octubre 11, 2025

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#4 Tiempos

¿Hay feria de la enchilada en Suiza? El caso de Turquía | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Me encantan las confusiones y los revoltijos históricos que generan las palabras y los usos que les damos. Los estereotipos e imaginarios producen situaciones comiquísimas.  

Por ejemplo, no sé si usted, estimada lectora de La Orquesta se ha dado cuenta que hay una tendencia a ponerle nacionalidad a las cosas, decimos “el corte inglés”, “papas a la francesa” o bien “café turco”. Efectivamente, las papas a la french son un orgullo nacional francés y la manera de moler y de preparar el café es turca. Sin embargo, hay un montón de cosas y alimentos que solo provienen de nuestra retorcida imaginación estereotipada, como los cacahuates japoneses o la ruleta rusa.

Aquí quiero proponer el caso de un amigo potosino, quien en su visita a la ciudad de Berna pretendió zamparse un tradicional platillo suizo. Póngase en su lugar e intente decir a un mesero en inglés o en alemán “tráigame unas enchiladas suizas, por favor”. Pues sí, las enchiladas suizas no son suizas y, al parecer, las campechanas tampoco son de Campeche, ni las damas chinas son chinas, ni las damas españolas…  

Estas notables confusiones se complejizan más cuando las mezclamos con alimentos y cosas que sí son originarias de. Parece irrefutable que las hamburguesas, las milanesas y los sándwiches sí provienen de Hamburgo, Milán y de las islas Sandwich, pero curiosamente casi nadie es consciente de este origen, ni le importa. 

Otro grupo de confusiones lo ofrecen las palabras homónimas. Cosas que se llaman igual, pero tienen significados diferentes y hasta opuestos. Imagine a un devoto de san Judas enterarse de que por décadas le ha puesto la veladora al santo equivocado (aunque no lo crea, el Iscariote tiene su atractivo) o bien al cobrar conciencia de que la Virgen de San Juan no fue nunca esposa de San Juan. Ah, ¿no? 

Así, cuando uno, le pregunta a un niño: 

— ¿Cómo se llama tu perro? y el niño responde  

— Pues “Perro” 

Me ha resultado curioso cómo el nombre de los ríos muchas veces es río. Por ejemplo, el Shindo, el Roma, el Potosí, significan cada uno en su propia lengua (sánscrito, etrusco y griego) literalmente “río”. En estos casos, la palabra río le da identidad al lugar: la India, Roma y Potosí y el lugar da origen al gentilicio: indios, romanos y potosinos. Decir Río Roma resultaría para los quisquillosos una perogrullada. Pero todo esto es muy fácil de entender. La cosa se pone complicada cuando integramos el hecho de que Colón confundió a los pobladores de la hoy América con los indios de la India y que le ponen Potosí, no a un río, sino a un Cerro de Bolivia, según unos porque daba “un río de plata” y luego le ponen así a nuestro Potosí, el de San Luis.

Todo esto da origen a los indios potosinos, que somos nosotros, que no tenemos nada qué ver ni con la India, ni con los griegos, ni con los bolivianos y que hoy ni agua tenemos para vincularnos con ningún río.  

Así hay decenas de confusiones, mezclas e imposiciones que terminan tarde o temprano en contradicciones jocosas. Inútil es explicar la genealogía de las palabras a las masas empecinadas, la fuerza social es tremenda y los usos terminan por imponerse a los significados previos, dando origen a nuevos usos y costumbres. Por ejemplo, por más que explique usted que vendimia no es un mercadito o intente decirle a un millenial que “demasiado bueno” en términos prácticos es impropio y en términos filosóficos algo muy difícil de pensar, el resultado será el mismo que cuestionar al presidente de la República por decir con toda seriedad “hicistes” en el atril nacional: de puro coraje, dicho uso terminará en los libros de texto, como una revancha contra el clasismo lingüístico.  

Quiero terminar esta reflexión, enterándola a usted, culta lectora de La Orquesta, que hace un año, los turcos, hartos de ser considerados guajolotes, propusieron ante el seno de las Naciones Unidas que su gentilicio no sea más Turkey, sino Türkirye. Como usted sabe, los colonos ingleses llamaron turkeys o turcos a los primeros guajolotes (meleagris gallopavo) que se comieron (y con que festejan hasta hoy, el Día de Gracias) porque se parecían a unos pavos famosos de Turquía (numida meleagris). Dichos animales no eran originarios de Turquía sino de Nueva Guinea y los turcos obviamente no los llamaban turcos, sino hindis (o sea indios) porque se parecían a los pavo reales de la India (Pavo cristatus) que los indios (de la India) llamaban faisanes. Los españoles colonizadores llamaron paisanos o faisanos a los correcaminos (Geococcyx californianus), porque se parecían a los faisanes de Turquía, que eran en realidad los pavorreales de la India. 

Así las casas, diría el director de la Comisión Nacional de Electricidad, luego le cuento por qué decimos maíz a nuestro alimento nacional.

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#4 Tiempos

Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

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Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.

Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.

Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.

El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.

Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.

Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México.

Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.

Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.

Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.

Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.

También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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#4 Tiempos

Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?

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APUNTES

 

Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?

La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?

Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.

Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.

¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.

Deme una salida, presidente…

— Ok.

Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú

… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.

—Ganamos.

Hasta la próxima.

Yo soy Jorge Saldaña

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Opinión

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