#Si Sostenido
Egipto | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
«Ha venido a preguntarme Ezequiel si también yo estaba dispuesto a unirme al grupo. Tajantemente le he dicho que no. Siempre he sido un hombre de carácter y en esta situación me hallaba en el deber de serlo más que nunca. Él, por su parte, aunque no lo dijera, se hallaba más bien desconcertado, indeciso. Se lo noté en la cara, en los ojos, en la voz. Pero lo conozco bien y casi podría jurar que no se irá: en el fondo es pusilánime, aunque… Pero seamos indulgentes con nuestro pobre Ezequiel. ¡La verdad es que ha ocurrido todo tan de repente!…
Debo confesar que no es cosa que vaya con mi temperamento decidir a la ligera sobre asuntos tan delicados. Para decirlo ya, las cosas son como las monedas: hay que verles siempre las dos caras, pues de lo contrario corre uno el riesgo de que le den gato por liebre, como suele decirse.
Ahora bien, ¿no es verdad que Moisés pide demasiado? Moisés. ¡Cómo si no supiera yo quién es ese señor! Se me ocurre definirlo con esta sola palabra: lunático.
He oído decir en alguna parte que la hija de Faraón, hace muchos años, se lo encontró en una cesta flotante atorada entre los juncos del Nilo; otros dicen, en cambio, que esto no es verdad y que fue ella misma quien lo echó al río para luego fingir que se lo encontraba. Según esta última versión –la menos insólita y, por ende, la más creíble-, Moisés sería el fruto de los amoríos de la hija de Faraón con uno de nuestros mancebos… Pero detengámonos en esta última posibilidad, nada absurda, por lo demás. Si las cosas fueran realmente así, ¿no es verdad que Moisés tendría más de un motivo para aniquilarnos? Porque no hay que olvidar que se crió en la corte y que en ese ambiente se respira un antisemitismo nada atemperado. Por lo pronto, amor a su padre no le inculcarían: eso es casi seguro.
He oído decir también que, hace muchos años, Moisés mató a sangre fría a uno de los nuestros… ¡A sangre fría, sí, como en el reportaje de Truman Capote! Claro, claro, ya se entiende: con ese odio que nos tiene, que debe tenernos, ¿cómo no va a hacer de la caza a los judíos una especie de deporte? Aunque hay quien dice, por el contrario, que el muerto no fue un judío, sino un egipcio. ¡Yo no sé! En todo caso, Moisés es, como quiera que sea, un asesino. En el fondo abrigo la sospecha de que lo único que quiere es ahogarnos a todos, matar miles de pájaros con un solo tiro, como se dice: llevarnos danzando al precipicio como hizo aquel flautista de la leyenda con las ratas invasoras. Pues bien, conmigo no se dará ese gusto. ¡Yo no me muevo de aquí!
En la casa de al lado se escucha el ir y venir de las gentes, el llanto iracundo de un niño, un fragor estruendoso de platos y palanganas, el ruido de un vaso de arcilla que cae al suelo y se rompe. ¿Qué es lo que piensa esa gente tonta? En el fondo no estamos tan mal en esta tierra de oportunidades. Trabajo siempre hay. ¿Es que nos ha faltado pan alguna vez, o cebollas, o una túnica para los tiempos fríos? Cuando le dije todo esto a Ezequiel se me quedó mirando, como si también él estuviera de acuerdo en este punto fundamental. Además, aquí ya tenemos un techo, una casa… Y llegando a la tierra de que habla Moisés, ¿tendrá cada quien que construirse una nueva, empezar de cero? Ezequiel no sabía qué responder, me miraba casi con rencor. Además, le dije, aquellas tierras ya están ocupadas: al llegar a ellas habrá que realizar una labor de desalojo, y no por cierto con escobas. Además aquella gente, por lo que he oído decir, es pagana, salvaje, sanguinaria, incivilizada…
¡Ay, tanto tiempo trabajar como un esclavo (y esta es una verdad que hay que tomar en un sentido asquerosamente literal) para acabar como un vejete muerto de hambre en un país extranjero! Moisés asegura que allá adonde nos lleva es una tierra que mana leche y miel, pero hay quien dice que ya sería mucho si por lo menos manara agua.
¿Qué pensarán los vecinos de al lado? ¿Se animarán a partir? ¿Y no han pensado que su pequeño podría morírseles de insolación en el camino? ¡Ay, mi casa! Después de todo no es tan fea mi casa. En ella han nacido todos mis hijos; todos sus ombligos están enterrados aquí. Estos muros, estos espacios están llenos de ecos familiares, de rincones queridos. Cada piedra habla y me dice algo. ¿Qué voy a hacer en otra parte sino morirme de nostalgia? Moisés, ese demente, dirá lo que quiera, pero a mí Egipto no me ha tratado tan mal después de todo»…
¡Vaya! No es absurdo que muchos judíos hubieran hablado así después de escuchar a Moisés, que los invitaba a salir de Egipto, el país de la esclavitud. En realidad, no es nada absurdo.
Leo lo siguiente en un bellísimo libro del escritor judío Moni Ovadia (Vai a te stesso): «De Egipto no salieron sólo hebreos, ni todos los hebreos salieron de Egipto. Parece que solo una quinta parte del pueblo judío aceptó salir». Los demás, por supuesto, se hallaban al amor de la lumbre bastante bien acomodados a su situación.
«Al final nos arrepentiremos por los muchos no que dijimos en la vida», me decía hace poco Leonardo, un amigo mío sevillano. Sí, las cosas más grandes y bellas solo se nos ofrecen una única vez, y si no las tomamos al vuelo se nos escapan para siempre. La expresión es grave, pero también verdadera: para siempre. Puedes quedarte en Egipto, si quieres, como los miles de hebreos que se negaron a salir, pero sabe que no serás parte del pueblo elegido, ni irás nunca a ninguna parte; que serás, para siempre, un esclavo de tus propios miedos.
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#4 Tiempos
Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam
VOLUTA
En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?
Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?
Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:
¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.
Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.
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#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
También lee: ¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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