diciembre 13, 2025

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#4 Tiempos

Un arte despiadado | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Hace poco tuve que ir a un museo de arte contemporáneo (yo no quería, pero no hubo más remedio) y, para ser sincero, la experiencia me decepcionó. No supe –ni lo sé ahora- qué significaban aquellos amontonamientos de piedras, de metales informes, de figuras absurdas. Lo que sí recuerdo, y muy bien, es que mientras lo recorría empecé a sentir un sudor frío que no se me calmaba con nada; en realidad, lo que tenía era miedo de dar un mal paso, pues muchas de las obras allí expuestas estaban hechas de hoja de lata, y esto las convertía en un verdadero peligro para los caminantes. ¡Qué puntas, Dios mío, qué hojas afiladas y largas! «Atención, Juan Jesús –me decía a mí mismo-: recuerda que estás caminando por una larga trampa. Un descuido y eres hombre muerto».

En el trayecto, es decir, mientras caminaba por las galerías, una señora elegantemente vestida fingía asombrarse ante cada pieza con que tropezaban sus ojos (¡Señor, con que no se tropiece ella!); yo, mientras tanto, en busca de algo mejor en qué ocuparme, hacía todo lo posible por guardar el equilibrio y dominar el bostezo.

Al ver a los otros visitantes, me pregunté innumerables veces qué era lo que habían venido a hacer a este lugar. ¿También ellos fueron invitados por unos amigos demasiado insistentes? ¡Cómo deseaba en aquel momento estar cerca de la puerta de salida y fingir un mareo! Diría entonces en voz alta a mis acompañantes: «Perdónenme, señores, pero estoy sufriendo en estos momentos una nada ligera indisposición. Con el permiso de ustedes, me marcho. Adiós». Pero no, nada de esto podía hacer, por desgracia, de modo que no hubo más remedio que seguir adelante.

Más que observar las supuestas «obras de arte» (¿qué les veía?), traté de concentrarme en los rostros de mis compañeros de suplicio: ningún arrobamiento sincero, ningún jadeo de emoción. Casi todos dejaban atrás las piezas con la misma indiferencia con que se deja atrás una lata de coca cola tirada en la avenida.

Tenía razón Paul Virilio, el pensador francés, cuando dijo del arte contemporáneo que era «un arte despiadado», hecho de monstruos y figuras grotescas que hielan la sangre. «Después del arte sacro y del arte profano –escribió en uno de sus libros-, asistimos impotentes, o casi, a la emergencia de un arte profanado… Si el arte predominantemente antiguo todavía era demostrativo, lo que ocurrió hasta el siglo XIX, con el impresionismo el arte del siglo XX se convirtió en mostrativo»: es decir, en una galería de monstruosas e indescifrables exposiciones.

Pero esto no es todo. Además de despiadado, yo diría que el arte, hoy, es también un arte desvinculado. Trataré de explicar esto valiéndome de un ejemplo. Cuando se observa un cuadro de Rembrandt, o incluso uno de Chagall, ya por el hecho mismo de hacerlo con alguna atención, el espectador se siente llamado a vincularse con lo que éstos representan, o a participar en la escena que describen. Los rostros alargados del Greco o los severos de Velázquez atraen e interpelan: se trata, por decirlo así, de «bellezas que transmiten un mensaje» (Amos Oz), y gracias a este acto de contemplación la conciencia es instada a adoptar una actitud interior. Como ha dicho Josef Goldbrunner, un famoso pedagogo alemán, «en todo arte auténtico hay siempre un elemento escatológico:

él suscita en el hombre la admiración por la plasticidad de la materia y despierta anhelos de posibilidades más altas».

Algo muy diferente sucede, por el contrario, con muchos ejemplares de este arte que por facilidad llamamos contemporáneo. Es desvinculado en el sentido de que no despierta admiración, ni mucho menos ese afán de trascendencia del que hablaba el pedagogo; el arte contemporáneo es un arte que ha renunciado a todo, incluso a aminorar la prisa del transeúnte. Dada la incoherencia de sus formas y lo abstruso de su simbología, el espectador renuncia a cualquier tipo de diálogo con la obra y se siente tentado a seguir adelante. ¿Para qué tratar de interpretar las líneas de un cuadro del que nunca podrá estar seguro que no ha sido colgado al revés? Para decirlo ya, es un arte que no interpela, que no quiere robar tiempo al transeúnte ni espacio a la pupila.

Cuando, al salir del museo, mi amigo me preguntó qué pensaba de lo que habíamos visto, recuerdo haberle dicho: «Es, para empezar, un arte peligroso. ¡Hubieras visto cómo sudé al recorrer las salas! Temía quedar ensartado en una de esas cuchillas filosas que había un poco por todas partes. Pero, sobre todo, me da la impresión de que es un arte para hombres apresurados». Con esto creí haberlo dicho todo; no obstante, proseguí: «¿Viste con qué rapidez pasaban todos de una galería a otra? En todo caso, se trata de un arte nacido en la era de la privacidad: está hecho para hombres que no deben ser molestados ni siquiera por la belleza. La belleza crea vínculos y hace llamamientos, pero como hoy nadie quiere llamamientos ni vínculos, este arte no debe ser bello: le está prohibido». 

Si es verdad, como afirma Zygmunt Bauman, que el hombre posmoderno es un hombre desapegado, y que desapego significa «huida del sentimiento, de la intimidad verdadera, y refugio en el mundo de las relaciones ocasionales, del divorcio fácil, de las relaciones posesivas»; si es cierto que no quiere nada que lo ate, pues detesta las relaciones a largo plazo y prefiere que todo dure hasta que canse o aburra, entonces el arte contemporáneo es un arte hecho a su medida, a su perfecta medida… ¡Un arte, en fin, ante el que se puede caminar de prisa!

Mi amigo se sentía culpable por haberme hecho perder una tarde, pero yo le dije que no se preocupara, ya que todo sirve para algo en esta vida. Hoy por la tarde le llevaré este escrito para que compruebe por sí mismo que aquellas horas, sea como sea, no fueron tiempo perdido…

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#4 Tiempos

Cinco finales, cinco retratos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

El fútbol mexicano vive instalado en un vaivén que mezcla memoria corta, intensidad desbordada y una elasticidad competitiva que rara vez se ve en otros torneos. Y no hay mejor espejo de esa naturaleza cambiante que las últimas cinco finales de la Liga MX. Cada una reveló una cara distinta del campeonato, a veces impredecible, a veces cuidadosamente edificado, pero siempre dispuesto a romper pronósticos.

La más reciente, la del Clausura 2025, entregó un desenlace que pocos anticipaban. Toluca superó a América y recuperó un lugar que parecía extraviado en la élite. Esa serie tuvo un aire de reivindicación para los escarlatas, que encontraron una mezcla perfecta entre orden, temple y puntería. América, por su parte, llegó con la etiqueta inevitable de favorito, pero terminó cediendo ante un rival que administró mejor la presión. En ese desenlace se confirmó que en México los ciclos pueden renacer más rápido de lo que tardan en extinguirse.

Un semestre antes, en el Apertura 2024, las Águilas habían impuesto su jerarquía ante Monterrey. Fue una final marcada por el contraste entre un equipo construido para dominar y otro diseñado para golpear en ráfagas. América resolvió porque entendió cuándo acelerar y cuándo enfriar; Rayados quedó atrapado en la tentación del vértigo y pagó caro su falta de pausa. La serie se volvió una lección de que, en liguillas, el músculo emocional pesa tanto como el táctico.

El Clausura 2024 repitió campeón, América doblegó a Cruz Azul en un duelo donde la narrativa histórica parecía empujar a los celestes, pero terminó imponiéndose la estructura más estable. No fue una final espectacular, pero sí una muestra de oficio. América manejó los tiempos como si los hubiera ensayado toda la vida y Cruz Azul, que había encontrado ritmo durante la fase final, se quedó sin margen en el momento en que la exigencia aumentó.

En el Apertura 2023, el mismo América se cruzó con Tigres en una final que resumió la última década del fútbol mexicano, dos potencias creando tensión desde su experiencia y su peso institucional. Fue una confrontación áspera, tensa, en la que el primer error podía decidirlo todo. América fue más certero y Tigres, pese a su capacidad para competir siempre, no encontró esa chispa que tantas veces lo salvó en finales previas.

Y antes de que América dominara este tramo de la historia reciente, el Clausura 2023 había dejado un capítulo distinto, Tigres había vencido a Guadalajara en una final que mezcló dramatismo y resistencia.

Chivas llegó con un impulso sentimental fuerte, respaldado por un cierre de torneo que había reavivado ilusiones; Tigres, en cambio, se aferró a la experiencia y convirtió la serie en un duelo donde la paciencia terminó valiendo oro.

Cinco finales, cinco historias desiguales, pero todas con un hilo común, la liga mx vive entre la tradición y la renovación constante. América ha sido el protagonista dominante, sí, pero no en un territorio exclusivo; Toluca reapareció con fuerza, Tigres mantiene su lugar entre los gigantes modernos y Cruz Azul y Monterrey continúan orbitando entre la aspiración y la frustración.

Lo fascinante es que cada una de estas series dibuja una tendencia distinta. A veces gana el que mejor juega; otras, el que comete menos errores; y en más de una ocasión, el que simplemente logra sobrevivir a su propio caos. La Liga MX no premia únicamente la excelencia: premia la capacidad de adaptarse a un torneo donde cada semestre puede contar una historia completamente diferente.

Eso explica por qué sus finales, aunque repetidas entre ciertos protagonistas, nunca se sienten iguales. Cada una deja marcas nuevas, dudas nuevas y certezas que duran apenas unos meses. Y quizá ahí radica la esencia de este futbol, un territorio donde la estabilidad es un lujo, el dramatismo una obligación y el título, el botín que confirma que, al menos por un instante, todo salió bien en medio de un ecosistema que siempre está cambiando. Hoy Toluca puede volver a levantar el título o Tigres recuperar lo perdido hace unos torneos, pero sea cual sea el resultado, no queda duda que esta liga es un reflejo de lo extraño y competido que resulta nuestro casero futbol nacional.

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#4 Tiempos

Enrique Mesta Zuñiga, el filósofo autodidacta | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

La revista Letras Potosinas es la continuación de la revista Bohemia. Continuación en el sentido que en 1947 Bohemia cambiaba de nombre a Letras Potosinas, lo que sucedió en el número de edición 51, mostrando la numeración consecutiva. Esta revista, vocero de cultura de la patria chica, como referían sus editores, y conducía su mensaje cordial a los estados hermanos y al extranjero. Esa nueva época, mantenía su cuerpo de colaboradores y a aumentaba sus filas con positivos valores en el arte y en las letras del solar potosino.

Entre los colaboradores, estaría presente en sus páginas Enrique Mesta Zuñiga, un periodista que contribuiría con artículos de corte filosófico, enriqueciendo la labor humanista y difusión artística de Letras Potosinas.

Con la participación de Mesta, la revista potosina contribuía a la divulgación de la filosofía siendo así una de las pioneras en el siglo XX en abrir espacios a esta actividad de filosofía, que no era común en el país.

Don Enrique Mesta Zúñiga, nació en la ciudad de Cuencamé, Durango, el día 28 de julio de 1905. Sus estudios de primaria los realizó, en su natal Cuencamé y después, se dedicó a estudiar por su cuenta, especialmente libros de filosofía, que eran la pasión de su vida. Allí tenemos a otro autodidacta que llegó a lograr las alturas en la filosofía.

Su actividad profesional sería el periodismo, fundando revistas culturales en la región lagunera, como la revista Cauce, formando parte del grupo cultural que floreció y dio auge a las letras y al arte en todas sus manifestaciones. Toda su vida la dedicó a trabajar en diversos periódicos como luego veremos, así como a escribir serios artículos filosóficos y de comentarios literarios.

Esta labor cultural lo acercaría a los editores de Letras Potosinas y sus artículos se hicieron presente en la revista, aportando a los lectores potosinos en temas de filosofía. Dentro de las áreas de reflexión de la filosofía, se enfocó en cuestiones de ciencia, filosofía de la ciencia, sobre lo que publicaría varios libros.

La relación entre ciencia y humanismo fue uno de sus temas de reflexión filosófica. Entre los temas que abordara se encuentra el de la necesidad de la búsqueda o creación de un nuevo humanismo que contemplara los nuevos adelantos de la física cuántica y su repercusión en la percepción del universo y del papel del hombre. 

Con el progreso técnico derivado de la nueva física se incrementa la infelicidad del género humano de múltiples maneras.

Esta carrera contra el tiempo, para proteger a la humanidad contra sus propios desmanes y sus propias tragedias, es un tema predilecto de Toynbee, aquí en México nos lo aconsejó, subraya Mesta: “hay que ganar tiempo, el tiempo indispensable para que las diferentes civilizaciones de nuestro mundo puedan adaptarse la una a la otra”.

Empero, asegura Mesta, para acelerar una función simbiótica de las civilizaciones, la humanidad necesita darse completa cuenta de que la física cuántica al desindividualizar las partículas elementales desindividualizó asimismo a los hombres y al hacer ininteligible el determinismo acabó con la gloriosa interpretación lineal del progreso.

Corresponde a los humanistas trasladar sus instrumentos de las praderas de la metafísica y del arte a los inquietos laboratorios donde las ciencias están formando un nuevo mundo para que los hombres aprendan juntos a sobrellevar una vida humana y más justa.

Hay que hacer que, como ya lo intentaron Planck, Einstein, Freud y Schrödinger, persistan en potenciar y en ampliar su específica labor teniendo más presentes los cambios que su ciencia provoca en los ideales y en los quehaceres inacabables de los hombres.

Tal como lo apunta Mesta, los métodos en ciencias y humanidades que oscilan entre el polo metonímico y el polo metafórico, si bien son diferentes, se vinculan con la necesidad de una representación del mundo que en el fondo lleva el conocer el papel del hombre en el cosmos para lo cual transitan metodológicamente entre ambos polos.

Enrique Mesta, ese filósofo autodidacta, murió el 23 de agosto de 1984, en Torreón Coahuila, debido a un paro cardiaco de Etiología desconocida. Contribuyó a la divulgación de la filosofía y colaboró en el desarrollo cultural de San Luis Potosí.

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#4 Tiempos

El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

«Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión porque quedas despedido”» (Lucas 16, 1-15).

Cuando Jesús contó esta parábola nada dijo de cómo recibió el administrador tan mala noticia. ¿Retrocedió espantado?, ¿sintió que el piso se movía bajo sus pies como un tapete?, ¿intentó defenderse o ya por lo menos justificarse? Nada de esto sabemos; lo que sí sabemos, en cambio, es que más bien se puso a hacer cálculos en su interior, diciendo:

«-¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa!».

El foco, como se dice, se le había prendido. Pero, ¿qué era eso? Quiero decir, ¿qué fue se le ocurrió para que ahora que estaba desempleado no le faltara por lo menos un mendrugo de pan y un vaso de agua fresca? En realidad, algo muy ingenioso y sutil: como aún no había rendido el informe que le exigía su amo, todavía era tiempo de alterar ciertos papeles… Y esto es lo que hizo:

«Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero:

»-¿Cuánto debes a mi patrón?».

La pregunta, por supuesto, era retórica, pues los documentos los tenía él en su mano y a la vista, y bien escrito estaba en ellos el monto de la deuda; lo que quería, más bien, era causar en su interlocutor un cierto impacto difícil de olvidar.

«-Cien barriles de aceite –respondió el deudor, que aún no sabía muy bien de qué iba la cosa.

»-Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe: cincuenta».

Ya podemos imaginar el gozo con el que éste hizo lo que el administrador le pedía. ¡Le estaba perdonando nada menos que la mitad de la deuda! Es como si yo debiera al banco 100.000 pesos y de pronto el gerente me mandara llamar para decirme, guiñándome el ojo, que a partir de ahora no debo más que 50.000. ¿No era esto como para ponerse a gritar de alegría e invitarle un café en el restaurante más elegante de la ciudad?

El administrador mandó llamar al segundo deudor y le hizo la misma pregunta que al primero:

«-¿Cuánto debes a mi patrón?

»-Cien costales de trigo –dijo éste a su vez.

»-Aquí está tu recibo: escribe ochenta».

Y así hizo con todos los otros. Si de cualquier manera lo iban a despedir; mejor dicho, si ya estaba despedido, ¿qué perdía haciendo lo que hizo? ¡No perdía nada! Todo lo contrario: se jugó la última carta y había ganado, porque estos deudores iban a quedar eternamente agradecidos con él. ¡Su vejez estaba asegurada, pues un día lo invitaría uno a su casa a comer, y otro día otro! Ya no tendría que mendigar ni que andar por las calles del pueblo extendiendo la mano en busca de un pedazo de pan… Se retiraba, por decir así, con la cabeza levantada y pisando fuerte.

¡Qué hombre más inteligente!

Jesús mismo no pudo menos de alabar su ingenio. ¡Cómo, antes de ser despedido, supo hacerse amigos que después ya no lo dejarían solo! «Por eso les digo yo –concluyó el Maestro-: con el dinero, tan lleno de injusticia, gánense amigos para que, cando esto se acabe, los reciban en las moradas eternas».

Con esta sencilla historia, Jesús ha querido responder a estas dos preguntas que, si no fueran eternas, creeríamos que son banales «¿Para qué sirve el dinero?, ¿para qué sirve el poder?». Y su respuesta es: para que te hagas todos los amigos que puedas: sólo para eso. ¿Eres rico? Hazte amigos. ¿Eres poderoso, ocupas un cargo de cierta importancia? Hazte amigos igualmente.

Hay quienes, al tomar posesión de un cargo, empiezan a ver a los demás mortales como a hormigas (¡tan encumbrados se sienten ocupando su flamante escritorio de caoba!). Bien, que se anden con cuidado, porque no siempre estarán ahí, porque la rueda de la fortuna gira y gira y no es nada seguro que los que están arriba permanezcan en la cumbre eternamente. Sí, la fortuna es una rueda que no deja de girar: los que hace poco estaban abajo, resulta que ahora están arriba, y si no los trataste bien cuando tenías la sartén por el mango, como se dice, ellos lo recordarán una y otra vez, y ahora será la suya.

Hay quienes piensan que el poder es necesario para enriquecerse, y que el enriquecimiento es ya en sí mismo una forma de poder; en una palabra, que la riqueza y el poder se bastan a sí mismos. Si así es como piensas tú, déjame decirte, lector, que te equivocas. ¡Rompe el círculo! Hoy que la vida te ha favorecido, favorece a los que puedas, porque nada sabes del futuro. Haz como el hombre de la parábola: gánatelos a todos, porque no siempre serás administrador y quizá un día el patrón de turno te mande llamar para decirte:

-Dame cuenta de tu gestión porque estás despedido.

Si esto te dijeran sin que te hubieras hecho amigo de nadie, entonces sí que estarás perdido.

Toda la sabiduría de la vida está en esta sencilla parábola. Hazte amigos ahora que puedes; porque, si no lo haces ahora, quién sabe si lo podrás hacer mañana. «Conoce la ocasión o la oportunidad»: según Pítaco, el filosofo griego, no había conocimiento en el mundo más útil que éste.

Sí, aprovecha la oportunidad, porque mañana, sin que te des cuenta, quizá sea ya demasiado tarde.

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