noviembre 2, 2025

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#4 Tiempos

El ritmo de las cosas | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Termino de leer –un poco tarde, es verdad- Ultimas noticias del paraíso, de Clara Sánchez, obra ganadora, en el año 2000, del Premio Alfaguara de Novela, y me quedo con la sensación de que el verdadero protagonista de la historia es la tristeza. Tristeza por todo lo que se pierde, por todo lo que desaparece sin decir adiós. La vida, al menos vista desde este mirador –un edificio madrileño ubicado en una zona más o menos exclusiva-, no es más que una sucesión interminable de desapariciones. Desaparece Eduardo, el amigo; desaparece Yu; desaparece Wei Ping; desaparece el padre y, a un cierto punto, desaparece también la esperanza.

He subrayado cuidadosamente las veces en que el narrador –un joven que ve a su madre arrojarse a los brazos de un amante primero y a los de la cocaína después– se queja de la indiferencia de un mundo que ni siquiera es capaz de encogerse de hombros ante la pérdida de tantos rostros, de tantas presencias. Todo se pierde, pero a nadie parece importarle un bledo. «Me asusta la idea de que sea tan fácil desaparecer». Uno se va, y nadie pregunta por qué, nadie pregunta por él: el universo sigue su camino y los demás hombres el suyo, al menos hasta que también éstos desaparezcan y nadie pregunte por ellos.

Cierto día, nuestro narrador se entera de que uno de sus vecinos acaba de morir asesinado a manos de su propia esposa. La noticia le espanta, pero, incapaz de hacer nada más, se limita a reflexionar: «El de la tintorería había muerto y su mujer estaba en la cárcel, y esto a la vida no le afectaba: la Pizzería Antonio seguiría estando hasta los topes de gente y la tintorería abierta, y en los demás locales se entraba y se salía como si no hubiera pasado nada».

Ésta es la tragedia: que muramos y que, aun así, no pase nunca nada. El mundo no se estremece, los televisores no se apagan, las calles no moderan el brillo de sus luces. Es como si hubiera muerto un perro, como si a una maquinaria gigantesca se le hubiera caído, de pronto, un minúsculo tornillo. «He comprobado en más de una ocasión –vuelve a pensar nuestro joven- que la vida sigue a pesar de nosotros, que somos piezas de una maquinaria que genera piezas sin cesar para su propio funcionamiento, que no es otro que generar más piezas».

Ante la desaparición del otro, ¿no sería necesario derramar por lo menos una lágrima? Pero no, nada llora, nadie gime. Los pájaros siguen cantando en las ramas, los escolares van y vuelven con sus mochilas al hombro, los semáforos de la avenida siguen cambiando del rojo al verde y del verde al ámbar. Un hombre ha muerto, pero en realidad no ha pasado nada. No se percibe ni siquiera un cambio mínimo en el ritmo de las cosas. El mundo no da muestras de alarma, no da señales de luto: es más, ni siquiera disminuye en él el sonido de los estéreos. Nuestra muerte no le afecta. Todo sigue estando igual, pero nosotros ya no estamos.

«Parece que cualquier clase de pérdida exige estar rodeada de señales de pérdida, porque de lo contrario el suceso habrá tenido lugar en un mundo indiferente a lo que cesa de estar en él». «Seguramente faltará alguien, pero en la vida el que falta no cuenta. Los demás no se dan cuenta de que no está». Todo esto se dice a sí mismo el protagonista de la historia. Pero se lo dice sin llorar, como quien se da cuenta de que, sea como sea, no hay manera de cambiar nada.

Cuando llego a la última página de la novela, siento la misma pena que el joven protagonista de la novela; también yo me estremezco ante la indiferencia del mundo. ¿Quién preguntará por nosotros cuando ya no estemos? ¿Quién derramará por nosotros una lágrima? ¿Quién guardará un minuto de silencio al escuchar nuestro nombre?

A pesar de su pesimismo, la novela me cautivó: las preguntas de aquel muchacho han sido siempre las mías.

No obstante, que el mundo nos olvide, que sea indiferente a nuestra desaparición, ¿no es una prueba más, una prueba real de que, como dice San Pablo, los hombres no pertenecemos a este mundo? «Si pertenecieran al mundo, el mundo los querría como a cosa suya, pero como no le pertenecen, sino que al elegirlos yo los he sacado de él, el mundo los odia» (Juan 15,17), dijo una vez Jesús a sus discípulos. Podría haber dicho también, pues en el fondo es lo mismo: «Si ustedes fueran de este mundo, el mundo los recordaría». Pero, puesto que seremos olvidados en él, no le pertenecemos.

Casi podría decir que la lectura de esta novela me hizo profundamente comprensibles aquellas palabras de San Agustín que había leído infinidad de veces pero cuyo sentido profundo, al parecer, se me escapaba: «Porque nos hiciste, Señor, para ti, nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, I,1,1). Fuimos creados para Él, no para el mundo; si hubiésemos sido creados para el mundo y éste, a pesar de eso, nos olvidara –como de hecho lo hará- deberíamos ser los más desdichados de los hombres.

Pero no, no somos de este mundo. Aun cuando nos hayan puesto bajo tierra y en ella reposemos, no somos de la tierra, no le pertenecemos. Es por eso que al final de los tiempos ésta nos devolverá, según asegura el libro del Apocalipsis: «El mar devolvió sus muertos. La Muerte y el Hades devolvieron sus muertos» (20,13).

¿Y por qué los devuelven, o, mejor dicho, por qué los devolverán? Porque nunca han sido suyos. Incluso durmiendo el sueño del olvido, los muertos estaban allí como extranjeros, como unos fatigados peregrinos que, venidos de muy lejos, se quedan dormidos en una posada del camino, pero que pronto, muy pronto despertarán para reemprender la marcha de regreso a casa.

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#4 Tiempos

Selección Femenil Sub-17 el despertar desde Marruecos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

En Marruecos se está escribiendo una historia que podría marcar el rumbo del fútbol femenil mexicano. La Selección Sub-17 llegó al Mundial con la ilusión intacta, pero también con el peso de representar a un país que exige crecimiento, identidad y resultados. No es solo una competencia juvenil, es la oportunidad de demostrar que el talento mexicano está listo para dar el salto.

El torneo comenzó con un tropiezo doloroso ante Corea del Norte. Fue un golpe que dejó lecciones más que heridas. Pero lo más importante no fue la derrota, sino la reacción. En el siguiente encuentro, frente a Países Bajos, México mostró carácter, temple y una madurez poco común para su edad. Ese triunfo ajustado cambió por completo la atmósfera del grupo y reavivó la confianza.

Con el paso de los partidos, la selección se reencontró con su mejor versión: ordenada en defensa, solidaria en el medio campo y valiente al frente. Las jugadoras comenzaron a jugar con una convicción distinta, sabiendo que el esfuerzo colectivo podía llevarlas lejos. Esa confianza las ha impulsado hasta los cuartos de final, donde ahora deberán enfrentar a Italia, un rival con tradición, técnica y ambición.

El duelo ante las italianas será una prueba de madurez. México llega con un grupo que no teme a los nombres ni a los antecedentes. Lo que se ha visto hasta ahora es un equipo que juega con personalidad, que corre cada b alón como si fuera el último

y que entiende que representar al país en una Copa del Mundo es un privilegio que se honra con entrega total.

Más allá de los resultados, este torneo está dejando señales alentadoras. La evolución táctica, la inteligencia en la recuperación y la capacidad para sostener el ritmo de juego muestran que el proceso del fútbol femenil en México empieza a consolidarse. Ya no se trata de promesas, se trata de hechos.

Estas jóvenes futbolistas no compiten solo contra rivales extranjeros, sino también contra una historia que durante años les negó visibilidad. Hoy, ellas están cambiando la narrativa. Cada pase, cada jugada y cada gol son una afirmación de que el fútbol femenil mexicano está listo para ocupar su lugar en la élite.

La Selección Mexicana Femenil Sub-17 está viviendo un momento clave. Enfrentar a Italia en los cuartos de finalno es solo una cita deportiva, es la oportunidad de confirmar que México tiene una generación capaz de mirar de frente a cualquier potencia. Pase lo que pase, este equipo ya dejó claro que el futuro del fútbol femenil nacional no es una promesa: es una realidad que acaba de comenzar.

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#4 Tiempos

Agua, territorio y sociedad, el tema del mes de La Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Continúa el ciclo número cuarenta de La Ciencia en el Bar, que está por cumplir cuarenta años de actividades siendo el programa de este tipo, pionero en nuestro país y que fue establecido para festejar los cincuenta años de la Física en San Luis que ahora llegará a los setenta.

En este ciclo conmemorativo toca el turno a la Dra. Azalea Judith Ortiz Rodríguez que abordará el tema, Agua, Territorio y Sociedad: construyendo puentes entre la ciencia y la gente a través de la conectividad; tema por demás interesante e importante pues aborda el problema del agua, sustancia vital para la vida y el desarrollo de nuestras sociedades.

En anteriores sesiones de La Ciencia en el Bar, se ha tratado este tema y ahora la Dra. Ortiz nos presentará nuevos aportes a esta problemática donde la participación ciudadana es de vital importancia en esa liga con los especialistas a fin de resolver los grandes problemas sociales asociados a el agua, incluyendo los aspectos territoriales. La sesión de hace diez años que consistió en una mesa redonda con el tema de agua, leyes y derechos, puede consultarse en mi canal de youtube:

La charla se llevará a cabo este miércoles 29 de octubre en punto de las ocho de la noche en la Cervecería San Luis, ubicada en Calzada de Guadalupe número 326, la entrada es gratuita y no hay obligación de consumo; es un escenario informal de convivencia entre el gran público y la comunidad científica potosina que aporta y pone a discusión sus resultados científicos en aras de formar mejores sociedades.

La formación de la Dra. Azalea Judith Ortiz Rodríguez ha sido muy variada, realizó una licenciatura en Geografía titulándose en 2010, posteriormente la maestría en ciencias en Geología Aplicada (2012) y, finalmente su doctorado en el programa institucional de la UASLP en ingeniería y ciencias de materiales graduándose en 2017.

Tuvo una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigación en Zonas Desérticas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí de 2020 a 2024, donde se enfocó en cuestiones de la conectividad hidrológica en varios contextos ambientales, publicando sus resultados en revistas especializadas en cuestiones hídricas. El tema del que nos hablará es justamente lo que trabajó en el Instituto de Zonas Desérticas bajo la dirección del Dr. Carlos Alfonso Muñoz Robles.

Ha colaborado en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México y en el campus Juriquilla en Querétaro de la misma universidad. Es una joven científica formada en los programas universitarios de la UASLP y formada como investigadora en el programa de Ingeniería y Ciencias de Materiales que es uno de los más importantes programas de formación científica de la UASLP que reúne a un buen número de dependencias universitarias dedicadas a la investigación científica y donde participan grupos de investigación en diversas áreas del conocimiento. En este programa que está cumpliendo veinte años, han egresado más de doscientos investigadores con el grado de doctor, entre los que se encuentra la Dra. Azalea Judith Ortiz Rodríguez.

Los invitamos este miércoles 29 de octubre en la Cervecería San Luis a escuchar la charla sobre agua en el tema de conectividad hídrica, que nos presentará la Dra. Judith Ortiz.

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#4 Tiempos

La seriedad y la risa | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

Un amigo mío, ejecutivo de cierta importancia, tan pronto como llega a su oficina arquea las cejas, se compone la corbata y adopta una pose tan autoritaria que a uno le dan ganas de obedecerle en todo. ¡Dios mío, qué transmutación de un minuto a otro y de una puerta a la siguiente! ¡Pero si apenas hace cinco minutos venía en su auto contando chistes rojos! Cuando se apeó del automóvil aún sonreía, pero apenas entró en el edificio adoptó un tono tan cadavérico y malhumorado que ya sólo verlo daba miedo. ¿Estoy ante uno de esos que los psicólogos llaman ciclotímicos?, me preguntaba yo lleno de asombro, pues no me explicaba cómo se podía pasar de un estado de ánimo a su contrario de manera tan radical y, sobre todo, en tan corto tiempo.

-Señorita –dijo mi amigo apretando un botón y levantando una bocina-, ayer por la tarde le pedí que revisara el expediente X. ¿Lo hizo usted?

La señorita tartamudeaba en la lejanía, presa de un pánico feroz.

-Sí, sí, lo he hecho. ¿Quiere usted revisarlo, licenciado?

Yo miraba a mi amigo como preguntándole: «¿Eres tú? ¿De veras eres tú?». Pero él hizo como que no entendió mi pregunta, y en eso la secretaria anunció la llegada del famoso y temido expediente X.

Entonces recordé lo que, según dicen, aconsejó una vez Anaximandro el filósofo a Pericles el político: «Acuérdate de lo que te digo: para seguir en el poder hay que ser serios». Y sonreí con cierta malicia, como entendiendo por fin de qué iba la cosa. Pero, ¿había leído mi amigo a los filósofos griegos?

Lo dudo. Ya el Memín Pinguín hubiera sido demasiado para él. Y esto lo digo no en plan de mofa, sino ateniéndome a lo que él mismo me dijo un día, a saber: que el único libro que había leído en su vida, y de eso hacía ya muchos años, era el instructivo de una cámara Nikon que acababa de comprar en aquel entonces; pero, de ahí en fuera, nada más…

Es apasionante leer los instructivos y a la vez muy divertido –me dijo aquella vez-. Pero, ¿quién lee ya estas obras maestras de la concisión? ¡Es la literatura más olvidada de todas! No miento si te digo que mi modesta biblioteca personal, si puedo llamarla así, está formada sólo por esos instructivos o manuales de uso que la gente desecha con desconsiderada facilidad. ¡Tengo más de cien! Algún día leeré los noventa y nueve que me faltan.

¿Bromeaba mi amigo diciéndome estas cosas? Pero no, no bromeaba: recordemos que estaba en su oficina y que él, allí, no se habría permitido ni la sonrisa más discreta.

Pero ahora hablemos de una mujer a la que conozco. En su juventud fue algo hermosa, según pude verlo en viejas fotografías conservadas con devoción por ella misma en un álbum que, de tan pesado, nadie aceptaría cargar durante cinco minutos seguidos. Sí, digamos que fue bella. Pero cometió en su juventud el error de hacer caso a una amiga suya del colegio que le dijo un día:

-No permitas que tu hermosura se estropee. Evita, sobre todo, las patas de gallo.

-¿Y cómo las he de evitar? –preguntó ella, pues realmente le quitaban el sueño todas estas cosas.

-No rías. Y, si puedes, evita también las sonrisas. ¡Estropean el rostro como no tienes una idea! Lo arrugan, lo ajan, lo deforman.

¡Lo mismo pensaba aquel monje amargado de El nombre de la rosa!: «La risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara y hace que el hombre parezca un mono».

Desde entonces aquella mujer ya nunca rió, conformándose, para manifestar su alegría, con estirar la boca y hacer una mueca, cual si estuviera ante un espejo comprobando que no se le ha quedado nada entre los dientes después de haber comido. ¿Sonreír de veras? No, gracias. Debo cuidarme de las patas de gallo.

Y así podría contra infinidad de historias más; baste por el momento con decir que, si bien la sonrisa tiene enemigos, yo preferiría mil veces que nadie me obedeciera y todo se me arrugara, a andar por la vida mostrando una horripilante cara de tabla.

Escribió el padre Auguste Valensin en su diario (anotación del 10 de mayo de 1937): «No sentir miedo de Jesús, no sentir miedo de mi Padre. Me imagino a Jesús con sus apóstoles. Llega a la orilla del lago donde los niños juegan. Y, al verlo, huyen los niños. Una madre le trae a su niñito de seis años y el pequeñín, aterrorizado, se agarra a las faldas de su madre, grita, quiere escaparse de allí. ¡Lo contrario de lo que sabemos que ocurría! Y me pregunto: ¿qué sentimientos hubiera experimentado Jesús? ¡Es tan doloroso darse cuenta de que se infunde miedo! Y todavía el miedo de un niño no puede realmente entristecernos porque es irrazonado, pero Jesús, que vino por amar a los hombres y fue todo amor para ellos, si hubiera visto a los que se acercaban a Él y a quienes ofrecía su afecto retirarse muertos de miedo; si hubiera visto a sus apóstoles tratarle como un maestro severo, mientras que Él se mostraba para con ellos indulgente y suave; si hubiera visto que los pecadores evitaban incluso por respeto su presencia, ¡qué pena hubiera experimentado!».

Jesús debió sonreír, y muy a menudo; debió ser incluso un maestro en el arte de la sonrisa, pues de no haber sido así, ¿por qué iban los niños a correr a abrazarlo espontáneamente, como sabemos que lo hacían? Somos más bien nosotros, sus discípulos, quienes hemos caído a veces en la tentación de la seriedad. ¡Como si por parecer serios nuestros enemigos fueran a respetarnos más! Quizá sea demasiado injusto al decir esto, pero un cristiano que infunde miedo –sea cual fuere su trabajo en la viña del Señor-, aún no ha podido ser cristiano más que a medias.

¿O me equivoco, estimado lector?

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