octubre 15, 2025

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#4 Tiempos

Oye, Cayeyo, ¡ya nos exhibiste! | Columna de María José Puente Zavala

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La Penúltima Palabra

 

Este texto, publicado originalmente el 15 de mayo de 2019, resultó ganador del tercer lugar en el Premio Estatal de Periodismo 2020, en la categoría Artículo de Fondo o comentario. La Orquesta fue, por segundo año consecutivo, el medio más laureado en el estado, con seis premios. ¡Felicidades a María José y todos nuestros compañeros ganadores!

 

El Cayeyo Jr es un tipo de cuidado. Si se le cruza la mirada con la de uno, se crea un vacío en el tiempo y uno siente la necesidad de aprovechar el Mes del Testamento, no bien concluya la situación.

Durante más de un mes que duró el juicio oral al que su defensa recurrió para intentar una reclasificación del delito y reducirlo a un homicidio en riña, el muchacho escuchó, al menos, en veinte ocasiones las siguientes palabras:

“…el juicio que se sigue contra Eduardo Hernández Jannet, por el delito de homicidio calificado, cometido en agravio de Eugenio Castañón Elizondo”.

La madrugada del 5 de mayo, nebulosa por el alcohol pero adrenalínica por lo ocurrido, tuvo que haber pasado por su mente, por lo menos, una vez cada audiencia y, cada audiencia, se mantuvo impaciente, inquieto, sentado sobre media espalda, retador y con una expresión que osciló entre el desprecio franco y una suerte de respeto inducido, casi obligado.

Para alguien tan poco acostumbrado a rendir cuentas de su comportamiento, encontrarse en semejante situación debe resultar… incómodo. Vamos, no es lo mismo portar un relojazo en Tequis que en La Pila. Y él lo porta, así, como seguramente lo portaba aquel jueves de mayo, cuando el after party se convirtió en una saga de 24 meses protagonizada involuntariamente por dos poderes del Estado, los mejores rostros del QuéTal y un puñado de medios.

Sin saberlo, con su parranda de aquel día, el Cayeyo enfiló a todos a la exhibición de las miserias. Nadie pudo ni quiso quedarse atrás.

El primer sitio lo peleó, feroz, la Fiscalía General del Estado. La relación personal del fiscal general, tanto con la víctima como con el acusado, tocó el caso y tocó el desenlace, así Federico Garza insista en protegerse con el escudo de la vida personal.

A menos que cualquier ciudadano tenga a la mano el teléfono celular del encargado de la Policía Ministerial del Estado y, no solo eso, sino el poder de hacerlo aparecer en cuestión de minutos, su actuar, desde el momento en que el Cayeyo llamó a su puerta y le dijo lo que le dijo, fue el que le confiere su investidura.

Quienes atestiguamos su interrogatorio pudimos observar cómo su presencia intimidó a los, ya de por sí, parcos defensores oficiales, los que objetaron prácticamente todas las preguntas de la defensa, pero luego fueron incapaces de hilar con soltura una frase para explicar por qué.

Ese testimonio, sin embargo, fue citado por el relator al fundar el fallo condenatorio.

Ahora bien, al menos en la mitad de las audiencias se contó con la presencia de la vicefiscal Maricela Meza, quien, estoica, se reventó sesiones de hasta 13 horas, no sin librar uno o dos cabeceos causados por el sueño; sin embargo, la pregunta es obligada:

En un estado donde ocurren más de cuatrocientos homicidios al año: ¿en cuántos la Fiscalía dispone de un elemento de la talla de la vicefiscal para acompañar personalmente a la familia de las víctimas?

La matemática es innecesaria.

Para el segundo puesto, la Fiscalía hizo mancuerna con la imprudencia mediática. Si bien está de sobra explicar los motivos por los que fue una barrabasada que se publicara el video del levantamiento del cadáver de Eugenio, hay que reconocer que en él se muestran escandalosas fallas en la operatividad del aparato investigador del estado.

Las peritos aseguraron, bajo protesta de decir verdad, haber utilizado equipo de bioseguridad y eso no es cierto; los bancos se movieron de lugar y justamente su posición en el perímetro de la cocina fue parte de dos extenuantes interrogatorios a los peritos que, en cada bando, construyeron la mecánica de los hechos

; es decir, dónde y cómo estaban ubicados los chicos antes, durante y después del disparo.

Ya ni hablar de la forma en que se lleva a cabo la captura del material: en un teléfono celular, seguramente con conexión a internet, sin el menor protocolo para evitar que, luego pasa, el video termine en las manos equivocadas… y, mire, pasó.

Vaya usted a saber qué demonios atenacen la mente de un homicida como el que aquí nos ocupa. La cosa es que el chico es culpable y, si las cosas siguen el curso actual, pagará con creces por su crimen; sin embargo, la Fiscalía, si es prudente, debe rechazar los vítores, admitir la crítica y comenzar a trabajar.

Quedito, sin hacer aspavientos, pero comenzar a trabajar en serio.

Por otro lado, la verdad es que el Cayeyo no tuvo oportunidad. Con la exposición del caso, la decisión era complicada, pues admitir las evidentes y vergonzosas falencias que la Fiscalía cometió durante la investigación (y durante el juicio oral) hubiera sido, a nivel de la opinión pública, exponer que todas esas fallas también están presentes en las más de treinta mil carpetas de investigación que se abren anualmente en San Luis Potosí.

O al menos en aquellas investigaciones donde está la mano de los peritos involucrados en este caso. Y no son pocas. Una de ellos contó, por lo menos, cuatrocientos dictámenes emitidos en su carrera. Imagínese.

El Poder Judicial tampoco puede quedarse al margen, pues el análisis de las pruebas y testimonios para construir el dictamen estuvo a su cargo y es innegable, en el contexto que ya se expuso, que durante casi siete horas, el tribunal lo mismo pudo haber deliberado en una oficina que una olla de presión.

Los sentimientos son encontrados.

Emocionado, el tío de la víctima dio el lunes por la noche la única declaración a los medios durante todo el juicio oral y se mostró satisfecho, lo que no es para menos. A la muerte de Eugenio le sucedió la de su padre y luego la de su abuelo. La familia quedó destruida, según declaró Salvador, el hermano mayor.

Sin duda que el arribo de la justicia fue una de cal por las que iban de arena pero es un evento que no sucede a menudo; de hecho, en San Luis Potosí es un privilegio al que solo accederán el 4% de las víctimas.

¿Quién es el culpable ahí?

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#4 Tiempos

Tamtoc, cuna del calendario mesoamericano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En el año 2005 se llevó a acabo el proyecto arqueológico Tamtoc en la huasteca potosina, donde se localizó una gran lápida esculpida en bajo y alto relieve en el fondo de un estanque que se conecta a un canal que desemboca en la llamada Laguna de los Patos. Junto a la lápida se encontró cerámica a manera de ofrenda cuyos análisis indicaron que correspondían a tradiciones alfareras asociadas a la costa del Golfo de México del periodo 900 años antes de Cristo a 650 años antes de Cristo.

Análisis posteriores indicaron que esa lápida conocida como Monumento 32, así como la escultura femenina asociada corresponde al periodo Preclásico tardío con inicio en 350 antes de Cristo. El monolito en cuestión está labrado con un mensaje simbólico que no se asemeja a ninguna otra muestra de arte mesoamericano.

Una vez colocado en su posición original y con estudios sobre su orientación con la ayuda de herramientas de la arqueoastronomía se encontró que la orientación implica una peculiar división del año, la cual define la temporada de iluminación del monolito por los rayos solares. La conclusión actual, por parte de los investigadores, es que Tamtoc es una de las ciudades donde tempranamente se utilizó el calendario mesoamericano.

En Tamtoc se desarrollaron importantes rituales vinculados a la vida y la fertilidad, que concurren en la noción de la cosmogonía mesoamericana y por extensión en la cosmovisión. Resultados que tras largos años de análisis son dado a conocer por uno de los involucrados en los estudios astronómicos de la ciudad de Tamtoc, Jesús Galindo Trejo, en una reciente publicación de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Las primicias de este descubrimiento nos las compartió Jesús Galindo en el 2007 en lo que fue la primera charla del ciclo Noches de Museo que organizamos en el entonces Museo de Historia de la Ciencia de San Luis Potosí. Dieciocho años después, publica sus resultados aportando a la historia de uno de los más antiguos pueblos originarios del país situada en la huasteca potosina y que marca esa cosmovisión huasteca reflejada en el Monumento 32, que es uno de los monumentos importantes de ese sitio arqueológico.

Parte de los cálculos astronómicos que realizó Jesús Galindo nos los reservamos, como nos lo pidiera entonces, hasta que sean publicados.

Jesús Galindo Trejo es Licenciado en Física y Matemáticas por la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. Realizó estudios de Posgrado en la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Obtuvo el doctorado en Astrofísica Teórica en la Ruhr Universitaet Bochum en la República Federal de Alemania. Fue Investigador Titular en el Instituto de Astronomía de la UNAM durante más de 20 años en las áreas de Plasmas Astrofísicos y Física Solar. Actualmente es Investigador Titular en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su actividad de investigación se centra principalmente en la Arqueoastronomía de Mesoamérica. Es miembro del SNI. Pertenece a la Unión Astronómica Internacional. Ha realizado investigación Arqueoastronómica en Malinalco, en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en Teotihuacan, en Oaxaca, en la Huaxteca, en Baja California y en algunos sitios de la Región Maya.

Sus inicios en la arqueoastronomía se remontan a fines de la década de los ochenta, cuando participó en nuestro programa de divulgación científica Domingos en la Ciencia de San Luis Potosí, charlas en las que nos hablaba todavía de sus investigaciones sobre física solar y nos adelantaba sus inquietudes en iniciar estudios de arqueoastronomía en el sitio de Malinalco  cuando conoció al cronista de Malinalco, quien le señaló que en la historia de ese pueblo había aspectos que podrían estar conectados con la disciplina astronómica. Asimismo, su participación en el proyecto coordinado por la doctora Beatriz de la Fuente, del Instituto de Investigaciones Estéticas, sobre pintura mural prehispánica, lo interesó en la cosmogonía de los antiguos mexicanos.

En una entrevista para la revista ¿cómo ves?, Galindo aseguró que el acercamiento al estudio de las antiguas civilizaciones del país lo ha llevado a acercarse a las 60 lenguas de México, porque de esta manera “se puede penetrar en la mentalidad de aquellos que hace más de 500 años construyeron sociedades y levantaron templos, legados actualmente ignorados por muchos mexicanos”.

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Meditación sobre el azar | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

-Dudé de Dios –dijo el hombre visiblemente apenado-. Creo, según he oído decir, que es el único pecado que no tiene perdón. Pero es que estaba al borde del colapso…

El hombre se mesaba los cabellos, se secaba el sudor, lloraba más que gemía.

-Incluso hasta llegué a blasfemar. Dije a Dios cosas que no me hubiese atrevido a decir ni siquiera al peor de mis contrarios. ¿Verdad que para esto no hay perdón?

Yo me limitaba a dejarlo hablar. A todas luces se veía que lo necesitaba. Era necesario que lo dijera todo, que se desahogara. ¿Para qué, pues, interrumpirlo?

-Cuando me dijeron que ya no había trabajo para mí, creí que nunca perdonaría a Dios. ¿Por qué me había dado cuatro hijos si ya no iba a poder mantenerlos? Hoy, claro está, veo las cosas desde otra luz, pero en aquellos días de incertidumbre y desasosiego… ¡Quería morirme! Y, lo que es peor, quería que también mis hijos se murieran. ¿Comprende usted que les deseé la muerte?

Pensé en esos cuatro niños a los que yo no conocía. ¿Sabrían alguna vez que su padre, en un momento de desesperación, pensó lo que acababa de decirme? Pero no, no lo sabrán. Los pensamientos de su padre quedarán guardados para siempre en el silencio de Dios. ¡Que no lo sepan, que su padre no se lo diga nunca! Hay sinceridades que matan.

¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo! Cuando pienso en esto, me lleno de vergüenza. Sí, era necesario vivir esa pena para conocer la satisfacción que ahora experimento. Mis hijos, hoy, están mucho mejor que antes, y me digo a mí mismo: «¡Qué bueno que perdí aquel empleo!».

Sonreí. Porque siempre he creído que la palabra azar es una palabra bastarda que no debió acuñarse nunca. ¿Quién la inventó y qué quiso decir con ella? ¿Que el mundo se mueve como un barco sin timón? ¡Casualidad! ¿Quién es el tonto que cree en las casualidades? La palabra azar no debería existir en el vocabulario cristiano, pero, ya que existe, habría que darle el significado que le daba, por ejemplo, Anatole France (1844-1924): «Azar: aquello que Dios hace cuando no quiere poner su nombre». 

A estas alturas de mi vida he llegado a la conclusión de que ni siquiera los libros que caen en nuestras manos lo hacen por casualidad. A veces pienso que, si nos los encontramos en el estante de una librería cualquiera, es porque Dios ha querido decirnos algo a través de ellos.

Y de los encuentros, ¿qué decir? Que es Dios quien nos envía a estas personas que no buscábamos por una razón que generalmente desconocemos pero que forma parte de su misterioso querer. «El destino, al igual que todo lo humano –dijo una vez el escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011)-, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obras de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino como si hubiéramos pertenecido a los capítulos de un mismo libro!

Nunca supe si se los reconoce porque ya se los busca o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino» (Conferencia en la Feria del Libro de Sevilla, 2002).

También ahora, como en los tiempos de Moisés, sólo nos es permitido ver a Dios «de espaldas», es decir, cuando ya ha pasado. Únicamente entonces podemos decir como aquel hombre de quien acabo de contar la historia: «¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo!». Siempre es hasta después cuando se comprende por qué ocurrieron ciertas cosas que en su momento nos parecieron horrorosas, ininteligibles e insoportables.

En un libro sobre Jesucristo (El Jesús desconocido), Donald Spoto hace la siguiente reflexión: «El azar no implica necesariamente falta de propósito; lo que llamamos caos quizá no sea desorden, sino un claro signo de las limitaciones de nuestra comprensión… La experiencia humana valida este enfoque. En nuestra historia individual, ¿no vemos un momento aparentemente accidental o fortuito, a posteriori, como sumamente significativo e incluso como el comienzo de una nueva etapa de la vida? Si yo no hubiera asistido a tal escuela en tal momento, por ejemplo, no habría tenido ese excelente maestro, seguido ese importante curso ni trabado esa duradera amistad. Si nuestros padres no se hubieran conocido en tal momento, nunca jamás lo habrían sido. Si no hubiéramos asistido a tal reunión, no habríamos conocido al amor de nuestra vida ni iniciado una carrera importante. No es exagerado afirmar que los elementos más importantes de la vida del amor dependen tanto de lo que podríamos llamar accidente significativo como deliberación. El novelista y dramaturgo francés Georges Bernanos lo expresó muy bien: Lo que llamamos azar tal vez sea la lógica de Dios».

Vistas así las cosas, aun cuando me halle en cama y afiebrado –y quiera morirme de pura pesadumbre-, debo poder decirme a mí mismo con convencimiento y seguridad:

-Sí, quizá sea necesario que hoy no salga de casa. Si Dios me tiene encerrado aquí, por alguna razón será. ¿Iba hoy a atropellar a un caminante distraído en la avenida, o es que un camión carguero iba a arrollarme a mí? En efecto, tal vez sea éste el motivo por el que no debo salir. Después de todo, es muy posible…

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Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

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Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

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