noviembre 22, 2025

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#4 Tiempos

Algo sobre piratas | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

Hace poco empecé a ver el anime de piratas conocido como One Piece, tal vez en un futuro escriba unas cuantas columnas sobre esta serie, alguna reseña, alguna crítica por ahí, dependerá en gran medida si siento que tengo algo que decir al respecto. Nunca había sido mucho de ver cosas sobre el tema de la piratería, pero debo aceptar que sido una experiencia relativamente grata hasta ahora. O sea, me he divertido bastante, pero así que tú digas “amar, amar” la serie, pues no. La verdad es que, a veces, me siento extraño porque parece que el ver más de veinte episodios de esta serie debería convertirme en un fanático rabioso incapaz de decir algo más que “One Piece, best serie ever”, pero supongo que en algún momento de la vida adquirí anticuerpos para ese virus. Como dije, lo estoy disfrutando, más no he alcanzado a sentir el amor incondicional que sienten todos los demás miembros de este fandom que les obliga a cortar lazos fraternales si alguien “no disfruta correctamente” a la serie que resume a su personalidad entera.

Ahora, para quienes no sepan qué es One Piece, se trata de un anime de piratas con más de 1000 episodios (con la promesa implícita de que llegaremos a tal vez 3000 o más episodios, siempre y cuando un meteorito no acabe con la humanidad antes) que lleva siendo emitido casi sin interrupción desde 1999. A grandes rasgos, la serie se enfoca específicamente en los Sombreros de Paja, una de tantas tripulaciones de piratas en un mundo en el que absolutamente toda la conversación social, política, económica y cultural gira alrededor del tema de la piratería. El día a día de quienes viven en este universo es un “Piratas. ¿Cómo nos afectarán hoy?” Pero esa es una conversación para otro día. Lo importante es que el grupo de monigotes a los que seguimos en modo “ámalos que estos son tus protagonistas y los vas a ver por más de 22806 minutos (asumiendo que no te saltas los rellenos, pero sí los openings)”, a pesar de ser piratas, entes considerados históricamente como parte del crimen organizado, son enmarcados narrativamente como diferentes a los demás.

Es decir, aunque tal pareciera que cualquier otro sujeto en el mundo de esta serie que profese ser “pirata” a los cuatro vientos se sienta orgulloso de destruir ciudades, robarles bienes materiales a los civiles, matar gente nada más porque sí o ser la persona más cruel y sin corazón que el mundo jamás haya visto, – nivel cualquier persona que tomó la decisión de no ser pirata, o les teme o decide ignorarlos por el bien de mantener su vida – los protas de One Piece son del tipo pirata bueno. En otras palabras, a lo largo de sus viajes, no se dedican a disfrutar de un buen “observar cómo la vida se escurre de los ojos de un hombre en tus brazos” o “experimentar con cuánto dolor puede soportar un cuerpo humano antes de perder su alma”, ni siquiera el consabido “darle un nuevo significado a la palabra violación” a donde quiera que vayan por las que tantos criminales se han convertido en leyendas amadas por países y generaciones enteras *inserte aquí chiste sobre Pancho Villa*, sino que prefieren tener aventuras más clasificación A, para todas las edades. De hecho, lo más común es que, a cualquier lugar al que vayan, se desvivan por ayudar a los habitantes con sus problemas y los defiendan de “los verdaderos villanos”.

Generalmente, los villanos con los que luchan son, a veces, otras tripulaciones de piratas dedicadas al mal de manera independiente, pero, en su mayoría, se trata de organizaciones gubernamentales o empresariales cuyo principal objetivo es controlar a la población, limitar el uso de recursos naturales o, simple y llanamente, esclavizar a quien sea que se les ponga en frente en “pro del progreso”. Lo que terminan haciendo los Sombreros de Paja a lo largo de su viaje es, usualmente, desestabilizar estas estructuras de poder para que los habitantes de tal o cual lugar sean capaces de acceder a cosas como agua, una paga adecuada por sus labores, entretenimiento, libertad – a “saber qué es realmente la felicidad”, podría decir un escritor de cuentos para niños relativamente cursi. Nunca lo hacen por beneficio propio, en plan “si los ayudamos nos dan dinero y fama”. Simplemente ven una injusticia, dicen, eso no está chido, y entran a los guamazos (porque, pues, es una de esas series en donde todo se resuelve con un “el que pegue más fuerte es el que tiene la razón” y en el 90% de los casos, el prota es quien pega más fuerte).

Y tampoco es que siempre alcancen estos objetivos a través de medios cien por ciento legales. Si es verdad que evitan matar a sus enemigos, porque eso estaría muy mal, pero a fin de cuentas, siguen siendo piratas y se escudan un poco en la definición paraguas de este término para poder vivir la vida bajo los principios que consideran adecuados. Así que, sí, hay ocasiones en las que hacen cosas como “comer hasta reventarse en un restaurante sin tener el dinero para pagarle a los dueños por la comida” o “tomar prestados ropajes y vehículos adecuados para el hábitat en el que se encuentran sin la intención de regresarlos”, pero suelen hacerlo con moderación y por pura necesidad (de la trama o intrínseca – a veces ambas). Es común que tomen solo lo que necesitan para, efectivamente, poder derrocar al poder absoluto que ha convertido la vida de todos en un eterno sufrimiento, a quienes convirtieron a la población en masas de ansiedad y tristeza, incapaces de poder siquiera tomar decisiones acerca de su tiempo libre o de su vida en sí.

Como es de esperar en una serie de este tipo, la piratería buena suele triunfar sobre la mala. No se trata nada más de ir en contra de lo establecido nada más porque sí, sino para mejorar la calidad de vida de todos. Lo normal, a fin de cuentas, es que se le celebre a los Sombreros de Paja sus esfuerzos, perdonándoles sus deslices en la escala de la legalidad e, incluso, celebrando su innata piratería como algo que, utilizado de la manera correcta, puede ayudar a mejorar el mundo y darle un mensaje a quienes creen que tienen el poder absoluto sobre los demás.

Pero, citando a la filósofa Onika Tanya Maraj-Petty en su aportación al artículo editado por Electric And Musical Industries en 2011, “¿Dónde Están Las Morras?” (Guetta, 2011): “Anyways, why I’d start my verse like that?”

¿Se enteraron que Sony lanzó hace unos días un comunicado en donde le informaba a sus usuarios que, a partir del 31 de diciembre, la compañía Warner-Discovery tenía el poder de borrar archivos de video que miles de usuarios habían comprado y descargado? No estamos hablando de borrarlos del servidor de Sony, anunciando que tenían tantos días para descargarlos si no los querían perder, sino borrarlos directamente de los discos duros de los usuarios. Literalmente, temporadas enteras de reality shows en los que varios individuos invirtieron su dinero y descargaron a sus consolas, desaparecerán por completo sin que puedan evitarlo. Discovery se va a meter a las bibliotecas de estas personas y va a borrar todo rastro de los archivos que todos pensaban (erróneamente) que les pertenecían. Aparentemente es una situación que tiene que ver con licencias y cese de derechos de distribución y otros términos legales inventados por la industria del entretenimiento para “proteger los derechos de autor” de los CEOs de corporaciones multimillonarias, lo cual podría ser completamente entendible (aunque cuestionable) si se tratare de borrar estas series de algún servicio de streaming o anunciar que a partir de tal fecha ya no se va a vender tal o cual serie. Pero no. Es literal una compañía diciendo “Nel, eso es mío y ya no te lo presto. Ah, ¿pensabas que lo habías comprado? Oh, no. Me pagaste para que te lo prestara indefinidamente. Eso es mío y ya no te lo quiero prestar. Adiós.”

Y, obviamente no habrá reembolsos o vouchers o algo. Solo archivos de vídeo desapareciendo los equipos electrónicos de miles de personas, siendo borrados para siempre, mientras ellos solo pueden observar.

Ojalá hubiera alguna forma alternativa de preservar este tipo de videos, de asegurarse de contar con esos archivos digitales aún pasada esa fecha.

Ojalá.

Sea como sea, me dieron ganas de ver las Pirates of the Caribbean. No sé por qué.

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#4 Tiempos

CONCACAF 2026: una eliminatoria que dejó heridas

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TESTEANDO

La eliminatoria rumbo al Mundial 2026 dejó a Centroamérica enfrentándose a una realidad incómoda, la región quedó rezagada, incluso en un formato que otorgaba más margen que nunca. Pero dentro del golpe generalizado hay dos historias que llaman la atención por un matiz muy particular: Costa Rica y Guatemala, dos selecciones que depositaron su confianza en cuerpos técnicos mexicanos, y aun así terminaron sin lograr el objetivo.

Costa Rica, acostumbrada a ser el referente de la zona, apostó por la experiencia mundialista de Miguel Herrera. El proyecto prometía solidez táctica y un recambio generacional más ordenado, pero el equipo tico terminó atrapado entre la transición y la urgencia. Hubo partidos en los que se notó el intento de reconstrucción, de darle al equipo un sello reconocible; aun así, los errores puntuales, la falta de contundencia y la presión acumulada hicieron que el proceso no alcanzara para sostener la clasificación.

El contraste con su historia reciente, esa en la que la identidad costarricense parecía inquebrantable, se volvió más evidente con cada partido. Y aunque el trabajo del cuerpo técnico mexicano aportó claridad, la estructura que lo rodeaba simplemente no acompañó.

Por su parte, Guatemala vivió una ilusión distinta. Su selección, dirigida por Luis Fernando Tena, llegaba con el impulso de procesos juveniles más visibles, estadios llenos y un entusiasmo que no se veía desde hacía tiempo. El entrenador buscó ordenar el juego, potenciar la intensidad y darle continuidad a una generación que prometía competir de igual a igual. Durante varios momentos pareció posible: se jugó con valentía, se propuso, se soñó.

Pero otra vez, cuando llegó la hora decisiva, el proyecto se quedó corto. La falta de profundidad en el plantel, la ausencia de una estructura sólida que sostuviera la idea y algunos errores en partidos clave terminaron apagando una posibilidad histórica. Dolió especialmente porque, por primera vez en mucho tiempo, Guatemala parecía estar a un paso real de dar el salto.

Los dos casos, diferentes en matices pero similares en desenlace, plantean una reflexión inevitable: los entrenadores pueden cambiar intenciones, pero no pueden corregir solos la falta de una estructura profunda. México exportó cuerpos técnicos preparados, con propuestas claras y trabajo serio, pero se toparon con federaciones que arrastran inestabilidad, con ligas de nivel irregular y con proyectos que no siempre se sostienen más allá del resultado inmediato.

Mientras tanto, otras selecciones del resto de la confederación, particularmente varias del Caribe, han entendido la importancia de profesionalizar sus procesos. Semilleros más organizados, continuidad en los banquillos, inversión en atletas jóvenes y una visión a futuro que ya empieza a dar frutos. El contraste explica mucho del presente centroamericano.

Lo sucedido rumbo al 2026 no es un simple fracaso deportivo, es un síntoma.
Costa Rica tendrá que reencontrarse con su esencia y permitir que su proyecto sea más grande, reconstruir incluso su liga y voltear a sus fuerzas básicas para volver a exportar jugadores.
Guatemala tendrá que transformar su ilusión en un plan sólido que no dependa de inspiraciones aisladas, así como intentar invertir en infraestructura que fomente la práctica profesional del deporte.

El Mundial 2026 se jugará en la zona, pero Centroamérica estará ausente, tan solo Panamá representará a la región, en un momento que parecía histórico, casi todos quedaron a deber.

La pregunta no es por qué fallaron esta vez, sino cuánto tardarán en reconstruirse para volver a competir de verdad.

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#4 Tiempos

La IA, periodismo, y la coartada perfecta | Apuntes de Jorge Saldaña

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riesgos de legislar sobre IA

““Vivimos bajo tormentas de datos que no construyen verdad sino ruido”. La información, desanclada de la confianza, se vuelve atmósfera. Y en atmósfera turbia, cualquiera puede gritar “fuego” y llamar a los bomberos, o “deepfake” y zafarse de la comisión de un delito”

Por: Jorge Saldaña

Hay épocas en las que la tecnología acelera más rápido que la ley en una carrera en pista sinuosa, de esas con curvas tan cerradas que hasta el volante tiembla.

Estamos ahí. La inteligencia artificial (IA) ya es capaz de imitar una voz al grado de confundir a tu mamá, de injertar un rostro en un cuerpo ajeno con precisión perfecta, de producir un “comunicado oficial” con sellos y sintaxis idénticos a los originales. Qué peligroso.

No obstante, lo que de veras me quita el sueño (y eso que soy dormilón) no es solo lo que la IA puede fabricar, sino lo que su misma sombra puede desmentir, es decir, que lo verdadero sea tirado a la basura señalándolo a la ligera como “irreal”.

Dicho en pocas palabras: sí temo a la mentira hecha con IA, pero temo más que la IA se vuelva la coartada perfecta para negar la verdad. ¿Me explico?

Pienso en un audio que exhibe una extorsión, en una foto que capta a un político con un criminal, en un contrato auténtico que documenta un desvío.

Con la reforma aprobada en San Luis Potosí (con tan solo 10 días de análisis) que tipifica el “uso indebido” de IA para provocar alarma, alterar la paz social, o dañar la imagen de un tercero, creo que nos pone a todos, pero aún más a los que nos dedicamos al periodismo, en un altísimo riesgo de que la primera reacción del involucrado no sea la responder al fondo, sino señalar al mensajero: “Eso lo creó la IA”, y entonces deberá ser el reportero, y no el delincuente exhibido, el que deberá de demostrar que su evidencia no es sintética o artificial, o se va al bote.

Invertimos la carga de la prueba: del hecho al emisor; del culpable al periodista.

No exagero: Artículo 19 ya advirtió lagunas de precisión en conceptos como “alarma pública” o “paz social” (que son ambiguos y propensos a la interpretación) y un riesgo de discrecionalidad que podría alcanzar desde la crítica política hasta la edición creativa.

Es cierto, la iniciativa del diputado Héctor Serrano, incorpora exclusiones para fines periodísticos, académicos, artísticos y de parodia “siempre que no exista dolo y se indique expresamente ese carácter”. Bien intencionado, sí. ¿Suficiente? No, porque el campo de juego queda resbaladizo y no hay árbitro judicial ni peritos especialistas en el tema.

Las modificaciones al Código Penal producto de la iniciativa de regulación a la IA, no define con precisión cómo demostrar el dolo, qué es alarma y, sobre todo, quién y cómo lo acredita.

Byung-Chul Han lo dijo en su libro Infocracia, (que me gusta mucho citar): “vivimos bajo tormentas de datos que no construyen verdad sino ruido”. La información, desanclada de la confianza, se vuelve atmósfera. Y en atmósfera turbia, cualquiera puede gritar “fuego” y llamar a los bomberos, o “deepfake” y zafarse de la comisión de un delito.

Nuestro tiempo es el de la sospecha permanente, la duda como política de Estado.

El tema me recuerda a Orson Welles que lo anticipó en 1938 con La guerra de los mundos: una ficción radial que, contada como boletín, desató pánico.

Hoy no necesitamos actores; bastan modelos generativos, un par de clics y un algoritmo de difusión.

Imaginen —no es ciencia ficción— un boletín “verosímil” de la Sedena ordenando toque de queda; una “conferencia” de la presidenta aceptando una invasión o un “video” de un presunto homicida de un estudiante de Estomatología confesando un delito… (saben a lo que me refiero).

¿Qué tal que el homicida alega que el video que se filtró fue hecho con Inteligencia Artificial? ¿Se va a perseguir al medio que lo difundió? En una de esas, hasta el homicida sale libre…¿Ya me entiende, Culto Público a lo que me refiero, me preocupa, y me da comezón?

La IA escribe el guion; las redes, el miedo.

Ahora bien: San Luis Potosí ya legisló. ¿Hacía falta? Sí. Pero… ¿Así? ¿Tenemos la suficiente fortaleza académica, experiencia profesional y capacidades para fundamentar una legislación sobre esta materia que nos va ganando la carrera? ¿No será esto un acelerón en plena curva?

El que esto escribe, aprendiz de reportero, alcanza a ver al menos tres riesgos que no podemos ignorar:

1) La coartada perfecta del poderoso.

Frente a una investigación sólida, la respuesta fácil será: “es IA”. Si la norma deja ambigüedades, el periodista puede terminar litigando su autenticidad en vez de publicar, y esto puede generar un efecto inhibidor, una autocensura preventiva por miedo a ser acusado de crear “realidades sintéticas”.

2) La puerta trasera de la censura.

Cuando “alarma social” o “paz pública” no tienen parámetros verificables, cualquier pieza incómoda puede ser encuadrada como “desestabilizadora”. Hoy se promete que no; mañana basta un fiscal con prisas o un juez con miedo o a modo.

3) La prueba imposible.

En la práctica forense, demostrar que algo no fue generado por IA requiere peritajes especializados, sellos de procedencia, cadenas de custodia digitales. No los tenemos para temas como la IA ¿Quién los hará? ¿Con qué estándares? ¿Con qué independencia? Si no definimos eso, la balanza se inclina contra el informador.

Ante ello, creo que necesitamos definiciones más concretas, cerradas y taxativas, lo mismo que una “mente culpable” o como dicen los abogados una Mens rea probada, exigir dolo específico: intención de provocar alarma…me-di-ble y no de “sensación” de la misma.

Además, si alguien alega que una pieza es sintética o fabricada, que lo acredite con peritajes de laboratorios independientes (no “peritos de parte” -que además no hay en SLP- a modo).

Los periodistas también tenemos que tener garantías reales y no meramente declarativas.

Efectivamente hay una exclusión en la iniciativa aprobada para el ejercicio del periodismo, arte, academia y sátira, sin embargo, ¿quién garantiza que opere en los hechos, cuando alguien -como dije arriba- nada más porque sienta calor le llame a los bomberos…?

No se trata de negar el dilema —que es brutal y de múltiples aristas—, sino de evitar que la cura mate al paciente. Porque, paradójicamente, la IA que nos amenaza con fabricar mundos, también puede servir para validarlos.

A ver, para Usted mi Culto Público, le comparto dos escenarios de pesadilla y uno de esperanza:

Un “Falso con consecuencias reales”: Un “comunicado” apócrifo de Protección Civil que ordene evacuar colonias. Pánico, saqueos, accidentes. Nadie herido por la IA; todos por la estampida.

Un “Verdadero desmentido como falso”: Un video auténtico que documenta un abuso policial. Los responsables gritan “deepfake”, “IA”, un juez timorato concede medidas cautelares, y el reportero enfrenta proceso. La evidencia muere antes que el delito.

Uno de esperanza: que la norma haga lo que promete: perseguir mentiras sintéticas dañinas, proteger a víctimas (como las 400 estudiantes de Zacatecas) y blindar la crítica. Se puede, si se afina y lo hacemos de forma acompañada y profesional. No a la ligera.

La delgada línea entre vigilar y castigar —permítanme el guiño— no debería cruzarse hacia castigar al que vigila. La prensa, con sus errores y excesos que a veces tenemos (no me subo al púlpito ni tiro la primera piedra), sigue siendo el semáforo en una avenida oscura: si se apaga “por seguridad”, lo que viene no es orden, sino una carambola con trágicas consecuencias.

Cierro con una imagen. La IA es el Orson Welles de nuestros tiempos: puede narrar invasiones que no existen y desmentir revoluciones que sí ocurrieron. La diferencia será si, en San Luis, ponemos reglas claras, peritos que sepan, y un principio simple grabado en piedra: a la verdad no se le pone grillete; a la mentira, sí.

Insisto, si lo hacemos bien, con profesionalismo y sin miedo, quizá esta vez la radio hablando de marcianos no provoque pánico, sino lucidez.

Mañana será el diputado de Morena Carlos Arreola (qué casualidad) el que anuncie el desarrollo inmediato de foros con ciudadanos, académicos, especialistas, periodistas, abogados y otros grupos para discutir, plantear y afinar la iniciativa aprobada. Aunque lo convoque Arreola, ni modo, me apunto.

Nota: Esta columna no fue redactada con IA, sino con MIR (Mi Ignorancia Regular).

Hasta la próxima.

Yo soy Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Francisco Gándara, primer ingeniero higromensor potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En 1886 se titulaba de ingeniero en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí un joven que aportaría al estudio y solución de problemas de sistemas hídricos en la población, así como contribuiría y sería testigo de uno de los acontecimientos científicos más importantes a nivel mundial y que impacta en la sociedad actual, la comunicación inalámbrica, el joven en cuestión Francisco de la Gándara.

Sobre este personaje ambientado en el San Luis potosí de 1886 escribí un artículo que puede consultarse en: San Luis Potosí en 1886, esplendor de la alta cultura potosina: https://www.researchgate.net/publication/394853478_San_Luis_Potosi_en_1886_esplendor_de_la_alta_cultura_potosina

En 1885 se abría en San Luis Potosí el Liceo Científico y Literario “José María Morelos”, fundado por los estudiantes del Instituto Científico y Literario que habían sido expulsados de este por el gobernador del estado. De esta forma el 23 de febrero de 1885 el Liceo abría sus puertas para que los estudiantes expulsados pudieran continuar sus estudios. 

El director del Liceo y parte de sus profesores serían alumnos aventajados del Instituto que habían sido expulsados. Entre ellos se encontraba Francisco Gándara, alumno de excelencia del Instituto, en su momento ayudante de Francisco Estrada en algunos de sus experimentos y demostraciones en la cátedra de física. Este personaje tendría un papel importante y se convertiría en uno de los ingenieros egresados del Instituto Científico y Literario.

Los alumnos del Liceo que terminaban sus estudios superiores en esa institución, podían presentarse al Instituto Científico y Literario para examinarse en las materias que tenían pendientes en el Instituto después de cursarlas en el Liceo. Así, el 5 de septiembre de 1885 se examinaba en el Instituto Científico y Literario el alumno expulsado Francisco Gándara que era catedrático de física en el Liceo Morelos

; Gándara fue examinado en topografía y mecánica siendo calificado por el jurado con PB en ambas materias.

A fines de 1886 Francisco Gándara se titulaba como ingeniero topógrafo e higromensor en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí y ofrecía sus servicios profesionales como tal en la cuarta calle del Apartado número 52, ahora calle de Francisco I. Madero.

Gándara con el tiempo se convertiría en un reconocido ingeniero experto en perforación de pozos y quien terminó la construcción de la Presa de San José.

En su época de estudiante de la cátedra de física, de 1881 a 1882, ayudó a Francisco Javier Estrada en sus experimentos de comunicación y fue testigo de los experimentos de comunicación inalámbrica que sería una de las aportaciones extraordinarias y de primicia mundial realizadas en ese año de 1886.

En 1897 Gándara recordaba, al anunciarse el descubrimiento de Marconi de la comunicación inalámbrica y que la prensa local y nacional promovía con loas a su autor, que dicho descubrimiento había sido realizado más de diez años antes por el potosino Francisco Javier Estrada en pleno centro de la ciudad de San Luis Potosí y en el edificio donde profesaba su cátedra de física. Para entonces, el olvido sobre la obra de Estrada y su persona, ya hacia acto de presencia, y sus motivos deben ser dignos de estudio.

Francisco Gándara, estudiante del curso de física que dictaba Estrada, narra, su reacción ante la noticia del experimento de Marconi, asegura que el tema fue para él, nada sorpresivo, pues él, al igual que sus condiscípulos, pudieron presenciar la comunicación telegráfica sin hilo conductor, tanto en el aire (en el espacio dice Gándara) como a través de la tierra (refiriéndose a la detección de temblores de tierra). Refiere Gándara que los experimentos con los más mínimos detalles quedaron consignados en los libros en que Estrada apuntaba el resultado de sus grandes estudios. Libro que infructuosamente, hasta el momento, hemos buscado y que representa un tesoro para la historia de la ciencia y para la historia de nuestra propia cultura.

Gracias a Francisco Gándara sabemos detalles de esos históricos experimentos de Estrada, al ser participa en ellos y registrarlos en su diario de experimentos.

“Al que esto escribe, discípulo del Sr. Estrada por aquellos años, cúpole en suerte ayudarle en la práctica de sus experiencias, para las cuales por la imposibilidad en que el sabio electricista se encontraba, necesitaba el concurso mecánico de alguien, y ¡cuántas veces me dejó sorprendido del resultado maravilloso de sus ideas que yo ejecutaba sin conciencia!

Yo mismo escribí de mi puño y letra la teoría del descubrimiento que hoy como de Marconi se presenta y asenté los experimentos que llevábamos a efecto con magníficos resultados, así como muchísimos de los frutos de la singular ilustración y gran saber del Sr. Estrada”.

Francisco Gándara (1897)

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