agosto 18, 2025

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#4 Tiempos

Retrato a los 13 | Columna de Adrián Ibelles

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Postales de viaje

 

No sé si hay mucha gente que recuerde cómo era de adolescente. Los gustos, intereses o pasatiempos que nos pertenecían, o aún más, que nos definían. De lo poco que recuerdo, hay canciones de rock, juegos de X-BOX, mi primer trabajo (en la plaza de la tecnología) y no mucho más. Pero al fin y al cabo, fue una etapa muy básica. Ahora, creo que a ti te gustaría recordar cómo eras a los 13.

Si es así, podrás volver aquí y tal vez, recordar.

A los 13 medías 153 cm.

Tu cabello fue largo y luego te pedimos cortarlo, al principio no quisiste, pero era bueno el cambio. Entonces tu nuevo corte te hacía ver más como un adolescente, de rostro delgado y sonrisa ocasional.

La música. Si algo amaste a esa edad fue la música. Llegabas corriendo de la escuela, comías tan rápido como te lo permitían tus hábitos y casi de inmediato te despedías con tu violín al hombro, para llegar al ensayo de la orquesta. Segundo violín, ya con dos conciertos a cuestas (te vi en el segundo, se escuchó muy, muy bien).

La guitarra estuvo un poco olvidada. No te culpaba. Era demasiado ajetreo como para encontrarle un momento adecuado. No podría asegurarte qué música era tu favorita a los 13. Pasó tu época de grunge (con ocasionales visitas a Metallica y SOAD), y en ese punto lo importante era ensayar. Recuerdo verte muy integrado con la música clásica, escuchando a Tchaikovsky y su Romeo y Julieta (tú me contaste que la versión original duraba 20 minutos, yo no tenía idea).

Comías lo que preparaba. Usualmente tú y yo íbamos en el mismo equipo a la hora de comer. Tu madre buscaba opciones más sanas, pero al final yo trataba de tenerte contento. Sin cebolla (en la medida de lo posible), sin jitomate (que no fuera en salsa), poca calabaza, o chayo te, o cualquier otra cosa que no hubiera estado viva. De frutas, naranja, manzana y guineo (así le llamaban al plátano en Chiapas).



A los 13 usabas ropa de colores. Con rayas. Mucho azul y una playera polo amarilla que yo no entendía cómo te gustaba. De cumpleaños te llevé una playera de Hogwarts que me hubiera gustado para mí. Tus jeans (casi siempre rotos de las rodillas) y un par de tenis que te acababas en tiempo récord.


Te recuerdo ajeno a los deportes. De más pequeño apoyabas con enjundia al Barcelona de Messi, eran tus playeras favoritas (ambas te las regalamos tu mamá y yo) pero poco a poco te fue dando igual. Eso sí, vimos dos triunfos de los Patriots en el Superbowl, aunque ese 3 de febrero, cuando ganaron el sexto Super Bowl, no estuvimos juntos, tú en casa y yo en el trabajo. Lo hubiéramos disfrutado igual que los anteriores.

Jugabas con tu Nintendo 3DS, aunque cada vez menos. Entre la música y la escuela había poco tiempo para el ocio. Tu primer celular, un iPhone 5, que te llegó ya demasiado paseado para ser novedad. Igual lo cargaste de juegos y era para lo que lo usabas.

En tu cumpleaños 13 estuviste enfermo. No hubo pizza ni lasaña, como lo prometí. Sé que fue triste pero al menos hubo pastel, un par de regalos y el cariño de tres personas que te hemos querido y admirado desde que te conocemos. Y el de muchas más, que sin que te enteraras, te tenían en gran estima. Siempre tuviste un efecto curioso en nuestros amigos, que te consideraban bastante.

A los 13 eras joven. Serio, un poco rebelde y ligeramente desobligado. Cómo todos a esa edad, quizás un poco menos que tu mamá o yo. Pero ya desde aquí eras una gran persona. Lo más importante, un gran hermano, un gran hijo y un gran amigo. No te olvides de cómo eras a los 13, por si algún día dudas, pregúntame. Y si ya no estoy, regresa aquí para que lo sepas. ¡Felices 13, campeón!

@Adrian_Ibelles

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#4 Tiempos

Reforma Electoral y el drama | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

 

Culto público, hijos de “tú no tienes nada y yo tengo ases con tercia de reyes”:

Viene Reforma Electoral, una que aún en etapa de construcción desde la Federación, ya causó alerta de terremoto para todos los partidos. Todos.

Los tres cuernos visibles de un análisis (primer objetivo de la Comisión Presidencial para la Reforma Electoral) y posterior presentación de iniciativa de reforma son la reducción de plurinominales, bajar el gasto de financiamiento a los partidos (más de 6 mil millones) y la eliminación de los órganos electorales locales cuyas funciones asumiría el INE.

La propuesta se oye atinada y popular para la ciudadanía. ¿Quién no quiere menos diputados “de lista” que nadie conoce y menos representan? ¿A qué ciudadano no le gustaría saber que les recortan dinero público a los partidos para destinarlo en obras de beneficio público?

La mala noticia es que para que una reforma así se haga realidad, se necesita de la mayoría en las cámaras legislativas, se ocupan las matemáticas de los votos de los institutos y legisladores que los representan y que por muy aliados que sean de la presidenta, no se van a dar solitos un tiro en el pie. ¿A cambio de qué los partidos votarían por reducirse sus prerrogativas y el número de sus diputados de lista?

(Por cierto, que si a alguien le debe la 4T alcanzar mayorías en la cámara alta y baja de la nación desde los tiempos de AMLO, es a Ricardo Gallardo, que en su momento junto a un grupo de entonces legisladores del PRD, voltearon la balanza cuando cambiaron su filiación cameral a la fracción del Verde…dato que no hay que perder de vista).

Sobre esta reforma federal, pueden consultar el Atril de este lunes en nuestras redes.

Un escenario muy distinto es el local, en el que también se adelanta una Reforma Electoral que cambiaría las reglas del juego para el 2027.

El secretario General de Gobierno, mi amigo Guadalupe Torres Sánchez, ha planteado que en la iniciativa potosina se podrían adelantar los tiempos de la elección para que iniciara el proceso en noviembre del 26, se fijarían reglas para garantizar la paridad de género en la postulación de candidaturas (poniendo a parir chayotes rellenos de nopales al resto de los partidos) y aunque no se considera la reducción de plurinominales locales, se deja ver que la fórmula para la repartición de posiciones podría cambiar.

A diferencia del dilema paradójico federal, en lo local las condiciones están planchadas para que una reforma como la que adelanta el SGG se haga realidad, y no es difícil ver que dicha iniciativa traería beneficios y ventajas para algunos en la elección del 27.

Les mando saludos a todos y todas, deseando que tengan una semana plena.

¿A quién me recomiendan ver esta semana en la Fenapo? Me perdí a Enmanuel y Mijares y causé baja en el ejército como soldado del amor, ni modo.

Aunque no he ido, me informan que mis amigos de PROPEES se han lucido en organización, seguridad y comodidad en el palenque. Vientos.

Hasta mañana.

Yo soy Jorge Saldaña

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#4 Tiempos

El mundo de antier | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

«Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros, y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta… Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan; pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en todo el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos» (Mateo 6, 24ss).

Hay en estas palabras de Jesús un no sé qué que me llena de nostalgia. Él nos pide que nos detengamos a contemplar al lirio y al pájaro para que aprendamos de ellos esa cosa seria y saludable a un tiempo que hemos ya perdido y que se llama despreocupación. ¡Cómo nos hemos complicado la vida! ¿Y no habrá manera de volver atrás en el tiempo, a la época en que aún nos emocionábamos y sonreíamos? Hoy lo tenemos todo, o casi, pero hemos perdido la alegría. ¿Quién nos la robó?

Sören Kierkegaard (1813-1855), el filósofo danés, concluyó con esta oración uno de sus hermosos Discursos edificantes: «¡Padre del cielo! Qué es ser hombre y cuán religiosa sea la exigencia de ser hombre –cosa que en compañía de los hombres y sobre todo en medio del hormigueo humano es tan difícil de entender-, haz que podamos comprenderlo, si lo hemos olvidado; que lo podamos comprender, si no de un solo golpe y por entero, al menos en parte y poco a poco: haz que podamos aprender del pájaro y del lirio el silencio, la obediencia y la alegría».

Hace poco leí en algún lugar que los hijos, hoy, vivimos mucho más preocupados y tristes que nuestros padres, y que éstos, a su vez, vivieron ya mucho más preocupados y tristes que nuestros abuelos. Y la verdad es que lo creo. Yo mismo, hace ocho años, no tenía las preocupaciones que tengo hoy…

Hace ocho años, por ejemplo, me juré a mí mismo que nunca me compraría un teléfono celular. ¿Para qué: para vivir en un estado de completa sujeción a los demás las veinticuatro horas del día, incluidos los sábados y los domingos? Pero alguien me dijo un día: «Óyeme, ¿quién te crees que eres? ¿Te sientes muy importante, o qué? ¡Anda, cómprate ya un teléfono celular!». Yo pensaba, en mi pobre lógica, que las cosas eran más bien al revés, pero ya se veía que no; pronto descubrí que la sociedad te perdonaba todo, menos que anduvieras por la vida sin un artefacto de ésos, pues le dabas a entender con tu actitud que te gustaba hacerte el inaccesible, si no es que hasta el misterioso. Bien, accedí –es decir, rompí mi promesa- y me compré un teléfono que perdí al tercer día: claro, como no estaba acostumbrado a él, lo dejaba olvidado en los lugares más visibles y públicos. Y, tras aquella pérdida, una gran pena entenebreció mi corazón. ¡Lástima del dinero que me había costado! Hice cuentas: con ese dinero habría podido comprar un diccionario de filosofía que desde hacía mucho quería tener. Ni modo: a comprar otro teléfono, y luego otro, y luego otro más. Y aquí me tienen ustedes: angustiado porque suena mucho, temeroso de perderlo por quinta vez, inseguro cuando me hallo sin él y preguntándome: «¿Cómo pude vivir treinta años, es decir, la mayor parte de mi vida, sin ese mágico artilugio?». Pero se podía, pero pude: la prueba es que todavía estoy aquí. Véanme ustedes.

Hace poco, al ver una foto mía de hace dos décadas, me preguntaba una niña:

¿Así de descolorida era la vida entonces?

Y yo le expliqué que no, que no era tan descolorida la vida entonces; que antes los colores eran tan vivos como ahora, sólo que las cámaras estaban apenas aprendiendo a distinguirlos.

-Hablando de colores, ¿es verdad que antes la televisión sólo era a blanco y negro?

-Sí –le dije.

-¡Qué aburrido! Debió ser muy triste la vida cuando tenías mi edad.

-Y además sólo se podían ver dos canales.

La niña no podía creer lo que estaba oyendo.

-¿Sólo dos canales? Pues yo en mi casa puedo ver hasta trescientos. Eso dice mi papá: que podemos ver hasta trescientos.

-Pues yo sólo veía dos, o a lo mucho tres: el dos, el cuatro y el cinco. El dos para las novelas, el cuatro para los deportes y el cinco para las caricaturas.

-Yo no podría vivir con sólo tres canales– dijo la niña.

-Y por si fuera poco, se veían muy mal. Más que ver los programas, los adivinábamos. Nuestras antenas eran como palos de escobas.

-¡Qué feo!

-Y para pasar de un canal a otro había que levantare del sillón y maniobrar una perilla que,  a veces, se te quedaba en las manos…

-¿No había controles remotos?

-¡Ni soñarlo!

-Pues sí que debió ser muy triste la vida entonces.

-Tal vez no lo fue tanto…

-Sí lo fue, no lo niegues.

-Pero no, no era triste la vida entonces, pese a todo. En todo caso, como te digo, los de mi generación sobrevivimos a la experiencia de no conocer una computadora, de no haber navegado nunca en Internet, de no haber tenido jamás un ipod… ¡Cuántas cosas no tuvimos! Y, sin embargo, aquí estamos.

Somos los sobrevivientes de la penuria tecnológica del día de ayer. Con lo cual queda demostrado que se puede vivir sin teléfonos celulares, sin televisión a colores, sin computadoras y sin climas artificiales. Y esto lo digo no porque me guste la mala vida, sino porque -quién sabe- acaso dentro de unos pocos años debamos renunciar a todo estos lujos que si bien han destrozado el planeta no nos han hecho más felices. Dicen los especialistas del clima que en el año 2035, si prosigue como hasta hoy la explotación de la tierra, ya no habrá hielo en los polos, con todo lo que esto significa. Sí, quizá se acerque el día en que debamos elegir entre la simplicidad o la vida…

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#4 Tiempos

San Luis frente a Puebla: partido para valientes, no para excusas | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

Si San Luis no puede ganarle a este Puebla, que viene tambaleando como boxeador en el último asalto, mejor que empiece a buscar excusas desde hoy. No es crueldad, es sentido común: el rival llega golpeado, con la moral baja y con una defensa que con cualquier ráfaga se desmorona. El que no sepa aprovechar eso, que se dedique a otra cosa.

El antecedente del cuadro camotero es el bochornoso 7-0 contra Tigres, un resultado que no sólo evidenció las carencias defensivas, sino que dejó claro que, cuando se desconectan, el desastre es inmediato. Y aun así, Puebla sigue vivo en la Leagues Cup; un respiro que, aunque breve, les da algo de motivación extra para no hundirse del todo en la Liga MX. Ojo, un equipo que todavía compite en dos frentes no se tira al piso tan fácil, y esa doble agenda puede darle un giro inesperado a un partido que, en el papel, muchos ya ven como trámite para San Luis.

Los potosinos, sin embargo, no llegan con la mesa servida. Apenas el fin de semana pasado, contra Cruz Azul, volvieron a mostrar que las buenas intenciones no alcanzan si el fútbol no es constante. Un partido en el que por momentos parecían competir de igual a igual, pero se diluyeron cuando había que apretar. Si quieren que el discurso post-Leagues Cup no quede como humo, este viernes es el momento para respaldarlo.

En la previa, una noticia que, al menos, les quita una piedra del zapato: la anulación de la expulsión a João Pedro. El delantero podrá estar disponible tras la revisión que borró la roja injusta del juego pasado. Su presencia es vital no sólo por lo que aporta al ataque, sino por la sensación de que, con él en el campo, San Luis tiene una referencia que obliga a los rivales a estar atentos.

Pero la realidad es que este encuentro en el Cuauhtémoc se juega en varios niveles: para Puebla, la oportunidad de lavarse un poco la cara después de ser humillado y de responder ante su gente. Para San Luis, el examen perfecto para demostrar que sabe ganar cuando las condiciones están a su favor. Porque si no pueden sacar tres puntos ante un equipo que viene arrastrando la cobija, entonces el resto del torneo pinta para seguir en esa tierra de nadie que ya conocen demasiado bien, no lo suficientemente malos para dar pena, pero tampoco lo suficientemente buenos para ilusionar a nadie.

Ganar este partido no sería una hazaña; sería apenas cumplir con lo que se espera de un club que dice aspirar a más. Y si no lo logran, entonces el discurso optimista de las últimas semanas quedará reducido a lo que tantas veces hemos escuchado en San Luis: palabras bonitas para adornar otra temporada gris.

En el fútbol, hay partidos que definen un campeonato, y otros que definen una actitud. Este viernes, en Puebla, San Luis no está jugando por la cima, pero sí por algo igual de importante: la credibilidad. Y si la pierden aquí, ya no habrá árbitro, VAR ni anulación de roja que los salve.

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