junio 21, 2025

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#4 Tiempos

Un amor de sándwich | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Hace ya algunos años, una película mexicana de cuestionable factura, y cuyo nombre conviene no rebuscar, mostraba la historia de dos jóvenes que compartieron un lapso de veinticuatro horas tras conocerse fortuitamente en la fuente de un callejón perdido. Uno enamorándose, la otra dudando sobre el porvenir con su pareja de antaño.

El varón se esmeraba por cautivar a la chica, una española que no conocía a fondo la Ciudad de México. Hacía cosas fuera de la norma. La llevaba por la noche a un área restringida del bosque de Chapultepec. Grababa con ella una pieza en violonchelo para posteriormente confeccionar un sample de recital. La invitaba al enésimo speakeasy… la película gira en torno a sus esfuerzos por alcanzar lo extraordinario y, de esta manera, ser memorable para ella. El protagonista lo consigue a medias: la visitante pasa un día para el recuerdo, pero al final se despide y vuelve con su novio de toda la vida.

Desconfío de las relaciones sostenidas por la pirotecnia, por la necesidad de la épica, de la constante movilidad, de viajar como una huida carente de fondo, de estar en las postrimerías todo el tiempo, como si el filo de la navaja fuera lo que mantiene en funcionamiento a su amor. Y no, creo que no: en última instancia, el amor debería bastar por sí solo y persistir aún en el minimalismo, en la intimidad hasta el hueso, en una habitación sin mayor distracción que los dos.

Congeniar sin estimulantes externos. Superar el aburrimiento y la prueba de los silencios compartidos. Cualquier pareja la pasa bomba en una tarde con vistas al mar, en el pueblo mágico, en la cena de gala; la prueba de fuego es ir al mercado, la mañana en la alcoba cuando no hay mucho que hacer ni decir. Quienes empatan en tal circunstancia, y la pasan bien y se quieren, pueden estar seguros de poseer un vínculo especial. El día olvidable es una de las cumbres del amor.

Las mejores relaciones posibles, uno se da cuenta más tarde que temprano, son aquellas en las que no es necesario forzar la marcha. En las que el cariño fluye y no sientes que estás a prueba cada día, cada hora, cada minuto, teniendo que hacer maniobras para ser validado y respetado por la otra persona. Alcanzar una complicidad, apreciar la parte más frecuente del ser amado, aquella que el 95 por ciento del día respira y deambula por ahí sin mucho que añadir. Entender que no todo se reduce a la frase ingeniosa, al fantochismo, a la hazaña, sino que lo bello reside igualmente en la rutina, en leer juntos en el jardín.

Aquella película mexicana trataba de emular la magia de Before Sunrise (1995). Sin embargo, los creadores parecían ignorar que el encanto de aquel flechazo entre Jesse y Celine no estaba propiamente en la extravagancia, sino en una cadencia, en un compás, en ilustrar la maravilla de encajar con alguien, tal como Richard Linklater retrata en postales de plena normalidad. Ir al parque, sentir las campanas, hacer piojito. Comer en un restaurante cualquiera, jugar al pinball. Caminar sin rumbo y platicar con alguien que sabe escuchar.

Graham Greene lo describe bien en esa notable novela llamada El final del affair. El personaje de Sarah, en plena revuelta espiritual, revela su mayor deseo: estar con el hombre que la vida ha apartado de ella. Y no para tirarse de un parapente o ir de Safari a una región de África. «Quiero comer sándwiches con él», dice, «quiero estar tomando una copa en un bar con él»

. Eso es bastante cuando se quiere a alguien, cualquier extra te aleja de lo esencial. «Quiero un amor corruptible y humano y normal», añade después.

En otro capítulo, Bendrix, el hombre al que Sarah aludía, lamenta no gozar la cotidianidad que ella, la amante, tiene con su marido. Tras ser descubierto, se lo confiesa «Contigo, ella hacía la compra y cocinaba y se iba a dormir, conmigo solo podía hacer el amor».

El romance como carrera de fondo es una constante en la obra de Greene. En El tercer hombre da cuenta de su predilección por lo duradero antes que por la erupción volcánica: «No tenía una cara bonita, ése era el problema. Era una cara para vivir con ella un día tras otro. Una cara para toda la vida».

La primacía de lo templado. El amor que perdura no es el de puro vino y rosas y de explosión carnal que se desvanece, sino el que tiene un punto de resignación y que asume lo bueno y lo malo. Como católico, el escritor inglés entendía el valor de cargar con la cruz del otro. El deseo de la simple compañía.

Sería tonto oponerse a lo sublime, a la búsqueda de lo extraordinario, del ideal. Es absurdo renegar de fechas, celebraciones y citas especiales. De vacaciones memorables. Sin duda hay que tenerlas. Son chispas, fuegos que animan y que uno recuerda en la posteridad. Pero eso no se tiene siempre, son excepciones.

Apelar al vértigo es una carrera agotadora y sin sentido. Rafael Berrio lo cantaba en parafraseo carveriano en esa otra película que bebe de Before Sunrise (aunque con mayor gracia que la cinta mexicana), La reconquista (2016) de Jonás Trueba: «En el amor somos todos principiantes».

Vete a chiflar a otro lado con la expectativa en bandeja de plata. Hasta lo exquisito cansa, como diría un viejo príncipe. Lo que cuenta es alguien con quien sobrevivir al naufragio, al tedio que conforma la existencia y que al lado de la gente precisa ya no es tan insufrible y se convierte en un plano mejor. La gloria es la rutina con la persona adecuada. Alguien con quien pasar tu propio anochecer.

Ya de viejo, si llegas a serlo, o en temporadas difíciles, comprenderás la importancia de estar a gusto con alguien que apenas se mueve, que ya no puede tirar maromas y que no se subirá a un iceberg contigo. Que estará ahí, transparente, y que con un arqueo de ceja te endulzará el desayuno. Yo, como Sarah, cambio el cuento de Disney (la carroza que termina en calabaza) por un amor de sándwich. Un sándwich genuino.

 

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#4 Tiempos

El primer poeta potosino, Pedro de los Santos | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Si bien desde los primeros años de la fundación existieron poetas en San Luis y se cultivó este género, como lo hemos tratado en anteriores entregas, estos personajes serían españoles avecindados en la ciudad; el primer poeta nacido en el siglo XVII en estas tierras en la ciudad de San Luis Potosí sería Pedro de los Santos.

Pedro de los Santos. Este personaje es uno de los nacidos en San Luis Potosí, nacería a mediados del siglo XVII; en 1699 era colegial de San Ildefonso y Familiar y Maestresala del virrey don Juan Ortega Montañés.

Emigraría muy joven a la ciudad de México, al parecer estudiaría también en la Real y Pontifica Universidad de México pues en su Romance aparece el título de Bachiller.

Su Romance es el único poema que se le conoce, fue escrito en 1700 y publicado en 1702 conociéndosele con el título de Romance en elogio a San Juan de Dios en las fiestas que hizo México por su canonización. Poema que tendría el segundo lugar en el certamen poético por la canonización de San Juan de la Cruz, que describió el Pbro. Br. Juan Antonio Ramírez Santibañez; donde se apunta: “El segundo lugar, se le dio al que puede tener plaza de Músico suave, pues tira gajes de cantor en el palacio de Apolo y ser Maestresala de las Musas, al Bachiller donde Pedro de los Santos, maestre de la sala del Exmo. Sr. Dr. Don Juan de Ortega Montañés, del Consejo de su majestad, arzobispo de México, segunda vez Virrey, Gobernador, Capitán General de esta Nueva España y Presidente de su Real Audiencia”.

El Padre Peñalosa asegura que en su poema “no faltan, en el romance, algunas características de la poesía barroca, entonces en pleno apogeo, como la hipérbole, las alusiones mitológicas, la bimembración distribuida en dos versos o tal cual detalle de la luz y de color; pero sin el poderío y la plasticidad, sin el ingenio y la audacia de la verdadera y grande poesía barroca”.

Al decir del Padre Peñalosa una copia fotostática de su romance se encuentra en el Archivo Histórico de San Luis Potosí.

En su romance, los últimos versos dicen:

la misma tormenta corre
haciendo que el aire ocupe
mejor sagrada saeta
del Ave de culpa inmune.

Con ella el piélago vence,
con ella el viento confunde
y no admira que con ella
el mismo Puerto salude.

Con ella pone en Granada
columnas que no caduquen
a las injurias del tiempo,
pues su caridad las sube.

Mereciendo mayor palma,
Porque puso en servidumbre
Al mar, no con armas fieras,
Sino con palabras dulces.

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#4 Tiempos

La miseria del sexo | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

Sucede en un cuento de Arthur Schnitzler (1862-1931), el escritor austriaco. Una vez, un joven fue invitado a asistir a un duelo en calidad de padrino de un militar de cierto rango que, al ver ofendido su honor, retó a muerte a un caballero de la alta sociedad vienesa abofeteándolo con su guante. Qué razones había para lavar con sangre esa mancha real o imaginaria, no lo sabemos, pues éstas no quedan muy claras en el relato, aunque todo parece indicar que había unas faldas de por medio, y que estas faldas eran nada menos que las de la esposa del militar.

Como decimos, el padrino nada sabía de los motivos que impulsaron al teniente Loiberger a tomar tan drástica determinación, pero tampoco quiso averiguarlas. ¿Para qué? Como se dice, cada uno sabe dónde le aprieta el zapato; y, además, ¿para qué negar que en aquellos tiempos remotos la gente se mataba entre ella por los motivos más banales y fútiles? «El hecho –dice el narrador de esta historia, es decir, el padrino- de que en ciertos círculos tuviera que contarse con la posibilidad o incluso con la inevitabilidad de los duelos, ya sólo esto, créame, daba a la vida social una cierta dignidad o, al menos, un cierto estilo. Y a las personas de estos círculos, incluso a las más insignificantes o ridículas, les prestaba la apariencia de una continua disposición a la muerte, aun cuando a usted esta expresión le parezca, utilizada en este contexto, demasiado rimbombante».

Digámoslo ahora con nuestras palabras: en aquellos tiempos, batirse a muerte con adversarios verdadero o ficticios era una moda tan extendida, sobre todo entre las clases superiores, que nuestro joven narrador ni siquiera se extrañó cuando el teniente Loiberger solicitó amablemente su padrinazgo. Además, ¿no era ésta la séptima u octava vez que un caballero ofendido le pedía exactamente la misma cosa? Sin embargo, es necesario abreviar, y lo haremos diciendo cuanto antes que el muerto, allí, fue precisamente el señor Loiberger, que cayó al suelo con cierta elegancia y sin demasiados aspavientos a causa de una bala que vino a incrustársele a la altura del corazón. Se llevó la mano al pecho, lanzó un suspiro hondo, se tendió en la hierba como quien se dispone a permanecer en esa postura un tiempo muy largo y murió en el acto.

Una autoridad municipal dio fe del deceso –también sin demasiados aspavientos- y el día transcurrió como de costumbre, cual si en realidad nada grave hubiese acontecido. Sin embargo, un problema quedaba sin resolver, y era que la viuda, que vivía en la capital, es decir, en Viena, debía enterarse de la muerte de su marido. ¡Claro, era necesario decírselo, y cuanto antes mejor! ¿Y quién iba a encargarse de tan desagradable tarea? El padrino, naturalmente, que para eso estaba. Y allá va nuestro narrador. Frau Agathe, la esposa del señor Loiberger, lo recibe amablemente y lo hace pasar al recibidor. En realidad nunca en su vida había visto ella a este hombre, pero no le parece feo y hasta le invita una copa…

¡Dios mío, qué bella era Frau Agathe! Su rostro resplandecía como una hoguera encendida. Ahora bien, ¿para qué ponerse a hablar ahora, precisamente ahora, de cosas tan tristes como son las que se refieren a la muerte? Ya lo haría después; por el momento era preciso beber otra copa y disfrutar el momento. Frau Agathe se veía incluso feliz. ¿Para qué romper el hechizo? Entonces el visitante se puso a hablar con la joven viuda –ella aún no sabía que lo era- de cosas que nunca sabremos. Y tanto hablaron y hablaron, y tanto se gustaron el uno al otro que pronto, sin que nadie supiera cómo ni cuándo, ya estaban los dos tomados de la mano en la alcoba de ella. ¡Oh, no se habían reunido allí para entregarse a la práctica de ejercicios piadosos! Y pasó el tiempo. Cuando el visitante despertó por fin, pudo recordar como entre sueños que había venido a esta casa a cumplir una misión. ¿Cuál era ésta? Trataba de recordarlo. ¡Ah, sí, decirle a Frau Agathe que su marido había muerto en la vecina ciudad de Ischl, en el transcurso de un duelo, precisamente!… Aún no salía completamente de su modorra cuando oyeron ambos a lo lejos un ruido de pasos. Quien llegaba era el doctor Mülling, amigo de la familia, para preguntar a la señora si ya se había enterado de la triste noticia. Cuando la supo, la mujer se deshizo en llanto y pidió ver cuanto antes el cuerpo de su marido.

«Desde entonces –cuenta el narrador- no me dirigió ni una palabra… Efectivamente, aquella misma tarde partió sola y a la mañana siguiente condujo el cadáver a Viena. Al otro día tuvo lugar el entierro al que, por supuesto, asistí… Muchos años después nos encontramos en una reunión social. Mientras tanto se había casado de nuevo. Nadie que nos hubiera visto hablar habría adivinado que nos unía una profunda vivencia común. Pero, ¿realmente nos unía? Yo mismo habría podido considerar aquella estival y tranquila, misteriosa y, con todo, feliz hora como un sueño que sólo yo había soñado: tan clara, tan sin recuerdos, tan inocentemente profundizó su mirada en la mía».

Y así acaba esta historia, que no ha hecho más que confirmar mis sospechas, a saber: que la relación sexual, por sí sola, no puede unir a dos seres que no se aman. Hoy es común, o casi, afirmar que las relaciones sexuales son como el termómetro del amor, de manera que nada puede esperarse de dos seres que no saben -o no pueden- hacerse gozar el uno al otro. Hay quien dice, además, que para enamorarse de una persona antes hay que haberse acostado con ella. Pero esto es falso, pues las cosas, por lo regular, suceden exactamente al revés. Así como los milagros no producen la fe, sino que es más bien la fe la que produce los milagros, así habría que decir también que las relaciones sexuales no producen el amor, sino que, a lo más, cuando éste ya existe sólo lo alimentan. Los que no se amaban antes de ir juntos a la cama, no se amarán más cuando hayan regresado de ella, y hasta es posible en algunos casos que terminen queriéndose menos. Los cuerpos podrán acoplarse todo lo que quieran, pero, si las almas están lejos, entonces no hay nada que hacer.

Me decía hace poco un joven hablándome de su novia, con la que tenía ya estas relaciones y con quien acababa de romper: «Quizá deje más material para el recuerdo una tarde viendo juntos el crepúsculo que una relación sexual». Claro, claro. ¿Podría decirse mejor? He aquí la miseria del sexo.

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#4 Tiempos

Verano futbolero | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Apesar de los pesares, el verano futbolero arranca este fin de semana.

Tanto el mundial de clubes, como la Copa Oro, se jugarán en el territorio de los Estados Unidos, algo que bajo otro panorama sería lo ideal, un país multicultural, con una infraestructura increíble y fortaleza económica como para poder generar ingresos sobrevalorados, todo estaría bien, si no hubiera problemas sociopolíticos en Norteamérica.

Las recientes políticas han comprometido las entradas a los estadios y con esto un posible golpe comercial a las proyecciones de FIFA. Pero pasando al punto netamente deportivo, que al fin es lo que importa para esta sección, las cosas suenan muy interesantes.

Por un lado tenemos el nuevo experimento mundial, juntar a algunos de los clubes más importantes del mundo, en un torneo que buscará enfrentarlos con sus mejores jugadores en búsqueda de un gran premio económico, todos los equipos presentarán lo mejor que tienen y es probable que conforme avancen en el torneo su nivel tenga que aumentar, cuando los equipos que solo van a participar queden fuera, y se cierre contra los verdaderos rivales. Un torneo que levanta expectativas y que promete buenos juegos, sobre todo cuando clubes europeos salten a las canchas con sus figuras mundiales.

A la par de este torneo, se jugará el evento principal de CONCACAF. Si bien la región es tal vez la más olvidada del planeta, y sus selecciones fuertes no pasan por un buen momento, es notable voltear a ver a la zona y su torneo insignia a un año antes del mundial. Administrativamente, vamos a poder ver algunos estadios que serán sede de la Copa del Mundo 2026,

así como los preparativos para ciertas ciudades que recibirán afición y participantes. Por lo futbolístico, vale la pena resaltar el mal momento que vive la selección de los Estados Unidos, un equipo que llega con 4 partidos sin ganar y que busca levantar cabeza con Mauricio Pochettino, quien de hacer un mal torneo seguramente se despedirá por ahora de sus posibilidades de dirigir un mundial. Del lado de México, el Vasco Aguirre tiene que demostrar que su equipo puede levantar la cara a un año de la copa. La obligación de campeonar en la Copa Oro sigue siendo imperante, así como desplegar un buen fútbol ante rivales que parecen a modo.

El resto de las selecciones piensan más en su posible clasificación al mundial y tomarán la participación como partidos de preparación ante lo que viene para el cierre del 2025.

Dos torneos interesantes, un mes lleno de futbol y equipos que disputarán en una de las próximas sedes mundialistas. Atentos con el país del norte, y que la política y lo social no sean impedimento para por lo menos distraer un poco de lo verdaderamente importante, sin perder por completo la atención. Que arranque ya el verano futbolero.

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