#Si Sostenido
Palabra viva | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
«Te doy mi palabra». Cuando un hombre da su palabra, se compromete, formaliza un pacto, establece una alianza. Para los antiguos, dar la palabra era una cosa seria; hoy, sin embargo, las cosas han cambiado de tal manera que en lugar de dar la palabra firmamos letras.
Cuenta Neil Postman (1931-2003) en su libro Amousing Ourselves to Death (Divertirse hasta morir) que una vez un inteligente joven universitario incluyó a pie de página en su tesis de licenciatura, a manera de cita, la declaración verbal de un autor muy conocido. Como se sabe, en este tipo de trabajos sólo tienen carácter de fuente los libros, las revistas, los artículos de periódicos y, más recientemente (bajo ciertas condiciones), los artículos bajados de Internet: en una palabra, sólo fuentes escritas. Pues bien, contraviniendo esta elemental regla académica, el joven citó como si nada aquella declaración que ninguno de sus profesores estaba en grado de verificar.
El jurado advirtió al joven que debía quitar inmediatamente de su tesis aquella referencia inoportuna. El muchacho protestó diciendo que tal petición le parecía injusta, pues no le quedaba claro por qué una fuente oral no podía tener la misma importancia que una fuente escrita. Los miembros del jurado deliberaron entre ellos durante unos minutos; por último, dictaminaron con toda la solemnidad que exigía su cargo:
-A lo que se ve, para usted no hay ninguna diferencia ente un testimonio oral y un testimonio escrito. Siendo así las cosas, no creemos que haya ningún inconveniente en que reciba usted de nosotros un título puramente oral; porque, si lo quiere escrito, ya sabe lo que tiene que hacer.
¡Por demás está decir que el joven partió como de rayo a quitar de su tesis aquella nota maldita! Un título oral no se puede colgar de la pared ni presumir a los amigos. ¡Ay, y para esto precisamente es para lo que sirven los títulos! (¿O sirven para algo más?) Una vez que la escritura ha vencido a la oralidad, la letra escrita vale más que la palabra.
Pero los antiguos daban la palabra. ¿De dónde nació la costumbre de dar la palabra? Sabemos que dar la mano tuvo su origen en un ámbito estrictamente militar. Como era en la mano derecha donde se llevaban las armas para el combate, dar la mano implicaba desarmarse y establecer con el otro un acuerdo de paz. Era como decirle: «Puedes acercarte a mí con toda confianza, que no te haré daño. ¿Lo ves?, mi mano está libre. ¡Venga la tuya también libre!». Sólo pueden darse la mano aquellos que han dejado en el suelo el arco y la lanza. (De hecho, la Iglesia conservó este signo bellísimo de desarme y lo utilizó después en la liturgia: hay un momento en la celebración de la Misa en la que todos los presentes se dan la mano en signo tácito de paz).
¡Qué hondo significado encierra un gesto tan aparentemente trivial como es el de estrechar una mano! Bien, pero ¿de dónde nació la expresión: Te doy mi palabra? Aquí me parece que las cosas no están tan claras. Y como no lo están, en vez de inventar cosas que no sé, contaré una historia que ya he contado otras veces pero que es demasiado significativa como para no contarla una vez más. Se trata de una historia verdadera. Hacia el siglo XII d.C., un poderoso emperador alemán, Federico II , quiso saber cuál era la primera lengua del mundo, o sea, la que hablaron Adán y Eva en el jardín del paraíso. Y porque creía que todas las demás lenguas se aprenden siempre por imitación (oyéndolas hablar a los demás), hizo que unas mujeres criaran aparte a varios niños recién nacidos (al parecer eran 12); de este modo, según el emperador, si nadie les hablaba, no podrían aprender la lengua de sus nodrizas y el idioma original brotaría de sus labios de manera espontánea y natural. Así se hizo. Las mujeres los amamantaban, los bañaban, pero no podían hablarles ni cantarles. El resultado fue que los niños se fueron muriendo de uno en uno. ¡Todos perecieron al final! Pero, ¿por qué razón? Por ésta, sólo por ésta: les había faltado lo esencial, les había faltado la voz, echaron de menos la palabra.
La palabra es vida, amor, alimento. Sin la palabra nos morimos. Dar la palabra es entrar en contacto, crear vínculos y regalar lo mejor de uno mismo. ¿No es verdad que cuando nos enojamos con alguien y queremos hacerle ver nuestro disgusto lo primero que hacemos es dejarle de hablar? ¡Ah, bien que sabemos lo que vale nuestra palabra, puesto que, cuando queremos herir, simplemente la negamos!
Era necesario decir todas estas cosas para comprender mejor lo que escribió un día Sören Kierkegaard, el filósofo danés, en una de las páginas de su Diario: «Para que se pueda tener verdaderamente fe en alguien, es necesario que éste nos dé su palabra. Ahora bien, Dios nos ha dado su Palabra. Cristo es la Palabra».
Dios nos ha dado a Jesucristo, su Hijo, su Palabra. Ha entrado en diálogo con nosotros (dialogar es dar la palabra); pero no sólo eso, sino que también ha querido comprometerse. «En darnos como nos dio a su Hijo –escribe San Juan de la Cruz (1542-1591), que es una Palabra suya –y no tiene otra- todo nos lo habló junto y de una vez en esta Palabra, y no tiene más que hablar» (Subida al Monte Carmelo II, 22, 3).
Dios nos ha dado su Palabra. Esto quiere decir: Dios es de fiar, no nos ha mentido, se puede confiar en Él. Al darnos a Cristo nos ha dado su Palabra, prometiéndonos que ni la tristeza ni la muerte serán eternas; que todo lo que nos duele pasará, que un día recuperaremos cuanto habíamos perdido (rostros, voces, afectos) y que tendremos, ahora sí plenamente y para siempre, lo que este mundo no nos ha podido dar y anhelábamos de todo corazón.
Recomendamos leer también:
#4 Tiempos
Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam
VOLUTA
Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.
Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?
No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.
Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?
Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?
Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?
Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.
Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:
Estimado antrop. León García Lam
Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo.
Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.
El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.
¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?
Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.
También lee: ¿Hay feria de la enchilada en Suiza? El caso de Turquía | Columna de León García Lam
#4 Tiempos
El paisaje | Columna de León García Lam
VOLUTA
¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.
Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí. Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.
- ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
- Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
- ¿A eso le llamas paisaje?
- Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.
Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.
—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros
- ¿Por qué? —Me pregunté
- Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
- Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
- Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.
Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.
Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.
Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.
¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.
También lee: La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam
#4 Tiempos
La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam
VOLUTA
En mi juventud (ya perdida) fui testigo en varios momentos críticos de la historia político-partidista reciente (no tan reciente) de que la “gubernatura de San Luis Potosí se gana con la Huasteca”. Es decir, que es sabido que, por mucha preferencia electoral que tenga un candidato en la capital, no gana una elección sin haber consensuado su victoria con la Huasteca, pero ¿en qué consiste específicamente este consenso y qué es la Huasteca?
En realidad, nadie sabe exactamente qué es la Huasteca. Aparentemente, es una región ubicada en la cercanía del Golfo de México y la Sierra Madre Oriental que va desde Tamaulipas hasta Veracruz e Hidalgo, pero puede llegar hasta Querétaro y quizá alguna vez alcanzó hasta Guanajuato. Una buena parte de San Luis Potosí es Huasteca. Pero como desde hace muchos siglos ha sido una región ocupada, no se sabe si huasteco es el ocupado o el colonizador. Probablemente los tének colonizaron esta región hace dos mil años, luego los nahuas los alcanzaron, siguieron los españoles, luego los rancheros y, por último, los turistas. Los tének dicen que huastecos son los nahuas; los nahuas dicen que huasteco es el “mestizo” que vive en las cabeceras municipales (o sea, los rancheros) y estos a lo mejor sí se aceptan como tales. No nos podríamos poner de acuerdo en esto, porque los turistas le dicen huasteco a todo lo que tenga cascadas.
Durante décadas -es decir, todo el siglo XX- se conformó una estructura clientelar en la Huasteca, dominada por una minoría: los no indígenas (o sea los rancheros terratenientes huastecos) ocuparon los puestos de decisión (presidencias de partidos, ayuntamientos y cabildos). La población indígena acató los lineamientos de organización política y electoral del estado, por medio de una estructura basada en partidos políticos. Los indígenas eligen al partido político de su preferencia para colocar a un ranchero como su presidente municipal. Los indígenas del PAN se pelean apasionadamente contra los indígenas afiliados al PRI para colocar a su ranchero-candidato. Poco se repara en que el candidato del PAN es un ranchero primo del candidato del PRI (en esos lugares todos son parientes) y que, aunque gane uno u otro, seguirán siendo rancheros que tienen la sartén por el mango para decidir el futuro económico de ese municipio. No tengo nada contra los rancheros en lo particular: al contrario, soy fan de sus quesos y de la cecina huasteca.
Cuando los turistas visitan la Huasteca y ven su riqueza y majestuosidad siempre se preguntan:
¿Por qué los indígenas son pobres si tienen tantos recursos?
Se responden a sí mismos una sarta de respuestas equivocadas que no voy a comentar aquí porque al decirle huasteco a todo, piensan que tan huasteco es un ranchero terrateniente como la señora con petop que les vendió el zacahuil que se zamparon.
Durante todo el siglo XX, los rancheros terratenientes gobernaron la Huasteca y es con ellos con quienes el candidato a gobernador tiene que acordar su victoria y aquí entra la famosa frase “No se gana sin el apoyo de la Huasteca”.
Bueno, pues esta situación está por terminar.
Las comunidades indígenas de los municipios de Tanlajás, San Antonio y Tancanhuitz llevan años solicitando al Congreso del Estado y al Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEEPAC) ser escuchados pues no quieren seguir participando de un sistema que los pone en desventaja electoral, política, social y económica frente a una minoría.
Quieren elegir a sus autoridades bajo sus propios usos y costumbres.
Quieren desarrollar sus propios proyectos productivos porque como todos los mexicanos tienen derecho a decidir por su propia prosperidad.
Están hartos de ser pasivos en el desarrollo de su propia tierra y que los de afuera les digan qué es lo bueno para ellos.
Así que más de 120 comunidades tének y nahuas y cientos de localidades con una sentencia del Tribunal Federal Electoral en su mano exigen al CEEPAC y al Congreso del Estado que se respeten sus derechos político electorales, para abrir paso a la elección por usos y costumbres indígenas, en congruencia con lo que establece la Constitución: “…la Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas…”.
También lee: Una historia de derechos humanos | Columna de León García Lam
-
Ciudad1 año
¿Cuándo abrirá The Park en SLP y qué tiendas tendrá?
-
Ciudad2 años
Tornillo Vázquez, la joven estrella del rap potosino
-
Estado3 semanas
A partir de enero de 2024 ya no se cobrarán estacionamientos de centros comerciales
-
Destacadas2 años
“SLP pasaría a semáforo rojo este viernes”: Andreu Comas
-
Destacadas1 año
SLP podría volver en enero a clases online
-
Ciudad11 meses
Crudo, el club secreto oculto en el Centro Histórico de SLP
-
#4 Tiempos11 meses
La disputa por el triángulo dorado de SLP | Columna de Luis Moreno
-
Estado2 años
“Licencias serán gratuitas durante todo el sexenio”: Sefin