La vida es un “viene, viene”.
A unas horas de que termine el 2025, comparto con ustedes que me han acompañado, una breve reflexión. En esta ocasión desde una calma y claridad muy íntima, desde pequeños éxitos y fracasos por los que he transitado y que he convertido en aprendizajes que solo comparto con ustedes. Si de algo sirven, que mejor.
Este 2025 no fue de certezas, pero sí de enseñanzas de las que se quedan tatuadas.
Aprendí a no creer del todo en los “yo nunca te haría eso”, lo mismo que a desconfiar de mi mismo en los “nunca diría eso”.
Aprendí que no acabamos de conocer a los demás ni a nosotros mismos, y que no sabemos quienes somos cuando nos acompaña el miedo, el poder o la prisa.
Aprendí que a veces las cosas no pasan como uno las piensa, pero definitivamente sí como uno las siente.
Sentir si es real, es lo que verdaderamente duele y hay que curar. El tiempo no regresa, las cosas que ya pasaron, no vuelven (bendita entropía), pero en lo que hacemos sentir o nos hacen sentir, hay que ser gentiles, cuidadosos y cálidos, porque esas heridas permanecen.
Aprendí este año que por unos pesos y unos gritos, hay quien te apuñala y te patea hasta el parentesco, cambiando así, y de por vida, los próximos encuentros: que de fiestas y abrazos, pasarán a funerales y pésames.
Qué bueno. Ya se sabe con quién no contar.
También aprendí que prestar dinero a los amigos no es malo, lo malo es prestarlo a quienes en realidad nunca fueron tus amigos, esos que no vuelven, ni mucho menos devuelven.
(Los pueden distinguir porque suelen ser los más fanfarrones, como Daniel Díaz Félix, por ejemplo. Si alguno lo conoce, no caiga, aprenda de mi aprendizaje.)
Pero que bueno que ocurra, porque por unos pesos te deshaces de ellos para siempre.
Aprendí que hay tres explicaciones sobre el amigo que te cuestiona sobre cuánto tienes: debe ser muy pobre, o que por mucho que tenga, jamás ha conocido la satisfacción de lo suficiente, o hay algo que te envidia que jamás podrá comprar.
Lo compadezco, lo abrazo y le deseo valores y experiencias de las que llenan el alma y no las cuentas.
Ahí mismo, aprendí que la vida simple es un lujo: dormir tranquilo, comer y beber sin deber a nadie, no intentar demostrar nada, reír sin público, escribir para uno, y estar en paz con la propia conciencia y honestidad intelectual.
También aprendí a no mencionar a quien no merece mención.
Entre otras duras pruebas, aprendí que es muy complejo tener a dos amigos arriba del ring, porque moverse un milímetro en esa delgada cuerda floja que separa una esquina de otra puede interpretarse como traición, por lo tanto, decidí hacer lo que me corresponde: no traicionarme a mi mismo… y nada más.
Me di cuenta este año que termina que a veces las cosas que parecen salir mal, al final resultan salir bien: por ejemplo aprendí que algo tan inocuo como aplaudir en unos tacos me expulsó violenta y dolorosamente de una historia, pero a la distancia todo salió de maravilla porque en esa historia nunca fui querido, ni protagonista, ni mucho menos de tiempo completo.
Al mismo tiempo, los aplausos taqueriles rompieron un hechizo, y el eco de aquel aspaviento me colocó en un camino a Damasco.
En resumen, el gesto al principio castigado, resultó ser una de las mejores cosas que he hecho en mi vida, por mi, en mucho tiempo.
Este año también aprendí a tomar decisiones, que aunque parecen menores, me son importantes.
Prometí por ejemplo, que así como nunca lo he hecho, jamás usaré herramientas como Tinder y similares para ofrecerme como vínculo disponible en catálogo portátil.
Respeto a quien usa esas herramientas, pero les deseo de todo corazón que en su permanente búsqueda de novedad (y no de verdaderos vínculos) no caigan en el vicio de las primeras citas, de la satisfacción inmediata y desechable. No les vaya a pasar lo que a las flores, que de atender a tantas abejas, terminen vacías, solas y marchitas.
Aprendí a vivir los duelos, pero también a soltarlos. A reconocer mis sombras
sin dejar que me gobiernen.
Aprendí que hay gente que se queda, que baja a tu sótano sin juzgar y que eso vale más que mil palabras.
El año se va. Yo me quedo más liviano,
más consciente y con ganas genuinas de lo que viene.
Porque, como dije al principio, la vida siempre viene, siempre.
Viene en el siguiente respiro, en el siguiente amanecer, en el siguiente segundo, en el siguiente suspiro, en mañana, en el día primero…siempre viene y viene… y solamente una vez se va.
Pero mientras tanto -mientras no se va- los invito con el aprecio que tengo a todas y todos, a dejar que venga, y así como llegue, la convirtamos momento a momento en experiencia, en aprendizaje, en oportunidad de metamorfosis, en crecimiento, en nuevo comienzo, en perdón, en risa, en dolor del que transforma, o en suspiro del que alivia.
Les deseo que todo lo bueno los alcance, que lo necesario los encuentre y lo bueno siempre se quede.
La vida viene,
Perdonar es seguir;
Con todo cariño:
Jorge Saldaña.
(PD: No hay explicaciones, reclamos, devoluciones ni debates, si lo leyó fue bajo su propio riesgo)