agosto 26, 2025

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#4 Tiempos

El laberinto constitucional y su aniversario | Por Víctor Meade C.

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SIGAMOS DERECHO.

 

El día de hoy conmemoramos de manera anticipada el aniversario de nuestra Constitución, promulgada por Carranza el 5 de febrero de 1917 en el Teatro de la República, en Querétaro.
Sumado a la relevancia de la fecha, la manera en que la actual administración ha entendido los preceptos constitucionales y su aplicación hace sonar algunas alarmas. Por una parte, la Suprema Corte de Justicia, máximo tribunal constitucional del país, tiene aún pendiente por resolver una buena cantidad de impugnaciones a las reformas propuestas por López Obrador, como el acuerdo de la SENER que pretende cancelar la entrada de energías limpias a la nación. Por otra parte, llama también la atención el muy particular entendimiento del Derecho que revela esta administración cuando deciden acabar con los fideicomisos, proponen poner a consulta la despenalización del aborto o pretenden minar la autonomía del INAI y similares.

De este modo, tanto la fecha como el contexto jurídico-político del momento nos obliga a
detenernos y reflexionar: ¿seguir como vamos y continuar reformando la Constitución según convenga; realizar un ejercicio profundo de reestructuración y renovación de la Constitución vigente; o, en una manera más tajante, hacer una Constitución completamente nueva?

Antes de manifestar cualquier postura, propongo abordar esta problemática desde una
óptica distinta. En principio, consideremos una de las definiciones más sencillas del Derecho: es un sistema de normas jurídicas que sirve para regular la conducta humana dentro de una sociedad, rigiéndose principalmente por un principio de justicia. De esta forma, invito a que imaginemos al Derecho como un laberinto en el cual todos los sujetos de la comunidad política transitan y andan por su camino, encontrándose invariablemente con senderos que no llevan a ningún lado y límites —jurídicos, en este caso— que los hacen dar la vuelta y buscar otra vía. Este laberinto es terriblemente extenso y por demás complejo. Para quien lo necesite (o lo pueda pagar) habrá personas capacitadas que lo saquen a uno del despropósito de encontrarse perdido o ante un tope. Para quien allane o se brinque uno de los límites, habrá entonces una sanción.

Ciertamente, el laberinto en cuestión tiene distintos niveles y áreas que no todo el mundo tiene que recorrer. Uno podría nunca verse en la necesidad de transitar por la zona penal-procesal del laberinto; otros podrían encontrarse en zonas que requieren de conocimientos muy técnicos, como el de competencia económica; otra muy buena parte por la enmarañada zona tributaria.

El laberinto prevé cada una de las conductas que como personas podemos desplegar— o al menos pretende hacerlo y añade áreas según aparezcan nuevas conductas. Sin embargo, dentro de este laberinto hay una sección con primacía por sobre todas las demás y que nos es común a todas las personas que integramos la comunidad. Es decir, el laberinto constitucional. Con esta imagen en la mente, analicemos ahora las tres opciones.

Continuar como vamos y seguir reformando la Constitución según convenga tiene un par de
efectos poco benéficos para la comunidad. Por un lado, algunas de las áreas más importantes de los gobiernos seguirán inmersos en la discontinuidad de los planes sexenales. Vendrá un presidente que se identifique a sí mismo como reformador y el que venga después las derogará inmediatamente bajo el pretexto de que los tiempos cambiaron. Sirvan como ejemplo las reformas educativas y energéticas. Por otro lado, la Constitución —el laberinto, digamos— crece en su tamaño con tantas adiciones a los artículos. El texto de constitucional vigente es considerablemente mucho más largo que el de 1917. Así, el laberinto constitucional que en teoría es común a todos, deja de serlo y muchas zonas del mismo se tornan desconocidas (o irrelevantes) para muchos.

La segunda opción —y, me parece, la más adecuada— es realizar un proyecto serio de rediseño e ingeniería al laberinto constitucional. Es decir, los caminos enmarañados y enlodados de una buena parte del texto constitucional deben ser sometidos a un proceso de revisión, en el cual se reformulen y atiendan cuestiones que han sido sobrerreguladas o que se han dejado deliberadamente ambiguas, pero generando nuevos problemas. Prueba de ello fue la controversial renuncia del Ministro Eduardo Medina Mora, quien se sujetó a la “causa grave” contenida en el artículo 98 y dejó el cargo sin dar mayor explicación. La Constitución actual, desordenada y poco clara en varios aspectos clave, claudica en su objetivo de proveer de certeza jurídica a sus gobernados cuando deja de servir como un marco de referencia y se somete a las interpretaciones a modo de sus operadores.

La tercera opción de hacer una nueva Constitución no asoma ninguna posibilidad al menos en este momento. El fenómeno político que vivimos hace dos años y la polarización social que atrajo, sumado a la ruptura del tejido social causado por la violencia no favorecen ningún espacio encontrar consensos del tamaño de una nueva constitución. Además, poniéndonos formales, la propia Constitución no nos permite tirarla a la basura y hacer una nueva. Históricamente, las naciones han redactado sus textos fundamentales después de pasar por periodos de severa crisis.
Apenas hace unos meses, Chile aprobó mediante un referéndum la convocatoria de un congreso constituyente para que redacte una nueva Constitución, después de haber pasado por casi un año completo de movimientos sociales y represión. En contraste, naciones como Canadá o Finlandia han redactado sus constituciones en contextos de paz. A cada país le llega el momento cuando le tiene que llegar.

Indudablemente, el laberinto en el que nos desenvolvemos irá adquiriendo formas
desafortunadas cuando se le construye desde dentro y con la vista limitada. La manera más sensata de volverlo a encauzar es observándolo y rediseñándolo desde arriba; con un panorama más amplio que el marcado por el sexenio. Entonces, caeremos en cuenta de que el problema no es el laberinto como tal, sino quienes contaminan su funcionamiento con atajos, pasadizos escondidos y retiran los señalamientos. Nuestro Derecho no tiene por qué ser laberíntico. Nuestra Constitución debe ser de todos y para todos.

Por más que quiera poner a la Patria de manteles largos y reunirse el viernes a celebrar el
104 aniversario de la Constitución, le pido que lo haga de manera virtual. Quédense en casa,
quienes les sea posible. Todos y todas, guardemos la sana distancia.

 

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#4 Tiempos

Humanistas fundadores del Colegio Guadalupano Josefino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En el Colegio Guadalupano Josefino, fundado en 1826, germinarían esas semillas del valor cultural del siglo XIX, de la nueva nación de claro sello humanista. Su gestor, el filósofo potosino José María Gorriño y Arduengo, que había realizado su novedosa obra centrada en el hombre y había participado en el ideario independentista, así como en el proceso educativo de la población potosina, abría ese nuevo espacio para instaurar la educación secundaria o superior en San Luis Potosí.

En su proceso educativo, se unirían algunos de los humanistas de fines del siglo XVIII y los albores del XIX, que tuvieron aportaciones importantes en la cultura superior de San Luis.

Manuel María Gorriño y Arduengo nació en San Luis Potosí el 23 de noviembre de 1767. Gorriño realizó sus estudios de primeras letras en alguno de los colegios de primera clase que existían en la ciudad. Ante la falta de Colegios superiores se enviaba a los jóvenes, de acuerdo a las normas y reglas establecidas, a la edad de trece años a continuar sus estudios en algún seminario o colegio, en los cuales se estudiaba gramática, un año de retórica y dos de filosofía, con lo que podía obtenerse el grado equivalente al de artes que habilitaba a los estudiantes a ingresar a estudios superiores de facultad.

Con el propósito de obtener el grado de bachiller en artes, Gorriño ingresó en el Colegio de San Francisco de Sales, a cargo de la Congregación del Oratorio de San Felipe, en San Miguel El Grande dirigido por Benito Díaz de Gamarra, que heredarían el esfuerzo educador e innovador de los jesuitas, siendo un colegio donde se enseñaba la ciencia moderna, contrastando con las escuelas escolásticas.

El interés que manifestaría Gorriño por la reforma de los estudios superiores data desde sus tiempos de estudiante en el Colegio de Gamarra. Desde su libro Del Hombre anunciaba ya la necesidad de programas de estudio más racionales, descargados de la “basura” escolástica.

Gorriño tendría contacto con las instituciones docentes más reputadas de la Nueva España: el Colegio de San Francisco de Sales. En este proceso formativo Gorriño escribiría algunas obras de carácter filosófico, Del Hombre, parte segunda, terminada en 1791, El hombre tranquilo o reflexiones para conservar la paz del espíritu, sermón de la cátedra de San Pedro de Antioquía y Oración eucarística.

Su manuscrito Del Hombre, escrito como parte de su formación filosófica en el Colegio de San Francisco de Sales, refleja su pensamiento filosófico, correspondiente al primer periodo de la formación intelectual de Gorriño.

Nacido en Nueva Vizcaya en la Villa de San Joseph del Parral el 5 de mayo de 1773, Joseph Manuel Ruiz de Aguirre, sería intendente sustituto de San Luis Potosí nombrado el 20 de julio de 1804. Se identificó con la vida potosina. Escribiría su Relación en 1809 que es una muestra de su estilo literario

. Relación de los tiempos experimentados en esta provincia de San Luis Potosí, y precios a que han valido las semillas y de más efectos que se expresarán en el primer semestre corrido desde primero de enero del presente año hasta fin de junio del mismo. En España se prepararía en Latinidad, Retórica, Poesía, Paleografía Española, Esfera Armillar y Geografía, Lógica y Filosofía Moral.

En 1821 era Juez de Letras de la ciudad de San Luis Potosí y ostentando esa representación concurrió a las sesiones solemnes en que se juró en San Luis Potosí la Independencia de México. Al abrirse el Colegio Guadalupano Josefino fue nombrado catedrático en 1826 siendo uno de los cinco primeros catedráticos y contribuyó con el sueldo de magistrado para el sostenimiento del colegio. Murió en San Luis Potosí el 14 de marzo de 1838, único intendente criollo que tuvo San Luis Potosí.

En 1815 el bachiller José María Guillén en el pulpito de la Iglesia Parroquial dictó un sermón de la cátedra de San Pedro de Antioquía en la festividad que le dedica esa congregación, sería presbítero y destacado político, fue presidente del Congreso del Estado y Rector del Colegio Guadalupano Josefino.

Entró a la orden de el Carmen en 1818. Nacía al despuntar el siglo XIX en la ciudad de México, el 19 de mayo de 1803 Fray Manuel de San Juan Crisostomo Najera. Sería nombrado prior del convento del Carmen y en San Luis se dedicó a estudiar idiomas clásicos antiguos, los modernos y las lenguas nativas de México, contribuyó a la fundación del Colegio Guadalupano Josefino tradujo a autores latinos y en el Colegio de Niñas de San Luis sostenía a varias niñas. Tuvo una gran influencia en San Luis. Fue expulsado del estado por motivos políticos con Vicente Romero que sería gobernador de San Luis. Fue Diputado a las Cortes de Cádiz en 1814. En 1822 estudió filosofía en el Colegio de San Joaquín y en 1824 Teología en el Colegio de San Ángel.

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¡Hazlo pronto! | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

En una novela que si no fuera irreverente podría ser incluso simpática, Upton Sinclair (1878-1968), el famoso escritor estadounidense, imaginó lo que pudo haber pensado María cuando vio que Jesús se marchaba de casa para dar inicio a eso que los teólogos conocen con el nombre de “período de su vida pública”.

La novela se titula Our Lady (Nuestra Señora), apareció por primera vez en las librerías en 1938 y comienza así: “María estaba en el portal de su casa, observando a su hijo, que caminaba a lo largo de la ruta pedregosa que cruza el valle. Se alejaba él sin volver la vista, como lo hace quien, una vez puesta la mano en la mansera del arado, no mira tras de sí, leve el andar e inclinados los hombros como si en ellos pesara la carga de sus pensamientos. Ella conocía bien su manera de andar –con la vista fija en el vacío-. Le seguía con ansias; su alma clamaba por llamarle, por rogarle que volviera, pero bien sabía ella que su clamor no sería escuchado”.

¿Fue esto realmente lo que María quiso hacer mientras su hijo se alejaba con paso firme y a la vez ligero? ¿Trató de detenerlo, de hacer que retrasara su partida? Preguntas vanas: nunca lo sabremos. Por lo pronto, la escena imaginada por Upton Sinclair prosigue de la siguiente manera:

“El hijo había llegado a ser hombre, y emprendía su camino por el mundo. Los ojos de la madre le seguirían hasta que se perdiera de vista; esa parte del camino le era familiar, mas ignoraba lo que le esperaría más allá, y vagamente presentía múltiples peligros en acecho; mientras la visión ávida devoraba cada uno de sus movimientos, el alma atemorizada se nutría de desesperación. Cuando pasó él frente a la era de Simón ben Zoma, el vecino más próximo, una voz interior le decía a ella: ‘Se va para siempre’; y cuando pasó frente al lagar que el viñatero Iaddua había talado en la roca, ella murmuraba para sí: ‘Nunca más volveré a verle’”.

Es posible que María, en semejante trance, se dijera a sí misma todas estas cosas, pero no es seguro. Lo que sí creo, en cambio, es que cuando Jesús abandonó la casa paterna lo hizo justo así como lo imaginó nuestro autor: con aire decidido y casi sin decir adiós. ¡Son tan amargas las despedidas! Pero ¿hay otro modo de tomar una decisión?

Conozco a una mujer de mi edad que hace treinta años anunció públicamente que se iría a un convento porque su vocación -¡bien seguro lo tenía ella!- era la vida religiosa. Todos en su casa estaban consternados.

¿De veras te irás? -le preguntó su madre, que sufría siempre de jaquecas y tenía como instalado desde hacía varios años un fuerte dolor en las caderas.

-Sí –respondió la hija-. Me iré.

La madre no se resignaba, de modo que un día, llevándola aparte, le suplicó:

Espera a que me muera. Será pronto. Tú eres la única que me cuida, y si te vas no sé lo que será de mí. Ofrece a Dios, querida mía, este pequeño sacrificio.

La muchacha, que por Dios estaba dispuesta a hacer cualquier cosa, dijo que estaba bien, que no se iría hasta que… Bueno, hasta que su presencia en la casa ya no fuera necesaria.

Han pasado treinta años desde entonces. ¿Y la madre? Ahí está, bien vivita, con sus jaquecas, sus lamentos y sus dolores de cadera.

¿Y la hija? Allí está también, lamentándose de no haber tenido el coraje de hacer lo que quería. “¡Ha pasado el tiempo tan rápido!”, me dijo la última vez que la vi. Me dio tristeza por ella.

Sí, las decisiones se toman así: con la mano bien puesta en el arado y sin voltear mucho a un lado o a otro, desde donde nuestros seres queridos nos hacen señas para que nos quedemos con ellos.

Una vez un hombre se acercó a Jesús para decirle: “Señor, te seguiré, pero antes déjame enterrar a mi padre”. Le respondió Jesús: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8,22). Este hombre quería hacer lo mismo que aquella conocida mía: esperar a que su padre muriera, con el consiguiente riesgo de que éste fuera el judío errante en persona. La respuesta de Jesús puede parecer violenta, y de hecho lo es, pero ¿de qué otra manera es necesario hablarle a un indeciso? ¡El exceso de análisis produce parálisis! O se decide hoy, cueste lo que cueste, o no lo hará nunca.

¿Quién ha dicho que tomar una decisión sea cosa fácil? Decidir, en cierto sentido, es morir. Pero, con tal de que decidamos, con tal de que nos atrevamos, ¡bienvenidas las lágrimas!

Otro hombre le dijo un día al Señor: “Yo te seguiré, Maestro, pero primero déjame ir a mi casa a despedirme”. Y Jesús: “Ninguno que después de haber puesto la mano en el arado vuelve los ojos atrás, es digno del Reino de los cielos” (Lucas 9,62).

Las cosas decisivas de esta vida son ahora o nunca: tal es, a mi entender, lo que quiso decir Jesús a este discípulo ingenuo.

En uno de sus libros escribió Jean Guitton (1901-1999) que una sola palabra de Jesús es suficiente para edificar con ella nuestra vida cristiana. “Y esa sola palabra –asegura- podría bastar para siempre si os encontráis un día prisioneros, enfermos o amurallados por alguna pena”. Y yo estoy convencido de que el filósofo francés tiene razón. ¡Con una sola palabra de Jesús que nos atreviéramos a vivir nos bastaría! Y hoy he decidido que dicha palabra ­aunque haya sido dicha a Judas en un momento de extrema tensión­ bien podría ser ésta: “Amigo, lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Mateo 26,50).

¡Hazlo pronto! Todo en esta vida hazlo pronto. Si ya decidiste que lo harás, no te entretengas mucho dándole vueltas al asunto. Porque después se hace tarde y –déjame decírtelo- ya no harás nada. Nada de nada.

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Clásico de la 57: pasión al filo del cuchillo | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

Hoy se juega en Querétaro el Clásico de la 57, un duelo que siempre viene cargado de tensión, orgullo y, por desgracia, un trasfondo que no se puede ignorar: la sombra de la violencia. Este enfrentamiento no es un simple partido de fútbol, es un espejo incómodo de lo que todavía está pendiente en nuestro balompié.

El recuerdo de la batalla campal entre Querétaro y Atlas sigue vivo. Esa tarde oscura, con imágenes que dieron la vuelta al mundo, dejó claro que la pasión puede convertirse en caos en cuestión de segundos. Y no fue un hecho aislado: en otras ocasiones también hemos visto enfrentamientos en las gradas del Alfonso Lastras, peleas que interrumpieron partidos, además de aquel episodio en Torreón en el que el sonido de las detonaciones generó un pánico colectivo que terminó por vaciar un estadio entero. Lo que debería ser fiesta, demasiadas veces se ha convertido en pesadilla.

El problema no es exclusivo de México. Apenas esta misma semana, en Argentina, un partido internacional quedó marcado por escenas dantescas: aficionados golpeados, perseguidos y obligados a escapar del propio lugar que debería haber sido su refugio. El encuentro tuvo que ser suspendido y la violencia dejó un saldo de heridos, detenidos y un continente entero preguntándose cómo es posible que sigamos repitiendo las mismas historias de siempre.

Con ese telón de fondo se juega hoy este Clásico de la 57. En la cancha, Gallos Blancos y Atlético de San Luis se disputan algo más que tres puntos: se juegan la credibilidad de una rivalidad que merece ser recordada por goles y no por golpes

. La exigencia es doble: para los equipos, que deben entregar un partido digno; y para las tribunas, que están obligadas a demostrar que se puede alentar sin cruzar la línea del salvajismo.

Porque la verdad es dura: si después de lo vivido en Querétaro hace unos años todavía no entendemos, si después de tantas escenas vergonzosas en México seguimos tolerando barras que se comportan como pandillas, entonces lo que pasó en Argentina podría repetirse aquí en cualquier momento.

El Clásico de la 57 debe ser una advertencia. Que la intensidad se quede en la cancha, que la rivalidad se mida en goles, que la pasión no vuelva a confundirse con barbarie. Si hoy la historia vuelve a torcerse hacia el lado equivocado, no habrá espacio para el asombro: sería simplemente la consecuencia de haber aprendido nada.

Este clásico es una puerta: o se abre para dejar pasar el fútbol en su forma más pura, o se entreabre para que se cuele de nuevo la violencia. Y lo que ocurra esta noche dirá mucho más de nosotros como país que de los once contra once que se atrevan a pisar la cancha.

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