diciembre 11, 2025

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#4 Tiempos

Pruebas de amor | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

«Una vez, un rey hizo una fiesta e invitó a ella a las mujeres más hermosas del reino.

»Un soldado que hacía guardia aquella noche vio pasar a la hija del rey, que era la más hermosa de todas, y quedó prendado al instante de su belleza. Mala cosa, pues ¿qué podía esperar un pobre soldado a cambio de su amor? ¡Si se hubiera enamorado de otra! Pero no, tuvo que enamorarse precisamente de la más inaccesible. Aún así, esa misma noche logró acercársele y le dijo entre suspiros y lágrimas que no podía vivir sin ella. La princesa, que quedó impresionada de su gallardía, le respondió: “Si sabes esperar cien días y cien noches de pie bajo mi balcón, el último día me casaré contigo”.

Alentado por tales palabras, el soldado se puso a esperar. Un día, y dos, y diez, y veinte. Y cada noche la princesa se asomaba al balcón para comprobar que su amador perseveraba, mientras éste estaba siempre ahí, derecho, en su puesto. Lluvia, viento, nieve: nada lo movía. Los pájaros lo ensuciaban, las abejas lo picaban, pero él continuaba sin moverse. Al cabo de noventa noches se había puesto seco, pálido. Y le brotaban lágrimas de los ojos. Y no podía detenerlas. Ya no tenía fuerzas ni para dormir. Y, mientras tanto, la princesa lo espiaba.

»Y cuando llegó la noche número noventa y nueve, el soldado se levantó, tomó su silla y se fue.

»-¿Por qué se fue? ¿Tenía que irse justo el último día?

»-Sí, justo el último día. Y no me preguntes la razón, Totò, porque no la sé».

El lector habrá adivinado ya, con toda seguridad, de dónde he tomado yo esta historia para referirla aquí; lo sabrá, sí, porque me parece imposible que no haya visto por lo menos una vez en su vida Nuovo Cinema Paradiso, la película de Giuseppe Tornatore, el famoso director italiano, y si la vio una vez no creo que haya podido olvidarla; pero, por si las dudas, me permito recordarle que esta historia fue contada por el viejo Alfredo a Salvatore (Totò) el día en que éste le confesó hallarse perdidamente enamorado de la hija de un rico banquero de su ciudad.

¿Qué había querido decirle el viejo a su joven amigo al contarle semejante historia? ¿Que la muchacha por la que suspiraba no le convenía?, ¿que esa relación asimétrica, desigual, lo haría sufrir?, ¿que las mujeres son siempre caprichosas?, ¿que lo son casi por naturaleza? No lo sabemos; y, sin embargo, hay que reconocer que se trataba, en efecto, de una extraña historia de amor. ¿Por qué el soldado había decidido renunciar al amor de la princesa precisamente el último día?

Aunque Alfredo guarda silencio en torno a esta difícil cuestión, creo adivinarlo: el amor es otra cosa que un juego de obstáculos; éste se da sin pedir nada a cambio y sobre todo sin tender trampas. Si la princesa amaba al soldado, lo amaría desde el primer día, y si no lo amaba, no lo amaría ni aún después del centésimo. ¿No se apenaba la princesa desde su balcón viendo sufrir a aquel soldado, no se enterneció ni por un instante al verlo triste, macilento y temblando en la intemperie? El hombre había perdido el color, el habla, la alegría; ahora bien, ¿nada de esto significaba nada? ¿Es que, más bien, quería verlo muerto de amor por ella? Pero, al parecer, no: nada de esto le importaba: ella únicamente quería saber hasta donde podía dar de sí una paciencia humana. Y cuando llegó la noche número noventa y nueve, el soldado se levantó, tomó su silla y se fue.

¿Justo en la última noche? Sí.

Cuando uno escucha el desenlace de la historia casi se siente impulsado a gritar: «¡Qué lástima! ¿Por qué no se esperó el soldado un poco más? ¿Por qué no aguantó hasta el final? ¡Ay, estaba ya tan cerca de conseguir el trofeo!», pero quien así grita no ha logrado entender de qué va la cosa precisamente.  En realidad, el soldado hizo bien en tomar su silla y marcharse a llorar de pena a otro lugar. Ya encontraría después a alguien que entendiera el amor de otra manera y uniera su silla a la de él para no dejar perder cien días valiosos e irrepetibles. Es una lástima que el soldado haya hecho lo que hizo, pero de cualquier manera estuvo bien así. ¡Allá que se quede la princesa con sus balcones, sus condiciones y sus pruebas!

He aquí otra historia, parecida a la anterior: un día, en tiempos del rey Francisco I de Francia, una mujer que era pretendida por cierto capitán de la guardia escocesa arrojó uno de sus guantes a una jaula llena de fieras, pues quería demostrar a sus amistades en cuán alto grado era amada por el militar. Una vez que hubo echado el guante, dijo a su pretendiente en presencia de todos: «Si de veras me ama, tráigame acá esa prenda». El capitán se enrolló su capa en el antebrazo, entró en la jaula armado con un puñal y entabló con los leones una lucha feroz –sí, al parecer eran leones-. Por último, salió de la jaula con el guante en la mano, se lo arrojó en la cara a la dama y se retiró de su presencia para no volver a verla nunca más. Y de este modo la dama perdió a su enamorado para siempre. ¡Menos mal!

¿Qué hay que pensar de aquellos que andan siempre pidiendo pruebas a los que los aman: pruebas como éstas o de otro tipo (me refiero, claro está, a ésas que ya se imaginará el lector por poco malicioso que sea)? Digámoslo brevemente: que sencillamente lo han echado todo a perder

El afecto es una de esas cosas que no pueden demostrarse; hasta ahora, por lo que sé, no existe ninguna prueba de la existencia del amor que lo haga a uno sentirse un poco más seguro. Es por eso que preguntaba el filósofo francés André Comte-Sponville: «¿Qué felicidad hay que no esté amenazada? ¿Qué amor que no esté temblando?». Pues bien, sí, es necesario aceptar de antemano esta naturaleza temblorosa del amor o no amar en absoluto; es necesario confiar en la persona que se ama o irnos con nuestra música a otra parte. No hay nada que probar: o uno confía o simplemente no ama. ¡Las cosas son así! ¿Y qué podríamos hacer para cambiarlas?

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#4 Tiempos

El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

«Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión porque quedas despedido”» (Lucas 16, 1-15).

Cuando Jesús contó esta parábola nada dijo de cómo recibió el administrador tan mala noticia. ¿Retrocedió espantado?, ¿sintió que el piso se movía bajo sus pies como un tapete?, ¿intentó defenderse o ya por lo menos justificarse? Nada de esto sabemos; lo que sí sabemos, en cambio, es que más bien se puso a hacer cálculos en su interior, diciendo:

«-¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa!».

El foco, como se dice, se le había prendido. Pero, ¿qué era eso? Quiero decir, ¿qué fue se le ocurrió para que ahora que estaba desempleado no le faltara por lo menos un mendrugo de pan y un vaso de agua fresca? En realidad, algo muy ingenioso y sutil: como aún no había rendido el informe que le exigía su amo, todavía era tiempo de alterar ciertos papeles… Y esto es lo que hizo:

«Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero:

»-¿Cuánto debes a mi patrón?».

La pregunta, por supuesto, era retórica, pues los documentos los tenía él en su mano y a la vista, y bien escrito estaba en ellos el monto de la deuda; lo que quería, más bien, era causar en su interlocutor un cierto impacto difícil de olvidar.

«-Cien barriles de aceite –respondió el deudor, que aún no sabía muy bien de qué iba la cosa.

»-Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe: cincuenta».

Ya podemos imaginar el gozo con el que éste hizo lo que el administrador le pedía. ¡Le estaba perdonando nada menos que la mitad de la deuda! Es como si yo debiera al banco 100.000 pesos y de pronto el gerente me mandara llamar para decirme, guiñándome el ojo, que a partir de ahora no debo más que 50.000. ¿No era esto como para ponerse a gritar de alegría e invitarle un café en el restaurante más elegante de la ciudad?

El administrador mandó llamar al segundo deudor y le hizo la misma pregunta que al primero:

«-¿Cuánto debes a mi patrón?

»-Cien costales de trigo –dijo éste a su vez.

»-Aquí está tu recibo: escribe ochenta».

Y así hizo con todos los otros. Si de cualquier manera lo iban a despedir; mejor dicho, si ya estaba despedido, ¿qué perdía haciendo lo que hizo? ¡No perdía nada! Todo lo contrario: se jugó la última carta y había ganado, porque estos deudores iban a quedar eternamente agradecidos con él. ¡Su vejez estaba asegurada, pues un día lo invitaría uno a su casa a comer, y otro día otro! Ya no tendría que mendigar ni que andar por las calles del pueblo extendiendo la mano en busca de un pedazo de pan… Se retiraba, por decir así, con la cabeza levantada y pisando fuerte.

¡Qué hombre más inteligente!

Jesús mismo no pudo menos de alabar su ingenio. ¡Cómo, antes de ser despedido, supo hacerse amigos que después ya no lo dejarían solo! «Por eso les digo yo –concluyó el Maestro-: con el dinero, tan lleno de injusticia, gánense amigos para que, cando esto se acabe, los reciban en las moradas eternas».

Con esta sencilla historia, Jesús ha querido responder a estas dos preguntas que, si no fueran eternas, creeríamos que son banales «¿Para qué sirve el dinero?, ¿para qué sirve el poder?». Y su respuesta es: para que te hagas todos los amigos que puedas: sólo para eso. ¿Eres rico? Hazte amigos. ¿Eres poderoso, ocupas un cargo de cierta importancia? Hazte amigos igualmente.

Hay quienes, al tomar posesión de un cargo, empiezan a ver a los demás mortales como a hormigas (¡tan encumbrados se sienten ocupando su flamante escritorio de caoba!). Bien, que se anden con cuidado, porque no siempre estarán ahí, porque la rueda de la fortuna gira y gira y no es nada seguro que los que están arriba permanezcan en la cumbre eternamente. Sí, la fortuna es una rueda que no deja de girar: los que hace poco estaban abajo, resulta que ahora están arriba, y si no los trataste bien cuando tenías la sartén por el mango, como se dice, ellos lo recordarán una y otra vez, y ahora será la suya.

Hay quienes piensan que el poder es necesario para enriquecerse, y que el enriquecimiento es ya en sí mismo una forma de poder; en una palabra, que la riqueza y el poder se bastan a sí mismos. Si así es como piensas tú, déjame decirte, lector, que te equivocas. ¡Rompe el círculo! Hoy que la vida te ha favorecido, favorece a los que puedas, porque nada sabes del futuro. Haz como el hombre de la parábola: gánatelos a todos, porque no siempre serás administrador y quizá un día el patrón de turno te mande llamar para decirte:

-Dame cuenta de tu gestión porque estás despedido.

Si esto te dijeran sin que te hubieras hecho amigo de nadie, entonces sí que estarás perdido.

Toda la sabiduría de la vida está en esta sencilla parábola. Hazte amigos ahora que puedes; porque, si no lo haces ahora, quién sabe si lo podrás hacer mañana. «Conoce la ocasión o la oportunidad»: según Pítaco, el filosofo griego, no había conocimiento en el mundo más útil que éste.

Sí, aprovecha la oportunidad, porque mañana, sin que te des cuenta, quizá sea ya demasiado tarde.

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#4 Tiempos

Una carrera interesante | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Hablar de Javier Hernández es repasar una de las trayectorias más influyentes en la historia del fútbol mexicano. Durante más de una década, su nombre fue sinónimo de gol, entrega y ambición. Desde aquel salto meteórico con Chivas y su inesperada irrupción en el Manchester United, su carrera parecía escrita con tinta dorada, la sonrisa eterna, los goles decisivos, la capacidad de transformar oportunidades mínimas en celebraciones memorables.

Fue un delantero que supo abrir puertas donde antes había muros, ese killer del área de los goles inverosímiles, ese que se autoasistía y remataba de forma poco ortodoxa. Marcó en Champions, conquistó Inglaterra, dejó huella en Alemania, se reinventó en Estados Unidos y llevó la camiseta de la selección mexicana con una voracidad que lo convirtió en el máximo goleador nacional. Por años, “Chicharito” representó la imagen internacional del fútbol mexicano, un jugador valiente, de carácter humilde pero competitivo, respetado en los mejores estadios del mundo.

Sin embargo, el final de su recorrido no ha tenido el brillo que merecía. Lo que alguna vez fue una historia ascendente hoy se siente atravesada por decisiones discutibles, lesiones inoportunas y un desgaste emocional evidente. Su último tramo estuvo marcado por conflictos internos, mensajes crípticos, ausencias prolongadas y un regreso al fútbol mexicano que lejos de ser un homenaje terminó convirtiéndose en un episodio incómodo.

El fútbol (caprichoso como es) rara vez permite despedidas perfectas. Pero en el caso de Hernández, la caída se volvió más abrupta porque contrastó con la grandeza de su pasado. El delantero que antes definía clásicos europeos comenzó a perder protagonismo, a caer en dinámicas polémicas y a mostrarse d esconectado del nivel competitivo que lo acompañó tantos años.

El problema no es que el tiempo pase, eso es inevitable, sino que su final se alejó del tono que él mismo construyó, profesional, disciplinado, alegre y comprometido.

En lugar de un cierre elegante, lo que quedó fue un recorrido lleno de dudas, con más conversaciones sobre su comportamiento que sobre su fútbol. Y eso, para una figura de su magnitud, duele más que cualquier descenso de rendimiento.

Aun así, su legado permanece intacto. Javier Hernández abrió puertas para generaciones completas. Demostró que un jugador mexicano puede competir, destacar y ser determinante en las ligas más exigentes del planeta. Su historia inspira no por su final, sino por su cima; no por su último capítulo, sino por todos los que escribió antes con una pasión que marcó época.

El cierre no fue el ideal, es cierto. Pero incluso en medio de su declive, hay una verdad que nadie puede borrar: México no ha tenido (ni tendrá pronto) un delantero con su impacto internacional. Su carrera merece leerse como lo que fue, un ejemplo de cómo la disciplina puede convertir sueños improbables en realidades extraordinarias, aunque el final no haya estado a la altura de su legado.

A veces, las grandes historias no terminan como quisiéramos… pero siguen siendo grandes, y por lo menos, interesantes.

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#4 Tiempos

El Piano eléctrico: desarrollo potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Los diseños de pianos electromecánicos tuvieron su auge en 1929 y en la década de los cincuenta del siglo XX comenzaron a usarse en audiciones públicas. La historia de su desarrollo menciona los nombres de Lloyd Loar, Benjamin Meissner, Rudolph Wurlizer, Harold Rodhes y el piano Neo-Bechstein, entre los principales.

Sin embargo, el nombre de Francisco Javier Estrada no aparece en estos recuentos, a pesar de haber sido el primer reporte de un diseño de piano eléctrico a nivel mundial, como resultado de sus investigaciones en reproducción del sonido por medios eléctricos. El reporte público de Estrada se realizó el 19 de diciembre de 1878 en el periódico El Siglo XIX, donde Estrada daba cuenta de sus experimentos con una cuerda vibratoria y su transducción a señal eléctrica, mediante una membrana de tambor que amplificaba el sonido. Estrada, solo presentó su idea y diseño y la puso al servicio de los interesados a finde que pudieran materializarla y mejorarla, al no poder solventar los gastos necesarios para su construcción y la falta de servicios artesanales especializados. Estrada decidía publicar los principios y la descripción del instrumento citado, temeroso de que algún día, no muy lejano, se presentara del extranjero algún instrumento de música idéntico o semejante, o lo que era peor, alguna petición exótica de privilegio con perjuicio de los artesanos mexicanos.

Ochenta años mediaron entre la publicación del diseño de Estrada y la materialización en el extranjero de un piano eléctrico con funcionamiento electro-mecánico.

Para mayores detalles y más información pueden consultar mi artículo alojado en la dirección:

(PDF) Francisco Javier Estrada el inventor del piano eléctrico. Available from: https://www.researchgate.net/publication/396325293_Francisco_Javier_Estrada_el_inventor_del_piano_electrico.

Francisco Javier Estrada insigne científico potosino que destacó a nivel mundial en el ámbito de la física en el siglo XIX convirtiéndose en el físico más importante de México, tiene una numerosa contribución de aportes, de primicias mundiales, las cuales en su mayoría son desconocidas o adjudicadas a otros personajes.

Hemos estado realizando investigación y difusión sobre la vida y obra de este genial potosino, Francisco Javier Estrada y en esta columna del Cronopio en la Orquesta, hemos tratado algunas de esas trascendentales aportaciones.

Una de las aportaciones técnicas de Francisco Javier Estrada que no aparecen en los registros científicos históricos es la propuesta de reproducción del sonido por medios eléctricos. Su tema central de trabajo que implementó en la década de los setenta decimonónicos fue la reproducción del sonido, colocándose en la frontera del conocimiento en ese tema.

Como hemos apuntado en trabajos anteriores, muchas de sus aportaciones y primicias mundiales han quedado en el olvido y poco a poco se están rescatando para colocar en la palestra mundial el gran genio de Estrada, como el físico mexicano más importante del siglo XIX y uno de los principales a nivel mundial,

cuyas glorias no se proyectaron por la idiosincrasia social del país, aunque su genio de cierta forma era reconocido en el país, aunque no lo suficiente.

Sistemas como el motor eléctrico, nuevos sistemas de telefonía y la comunicación inalámbrica son parte de sus aportaciones trascendentes que cambiaron a nuestras sociedades y cuyas aportaciones aprovechadas por otros científicos dejan de lado la aportación primaria de Estrada en la historia de la ciencia y la tecnología. Como una aplicación de sus investigaciones en electromagnetismo y reproducción del sonido, se encuentra su propuesta de un piano eléctrico, cuyos experimentos base realizó en San Luis Potosí y con los que propuso un diseño para la construcción de un piano eléctrico que transformaba las vibraciones acústicas en eléctricas con el fin de amplificar el sonido.

El piano como tal no pudo construirlo por carecer de recursos suficientes, así como problemas para abastecerse de los materiales necesarios y el apoyo de los constructores artesanos; sin embargo, publicó en medios de comunicación masiva sus propuestas con el fin de registrar su idea, sus experimentos y su diseño para la construcción del piano eléctrico y su extensión a otros instrumentos de cuerda.

Su propuesta era resultado de experimentos anteriores de Estrada con sistemas telefónicos, donde había realizado mejoras a los ya existentes, logrando construir teléfonos cuya reproducción del sonido era más clara y de mayor intensidad. Parte de esas mejoras las utilizaría en su propuesta del piano eléctrico, entre ellas los fundamentos de micrófonos de carbón y de la comunicación inalámbrica.

Los potosinos debemos estar orgullosos de Francisco Estrada y colocar su nombre como debe de ser, en la historia de la civilización.

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Opinión

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