junio 22, 2025

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#4 Tiempos

La tristeza, la locura | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Solo porque es catalana -como Mercé Rodoreda- he comenzado a leer esta tarde a Montserrat Roig (1946-1991).

Ya sé que decir esto no es hacer demasiado honor a Montserrat Roig, pero qué quiere usted, la vida es así. Uno empieza a leer los libros de ciertos autores por las razones más vulgares, entre las que se me ocurren las siguientes cuatro:

1) Porque cierto líder de opinión nos los recomendó vivamente (aunque no estoy muy seguro de que ésta sea una razón de peso, pues –la verdad hay que decirla- uno casi nunca lee los libros que los demás nos recomiendan);

2) o porque nos los encontramos en nuestra casa (sin saber cómo ni cuándo fueron a parar allí) y, a falta de otra cosa que hacer –o de dinero para comprar otros-, nos pusimos a leerlos;

3) o porque nos los prestaron y no pensamos devolverlos («Los libros, dijo alguien una vez, se escriben para venderlos, se compran para tenerlos y se prestan para perderlos»);

4) o, finalmente, porque los encontramos a un precio módico en una librería de usado y no quisimos desaprovechar la ocasión. (¡Los mejores libros que he leído en mi vida los he encontrado precisamente en las canastillas de ofertas! Pienso, por ejemplo, en Cuando silbo…, de Shusaku Endo, y en Alondra, de Deszô Kostolányi).

Es verdad que los que escriben y publican quisieran oír hablar de razones más misteriosas, elevadas y pronfundas, pero estoy seguro de que la elección de un autor en vez de otro se debe a motivos tan triviales como los recién citados. Ahora bien, que estos libros acaben gustándonos y elijamos después comprar otros del mismo autor, ya en condiciones -y a precios- normales, esa es otra historia.

Por lo que hace a mí, como digo, comencé a leer a Montserrat Roig (1946-1991) porque una de sus novelas se hallaba muy sola en una canastilla de saldos y además echaba de menos en aquel momento ese aire catalán y nostálgico que sólo Mercé Rodoreda sabe hacernos respirar.

Advierto inmediatamente que no he terminado de leer La voz melodiosa (la novela de la Roig), y que por tanto me es imposible decir nada acerca de ella, salvo que uno de sus párrafos iniciales me golpeó en lo más vivo, haciéndome cerrar el libro y coger la pluma. La frase de la que hablo es la siguiente: «Con el tiempo, el abuelo supo que la tristeza y la locura empiezan a hacerse compañía».

Esta simple frase hizo que casi me ahogara en un mar de preguntas. ¿Es la tristeza una forma de la locura? ¿O es la locura, más bien, una variante de la tristeza? En otras palabras: ¿nos volvemos tristes porque estamos locos, o enloquecemos porque estamos tristes?

Aunque hablo como inexperto, creo que hay un punto –un confín, una frontera que los psicólogos no han sabido aún delimitar- en el que la excesiva tristeza acaba en locura; que suceda lo contrario (que la locura se vuelva tristeza), me parece mucho menos probable. No obstante, es verdad: se quiera o no, llega un momento en la vida de las personas en el que «la tristeza y la locura empiezan a hacerse compañía», aunque no se sepa nunca a ciencia cierta cuál de las dos llegó primero, ni cuál llamó a la otra para morar juntas en el mismo corazón y en la misma cabeza.

Por si las dudas, hay que defenderse de la tristeza y ponerse a cultivar la alegría. La falta de alegría, en la situación presente, no es sólo una falta de amor a sí mismo, sino un auténtico pecado. En una novela de Sholem Asch (1880-1957), el escritor judío, hay un diálogo en el que se explica por qué es esto así. Moses Silverstein está hablando con un acongojado millonario al punto del infarto y le dice las siguientes –sabias, muy sabias- palabras:

«El mayor pecado que  un hombre puede cometer contra Dios es el de caer en la tristeza y –que Dios no lo quiera- en la desesperación. Nos han dicho nuestros maestros que es más pecado pensar en el pecado que pecar. Es verdad que hay que arrepentirse y tomar la decisión de no volver a pecar; pero es preciso arrepentirse y olvidar todo el asunto. Porque, si se rinde uno a la melancolía, pierde la alegría de vivir. Y entonces no reconoce la bondad del Eterno, no se siente agradecido por la vida que Él le dio ni por la bondad de que Él le hace objeto todos los días. Se convierte en un Job, que maldijo el día en que nació, y se enoja con Dios por haberlo creado… Dios quiere que aparte su tristeza y se regocije en Su mundo y en Su creación, que se sienta alegre con la luz del sol, con las cosas que crecen, con los frutos del campo. Por eso nos ordenaron los rabinos que nos acordáramos de pronunciar una bendición cada vez que probamos una fruta o que participamos de alguna alegría. Nuestro goce de la vida es en sí mismo una bendición y un agradecimiento que enaltecen a Dios y a su obra».

¿Pecaste gravemente? Arrepiéntete, pide perdón y olvida el asunto. ¿Hay demasiadas cosas que te preocupan? Bien está que te preocupen, pero no demasiado. Déjalas en las manos de Dios y sigue adelante: ¿qué ganarás a fuerza de pensar en ellas? Y, por lo demás, ¿fue Dios quien te trajo a este mundo, o fuiste tú quien le pidió venir? Bien, si fue Él quien te trajo sin tu consentimiento –yo espero que realmente haya sido así, pues no veo otra forma de explicarme tu presencia en la tierra-, entonces no creo que en sus planes esté el dejarte solo.

«¡Alégrate!», dijo el ángel a María a modo de saludo. Y como yo no creo que el ángel sea un ingenuo, lo mejor es hacer lo que dijo a María -y, de paso, también a nosotros-.

Alégrate, porque la tristeza y la locura son dos buenas amigas que tarde o temprano acaban siempre por reunirse y hacerse compañía. ¡Ah, son tan solidarias entre ellas, tan íntimas, que nunca están dispuestas a dejarse solas!…

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#4 Tiempos

El primer poeta potosino, Pedro de los Santos | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Si bien desde los primeros años de la fundación existieron poetas en San Luis y se cultivó este género, como lo hemos tratado en anteriores entregas, estos personajes serían españoles avecindados en la ciudad; el primer poeta nacido en el siglo XVII en estas tierras en la ciudad de San Luis Potosí sería Pedro de los Santos.

Pedro de los Santos. Este personaje es uno de los nacidos en San Luis Potosí, nacería a mediados del siglo XVII; en 1699 era colegial de San Ildefonso y Familiar y Maestresala del virrey don Juan Ortega Montañés.

Emigraría muy joven a la ciudad de México, al parecer estudiaría también en la Real y Pontifica Universidad de México pues en su Romance aparece el título de Bachiller.

Su Romance es el único poema que se le conoce, fue escrito en 1700 y publicado en 1702 conociéndosele con el título de Romance en elogio a San Juan de Dios en las fiestas que hizo México por su canonización. Poema que tendría el segundo lugar en el certamen poético por la canonización de San Juan de la Cruz, que describió el Pbro. Br. Juan Antonio Ramírez Santibañez; donde se apunta: “El segundo lugar, se le dio al que puede tener plaza de Músico suave, pues tira gajes de cantor en el palacio de Apolo y ser Maestresala de las Musas, al Bachiller donde Pedro de los Santos, maestre de la sala del Exmo. Sr. Dr. Don Juan de Ortega Montañés, del Consejo de su majestad, arzobispo de México, segunda vez Virrey, Gobernador, Capitán General de esta Nueva España y Presidente de su Real Audiencia”.

El Padre Peñalosa asegura que en su poema “no faltan, en el romance, algunas características de la poesía barroca, entonces en pleno apogeo, como la hipérbole, las alusiones mitológicas, la bimembración distribuida en dos versos o tal cual detalle de la luz y de color; pero sin el poderío y la plasticidad, sin el ingenio y la audacia de la verdadera y grande poesía barroca”.

Al decir del Padre Peñalosa una copia fotostática de su romance se encuentra en el Archivo Histórico de San Luis Potosí.

En su romance, los últimos versos dicen:

la misma tormenta corre
haciendo que el aire ocupe
mejor sagrada saeta
del Ave de culpa inmune.

Con ella el piélago vence,
con ella el viento confunde
y no admira que con ella
el mismo Puerto salude.

Con ella pone en Granada
columnas que no caduquen
a las injurias del tiempo,
pues su caridad las sube.

Mereciendo mayor palma,
Porque puso en servidumbre
Al mar, no con armas fieras,
Sino con palabras dulces.

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#4 Tiempos

La miseria del sexo | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

Sucede en un cuento de Arthur Schnitzler (1862-1931), el escritor austriaco. Una vez, un joven fue invitado a asistir a un duelo en calidad de padrino de un militar de cierto rango que, al ver ofendido su honor, retó a muerte a un caballero de la alta sociedad vienesa abofeteándolo con su guante. Qué razones había para lavar con sangre esa mancha real o imaginaria, no lo sabemos, pues éstas no quedan muy claras en el relato, aunque todo parece indicar que había unas faldas de por medio, y que estas faldas eran nada menos que las de la esposa del militar.

Como decimos, el padrino nada sabía de los motivos que impulsaron al teniente Loiberger a tomar tan drástica determinación, pero tampoco quiso averiguarlas. ¿Para qué? Como se dice, cada uno sabe dónde le aprieta el zapato; y, además, ¿para qué negar que en aquellos tiempos remotos la gente se mataba entre ella por los motivos más banales y fútiles? «El hecho –dice el narrador de esta historia, es decir, el padrino- de que en ciertos círculos tuviera que contarse con la posibilidad o incluso con la inevitabilidad de los duelos, ya sólo esto, créame, daba a la vida social una cierta dignidad o, al menos, un cierto estilo. Y a las personas de estos círculos, incluso a las más insignificantes o ridículas, les prestaba la apariencia de una continua disposición a la muerte, aun cuando a usted esta expresión le parezca, utilizada en este contexto, demasiado rimbombante».

Digámoslo ahora con nuestras palabras: en aquellos tiempos, batirse a muerte con adversarios verdadero o ficticios era una moda tan extendida, sobre todo entre las clases superiores, que nuestro joven narrador ni siquiera se extrañó cuando el teniente Loiberger solicitó amablemente su padrinazgo. Además, ¿no era ésta la séptima u octava vez que un caballero ofendido le pedía exactamente la misma cosa? Sin embargo, es necesario abreviar, y lo haremos diciendo cuanto antes que el muerto, allí, fue precisamente el señor Loiberger, que cayó al suelo con cierta elegancia y sin demasiados aspavientos a causa de una bala que vino a incrustársele a la altura del corazón. Se llevó la mano al pecho, lanzó un suspiro hondo, se tendió en la hierba como quien se dispone a permanecer en esa postura un tiempo muy largo y murió en el acto.

Una autoridad municipal dio fe del deceso –también sin demasiados aspavientos- y el día transcurrió como de costumbre, cual si en realidad nada grave hubiese acontecido. Sin embargo, un problema quedaba sin resolver, y era que la viuda, que vivía en la capital, es decir, en Viena, debía enterarse de la muerte de su marido. ¡Claro, era necesario decírselo, y cuanto antes mejor! ¿Y quién iba a encargarse de tan desagradable tarea? El padrino, naturalmente, que para eso estaba. Y allá va nuestro narrador. Frau Agathe, la esposa del señor Loiberger, lo recibe amablemente y lo hace pasar al recibidor. En realidad nunca en su vida había visto ella a este hombre, pero no le parece feo y hasta le invita una copa…

¡Dios mío, qué bella era Frau Agathe! Su rostro resplandecía como una hoguera encendida. Ahora bien, ¿para qué ponerse a hablar ahora, precisamente ahora, de cosas tan tristes como son las que se refieren a la muerte? Ya lo haría después; por el momento era preciso beber otra copa y disfrutar el momento. Frau Agathe se veía incluso feliz. ¿Para qué romper el hechizo? Entonces el visitante se puso a hablar con la joven viuda –ella aún no sabía que lo era- de cosas que nunca sabremos. Y tanto hablaron y hablaron, y tanto se gustaron el uno al otro que pronto, sin que nadie supiera cómo ni cuándo, ya estaban los dos tomados de la mano en la alcoba de ella. ¡Oh, no se habían reunido allí para entregarse a la práctica de ejercicios piadosos! Y pasó el tiempo. Cuando el visitante despertó por fin, pudo recordar como entre sueños que había venido a esta casa a cumplir una misión. ¿Cuál era ésta? Trataba de recordarlo. ¡Ah, sí, decirle a Frau Agathe que su marido había muerto en la vecina ciudad de Ischl, en el transcurso de un duelo, precisamente!… Aún no salía completamente de su modorra cuando oyeron ambos a lo lejos un ruido de pasos. Quien llegaba era el doctor Mülling, amigo de la familia, para preguntar a la señora si ya se había enterado de la triste noticia. Cuando la supo, la mujer se deshizo en llanto y pidió ver cuanto antes el cuerpo de su marido.

«Desde entonces –cuenta el narrador- no me dirigió ni una palabra… Efectivamente, aquella misma tarde partió sola y a la mañana siguiente condujo el cadáver a Viena. Al otro día tuvo lugar el entierro al que, por supuesto, asistí… Muchos años después nos encontramos en una reunión social. Mientras tanto se había casado de nuevo. Nadie que nos hubiera visto hablar habría adivinado que nos unía una profunda vivencia común. Pero, ¿realmente nos unía? Yo mismo habría podido considerar aquella estival y tranquila, misteriosa y, con todo, feliz hora como un sueño que sólo yo había soñado: tan clara, tan sin recuerdos, tan inocentemente profundizó su mirada en la mía».

Y así acaba esta historia, que no ha hecho más que confirmar mis sospechas, a saber: que la relación sexual, por sí sola, no puede unir a dos seres que no se aman. Hoy es común, o casi, afirmar que las relaciones sexuales son como el termómetro del amor, de manera que nada puede esperarse de dos seres que no saben -o no pueden- hacerse gozar el uno al otro. Hay quien dice, además, que para enamorarse de una persona antes hay que haberse acostado con ella. Pero esto es falso, pues las cosas, por lo regular, suceden exactamente al revés. Así como los milagros no producen la fe, sino que es más bien la fe la que produce los milagros, así habría que decir también que las relaciones sexuales no producen el amor, sino que, a lo más, cuando éste ya existe sólo lo alimentan. Los que no se amaban antes de ir juntos a la cama, no se amarán más cuando hayan regresado de ella, y hasta es posible en algunos casos que terminen queriéndose menos. Los cuerpos podrán acoplarse todo lo que quieran, pero, si las almas están lejos, entonces no hay nada que hacer.

Me decía hace poco un joven hablándome de su novia, con la que tenía ya estas relaciones y con quien acababa de romper: «Quizá deje más material para el recuerdo una tarde viendo juntos el crepúsculo que una relación sexual». Claro, claro. ¿Podría decirse mejor? He aquí la miseria del sexo.

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#4 Tiempos

Verano futbolero | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Apesar de los pesares, el verano futbolero arranca este fin de semana.

Tanto el mundial de clubes, como la Copa Oro, se jugarán en el territorio de los Estados Unidos, algo que bajo otro panorama sería lo ideal, un país multicultural, con una infraestructura increíble y fortaleza económica como para poder generar ingresos sobrevalorados, todo estaría bien, si no hubiera problemas sociopolíticos en Norteamérica.

Las recientes políticas han comprometido las entradas a los estadios y con esto un posible golpe comercial a las proyecciones de FIFA. Pero pasando al punto netamente deportivo, que al fin es lo que importa para esta sección, las cosas suenan muy interesantes.

Por un lado tenemos el nuevo experimento mundial, juntar a algunos de los clubes más importantes del mundo, en un torneo que buscará enfrentarlos con sus mejores jugadores en búsqueda de un gran premio económico, todos los equipos presentarán lo mejor que tienen y es probable que conforme avancen en el torneo su nivel tenga que aumentar, cuando los equipos que solo van a participar queden fuera, y se cierre contra los verdaderos rivales. Un torneo que levanta expectativas y que promete buenos juegos, sobre todo cuando clubes europeos salten a las canchas con sus figuras mundiales.

A la par de este torneo, se jugará el evento principal de CONCACAF. Si bien la región es tal vez la más olvidada del planeta, y sus selecciones fuertes no pasan por un buen momento, es notable voltear a ver a la zona y su torneo insignia a un año antes del mundial. Administrativamente, vamos a poder ver algunos estadios que serán sede de la Copa del Mundo 2026,

así como los preparativos para ciertas ciudades que recibirán afición y participantes. Por lo futbolístico, vale la pena resaltar el mal momento que vive la selección de los Estados Unidos, un equipo que llega con 4 partidos sin ganar y que busca levantar cabeza con Mauricio Pochettino, quien de hacer un mal torneo seguramente se despedirá por ahora de sus posibilidades de dirigir un mundial. Del lado de México, el Vasco Aguirre tiene que demostrar que su equipo puede levantar la cara a un año de la copa. La obligación de campeonar en la Copa Oro sigue siendo imperante, así como desplegar un buen fútbol ante rivales que parecen a modo.

El resto de las selecciones piensan más en su posible clasificación al mundial y tomarán la participación como partidos de preparación ante lo que viene para el cierre del 2025.

Dos torneos interesantes, un mes lleno de futbol y equipos que disputarán en una de las próximas sedes mundialistas. Atentos con el país del norte, y que la política y lo social no sean impedimento para por lo menos distraer un poco de lo verdaderamente importante, sin perder por completo la atención. Que arranque ya el verano futbolero.

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