julio 5, 2025

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#4 Tiempos

NANONOSTALGIA | Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

Nostalgia es una palabra que no conoció la antigüedad: la acuñó en 1688 un médico de la universidad de Basilea llamado J. Hofner para designar el mal que atacaba a muchos de los soldados suizos que se hallaban enrolados como mercenarios en gran parte de los ejércitos de Europa.

El término nostalgia está formado por dos palabras griegas: nóstos, vuelta, retorno, y álgos, dolor. Etimológicamente, es la tristeza de estar lejos, o bien la pesadumbre de no poder regresar. La nostalgia era la enfermedad de los soldados y la de todos aquellos que, como los mercaderes también, por hallarse lejos de su casa, tenían que arreglárselas para vivir (o ya al menos para sobrevivir) en tierras lejanas y desconocidas.

En inglés, nostalgia se dice homesickness: literalmente, enfermedad de la casa, o enfermedad de los que se han tenido que ausentar de ella, y mal du pays en francés. En un principio la nostalgia tenía que ver, pues, con una lejanía ante todo física, aunque después fue ensanchando su significado hasta abarcar también la lejanía en el tiempo. Se podría decir que la nostalgia es esa «tristeza de lo finito» de la que habló siempre Paul Ricoeur (1913-2005). Que las horas pasen, que los días vayan sucediéndose unos a otros, que muchas cosas queden atrás y sea imposible revivirlas; que todo, especialmente lo bello y lo hermoso, tenga que sucedernos, como dice la canción de Agustín Lara, «una vez nada más», es algo que no puede vivirse sino con tristeza: pues bien, esta tristeza por único e irrepetible es precisamente la nostalgia.

¿Qué es lo que sucede, por ejemplo, cuando escuchamos una canción que estuvo de moda hace 10 o 20 años, es decir, en el tiempo en que nos hallábamos en nuestra edad dorada? ¿Qué sentimientos se apoderan entonces de nosotros? La nostalgia, en su moderna acepción, es la conciencia del paso del tiempo: el sentimiento –triste- de que ni la historia universal ni mi propia historia podrán nunca repetirse. Recuerdo luego existo, luego he existido, luego ya no existiré (por lo menos en este hermoso mundo que tuesta el sol). La luz del crepúsculo de ayer ya no será vuelta a ver jamás, como tampoco los colores de esta tarde que se va rompiendo a trozos.

Sin embargo, gracias a la aceleración que las modernas tecnologías han impreso a casi todos los aspectos de la vida, la nostalgia ha sufrido, también ella, una gran transformación. Ésta se ha se ha agudizado de tal manera que algunos psicólogos ya prefieren hablar mejor de nanonostalgia. El prefijo nano indica la milmillonésima parte de una cosa; así, por ejemplo, un nanosegundo es la milmillonésima parte de un segundo, cifra que los matemáticos expresan así: 1×10-9. La nanonostalgia vendría a ser, pues, la enorme tristeza sentida por un acontecimiento que ha pasado hace cualquier instante y que ya es evocado en el recuerdo como si hubiera sucedido hace treinta o cuarenta años. Todo pasa tan de prisa por nuestra vida (personas, canciones, objetos) que una especie de tristeza crónica va apoderándose poco a poco de nosotros; hemos visto y vivido tanto en tan poco tiempo que va casi siendo normal que a los 20 o 30 años de edad nos sintamos ya cansados y viejos.

Los niños y los jóvenes se han vuelto más nostálgicos que nunca. Personas que todavía no han vivido o, en todo caso, vivido muy poco, cultivan actitudes que en épocas pasadas sólo eran concebibles en gente ya bien entrada en la madurez o incluso en la ancianidad.

Escribió recientemente el famoso sociólogo italiano Stefano Pistolini: «Los jóvenes están aprendiendo a convivir con la nostalgia. Un alto porcentaje de entre los interrogados en un reciente sondeo realizado por el New York Times y la CBS se declara particularmente apegada a la propia adolescencia y sostiene que sus propiedades más queridas son sus osos de peluche y sus colecciones de ‘monitos’, ostentando formas de nostalgia tan prematuras que no pueden ser sino patológicas». 

En sí misma, la nostalgia no es buena ni mala. Lo malo es anclarse en ella, vivir la vida en pasado, anclarse en el ayer para suspender la navegación de hoy. El patológicamente nostálgico ya no vive, vivió. En su pensamiento, en sus deseos, se ha ido a vivir al país de sus sueños, a la blanca ciudad de sus días más bellos (como dijo en un poema el poeta turco Nazim Hikmet). Nada de lo que se mueve a su alrededor puede ya interesarlo; pocas son las cosas que le emocionan de veras. ¡Él ya vivió todo lo que tenía que vivir!

¿Cómo convencerlo que todavía queda mucho por hacer? ¿Cómo decirle que el futuro, si se lo propone, podría ser tan bello como su pasado, o incluso más? He aquí lo que escribió Robert Browning (1812-1889), el poeta inglés, en un poema titulado Rabí Ben Ezra:

 

¡Envejece conmigo!

Aún falta lo mejor,

el final de la vida,

el motivo del principio.

Nuestras horas están en Su mano.

 

«¡Ay! –se lamentaba una vez un amigo mío-. ¡Después de los cuarenta años todo en la vida es bajada!». Yo sonreí al verlo tan angustiado. ¡Si así hubiese pensado Abraham, que empezó a vivir sólo hasta los setenta y cinco! ¡Si así se hubiese expresado Sara!

Como dice el poema de Browning, puesto que nuestra vida está en las manos de Dios, aún falta lo mejor. Aún no hemos visto ni vivido nada: lo mejor de nuestra vida está apenas por comenzar.

 

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#4 Tiempos

El sabor uruguayo del futbol potosino | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

El futbol potosino ha tenido muchos rostros, muchas etapas y muchas nacionalidades que han dejado su huella. Pero si hay una que ha sabido ganarse el respeto en la cancha y el cariño en la tribuna, es la uruguaya. No hablo solo de entrega, hablo de carácter, de identidad, de jugadores que supieron ponerse el equipo al hombro cuando San Luis más lo necesitaba.

Hoy que el nombre de Juan Manuel Sanabria suena con fuerza por razones fuera del césped, vale la pena recordar a los uruguayos que eligieron a San Luis, que se partieron el alma con esta camiseta, y que con su futbol dejaron una marca imborrable.

Sanabria, quien hasta hace poco fue capitán, referente, y para muchos el nuevo símbolo del Atlético de San Luis, rechazó irse al América. ¿Por qué? Eso solo lo sabe él. Pero mientras unos dudan, otros lo hubieran dado todo por una oportunidad así. Y sin embargo, eligió a San Luis. Eso dice mucho.

Marcelo Guerrero, aquel mediocampista ofensivo que llegó en los años dorados del primer San Luis en Primera. El “Colo” no era un crack mediático, pero tenía talento en los pies y visión en la cabeza. Fue clave en el subcampeonato del Clausura 2006. Ese torneo, donde estuvimos a nada de ser campeones, tuvo mucho del futbol uruguayo. Mucho de Marcelo.

Sebastián Abreu, el “Loco”, pasó brevemente por San Luis pero dejó su sello. Llegó con la fama de goleador nato y aunque no tuvo su mejor etapa, su presencia bastó para sacudir vestidores. Un delantero con personalidad, de esos que no se esconden. Un verdadero referente del futbol uruguayo que, aunque por corto tiempo, defendió los colores potosinos.

Más recientemente, Facundo Waller, otro charrúa que entendió lo que significa este equipo. Su paso por San Luis no solo fue destacable, fue vital. Contundente, técnico, siempre con una actitud ejemplar. Fue de los pocos que en temporadas grises mantuvo el nivel. Un volante moderno, de ida y vuelta, que mostró garra y calidad.

Pero no todos los nombres quedaron grabados en los reflectores. Algunos fueron más discretos, pero no menos importantes. José Enrique García, volante de contención, fue uno de esos gladiadores silenciosos a inicios de los 2000. Siempre cumplidor, sin lujos pero con un orden táctico que todo técnico valora.

Andrés Silva, central uruguayo que también pasó por San Luis en esa época, destacaba por su fortaleza física y su agresividad defensiva. No era un defensa sutil, pero sí un tipo al que no le temblaban las piernas en los partidos complicados. Le tocó vivir años de transición en el club, pero siempre rindió.

Uno que sí fue diferente fue Lorenzo Unanue, que llegó en los años 80, cuando San Luis todavía tenía una identidad más modesta pero una gran ambición. Unanue era fino, creativo, y marcó diferencia en una liga que no siempre apreciaba el talento extranjero. Fue de los grandes uruguayos que se puso esta camiseta, y su huella permanece en quienes lo vieron jugar.

A lo largo de las décadas, han sido los jugadores charrúas quienes más han entendido el código del fútbol en esta tierra: sacrificio, dignidad, talento sin soberbia. Y entre todos ellos, hay un nombre que no se discute: Nery Castillo, el más grande jugador uruguayo que ha pisado una cancha en San Luis.

Nery jugó en el Atlético Potosino durante los años más vibrantes del fútbol en la capital. Era extremo, rápido, elegante. Pero más que sus cualidades técnicas, lo que hacía diferente a Castillo era su entrega. El estadio Plan de San Luis rugía cuando tomaba la pelota. Marcaba diferencias, no solo con goles, sino con personalidad. Fue ídolo, fue referente y fue parte fundamental de una etapa que marcó a toda una generación. Su legado va más allá de la cancha: sembró en San Luis una identidad, una conexión con Uruguay que permanece hasta hoy.

El fútbol potosino no tiene la vitrina de otros equipos, pero sí tiene historia. Y en esa historia, los uruguayos han sido piezas importantes. Jugaron, ganaron, perdieron, sudaron esta camiseta como si fuera suya de nacimiento. Por eso, cuando uno ve a un jugador uruguayo en San Luis, ya sabe que algo bueno puede pasar. Porque si algo saben hacer los charrúas, es dejarlo todo en la cancha. Y a veces, eso es más importante que cualquier fichaje.

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Jorge Echevarría y su taller de Sonido 13 | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

De la mano de Oscar Vargas y David Espejo, los alumnos del maestro Julián Carrillo, y principalmente bajo el cobijo de la hija del maestro, Dolores Carrillo, Jorge Echevarría Chávez aprendió el sistema musical del Sonido 13 y tomó el destino de tocar música en el sistema de Sonido 13 de Julián Carrillo, convirtiéndose en uno de los principales difusores de la obra microtonal de Julián Carrillo. Desde 1979 ha sido promotor de la obra del compositor potosino dando conferencias y conciertos en diversos foros y universidades. También ha ejercido la docencia y ha sido catedrático en diversas escuelas, centros culturales y universidades del país. Ha sido director de varias agrupaciones musicales juveniles.

Como parte de su formación en el nuevo sistema musical de Carrillo se involucró en la construcción de instrumentos en cuartos, octavos y dieciseisavos de tono, participando en la construcción de arpas micro interválicas que desarrollaron los alumnos de Carrillo Oscar Vargas, David Espejo y Ramón Guerrero Aspero y construiría posteriormente su flauta para cuartos de tono con la cual basa sus interpretaciones de Sonido 13 con el grupo de formara con el nombre ITZA CAYUM que es un grupo que ha sido trazado por la música, recordando el conocimiento de notas y frases. La inspiración surge de instrumentos ancestrales para crear nuevas formas de expresión musical… expandiendo el espectro sonoro, empoderando en cada nota y pieza. Esta profunda fuente de tradición e innovación encuentra una voz moderna en Jorge Echavarría, miembro clave del reconocido grupo Paraphernalia. (PoF)

Jorge Echevarría Chávez realizó sus estudios musicales en la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México como instrumentista en flauta transversal; también en la escuela de música José F. Vázquez; el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México, y estudió armonía contemporánea en el Sindicato de Música de la Ciudad de México.

En los últimos años han sido frecuentes sus visitas a San Luis Potosí para impartir cursos y conferencias, así como hacer composiciones con sus talleristas de música original en el sistema de Sonido 13. En particular participó en nuestro programa de conmemoración del 140 aniversario del nacimiento de Carrillo en 2015, registrando su participación en la serie documental 13 Conceptos del Sonido 13 que puede consultarse en youtube, así como su participación el programa de conferencias públicas La Ciencia en el Bar en particular con el tema la revolución musical del Sonido 13,

Sobre este tema estará en el mes de septiembre en San Luis Potosí impartiendo el taller, La revolución Musical del Sonido 13, el cual tiene el objetivo de desarrollar los conocimientos necesarios para componer e interpretar música en microintervalos, a través del uso del sistema general de escritura musical de Julián Carrillo. Este taller está dirigido a músicos de cualquier diversidad instrumental, con conocimientos básicos de solfeo y teoría musical general.

Este taller es una buena oportunidad para acercarse al sistema de Sonido 13 y experimentar ese universo musical fantástico que desarrolló el maestro potosino Julián Carrillo creando un nuevo universo sonoro que permite crear nuevas sensaciones estéticas.

Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Julián Carrillo y el 130 aniversario del experimento fundacional del Sonido 13. Que mejor manera de festejarlos participando en el taller de Jorge Echevarría sobre la revolución musical del Sonido 13.

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Variaciones sobre el mismo tema | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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Cuenta Simone de Beauvoir (1908-1986) al comienzo de su ensayo Pirrus et Cineas que una vez Pirro, el general, hacía en voz alta proyectos de conquista:

“-Primero someteremos Grecia –decía.

“-¿Y luego? –le preguntó Cineas, el filósofo, que estaba por allí cerca y lo escuchaba con atención.

“-Luego conquistaremos África.

“-¿Y después de África?

“-Después de África pasaremos a Asia, conquistaremos Asia Menor, Arabia.

“-¿Y después? –volvió a preguntar el filósofo.

“-Después iremos a la India.

“-¿Y después de la India?

“-¡Ah! –exclamó Pirro-. Descansaré.

“-¿Y por qué no descansas de una vez?

“Cineas –comenta la novelista filósofa- parece sabio. ¿Por qué partir si es para volver? ¿A qué comenzar si hay que detenerse? Y, sin embargo, si no decido en primer término detenerme, me parecerá aún más vano partir. ‘No diré A’, dice el escolar con empecinamiento. ‘¿Por qué?’. ‘Porque después de eso habrá que decir B’. Sabe que, si comienza, no terminará: después de B será el alfabeto entero, las sílabas, las palabras, los libros, los exámenes y la carrera; a cada minuto, una nueva tarea que lo arrojará hacia una nueva tarea, sin descanso. Si no se termina nunca, ¿para qué comenzar?… Pero en tanto que permanezca vivo –dice Pirro- es en vano que Cineas me hostigue, diciéndome: ‘¿Y después? ¿Para qué?’. A pesar de todo, el corazón late, la mano se tiende, nuevos proyectos nacen y me impulsan hacia adelante”.

Quién tiene la razón: ¿Pirro o Cineas? Quizá los dos: Cineas advirtiéndole que el punto de partida no está nunca lejos del punto de llegada y que no es preciso conquistar el mundo para tomarse un descanso. Pero, ¿cómo descansar sin haber antes conquistado el mundo, es decir, sin haberse  cansado? Pirro, pues, tampoco se equivocaba: no es lo mismo descansar antes que descansar después. Antes, el descanso es pereza; después, es recompensa.

“¿Conoces la historia del napolitano? –pregunta ahora Christiane Rochefort (1917-1998) por boca de uno de los personajes de Les Stances à Sophie-. El milanés lo ve tirado al sol y le dice:

“-¿Por qué no trabajas? Así tendrías dinero.

“-¿Y luego? –pregunta el napolitano.

“-Te comprarías una casa.

“-¿Y luego?

“-Llevarías e ella a una mujer, ascenderías en la escala social, te enriquecerías.

“-¿Y luego?

“-Y luego –dice el milanés- podrías pasar las vacaciones al sol.

“Y el napolitano responde:

“-¡Pero si ya estoy al sol!”.

En este caso nos parece mucho más sabio el napolitano que el milanés, pues éste sólo piensa en el dinero, en una casa con alberca y amplios jardines: en una comodidad, en fin, que aquél ya goza sin tener que molestarse. ¿Tanto trabajo, tanto desvelo para luego tirarse sol? Bien, él ya está al sol, y no desea sino una sola cosa: que lo dejen en paz.

Si trabajamos únicamente para “ganar”, el napolitano tiene razón. Pero los hombres no sólo trabajamos para “ganar”, sino, ante todo, para ganarnos a nosotros mismos: para que el mundo gane algo y sea un poco más rico con los frutos de nuestra acción. Eso fue lo que se le olvidó decir al milanés: y, por lo tanto, perdió justamente la partida.

Para terminar, he aquí otra historia del mismo tenor. La cuenta Giovanni Papini (1881-1956) en un capítulo de su libro Palabras y sangre. Iba un hombre caminado por la orilla de un río –imagino que sería el mismo Papini- cuando vio a un joven que se disponía a echar las redes:

-¿Por qué haces eso? –preguntó el paseante.

“-Para coger peces –respondió el pescador.

“-¿Y para qué quieres coger peces?

“-Para venderlos.

“-¿Y qué haces con el dinero que obtienes?

“-Compro pan, vino, aceite, vestidos, zapatos y todo lo demás.

“-¿Y para qué compras todas esas cosas?

“-Para vivir.

“-¿Y para qué quieres vivir?”.

He aquí una pregunta realmente filosófica: “¿Para qué quieres vivir?”. Una vez que hemos respondido a esta pregunta y sabemos la respuesta, nuestro obrar tendrá sentido, pero únicamente hasta entonces y nunca antes.

El pescador se quedó callado. Y como no supo qué responder, se limitó a decir: “Para pescar”. Ignoraba para qué hacía, en el fondo, lo que hacía. Su vida era un círculo vicioso, un malentendido. 

“¿Para qué quieres vivir?”. Es preciso responder. Y sólo hasta que lo hagamos también nuestro descanso formará parte del plan, y tendremos paz. Nuestro corazón no nos acusará de haber gozado de una tarde libre, ni nos reprochará por habernos tomando unas breves vacaciones. Seremos, entonces, los hombres más sabios. Y también los más tranquilos. 

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