julio 29, 2025

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#4 Tiempos

Un arte despiadado | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Hace poco tuve que ir a un museo de arte contemporáneo (yo no quería, pero no hubo más remedio) y, para ser sincero, la experiencia me decepcionó. No supe –ni lo sé ahora- qué significaban aquellos amontonamientos de piedras, de metales informes, de figuras absurdas. Lo que sí recuerdo, y muy bien, es que mientras lo recorría empecé a sentir un sudor frío que no se me calmaba con nada; en realidad, lo que tenía era miedo de dar un mal paso, pues muchas de las obras allí expuestas estaban hechas de hoja de lata, y esto las convertía en un verdadero peligro para los caminantes. ¡Qué puntas, Dios mío, qué hojas afiladas y largas! «Atención, Juan Jesús –me decía a mí mismo-: recuerda que estás caminando por una larga trampa. Un descuido y eres hombre muerto».

En el trayecto, es decir, mientras caminaba por las galerías, una señora elegantemente vestida fingía asombrarse ante cada pieza con que tropezaban sus ojos (¡Señor, con que no se tropiece ella!); yo, mientras tanto, en busca de algo mejor en qué ocuparme, hacía todo lo posible por guardar el equilibrio y dominar el bostezo.

Al ver a los otros visitantes, me pregunté innumerables veces qué era lo que habían venido a hacer a este lugar. ¿También ellos fueron invitados por unos amigos demasiado insistentes? ¡Cómo deseaba en aquel momento estar cerca de la puerta de salida y fingir un mareo! Diría entonces en voz alta a mis acompañantes: «Perdónenme, señores, pero estoy sufriendo en estos momentos una nada ligera indisposición. Con el permiso de ustedes, me marcho. Adiós». Pero no, nada de esto podía hacer, por desgracia, de modo que no hubo más remedio que seguir adelante.

Más que observar las supuestas «obras de arte» (¿qué les veía?), traté de concentrarme en los rostros de mis compañeros de suplicio: ningún arrobamiento sincero, ningún jadeo de emoción. Casi todos dejaban atrás las piezas con la misma indiferencia con que se deja atrás una lata de coca cola tirada en la avenida.

Tenía razón Paul Virilio, el pensador francés, cuando dijo del arte contemporáneo que era «un arte despiadado», hecho de monstruos y figuras grotescas que hielan la sangre. «Después del arte sacro y del arte profano –escribió en uno de sus libros-, asistimos impotentes, o casi, a la emergencia de un arte profanado… Si el arte predominantemente antiguo todavía era demostrativo, lo que ocurrió hasta el siglo XIX, con el impresionismo el arte del siglo XX se convirtió en mostrativo»: es decir, en una galería de monstruosas e indescifrables exposiciones.

Pero esto no es todo. Además de despiadado, yo diría que el arte, hoy, es también un arte desvinculado. Trataré de explicar esto valiéndome de un ejemplo. Cuando se observa un cuadro de Rembrandt, o incluso uno de Chagall, ya por el hecho mismo de hacerlo con alguna atención, el espectador se siente llamado a vincularse con lo que éstos representan, o a participar en la escena que describen. Los rostros alargados del Greco o los severos de Velázquez atraen e interpelan: se trata, por decirlo así, de «bellezas que transmiten un mensaje» (Amos Oz), y gracias a este acto de contemplación la conciencia es instada a adoptar una actitud interior. Como ha dicho Josef Goldbrunner, un famoso pedagogo alemán, «en todo arte auténtico hay siempre un elemento escatológico:

él suscita en el hombre la admiración por la plasticidad de la materia y despierta anhelos de posibilidades más altas».

Algo muy diferente sucede, por el contrario, con muchos ejemplares de este arte que por facilidad llamamos contemporáneo. Es desvinculado en el sentido de que no despierta admiración, ni mucho menos ese afán de trascendencia del que hablaba el pedagogo; el arte contemporáneo es un arte que ha renunciado a todo, incluso a aminorar la prisa del transeúnte. Dada la incoherencia de sus formas y lo abstruso de su simbología, el espectador renuncia a cualquier tipo de diálogo con la obra y se siente tentado a seguir adelante. ¿Para qué tratar de interpretar las líneas de un cuadro del que nunca podrá estar seguro que no ha sido colgado al revés? Para decirlo ya, es un arte que no interpela, que no quiere robar tiempo al transeúnte ni espacio a la pupila.

Cuando, al salir del museo, mi amigo me preguntó qué pensaba de lo que habíamos visto, recuerdo haberle dicho: «Es, para empezar, un arte peligroso. ¡Hubieras visto cómo sudé al recorrer las salas! Temía quedar ensartado en una de esas cuchillas filosas que había un poco por todas partes. Pero, sobre todo, me da la impresión de que es un arte para hombres apresurados». Con esto creí haberlo dicho todo; no obstante, proseguí: «¿Viste con qué rapidez pasaban todos de una galería a otra? En todo caso, se trata de un arte nacido en la era de la privacidad: está hecho para hombres que no deben ser molestados ni siquiera por la belleza. La belleza crea vínculos y hace llamamientos, pero como hoy nadie quiere llamamientos ni vínculos, este arte no debe ser bello: le está prohibido». 

Si es verdad, como afirma Zygmunt Bauman, que el hombre posmoderno es un hombre desapegado, y que desapego significa «huida del sentimiento, de la intimidad verdadera, y refugio en el mundo de las relaciones ocasionales, del divorcio fácil, de las relaciones posesivas»; si es cierto que no quiere nada que lo ate, pues detesta las relaciones a largo plazo y prefiere que todo dure hasta que canse o aburra, entonces el arte contemporáneo es un arte hecho a su medida, a su perfecta medida… ¡Un arte, en fin, ante el que se puede caminar de prisa!

Mi amigo se sentía culpable por haberme hecho perder una tarde, pero yo le dije que no se preocupara, ya que todo sirve para algo en esta vida. Hoy por la tarde le llevaré este escrito para que compruebe por sí mismo que aquellas horas, sea como sea, no fueron tiempo perdido…

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#4 Tiempos

El poder y los tigres que llevamos dentro | Columna de León García Lam

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LA VOLUTA

Trump está en el aparador internacional acusado -otra vez- de un escándalo sexual. Quiero aprovechar ese caso -y otros- para comentar que, cuando alguien ostenta una dosis de poder, algo en su interior se desata. ¿Por qué ese descontrol adquiere casi siempre un tinte sexual? ¿Por qué políticos, sacerdotes y artistas son recurrentemente acusados de sexualidad desbordada? Y, sobre todo: ¿por qué deberíamos vigilar especialmente el comportamiento sexual de quienes ostentan cargos públicos?

Vayamos a las civilizaciones clásicas, aquellas que asociamos con bacanales y hieródulas. ¿No prueban esas civilizaciones que el desenfreno sexual es una constante de la naturaleza humana? En efecto, pero hay una diferencia clave: aquel desenfreno era ritualizado y regulado. Si nos parece escandaloso solo es porque lo juzgamos con nuestra moral. El verdadero exceso ocurre cuando se transgreden las normas de la propia época: piense usted culta lectora de La Orquesta, en Calígula o Nerón, cuyas prácticas nefandas —que conocemos por Suetonio—escandalizaron incluso a sus contemporáneos.

Ante el riesgo del desenfreno, las primeras comunidades cristianas optaron por una solución radical: si el poder corrompe, mejor amputar la sexualidad de quienes lo ejercen. Así nació el celibato sacerdotal. Hoy sabemos que la estrategia clerical fracasó en incontables casos—como los “sobrinos” que eran hijos y las “amas de llaves” que eran concubinas—, pero reconozcamos que la intuición católica fue certera: lo reprimido se desata con el poder.

Freud nos ha gritado la respuesta que buscamos en su famoso libro El malestar de la cultura. La civilización exige reprimir nuestros deseos: trabajamos cuando queremos dormir, callamos cuando ansiamos gritar. Esas renuncias se acumulan en el inconsciente como energía latente. No hay ser humano—hombre o mujer— que escape a este control de la voluntad. Todos llevamos tigres agazapados en la psique

, esperando su momento de saltar, sacar las garras y desenfrenarse.

He aquí el problema: cuando alguien accede al poder —político, económico o social—, sus tigres hambrientos quedan en libertad. El brillo en los ojos del recién investido es la alegría de la fiera que siente la cercanía de sus presas. Trump es el ejemplo obvio, pero basta mirar alrededor para encontrar casos nacionales y locales —políticos, empresarios, artistas— que usaron su influencia para liberar demonios personales. Redes de niños y niñas, secretarias, alumnas, asistentes, clientas, chicos y chicas buscando fama y un largo etcétera.

¿Está mal ser un libertino? Me parece que no. Siempre y cuando los actos empleados no sean por medio del poder público o en contra de las leyes civiles.

Si exigimos declaraciones patrimoniales a los funcionarios, para garantizar que no se hinchen de dinero con el erario, quizá deberíamos pedir también “declaraciones mentales”. Porque todo poder libera a las bestias interiores.

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#4 Tiempos

La visita | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

Sucede en una novela de Chaim Potok (1929-2002), el novelista judío, titulada La promesa. Un adolescente, hijo de un famoso rabino norteamericano, es ingresado en un hospital psiquiátrico. Nadie sabe en realidad qué es lo que sucede con él, pero a veces se muestra demasiado violento y a menudo demasiado abstraído. Está todo el tiempo como encerrado en sí mismo, y arrancarle una palabra puede llegar a convertirse en la mayor de las hazañas. El mundo exterior le interesa poco y sus respuestas son casi siempre groseras y agrias. El muchacho se llama Michael. Michael Gordon.

¿Por qué se porta así? Eso es lo que sus padres quisieran saber. Sin embargo, poco antes de ser ingresado en el centro, Michael había hecho amistad con Reuven, el novio de una prima suya, de modo que es con él, y sólo con él, con quien puede abrirse libremente… De hecho, una vez habían ido juntos a la feria de un pueblo cercano a Nueva York, y poco después hasta salieron a navegar en un lago a la hora del crepúsculo y la brisa. Sí, eran amigos, de eso no cabía duda; por lo tanto, él era el único ser al que Michael podía confiarse en esta hora de crisis y tinieblas.

Mientras Michael está internado nadie debe verlo, salvo su familia: las visitas le están terminantemente prohibidas, y él se siente solo, profundamente solo. Pero, ¿y su amigo, su único amigo, donde está? ¿Qué hace mientras él se vuelve loco de pesar? Y, así, una noche suena el teléfono en la casa de Reuven; por supuesto, es Michael quien se halla al otro lado del hilo.

«-¿Reuven? Hola, Reuven -¿cómo había hecho Michael para acceder a un teléfono y llamarle? Se produce entonces un largo silencio-. Reuven, ¿me escuchas?».

Sí, Reuven lo escuchaba. ¿Qué había sucedido con este muchacho? ¿Qué nueva desgracia le había caído encima? De momento, una cosa era segura: que Michael no debía estar al teléfono, pues los reglamentos del centro psiquiátrico eran bastante claros a este respecto. ¿Estaba hablando, pues, a escondidas?

«-Reuven, ¿estás bien? –la voz de Michael era como la de un huérfano; las ondulaciones de su voz delataban una infinita tristeza.

»-Sí, estoy muy bien.

»-¿Por qué no vienes a visitarme? Ni una sola vez lo has hecho.

»Apreté con fuerza el teléfono y no dije nada –confesará más tarde Reuven, lleno de vergüenza.

»-Reuven –dijo Michael.

»-Aquí estoy, Michael.

»-¿No quieres venir a visitarme, Reuven?».

Éste no sabe qué decir, qué responder. Sí, una vez preguntó a alguien de la familia si podía visitar a Michael, pero como le aconsejaron que no lo hiciera, él ya no insistió más. Le dijo, y no mentía:

«-Pregunté si podía visitarte. Dicen que sólo tu familia tiene permiso para hacerlo».

Otro largo silencio.

«No supe qué hacer –confesará igualmente Reuven después-. No sabía si el hecho de seguir conversando con él y responder a sus preguntas podría resultarle perjudicial, o si era mejor aconsejarle que colgara, puesto que no tenía permiso para llamarme. No sabía qué decirle, ni si debía mantener algún tipo de reserva».

«-Oye, Reuven, ¿quieres visitarme?

»-Sí”.

“-Pensé que no querías. Ahora les diré que quiero verte. Te dejarán venir. ¿Vendrás, Reuven?

“-Seguro.

»-Me alegrará verte. Odio este lugar. ¿Recuerdas las veces que salimos a navegar, Reuven? Me acuerdo mucho de eso… De verdad, quiero verte, Reuven. Voy a gritar hasta arrancarme la cabeza. Te dejarán venir. Por favor, visítame, Reuven. Adiós».

Tan pronto como terminé de leer este diálogo, reproducido aquí a retazos por falta de espacio, cerré el libro y me puse a escribir este artículo. Si Reuven acudió a la cita de su amigo o no, eso todavía no lo sé. Por lo pronto, me basta con la ternura que oculta esa llamada. Y pienso en las personas que esperan nuestra visita y que nunca la tendrán; si ellos pudieran –quiero decir, si se atrevieran-, también tomarían el teléfono reclamando nuestra presencia. Pero no lo hacen por pudor, por vergüenza, por dignidad.

«¿Recuerdas cuando salíamos a navegar? Yo me acuerdo mucho de eso». Pero no: Reuven ya no se acordaba. ¡Qué pena! Pero no se trata ahora de Reuven, sino de nosotros: también nosotros quizá ya hayamos olvidado las hermosas horas que pasamos con algunas personas, pero éstas todavía las recuerdan y suplican a Dios que la experiencia pueda repetirse algún día, alguna vez. ¡Están tan solos! Y odian este lugar en el que nadie piensa en ellos.
Michael no se olvidaba de Reuven: él lo quería… Y me pregunto: ¿por qué las relaciones –todas, sin exceptuar ninguna- son siempre desiguales? Aun cuando una amistad parezca perfecta, siempre hay un amigo que quiere más y otro que quiere menos… ¡La vida es así!

Reuven se atormenta pensando si no le hará mal a su amigo seguir hablando con él. ¡Pero, Reuven, esto es lo único que podría curarlo: tus palabras! Sólo tú tienes la llave para abrir esa puerta, ¿y renuncias así como así a utilizarla? Venga, Reuven, utilízala, no tengas miedo. La palabra es curativa, y la tuya lo es para quien anhela oírla. Venga, habla con él.

¡Extraña manera de practicar la psicoterapia: encerrar a los enfermos, aislarlos todavía más, cuando lo que ellos necesitan es amistad y compañía!

Recuperar el hábito de la visita, hacernos visibles y tangibles para aquellos que nos esperan: ¡ah, si esto fuera posible, si nos diéramos tiempo para ello, no todo estaría perdido!

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#4 Tiempos

LamBot del Tec de Monterrey-SLP bicampeones mundiales de robótica | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Hace quince años la comunidad de la Preparatoria del Instituto Tecnológico de Monterrey campus San Luis Potosí comenzó un proyecto educativo basado en la ingeniería robótica que incluye aspectos de seguridad y mercado, entre otros, dentro de la corriente de tecnología educativa que suele ser conocida como STEM, iniciales en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas.

El programa del Tec de Monterrey campus San Luis lleva el nombre de LamBot 3478 y su gran esfuerzo lo ha llevado a ganar la competencia mundial más importante en el campo de la robótica, el Campeonato Mundial de Robótica FIRST en dos ocasiones convirtiéndose en el equipo que lo ha realizado en dos ocasiones. La más reciente hace algunas semanas en el campeonato Mundial celebrado en Nagoya Japón convirtiendo así en el referente mundial en tecnología educativa.

Los flamantes campeones mundiales pertenecen a la Preparatoria del Instituto Tecnológico de Monterrey campus San Luis Potosí, y han puesto en alto el nombre de México de San Luis Potosí y de su institución educativa.

De esta forma el equipo LambBot 3478 son, nada más y nada menos que, Bicampeones Mundiales de Robótica FIRST, encabezando una alianza estratégica que les permitió obtener el título en una de las competencias estudiantiles más exigentes y reconocidas del mundo.

La Preparatoria del Tec de Monterrey en San Luis tradicionalmente ha impulsado la participación de sus alumnos en las competencias educativas que se realizan en San Luis y que son cauces para eventos nacionales y mundiales, entre ellas las olimpiadas de física, matemáticas, química, entre otras, así como la participación en el Concurso potosino conocido como Fis-Mat de alta tradición en el país. Estos programas de apertura de espacios de educación extraescolar han permitido a instituciones como el Tec de Monterrey campus San Luis incorporar a sus propios programas educativos y el ejemplo de éxito más notorio es el programa LamBot que su continuidad ha colocado a los alumnos y profesores de esa institución en el escenario mundial de proyectos colaborativos que redunda en la propia preparación de sus estudiantes.

Con esta victoria, LamBot se convierte en el primer equipo mexicano en obtener dos campeonatos internacionales de FIRST Robotics Competition. Su primer triunfo fue en 2019, durante el mundial celebrado en China. Ahora, seis años después, México vuelve a levantar el trofeo, reafirmando su compromiso con el desarrollo tecnológico juvenil. Lo cual se convierte en un hito sin precedentes para la robótica mexicana.

La competencia de FIRST (For Inspiration and Recognition of Science and Technology) reúne cada año a los mejores equipos del planeta, quienes deben diseñar, construir y programar robots capaces de ejecutar misiones complejas en escenarios de alta presión. Lo que distingue a este certamen no es solo la precisión técnica, sino la colaboración, el ingenio y el impacto social de cada proyecto.

Durante la edición 2025 del certamen, el equipo mexicano unió fuerzas con los equipos 987 y 6962, formando una alianza altamente eficiente que superó con éxito las rondas eliminatorias. Juntos desarrollaron una estrategia basada en la coordinación táctica, adaptabilidad y una ejecución impecable de los desafíos.

Este desempeño excepcional fue determinante para obtener el campeonato ante una audiencia global y más de 160 equipos provenientes de países como Estados Unidos, China, India, Turquía y Brasil.

La Federación Mexicana de Robótica realizará en los meses de marzo y abril de 2026 el Torneo Mexicano de Robótica (TMR) 2026 que tendrá como sede la ciudad de Puebla y el cual estará organizado localmente por el potosino Dr. Alejandro Pedroza creador del célebre robot pianista mexicano Don Cuco el Guapo. Este Torneo Mexicano de Robótica es el torneo selectivo para conformar la representación mexicana para el campeonato mundial de robótica, donde esperamos figure algún grupo potosino y donde con seguridad estará presente el equipo LamBot 3478 a quienes felicitamos por sus logros.

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Opinión

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