge devolverle a las cosas –y no sólo a las obras de arte- el aura perdida: verlo todo como recién salido de las manos de Dios. Mientras los rostros nos sigan asombrando, los cuadros emocionando y los crepúsculos (como al Principito) entristeciendo, no todo estará perdido.

«Personalmente, estoy convencido de que el equilibrio del hombre depende en parte de su manera de situarse en el mundo, de su capacidad de asombro. Se juega en ello su felicidad» (Michel Hubaut).

También lee: Diálogos en el parque | Columna de Juan Jesús Priego

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Lo único que nos falta | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Publicado hace

el

TESTEANDO

 

Ya no sé que pensar de este San Luis, hemos perdido una temporada que parecía de consolidación, hemos olvidado jugar al futbol, algunos futbolistas simplemente no aparecieron en toda la temporada, ya hemos pasado de todo.

Cuidado, el rival en puerta es un gigante dormido, un Toluca que sin ser brillante como otros, están en la pelea por el liderato general, el equipo histórico que nadie considera grande, visita hoy el Alfonso Lastras.

Toluca solo ha perdido dos partidos en el torneo, por cierto uno, el último, por goleada frente al América, hoy Toluca parece que no busca quien se la hizo, sino quien se la pague, hoy Toluca buscará revancha personal. El cuadro del Edomex es un equipo bien armado, con buena dirección y a pesar de no tener grandes nombres, juega bien, práctico, simple y sabe ganar de local o visitante.

Por su parte, San Luis es una caricatura, es el rival que ya no le gana a nadie, ni siquiera a los que están por debajo de su lugar en la tabla, un equipo que ha perdido mística y que muy apenas sabe a lo que juega. San Luis no solo perdió un torneo, sino que también perdió credibilidad, esta noche solo nos falta perder por goleada.

Repasemos brevemente las peores goleadas de esta franquicia. En el Clausura 2020, el 28 de febrero, Juárez metió 0-3 en la jornada 8 en la cancha del Lastras, afortunadamente ese torneo se suspende en la jornada 10.

En el Apertura 2020, Mazatlán vino y jugando de visitante, barrió 0-5 en la jornada 16 a un San Luis que ya solo peleaba por levantar un poco el orgullo, al menos la gente no lo vivió en el estadio, ya que jugábamos aún a puerta cerrada.

En el Clausura 2021 la cosa fue aún peor, pues Puebla se lleva del Lastras 3 puntos con un 1-4 en favor de la franja en la jornada 15, para rematar en la jornada 17, Pachuca visita y golea 1-5 a una de las peores caras de San Luis con esta franquicia.

En el Apertura 2021, Atlas goleó en su casa a los potosinos con un 2-6 que pudo terminar en peor catástrofe.

Y como olvidar la última y tal vez más dolorosa derrota, 0-5 a manos del América en las semifinales del torneo pasado, justo ahí es cuando se comenzaron a ver las carencias de San Luis, eso que hoy nos tiene preocupados.

Lo único que nos falta es despedir un torneo en el Lastras, pasando vergüenzas, ojalá que Toluca no juegue tan bien como acostumbra. A pesar de que se pronostica una derrota del equipo de casa, que esta no sea compleja, que no se de abultada, ojalá no pase más allá de perder a lo mucho, 3 puntos.

También lee: Ridículo de fin de semana | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Continuar leyendo

#4 Tiempos

¡Las cosas buenas que tengo! | Columna de Luis Miguel Dorador

Publicado hace

el

Un fin de semana sin celular

 

El viernes inició el fin de semana con una exquisita comida en Marengo, por el rumbo de Chapultepec. Cuando se da el encuentro de tres almas que han recorrido existencias juntos y vuelven a la mesa redonda en la que todos somos iguales, la comunicación entre el caballero, el consejero y el escudero, convierten una sesión ordinaria en una cumbre de altos vuelos en la que toooodo se puede lograr.

La sopa de lentejas tiene un sabor especial, pues la tradición nos habla de que alguien fue capaz de hacer a un lado su herencia por un plato de lentejas… ¿Te imaginas cuando además del plato de lentejas recibes el legado que está escrito y destinado para ti? Eso es extraordinario y permite que se comparta la sal y el vino de la mejor uva en un ambiente en el que las señales nos hablan claramente sobre la importancia de mantener activo el lado femenino de las cosas para poder caminar con los pies firmes sobre un piso que no dejará de tambalear en ese sendero que continuarás avanzando con facilidad porque estás consciente de tu esencia.
¡¡¡Gracias Toño y Gracias Mau!!!

Luego de un silencio casi sepulcral de varios días, la noche del viernes recibí una llamada que me alegró el corazón. Cuando pasa mucho tiempo sin saber de alguien que amas de verdad y de repente aparece nuevamente, todo parece tomar sentido y como se dice, te vuelve el alma al cuerpo.
Gracias, Gracias, Gracias….

Con el alma bien puesta en el cuerpo desperté el sábado muy temprano para ir a realizar la selección de cada uno de los ingredientes para cocinar paella y si bien, los pedidos eran suficientes para resolverlo todo de manera sencilla….. me quedé sin gas. Pero cuando sabes cocinar, el combustible es solamente un factor que no debe alterar el orden de los conocimientos para poder obtener el resultado que buscas y lo logramos. En cuestión de unos minutos ya teníamos un fogón improvisado de carbón y la flama dio lugar a la brasa blanca con la que, una temperatura sostenida nos dio el resultado para poder entregar a los clientes sus pedidos a tiempo y en su punto.

Tantos años de convivir con el carbón en la Sultana del Norte y el aprendizaje de su uso y sus formas, adquirido por la generosidad de mis mejores amigos regiomontanos hizo posible el reto y tooooodo salió bien.
¡¡¡Gracias Monterrey!!!
#soypaella

Por la tarde, tuve la oportunidad de encontrarme con un amigo muy querido en el Hermoso Cariñito, por el rumbo de Juan de Oñate, antes de llegar a Carranza. El lugar es súper agradable porque tiene una terraza que permite en estos días de calor intenso, disfrutar de una atmósfera en la que el aroma del café y el puro envuelven la conversación sobre proyectos que pronto se convertirán en realidad. En la música estuvimos acompañados por “El Ipod” que es el seudónimo de un trovador excepcional y de pronto, ya era de noche y buena hora para ir a descansar.
¡¡¡Gracias Luchito!!!

El domingo por la mañana me fui a desayunar a un cafecito que está por Arista, antes de llegar al Jardín de Tequis. Luego de unos chilaquiles con aldilla era prácticamente obligado pasear por ese Jardín que es un verdadero tesoro.

En este fin de semana también sucedieron muchas cosas en otras partes del mundo y el ataque masivo, por la cantidad de armas empleadas por Irán sobre el cielo de Israel fue neutralizado por una respuesta que evitó de manera muy eficaz el derramamiento de sangre, aunque la tensión en medio oriente sube a niveles en los que los ejes del Mundo manifiestan sus intenciones de encontrar la fórmula pacífica de evitar el crecimiento de un conflicto de siglos… esperamos con verdadera intensión que se encuentre una buena solución.

Con el gran entusiasmo de que esta semana que inicia sea una derrama de bendiciones para tod@s, solo me queda decirles:

¡¡¡Ánimo que ya casi es viernes!!!

También lee: Van Gogh se va… pero viene algo más! | Columna de Luis Miguel Dorador

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El cine todavía | Columna de Carlos López Medrano

Publicado hace

el

Mejor dormir

 

Debería haber una palabra para describir esa sensación que se tiene al salir del cine después de ver una buena película. Es un ánimo inigualable. Tocas tierra con un nuevo brío. La gente del centro comercial no lo vislumbra, pero eres alguien distinto al que compró su entrada dos horas antes.

Emerges de la penumbra con una membrana renovada. Con ella replanteas tus esquemas (aunque quizá lo olvides al día siguiente tras contaminarte de la rutina). Reconectas con lo que en verdad importa. Es como si una aspiradora le diera un servicio a tu mundo interior con calefacción incluida.

La manida (y estéril) controversia sobre si las series han superado al cine, queda desacreditada por momento así. Por más buenas que las series sean, no ofrecen eso que el cine sí. La intimidad acompañada en la sala. Los rituales previos. El camino de regreso en el que rememoras diálogos, en el que te acuerdas de una persona a la que le hubiera gustado esa cinta, aunque ya no se lo dirás nunca. Un gran plan cuando no tienes planes.

Solo esmérate un toque. La gran pantalla impone sus reglas, exige un mínimo de compromiso de tu parte. No te quedes derrotado en casa, envuelto en una triste pijama mientras comes una quesadilla. No: tienes que ponerte de pie, venir, sentarte con propiedad y luego levantar la cara. Alza la oreja también. Déjate llevar por el celuloide.

Ir al cine es como mirar el mar por un rato. Es una terraza particular, lo audiovisual en su tinta. La máxima expresión a la sombra. Así que haz el favor de no hablar en la butaca, si eres tan amable. Que la proyección se encargue de remover lo que hay que remover en ti. Métete en la burbuja sin pesar demasiado. Estás ante un acontecimiento. No es como esos episodios que te echas de un tirón tirado en la cama con la tableta, ese maratón que alimenta tus vicios.

La fortuna aumenta cuando alguna película añosa se cuela en cartelera y se multiplica el efecto de viaje en el tiempo. Como aquella noche en que presenciamos a Olivia Newton-John resucitar en un cine cualquiera. Los movimientos imperfectos de la cámara mientras ella entonaba «Hopelessly Devoted To You» nos transportaban. Estábamos con ella, en un jardín de pasto recién cortado en Los Ángeles. Eso parecía.

Más de una aflicción se cura yendo al cine. Olvida lo horrendo que es todo allá afuera, en donde no encuentras a Sophia Loren ni a Marlon Brando. Maldice la vida que te aleja de las películas. Y vuelve a ellas. Pese a lo infumable de otra épica de superhéroes y secuelas con carteles chillantes (una producción de más de cien millones ya me da desconfianza), recuerda que ante el embate de las desgracias tienes un refugio en ellas. Un escape de las responsabilidades y un respiro incluso respecto a tu propio hogar. Hay que ir al cine todavía.

 

Contacto:

Twitter: @Bigmaud

Correo: [email protected]

También lee: Cómo ser un buen ex | Columna de Carlos López Medrano

Continuar leyendo

Opinión