diciembre 6, 2025

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#4 Tiempos

Un diálogo interdisciplinario: La Peste Negra (1349-1353) de Ole. J Benedictow | Columna de Edén Ulises Martínez

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Funambulista

 

¿Qué fue la Peste Negra? Quizás si buscamos en Wikipedia nos sería muy fácil responder que fue una enfermedad que azotó Europa en la Edad Media, que mató a un tercio de la población europea, o que la gente de la época, altamente religiosa, pensaba que era un castigo divino, signo de la proximidad del apocalipsis. ¿Pero en realidad qué fue la Peste Negra? ¿Qué tipo de enfermedad fue?

Tanto por su capacidad de establecer generalidades y recrear los recorridos de la enfermedad en Europa, como por la de explicar con lujo de detalles su reproducción en los países nórdicos, especialmente en Noruega, La Peste Negra (1349-1353) de Ole. J Benedictow, es un libro indispensable para entender a las epidemias y cómo afectan estas al ambiente y a la organización de las sociedades en que se reproducen.

En tan solo 7 años, de 1346 a 1353, la Peste se extendió de manera extraordinariamente eficaz desde Atenas hasta Oslo, con un índice de mortalidad tan alto que realmente no sorprende que la población que en esos años habitó Europa pensara que era la mismísima ira de dios.


El impacto tan profundo que tuvo la epidemia en todos los aspectos del mundo medieval la han convertido en uno de los acontecimientos históricos más estudiados: se han analizado sus aspectos culturales, psicológicos y religiosos. La historia como disciplina se enfocó por muchos años en estos elementos de la Peste, e ignoró otros, como el de su expansión demográfica: ¿Por qué la Peste se propagó tan rápido en un mundo aparentemente hermético como la Europa Medieval? Antes del siglo XX no existían investigaciones sobre el impacto demográfico-local de la mortalidad de la Peste, y tampoco sobre sus características epidemiológicas. El trabajo de Benedictow explica los elementos biológicos del comportamiento de la enfermedad, y además expone las características históricas de su reproducción demográfica.


La Peste

Hasta siglos después de que ocurrió, la gente comenzó a llamar a la enfermedad Peste Negra. Se cree que la causa fue un malentendido etimológico, una mala traducción de la expresión latina atra mors, en la que el adjetivo atra puede significar tanto terrible como negra. Ni los más pobres granjeros feudales ni los más ricos nobles o reyes sabían nada sobre bacterias o virus —y menos de patógenos microbiológicos— por lo que la palabra Peste funcionaba como un vocablo general para definirlos sin distinción.

En términos bacteriológicos la Peste fue una epidemia de Plaga Bubónica, una enfermedad causada por la bacteria Yersinia Pestis, que circulaba entre los roedores salvajes, sobre todo en donde se encontraban en gran cantidad. Estos lugares, por lo común almacenes de grano o edificios en puertos, fueron lo que se conoce actualmente como “focos de infección” o “reservas de patógenos”. La Yersinia Pestis infectaba humanos que vivían en compañía de ratas, por lo general de la especie conocida como rata noruega, o rata de barco, que son las actuales ratas de ciudad.

Ahora bien, por mucho tiempo se pensó que la manera en la que se infectaba a la población humana era por medio de mordidas de rata, pero no fue hasta finales del siglo XIX y principios del XX que se identificó el verdadero comportamiento de la infección gracias al estudio de brotes modernos en el siglo XIX: en 1870 se descubrió que las enfermedades contagiosas son causadas por unos microorganismos llamados agentes patógenos. Estos patógenos son los causantes de las enfermedades más comunes, como el resfriado, las paperas y la gripe.

Gracias a estudios de entomología y de patología se pudo definir la manera en que se transmitía verdaderamente la Yersinia Pestis: a través de las múltiples mordidas de pulgas de rata. La plaga primero mataba a la mayoría de la colonia de ratas del núcleo de contagio, y como las pulgas de rata se quedaban sin comida (se alimentan de seres vivos), se trasladaban a los seres humanos que tenían cerca gracias a la desesperación causada por el hambre. Después de la mordida el patógeno se filtra a un nódulo linfático que consecuentemente forma un bubón (un absceso) doloroso: por esto el nombre de Peste bubónica. La infección toma de tres a cinco días para incubar en las personas antes de que tengan síntomas, y otros cinco para que, en el 80% de los casos, estas personas mueran.

La arquitectura biológica de la Yersinia Pestis, la discusión sobre las diferencias entre epidemia y plaga, la teoría de plagas, y cómo se integran estas características a la historia de la Europa medieval, es explicado en la exhaustiva investigación de Benedictow presentada en otro de sus libros: What Disease was Plague? On the controversy over the Microbiological Identity of Plague Epidemics of the Past. Esto hace replantearnos la idea del oficio del historiador, Benedictow demuestra en La Peste Negra el dominio de conocimientos médicos y biológicos recientes, y, de manera inversa, contextualiza estos en la investigación histórica, que nunca es subordinada al segundo plano.


La expansión de Yarsinia Pestis

En menos de 7 años la Peste se trasladó desde la frontera con Asia hasta Copenhague, infectando en su camino ciudades como Roma, Florencia, Marsella, Barcelona y Londres, casi el 100% de Europa continental. Para explicarse esto se utiliza la teoría del contagio exponencial o metástasis: las colonias de ratas infectan a otras colonias de ratas, que, a su vez, infectan a otras colonias de ratas.

Las rutas de comercio marítimas y terrestres tuvieron que ser estudiadas y analizadas paralelamente en comparación con la velocidad en que Yarsinia se reproduce. La plaga, entonces, recorrió distancias considerables gracias a barcos con bodegas en donde las ratas negras/noruegas proliferaban. Incluso si las ratas morían en el viaje, las pulgas de las ratas sobrevivían lo suficiente hasta encontrar otro cuerpo, humano o animal, de dónde alimentarse. El hecho de que la plaga se transmita por estos animales significa que es una enfermedad que prolifera en las temporadas de calor, y que se retrae en invierno. Esto agrega otro elemento al estudio de la Peste: su patrón estacional o climático, su seasonal pattern.

Todos estos elementos, al juntarse con el estudio de documentos históricos de diversa índole (inventarios de navegación, listas de impuestos, censos, edictos de municipalidades, cartas, fletes, incluso algunas confesiones religiosas), hacen posible una hipótesis que explica cómo fue que la Peste Negra mató a tanta gente en tan poco tiempo.  
Las peculiaridades del agente patógeno Yarsinia Pestis no tendrían relevancia en la explicación de la catástrofe si no se consideraran de acuerdo con la forma en que se organizaba la economía y sociedad europea de la Edad Media. La forma en que la Peste Negra se reprodujo debería ser considerada un ejemplo que prueba la íntima e inseparable relación entre el hombre y el ecosistema, entre cultura y naturaleza. Yarsinia Pestis fue, en términos meramente biológicos, tan exitoso en su propagación, gracias a las redes de comercio que el hombre había creado.

Quizás lo más importante que Benedictow nos enseña, es que el mayor acontecimiento infeccioso que ha tenido la humanidad no puede ser entendido sin un diálogo Historia-Ciencias Naturales.

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#4 Tiempos

Una carrera interesante | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Hablar de Javier Hernández es repasar una de las trayectorias más influyentes en la historia del fútbol mexicano. Durante más de una década, su nombre fue sinónimo de gol, entrega y ambición. Desde aquel salto meteórico con Chivas y su inesperada irrupción en el Manchester United, su carrera parecía escrita con tinta dorada, la sonrisa eterna, los goles decisivos, la capacidad de transformar oportunidades mínimas en celebraciones memorables.

Fue un delantero que supo abrir puertas donde antes había muros, ese killer del área de los goles inverosímiles, ese que se autoasistía y remataba de forma poco ortodoxa. Marcó en Champions, conquistó Inglaterra, dejó huella en Alemania, se reinventó en Estados Unidos y llevó la camiseta de la selección mexicana con una voracidad que lo convirtió en el máximo goleador nacional. Por años, “Chicharito” representó la imagen internacional del fútbol mexicano, un jugador valiente, de carácter humilde pero competitivo, respetado en los mejores estadios del mundo.

Sin embargo, el final de su recorrido no ha tenido el brillo que merecía. Lo que alguna vez fue una historia ascendente hoy se siente atravesada por decisiones discutibles, lesiones inoportunas y un desgaste emocional evidente. Su último tramo estuvo marcado por conflictos internos, mensajes crípticos, ausencias prolongadas y un regreso al fútbol mexicano que lejos de ser un homenaje terminó convirtiéndose en un episodio incómodo.

El fútbol (caprichoso como es) rara vez permite despedidas perfectas. Pero en el caso de Hernández, la caída se volvió más abrupta porque contrastó con la grandeza de su pasado. El delantero que antes definía clásicos europeos comenzó a perder protagonismo, a caer en dinámicas polémicas y a mostrarse d esconectado del nivel competitivo que lo acompañó tantos años.

El problema no es que el tiempo pase, eso es inevitable, sino que su final se alejó del tono que él mismo construyó, profesional, disciplinado, alegre y comprometido.

En lugar de un cierre elegante, lo que quedó fue un recorrido lleno de dudas, con más conversaciones sobre su comportamiento que sobre su fútbol. Y eso, para una figura de su magnitud, duele más que cualquier descenso de rendimiento.

Aun así, su legado permanece intacto. Javier Hernández abrió puertas para generaciones completas. Demostró que un jugador mexicano puede competir, destacar y ser determinante en las ligas más exigentes del planeta. Su historia inspira no por su final, sino por su cima; no por su último capítulo, sino por todos los que escribió antes con una pasión que marcó época.

El cierre no fue el ideal, es cierto. Pero incluso en medio de su declive, hay una verdad que nadie puede borrar: México no ha tenido (ni tendrá pronto) un delantero con su impacto internacional. Su carrera merece leerse como lo que fue, un ejemplo de cómo la disciplina puede convertir sueños improbables en realidades extraordinarias, aunque el final no haya estado a la altura de su legado.

A veces, las grandes historias no terminan como quisiéramos… pero siguen siendo grandes, y por lo menos, interesantes.

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#4 Tiempos

El Piano eléctrico: desarrollo potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Los diseños de pianos electromecánicos tuvieron su auge en 1929 y en la década de los cincuenta del siglo XX comenzaron a usarse en audiciones públicas. La historia de su desarrollo menciona los nombres de Lloyd Loar, Benjamin Meissner, Rudolph Wurlizer, Harold Rodhes y el piano Neo-Bechstein, entre los principales.

Sin embargo, el nombre de Francisco Javier Estrada no aparece en estos recuentos, a pesar de haber sido el primer reporte de un diseño de piano eléctrico a nivel mundial, como resultado de sus investigaciones en reproducción del sonido por medios eléctricos. El reporte público de Estrada se realizó el 19 de diciembre de 1878 en el periódico El Siglo XIX, donde Estrada daba cuenta de sus experimentos con una cuerda vibratoria y su transducción a señal eléctrica, mediante una membrana de tambor que amplificaba el sonido. Estrada, solo presentó su idea y diseño y la puso al servicio de los interesados a finde que pudieran materializarla y mejorarla, al no poder solventar los gastos necesarios para su construcción y la falta de servicios artesanales especializados. Estrada decidía publicar los principios y la descripción del instrumento citado, temeroso de que algún día, no muy lejano, se presentara del extranjero algún instrumento de música idéntico o semejante, o lo que era peor, alguna petición exótica de privilegio con perjuicio de los artesanos mexicanos.

Ochenta años mediaron entre la publicación del diseño de Estrada y la materialización en el extranjero de un piano eléctrico con funcionamiento electro-mecánico.

Para mayores detalles y más información pueden consultar mi artículo alojado en la dirección:

(PDF) Francisco Javier Estrada el inventor del piano eléctrico. Available from: https://www.researchgate.net/publication/396325293_Francisco_Javier_Estrada_el_inventor_del_piano_electrico.

Francisco Javier Estrada insigne científico potosino que destacó a nivel mundial en el ámbito de la física en el siglo XIX convirtiéndose en el físico más importante de México, tiene una numerosa contribución de aportes, de primicias mundiales, las cuales en su mayoría son desconocidas o adjudicadas a otros personajes.

Hemos estado realizando investigación y difusión sobre la vida y obra de este genial potosino, Francisco Javier Estrada y en esta columna del Cronopio en la Orquesta, hemos tratado algunas de esas trascendentales aportaciones.

Una de las aportaciones técnicas de Francisco Javier Estrada que no aparecen en los registros científicos históricos es la propuesta de reproducción del sonido por medios eléctricos. Su tema central de trabajo que implementó en la década de los setenta decimonónicos fue la reproducción del sonido, colocándose en la frontera del conocimiento en ese tema.

Como hemos apuntado en trabajos anteriores, muchas de sus aportaciones y primicias mundiales han quedado en el olvido y poco a poco se están rescatando para colocar en la palestra mundial el gran genio de Estrada, como el físico mexicano más importante del siglo XIX y uno de los principales a nivel mundial,

cuyas glorias no se proyectaron por la idiosincrasia social del país, aunque su genio de cierta forma era reconocido en el país, aunque no lo suficiente.

Sistemas como el motor eléctrico, nuevos sistemas de telefonía y la comunicación inalámbrica son parte de sus aportaciones trascendentes que cambiaron a nuestras sociedades y cuyas aportaciones aprovechadas por otros científicos dejan de lado la aportación primaria de Estrada en la historia de la ciencia y la tecnología. Como una aplicación de sus investigaciones en electromagnetismo y reproducción del sonido, se encuentra su propuesta de un piano eléctrico, cuyos experimentos base realizó en San Luis Potosí y con los que propuso un diseño para la construcción de un piano eléctrico que transformaba las vibraciones acústicas en eléctricas con el fin de amplificar el sonido.

El piano como tal no pudo construirlo por carecer de recursos suficientes, así como problemas para abastecerse de los materiales necesarios y el apoyo de los constructores artesanos; sin embargo, publicó en medios de comunicación masiva sus propuestas con el fin de registrar su idea, sus experimentos y su diseño para la construcción del piano eléctrico y su extensión a otros instrumentos de cuerda.

Su propuesta era resultado de experimentos anteriores de Estrada con sistemas telefónicos, donde había realizado mejoras a los ya existentes, logrando construir teléfonos cuya reproducción del sonido era más clara y de mayor intensidad. Parte de esas mejoras las utilizaría en su propuesta del piano eléctrico, entre ellas los fundamentos de micrófonos de carbón y de la comunicación inalámbrica.

Los potosinos debemos estar orgullosos de Francisco Estrada y colocar su nombre como debe de ser, en la historia de la civilización.

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#4 Tiempos

Consideraciones sobre la amabilidad | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

Tenía Víctor Hugo, el gran escritor francés, veintisiete años de edad cuando publicó, en 1829, El último día de un condenado, novela o largo relato en el que se pone a describir los pensamientos íntimos, las agitaciones interiores y los estados de ánimo que se apoderan de un hombre que pronto -muy pronto- va a tener que morir. La justicia ha señalado ya el día y la hora en que deberá tener lugar la ejecución; todo, pues, está listo…

Pero, no: ¡no todo está listo! Puede que lo esté el cadalso, puede que lo esté el verdugo, pero este hombre todavía no está listo. ¡Aún no sabe por qué debe morir! «Soy joven, estoy sano y fuerte –gime en el calabozo-. La sangre circula libremente por mis venas; todos mis miembros obedecen a todos mis caprichos; estoy robusto de cuerpo y de mente, preparado para una larga vida. Sí, todo esto es verdad; y, sin embargo, padezco una enfermedad, una enfermedad mortal, provocada por la mano del hombre».

Afuera, en la calle, todos ríen y se gozan: el calor del sol es bueno, la vida es bella. ¡Ah, tienen razón al mostrarse tan alegres! Para ellos hay futuro. ¿Cómo no sonreír cuando a la noche sigue el día, cuando se espera vivir muchas noches y muchos días? En cambio él… ¡Quizá no haya para él ni otra noche ni otro día!

Llama la atención, sin embargo, cómo es que este hombre se da cuenta de que no le queda mucho tiempo: ¡por la amabilidad del personal penitenciario! ¿De cuándo acá se mostraban tan amables estos monstruos de indiferencia? ¿De cuando acá? «El camarero de guardia acaba de entrar en mi calabozo, se quita el gorro, me saluda, pide perdón por molestarme y me pregunta, suavizando en lo posible su voz ruda, lo que deseo para el desayuno. Me entran escalofríos. ¿Será hoy?».

Es decir, ¿será hoy cuando tenga que ser ejecutado? Tanto refinamiento, tanta delicadeza le parecen francamente sospechosos. Hasta hace poco todos le hablaban a gritos, brutalmente, pero hoy se descubren la cabeza para saludarlo y hasta ejecutan ante él respetuosas reverencias. Sí, es posible que sea hoy. El condenado, entonces, se pone a temblar. Es que no era normal, no era normal en absoluto que…

Pero las cosas se complican todavía más cuando, de pronto, la reja del calabozo se abre y aparece en el marco de la puerta una figura pequeña, de largos bigotes negros, y amable hasta la falsedad. «Sí, es hoy –piensa el condenado al ver a este individuo ejecutando todas las ceremonias de la cortesía-. El mismo director de la prisión ha venido a visitarme. Me pregunta lo que me gustaría o podría serme de utilidad; incluso hasta expresó el deseo de que no tuviera quejas de él o de sus subordinados; se interesó por mi salud y por cómo había pasado la noche. ¡Al salir me llamó señor! ¡Sí, es hoy!».

Y admírese usted: los pensamientos del condenado resultaron ser ciertos; su intuición no lo engañó. Era hoy, precisamente cuando debía morir. No se equivocaba.

¿Por qué los humanos dejamos la amabilidad y la cortesía para el último momento? Al parecer, sólo los muertos –o los que están a punto de serlo- logran conmovernos. «¡Cómo admiramos a los maestros que ya no hablan y que tienen la boca llena de tierra! –exclama el personaje único de La caída

, el famoso monólogo de Albert Camus (1913-1960)-. El homenaje se les ofrece entonces con toda naturalidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiésemos durante toda su vida… Observe usted a mis vecinos, si por casualidad sobreviene un deceso en el edificio en el que usted vive. Los inquilinos dormían su vida insignificante y, de pronto, por ejemplo, muere el portero. Inmediatamente se despiertan, se agitan, se informan, se apiadan».

¡Los hombres sólo somos corteses con los muertos! He aquí lo que el Nóbel francés quiso decir. Pero no sólo lo dice él. He aquí, por ejemplo, lo que Máximo Gorki (1868-1936), el escritor ruso, escribió en su autobiografía: «¡Las misas de difuntos son las más bellas de toda la liturgia! ¡Hay en ellas ternura y piedad para los hombres! ¡Nuestros semejantes no compadecen sino a los muertos!».

Está bien, está bien, así es. Y, sin embargo –me digo-, he aquí un método para cultivar la cortesía: ver en el otro, ese que ahora está junto a mí, un condenado a muerte -¡que lo es, sólo que él no lo sabe, o lo ignora, o no quiere pensar en ello!- y tratarlo como si mañana ya no fuera a estar aquí; tratarlo, en una palabra, con las mismas atenciones que el carcelero dispensó al condenado a muerte en el relato de Víctor Hugo. ¡Ah, si nos viéramos como somos, es decir, como mortales, qué dulces seríamos en nuestras relaciones, y qué corteses!

Dice Aliosha a Lisa en Los hermanos Karamazov, la novela de Fiodor Dostoyevski (1821-1881): «Hay que tratar muy a menudo a las personas como si fueran niños, y a veces como si fueran enfermos». No está mal, no está del todo mal. ¿Con qué delicadeza no trataríamos a una persona si supiéramos que quizá hoy mismo va a morirse? ¿Y cómo estar seguros que no será hoy el día en que morirá? Por eso, más vale ser amables con él.

Otra cita más; ahora la he tomado de Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato (1911-2011), el escritor argentino: «¿Sería uno tan duro con los seres humanos si se supiese la verdad que algún día se han de morir y que nada de lo que se les dijo se podrá ya rectificar?».

Todos los hombres son mortales, Juan es hombre, luego Juan es mortal. El silogismo nos sale bien; en el fondo, los hombres no somos tan ilógicos como parecemos a primera vista. Sólo que no siempre sacamos de nuestros razonamientos todas las consecuencias pertinentes al caso.

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