octubre 4, 2025

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#4 Tiempos

Sesenta y cinco años de Cabo Tuna | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Hace sesenta y cinco años iniciaba en San Luis Potosí y en el país, los trabajos para el diseño y construcción de un cohete suborbital. A lo largo de siete meses de trabajo se contaba con un cohete de combustible sólido listo para realizar las primeras pruebas de lanzamiento de un cohete en México.

En el mes de octubre, mientras los alumnos de física dirigidos por sus profesores Gustavo del Castillo y Gama y Candelario Pérez Rosales, instalaban en las afueras de San Luis Potosí la torre de lanzamiento y el bunker de control y observación, la entonces Unión Soviética sorprendía al mundo con el lanzamiento del primer satélite el Sputnik, dando inicio a la llamada carrera espacial en la que, de cierta forma, quedaba incorporado San Luis Potosí al estar intentando el primer lanzamiento de un cohete con fines científicos.

El cohete potosino que se intentara lanzar en aquel mes de octubre de 1957 a unos cuantos días de la hazaña rusa, explotaría en la torre de lanzamiento, siendo este el primer experimento espacial mexicano. Aquel experimento, que podría considerarse una falla al no lograrse el ansiado lanzamiento, es parte de los procesos científicos y tecnológicos a través de cuyas pruebas se va estableciendo los logros positivos en este tipo de desarrollos. Con los ajustes necesarios después de esta primera prueba, el grupo potosino tenía todo listo para intentar un nuevo experimento de lanzamiento, cosa que sucedería el 28 de diciembre de 1957, lanzándose así el cohete Física I, el primero lanzado en el país, colocando a su vez a San Luis Potosí como la cuna de la experimentación espacial en México y la acuñación de un famoso nombre, ahora trascendido en el ámbito de la ciencia mexicana como Cabo Tuna.

La historia de Cabo Tuna sería una acumulación importante de experiencias y éxitos en cuanto a cohetes de sondeo suborbitales de varias etapas. El auge coheteril en México liderado por el grupo potosino abrió la posibilidad de crear en el país una base nacional de lanzamientos que estaría ubicada en Charcas, San Luis Potosí, y la creación a su vez de la Comisión Nacional del Espacio Exterior, que finalmente desapareciera en la década de los setenta.

La historia de Cabo Tuna tuvo una vida continua hasta 1972 y, después de un largo receso, aunque con cierto trabajo continuado, resurge con nuevos bríos, aunque sin nada de presupuesto, logrando el 14 de marzo de 2020 el lanzamiento de un cohete de nueva generación. En la actualidad se construyen un par de cohetes de combustible híbrido y combustible líquido, cuyo avance si bien lento por la falta de recursos financieros, colocan a México como un futuro país que se incorporará a la lista de países que han conquistado el espacio exterior.

El 7 y 8 de noviembre de este 2022, los participantes en el proyecto Cabo Tuna realizarán un evento conmemorativo consistente en charlas que dan cuenta de los trabajos nacionales en el campo aeroespacial, teniendo como centro de discusión el proyecto aeroespacial Cabo Tuna. El evento es abierto y se realizará en el auditorio del Instituto de Física de la UASLP en el campo Pedregal. Entre los participantes se encuentra el Dr. Charles Galindo Jr Científico investigador de conservación lunar en el Centro Espacial Johnson (JSC) de la NASA en Houston, Texas; el Dr. Vladimir Alexandrov de la agencia espacial rusa, entre otros. El programa puede ser consultado en la página de las pláticas del congreso: https://sites.google.com/view/cabo-tuna/programa/pl%C3%A1ticas-invitadas

Para acudir al evento de este año te sugerimos inscribirte mediante el siguiente correo: [email protected]

Mediante este correo también puedes solicitar una mayor información, o consultar la página del congreso: https://sites.google.com/view/cabo-tuna/inicio

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El secuestro de 7 vidas al barranco | Crónica de Jorge Saldaña

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CRÓNICA

Por: Jorge Saldaña

Todos perdieron. En San Luis, a veces la justicia no llega por la puerta grande de los tribunales, sino por la rendija torcida del rencor. Cuatro adolescentes, todavía con el olor a niñez pegado en la piel, decidieron convertirse en verdugos de otro recién salido de la adolescencia. Lo subieron a un Mazda gris como si se tratara de un ritual iniciático: una venganza disfrazada de justicia.

El nombre del capturado era Fidel. Lo golpeaban dentro del auto, le gritaban lo que creían que era verdad: que había embarazado a una amiga, que la golpeaba, que la humillaba y que dejó junto a su hijo a la deriva. Ellos, convencidos de ser vengadores, eran apenas muchachos con un arma de balines que parecía real. Creían portar justicia, pero cargaban sólo una farsa de poder.

En la huida desesperada, Fidel se arrojó del vehículo. No era valentía ni cobardía: era instinto de supervivencia. Saltó, y el destino lo arrojó todavía más abajo, al barranco. El golpe contra las rocas fue la sentencia que ninguno de los adolescentes imaginó, pero todos firmaron con ese acto.

El saldo es un inventario de pérdidas: Fidel perdió la vida en la caída. Los cuatro jóvenes perdieron la libertad, y con ella, cualquier atisbo de futuro. La muchacha, centro invisible de la tragedia, perdió al padre de su hijo y a los amigos que quiso como vengadores. Se quedó sola, con un bebé en brazos y la sombra de un muerto sobre la cuna.

El niño crecerá huérfano de padre, y su madre, huérfana de red. No hay vencedores: sólo cenizas.

La historia parece sacada de una novela de Arriaga: adolescentes que creen en la épica de la violencia, que juegan a dioses con armas falsas, que hacen justicia con las uñas sucias del odio

. El final es tan brutal como inevitable: cuando la violencia se hereda, los hijos juegan con ella.

El barrio El Aguaje se quedó con una postal difícil de olvidar: sirenas iluminando la noche, un cuerpo roto en el fondo del barranco, y cuatro chamacos esposados, con la mirada aturdida de quien no alcanza a comprender que la adolescencia terminó en un segundo.

Nadie hablará de ellos en la sobremesa. Nadie los pondrá en canciones. Pero ahí está la historia, un espejo áspero que refleja a al del país entero: un lugar donde la justicia se busca a golpes, donde la violencia se hereda como apellido, y donde hasta los niños cargan con la fatalidad de ser verdugos o víctimas.

En esta tragedia, no hubo malos ni buenos: sólo cinco adolescentes devorados por un mismo monstruo, el de la violencia que crece como plaga en los rincones donde el Estado no llega, pero sí llega Netflix y todas las plataformas con series donde se exalta la violencia como único camino, y la justicia por propia mano como un acto de valentía en una selva que no tiene otra ley que el ojo por ojo y diente por diente.

La pregunta queda flotando como un eco incómodo: ¿A quién le importa?
Simplemente es una corriente y cruda historia más, en la que nadie gana.
Un reflejo del barranco en el que todos estamos al borde.

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#4 Tiempos

El sueño que parecía imposible | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Durante décadas, el fútbol mexicano ha vivido con una deuda pendiente, la de encontrar a ese jugador distinto, capaz de cambiar un partido con una sola jugada, de desatar emociones colectivas y de encender la esperanza de millones. Y de pronto, en medio de la rutina de un campeonato que pocas veces sorprende, aparece un adolescente llamado Gilberto Mora para recordarnos que el sueño sí puede ser real.

Con apenas dieciséis años ya hizo historia. Debutó en la Primera División con Xolos y no fue un relleno, no fue una anécdota, se convirtió en protagonista, dio una asistencia, marcó un gol y rompió el récord de precocidad. Desde entonces, cada vez que pisa la cancha transmite esa sensación de que algo diferente va a ocurrir. Es el tipo de jugador por el que uno prende la televisión o se sienta en la tribuna con la ilusión de ver magia.

Lo extraordinario de Mora no es solo su juventud ni sus estadísticas. Es la manera en que juega con naturalidad, como si la presión no existiera, como si la cancha le perteneciera. Ve espacios que los demás ignoran, inventa caminos en lugares cerrados, toma decisiones que parecen dictadas por un instinto superior. Y lo más impresionante es que ya lo hace con la Selección Mexicana, donde su talento no se disfraza entre adultos, sino que se multiplica. En la Copa Oro lo vimos asistir, competir, atreverse, y ganar un título con una madurez que contrasta con su edad.

El horizonte para Mora es tan prometedor como inédito. Si el proceso se maneja bien, no solo podría disputar el Mundial Sub-17 —ese que corresponde a su categoría natural y donde sería la estr ella indiscutida—, sino que incluso está en condiciones de aspirar al Mundial Mayor

, en un salto que pocos futbolistas en el planeta pueden presumir. Imaginarlo jugando ambos torneos, en paralelo, sería confirmar que estamos frente a un fenómeno.

México ha tenido buenos futbolistas, jugadores de época, líderes de vestidor o símbolos nacionales. Pero pocas veces hemos sentido tan cerca la posibilidad de tener a alguien con el aura de un Messi o un Maradona: un joven que no solo juega, sino que transmite la sensación de que su historia puede transformar la del fútbol mexicano. Por eso cada partido suyo parece más grande que el marcador. Porque lo que está en juego es la ilusión de un país entero que lleva generaciones esperando a “ese” futbolista que cambie todo.

Claro, el riesgo existe. La presión mediática, los clubes europeos que pronto tocarán la puerta, la exigencia desmedida de una afición que no suele tener paciencia. Pero si Mora encuentra el entorno adecuado, si logra madurar sin perder la magia, entonces podemos estar al inicio de la historia que tanto tiempo se nos negó.

Gilberto Mora es hoy más que un jugador: es la encarnación de un sueño que parecía imposible. Si mantiene el rumbo, no estaremos hablando solo del más joven en debutar, anotar o asistir. Estaremos hablando del crack que México llevaba décadas esperando, capaz de unir en un mismo calendario el Mundial Sub y el Mundial Mayor, para después escribir la página que nos acerque, por fin, a la eternidad futbolística.

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Crónica de una extraña calma: El informe de Galindo | Crónica de Jorge Saldaña

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CRONICA

Por: Jorge Saldaña

Cruzar el arco de pantallas iluminadas con los motivos del cuarto informe de Enrique Galindo al frente del gobierno capitalino fue como atravesar un portal a otra dimensión: una en la que el tiempo brincó por trienios, una en la que los opositores disolvieron sus diferencias en abrazos, una en la que los colores se difuminaron, en la que los mensajes de ataque se convirtieron en de aliento, una en la que no tuvieron invitación los abucheos, pero tampoco los triunfalismos.

Era como estar en la engañosa calma del interior del ojo de un huracán.

El sol casi alcanzaba su cúspide borrando la sombra del reloj atómico del Centro Cultural Bicentenario, cuando el poder ejecutivo entró del brazo del legislativo.

Ricardo Gallardo y Sara Rocha cruzaron el portal. El poder judicial, recientemente investido en la magistrada presidenta, Lourdes Zarazúa, ya esperaba para entonces en primera fila.

A su llegada, el gobernador Gallardo desembarcó en terrenos universitarios, y fue recibido por el alcalde de la capital, anfitrión del evento. Cortesías de ida y vuelta.

En el contexto de las condiciones de confrontación de hace apenas unas semanas, la escena hubiera sido impensable, pero dentro del recinto, fue como ver a Menelao entrar en Troya, y recibir la copa en vez de espada. La diplomacia de un brindis envenenado. No había Helena de reflectores que pelear. La mar en calma.

Los asistentes en el auditorio formaron una postal política: sociedad representada por vecinos de muchas de las colonias de la capital, los tres poderes del Estado, y los tres niveles de gobierno.

Desde el Senado, Ricardo Anaya y Verónica Rodríguez. Desde el PRI de antes, Enrique de la Madrid.

Desde la federación, el representante personal del Secretario de Marcelo Ebrard (que no es Salomón Rosas). Desde el legislativo federal, en primera línea Juan Carlos Valladares y como en la séptima fila, Gabino Morales.

Desde el pasado, Marcelo de los Santos, Alejandro Zapata, Octavio Pedroza, y Victoria Labastida.

Toda la “Herencia Maldita” en primera fila y sentada a sillones de distancia del difusor de la frase que los señala y envuelve, y sin embargo, en esa dimensión alterna y fugaz, entre todos hubo por lo menos gestos cordiales, apretones de mano, y por lo más, abrazos entre unos y otros.

También estaba toda la clase empresarial representada, los dueños, las cámaras, los colegios y los medios. Para todos hubo una referencia. Una postal completa no solo de una ciudad, sino de un sistema político, histórico y social compartiendo pasados y presentes.

Entre los invitados especiales se contó con la presencia de la alcaldesa de Guadalajara, Verónica Delgadillo García, y el presidente municipal de Matehuala, Raúl Ortega Rodríguez.

El panal desatado de reporteros y camarógrafos, captaban a flashazos los abrazos entre Ricardo Anaya y Ricardo Gallardo, la compañía conciliatoria de Carolina Viggiano, secretaria nacional del PRI, junto a la presidenta estatal del partido, Sara Rocha, autora de la expulsión del anfitrión del evento, y el ademán respetuoso de Marcelo de los Santos al jefe del ejecutivo que fue de ida y de regreso.

En cada apretón de manos, el verde, el rojo y el azul se disolvieron como acuarelas bajo la lluvia: un instante de blanco que no era paz, sino pausa.

Pero se acabó la Acuarela Potosina y el Huapango de Moncayo interpretado por la Orquesta Infantil del municipio y el avispero mediático satisfecho de entrevistas fue replegado a los pasillos laterales.

Se cargó el informe y Galindo subió al escenario. Era Galindo y la pantalla. No hubo atril, no hubo discurso leído, en su lugar hubo una fórmula sincronizada de introducción, video, testimonio, y remate por cada tema.

El informe fue una charla sincronizada y ejecutada en un tono de desenfado y buen talante. Fue un informe contado como sobremesa, más diálogo que dogma, más cercanía que púlpito.

Sí, también se habló de datos, de una ciudad inclusiva, de las rutas de la salud, del nuevo Centro Municipal de Salud Mental, y de las miles de mujeres, niñas y adolescentes que recibieron servicios integrales

para fomentar una sociedad más igualitaria y libre de violencia.

Se destacaron los programas Vialidades Potosinas, Capital al 100, los más de 1 millón y medio de metros cuadrados construidos en cuatro años, y los 300 mil metros de calles intervenidas en los últimos 12 meses.

No se olvidaron de mencionar los programas de bacheo, así como el recuerdo de la crisis hídrica tanto como el reto de enfrentar una temporada de lluvias atípicas.

En materia de seguridad se hizo énfasis en la estrategia basada en la formación y funcionamiento de más de 700 comités ciudadanos enlazados directamente con la autoridad, la disminución del 9.2 por ciento en la percepción de inseguridad en el último año y el reforzamiento en equipo y tecnología en ese rubro.

Mención aparte mereció el anuncio de la “capital mundialista”, estrategia para aprovechar el turismo durante el próximo mundial de futbol y el disfrute gratuito de 5 partidos y la final con la compra de los derechos para la transmisión pública de los mismos.

Se enumeraron premios, reconocimientos y nombramientos de nivel nacional e internacional en temas deportivos, culturales y turísticos; se insistió en reactivar el proyecto vial en el Saucito, y se adelantó la construcción de un Centro de Inteligencia Urbana, que concentrará la atención y los datos de la gran mayoría de los servicios municipales.

Galindo supo contar su historia y las manecillas no lo apresuraron. En hora y 25, había terminado de compartir saludo, recorrido, charla, datos y futuro.
Hizo tiempo Galindo incluso para recordar y aplaudir a los que ya se han ido: Jacobo Payán Latuff, Horacio Sánchez Unzueta y Daniel de la Llera y don Teófilo Torres Corzo.

También agradeció a su familia y a su esposa que vestía, por cierto, un traje azul marino, camisa blanca y corbata a rayas idénticas a las que lucía su esposo el alcalde. Estela y Enrique eran uno mismo…y eso, también comunica.

Al final, el jefe de la comuna por cuarto año consecutivo, le dio su lugar al mandatario estatal a quien le pidió dar un mensaje.

Ricardo Gallardo fue breve, contundente y generoso: centró su mensaje en su compromiso por resolver, de la mano de los tres niveles de gobierno, el tema del agua potable para la Zona Metropolitana y garantizarlo para los próximos 50 años.

Al alcalde, a su esposa y presidenta del DIF municipal, Estela Arriaga Márquez, así como a toda la sociedad les obsequió un “van bien y vamos a ir mejor”.

El lugar, el tono y el momento del mensaje gubernamental se interpretaron como un replanteamiento político de cordialidad, unidad y trabajo de aquí a que inicie la tormenta del 2027.

Foto del recuerdo. Foto con las manos alzadas y adiós.

La postal social se disolvió en minutos. El portal vio el paso de regreso. Afuera, el reloj volvió a marcar las horas.

Y aunque fue un lunes de rara calma, en San Luis todos sabemos que la calma es lujo de unos instantes, un disfraz breve que se usa hasta que la tormenta sea tormenta… y deje de ser metáfora.

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