junio 1, 2025

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#4 Tiempos

La tristeza, la locura | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Solo porque es catalana -como Mercé Rodoreda- he comenzado a leer esta tarde a Montserrat Roig (1946-1991).

Ya sé que decir esto no es hacer demasiado honor a Montserrat Roig, pero qué quiere usted, la vida es así. Uno empieza a leer los libros de ciertos autores por las razones más vulgares, entre las que se me ocurren las siguientes cuatro:

1) Porque cierto líder de opinión nos los recomendó vivamente (aunque no estoy muy seguro de que ésta sea una razón de peso, pues –la verdad hay que decirla- uno casi nunca lee los libros que los demás nos recomiendan);

2) o porque nos los encontramos en nuestra casa (sin saber cómo ni cuándo fueron a parar allí) y, a falta de otra cosa que hacer –o de dinero para comprar otros-, nos pusimos a leerlos;

3) o porque nos los prestaron y no pensamos devolverlos («Los libros, dijo alguien una vez, se escriben para venderlos, se compran para tenerlos y se prestan para perderlos»);

4) o, finalmente, porque los encontramos a un precio módico en una librería de usado y no quisimos desaprovechar la ocasión. (¡Los mejores libros que he leído en mi vida los he encontrado precisamente en las canastillas de ofertas! Pienso, por ejemplo, en Cuando silbo…, de Shusaku Endo, y en Alondra, de Deszô Kostolányi).

Es verdad que los que escriben y publican quisieran oír hablar de razones más misteriosas, elevadas y pronfundas, pero estoy seguro de que la elección de un autor en vez de otro se debe a motivos tan triviales como los recién citados. Ahora bien, que estos libros acaben gustándonos y elijamos después comprar otros del mismo autor, ya en condiciones -y a precios- normales, esa es otra historia.

Por lo que hace a mí, como digo, comencé a leer a Montserrat Roig (1946-1991) porque una de sus novelas se hallaba muy sola en una canastilla de saldos y además echaba de menos en aquel momento ese aire catalán y nostálgico que sólo Mercé Rodoreda sabe hacernos respirar.

Advierto inmediatamente que no he terminado de leer La voz melodiosa (la novela de la Roig), y que por tanto me es imposible decir nada acerca de ella, salvo que uno de sus párrafos iniciales me golpeó en lo más vivo, haciéndome cerrar el libro y coger la pluma. La frase de la que hablo es la siguiente: «Con el tiempo, el abuelo supo que la tristeza y la locura empiezan a hacerse compañía».

Esta simple frase hizo que casi me ahogara en un mar de preguntas. ¿Es la tristeza una forma de la locura? ¿O es la locura, más bien, una variante de la tristeza? En otras palabras: ¿nos volvemos tristes porque estamos locos, o enloquecemos porque estamos tristes?

Aunque hablo como inexperto, creo que hay un punto –un confín, una frontera que los psicólogos no han sabido aún delimitar- en el que la excesiva tristeza acaba en locura; que suceda lo contrario (que la locura se vuelva tristeza), me parece mucho menos probable. No obstante, es verdad: se quiera o no, llega un momento en la vida de las personas en el que «la tristeza y la locura empiezan a hacerse compañía», aunque no se sepa nunca a ciencia cierta cuál de las dos llegó primero, ni cuál llamó a la otra para morar juntas en el mismo corazón y en la misma cabeza.

Por si las dudas, hay que defenderse de la tristeza y ponerse a cultivar la alegría. La falta de alegría, en la situación presente, no es sólo una falta de amor a sí mismo, sino un auténtico pecado. En una novela de Sholem Asch (1880-1957), el escritor judío, hay un diálogo en el que se explica por qué es esto así. Moses Silverstein está hablando con un acongojado millonario al punto del infarto y le dice las siguientes –sabias, muy sabias- palabras:

«El mayor pecado que  un hombre puede cometer contra Dios es el de caer en la tristeza y –que Dios no lo quiera- en la desesperación. Nos han dicho nuestros maestros que es más pecado pensar en el pecado que pecar. Es verdad que hay que arrepentirse y tomar la decisión de no volver a pecar; pero es preciso arrepentirse y olvidar todo el asunto. Porque, si se rinde uno a la melancolía, pierde la alegría de vivir. Y entonces no reconoce la bondad del Eterno, no se siente agradecido por la vida que Él le dio ni por la bondad de que Él le hace objeto todos los días. Se convierte en un Job, que maldijo el día en que nació, y se enoja con Dios por haberlo creado… Dios quiere que aparte su tristeza y se regocije en Su mundo y en Su creación, que se sienta alegre con la luz del sol, con las cosas que crecen, con los frutos del campo. Por eso nos ordenaron los rabinos que nos acordáramos de pronunciar una bendición cada vez que probamos una fruta o que participamos de alguna alegría. Nuestro goce de la vida es en sí mismo una bendición y un agradecimiento que enaltecen a Dios y a su obra».

¿Pecaste gravemente? Arrepiéntete, pide perdón y olvida el asunto. ¿Hay demasiadas cosas que te preocupan? Bien está que te preocupen, pero no demasiado. Déjalas en las manos de Dios y sigue adelante: ¿qué ganarás a fuerza de pensar en ellas? Y, por lo demás, ¿fue Dios quien te trajo a este mundo, o fuiste tú quien le pidió venir? Bien, si fue Él quien te trajo sin tu consentimiento –yo espero que realmente haya sido así, pues no veo otra forma de explicarme tu presencia en la tierra-, entonces no creo que en sus planes esté el dejarte solo.

«¡Alégrate!», dijo el ángel a María a modo de saludo. Y como yo no creo que el ángel sea un ingenuo, lo mejor es hacer lo que dijo a María -y, de paso, también a nosotros-.

Alégrate, porque la tristeza y la locura son dos buenas amigas que tarde o temprano acaban siempre por reunirse y hacerse compañía. ¡Ah, son tan solidarias entre ellas, tan íntimas, que nunca están dispuestas a dejarse solas!…

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#4 Tiempos

Se acabó el Clausura 2025 | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Llegó a su fin el torneo de la Liga MX con un nuevo campeón, el Toluca destronó al América y se sienta en la cima. Ahora es momento de hacer cuentas, de esas que sirven para alimentar la estadística.

En total, en el Clausura 2025, se jugaron 170 partidos: 153 de temporada regular y 17 de liguilla.

En la jornada 9 se dio el resultado más abultado del campeonato, un 5-0 que le propinó Toluca a Querétaro en la bombonera. En contraparte, 12 partidos terminaron con un empate a 0, incluyendo el partido de ida de la final entre América y Toluca.

El equipo más goleador fue Toluca, con 51 tantos entre torneo regular y liguilla, a diferencia de Querétaro que fue el que menos anotó con tan solo 10 en toda la fase regular.

Algunos de los récords que se rompieron en este Clausura 2025 destacan al Toluca anotando 5 goles en dos partidos, primero ante Querétaro en la jornada 9 y después frente a Necaxa en la jornada 11.

Jhon Kennedy de Pachuca logró anotar en cuatro partidos consecutivos en casa, alcanzando a Edwin Cardona en 2019.

Atlas logró una remontada 4-3 después de ir perdiendo 0-3 ante Tijuana, algo que igualó a América en 2016 ante Cruz Azul, por cierto, este partido entre Atlas y Tijuana fue uno de los dos con más anotaciones del torneo.

Para cerrar con los números, el promedio de asistencia a los partidos fue de 23,783, mientras que la mejor asistencia fue el partido entre Monterrey y San Luis, en la jornada 8, con 50,023 aficionados, esto gracias a la expectativa del debut de Sergio Ramos. Del otro lado, el partido con menos asistentes fue el Pumas vs Mazatlán con tan solo 8,845 espectadores, esto provocado por jugar al mismo tiempo que se llevaba a cabo el Super Bowl 59.

Por último, en temas financieros, se presume que el campeón del futbol mexicano recibe aproximadamente 78 millones de pesos más la clasificación a la Copa de campeones de Concacaf y un considerable aumento en los bonos de patrocinadores tanto propios como de la liga.

Se fue un torneo, y aunque todavía quedan por lo menos dos partidos más que interesan a los aficionados locales (Cruz Azul vs Vancouver y América vs LAFC), la liga llegó a su fin y por ahora vivimos la emoción del futbol de estufa, hagan sus apuestas y esperemos que el próximo torneo vuelva a emocionar.

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#4 Tiempos

Micrometría y la paz del espíritu en la Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Braulio Gutiérrez Medina es un investigador del Instituto Potosino de Ciencia y Tecnología, IPICyT, que realiza trabajo de investigación en biofísica, biomateriales bionanotecnología, siendo especialista en técnicas de Microscopia óptica, que incluyen herramientas de pinzas ópticas y fluorescencia.

Sobre estos temas estará participando con una plática en La Ciencia en el Bar que ha titulado, La Micrometría y la Paz del Espíritu; sugerente título que nos remite a asuntos de medición en sistemas biológicos los cuales tienen tamaños micrométricos y nanométricos y en los que se requiere para su estudio de mediciones de microscopía con luz para muy pequeños tamaños.

La charla se llevará a cabo el jueves 29 de mayo a las ocho de la tarde noche en La Cervecería San Luis, ubicada en la Calzada de Guadalupe número 326, con entrada libre. La charla forma parte del ciclo treinta y nueve de esta serie que corresponde a diecinueve años de actividades. La Ciencia en el Bar es un programa pionero en el país y ha sido replicado en varias partes del país, generando escenarios de interacción entre la comunidad científica nacional y el gran público.

Este jueves, es una buena oportunidad para escuchar al Dr. Braulio Gutiérrez y conocer parte de su trabajo de investigación que realiza en el IPICyT. El Dr. Braulio Gutiérrez es un físico egresado de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1997 y realizó sus estudios de doctorado en Física en la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos en 2004 y un Posdoctorado en Biofísica en la Universidad de Stanford en 2009. Ha recibido los premios Jorge Lomnitz Adler 2018 del Instituto de Física-UNAM y Academia Mexicana de Ciencias en el 2018, y el premio George E. Brown, Jr. UC MEXUS en 2010. Cuenta con un par de patentes, entre ellas método para obtener imágenes tridimensionales usando un microscopio de campo brillante otorgado en 2021.

Con la técnica de pinzas ópticas que ha desarrollado el Dr. Braulio Gutiérrez, ha logrado entender un poco más el funcionamiento de pequeñas proteínas de las células, llamadas motores moleculares, que funcionan como mensajeros al interior de la célula.

En una entrevista que concedió el Dr. Gutiérrez detalló el desarrollo de sus pinzas ópticas: “Construimos un instrumento de pinzas ópticas, que se basa en un microscopio óptico con el cual podemos observar muestras biológicas y micropartículas. Un microscopio óptico utiliza lentes para formar una imagen amplificada de la muestra de interés. La lente más importante del microscopio es el objetivo que se encuentra inmediato a la muestra. Al microscopio le acoplamos un haz láser que hacemos pasar a través del lente objetivo, con lo cual logramos tener el láser enfocado sobre la muestra. Este láser es el que captura y manipula nano-objetos como las proteínas llamadas cinesinas”.

Por lo regular las charlas de La Ciencia en el Bar se realizan en día miércoles, en esta ocasión se realizará el jueves que es día 29 de mayo. Los esperamos este jueves a las ocho de la noche en La Cervecería San Luis y disfrutar la charla del Dr. Braulio Gutiérrez sobre Micrometría y la Paz del Espíritu.

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Buscad el alfiler | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

¡Qué hombre tan amargado! –exclamó una vez una dama de cierta edad señalando con el dedo, desde la distancia, a un compañero al que yo estimaba mucho-. ¿Qué traumas habrá sufrido en su infancia para haber perdido de tal manera el gusto por vivir?

¡Los traumas de la infancia! Sí, he oído hablar de ellos, pero no me convencen ni mucho ni poco. ¿Por qué debemos ir hasta la infancia de un hombre para explicarnos su mal humor de hoy? ¿Y si la infancia, por lo menos en el caso de este conocido mío, no tuviera nada que ver? ¡Ir tan lejos cuando la causa podría estar tan cerca!

Pero yo conocía la razón de ese permanente mal humor, de esa amargura: este amigo sufría a causa de su jefe, un déspota que trataba a sus subordinados como le daba la gana. ¡Ya sólo faltaba que les exigiera a todos bolearle los zapatos! Además, el ambiente de trabajo era, en aquella oficina, atroz y deprimente: allí todos envidiaban a todos y se ponían zancadillas los unos a los otros por el puro placer de ver cómo caían de la gracia de su superior, para observar cómo se despeñaban y se rompían la cabeza. Cada día de trabajo transcurría casi siempre entre gritos, susurros y rumores, y, por lo que he podido saber, nadie estaba seguro –ni lo está todavía hoy- de que mañana seguiría conservando el puesto que ocupaba apenas el mes pasado. Ahora bien, ¿quién no va a amargarse en un ambiente rancio como éste?

Yo conocía pormenorizadamente esta triste historia. Por eso me reí en silencio de las suposiciones de aquella señora que, por haber tomado un curso relámpago de psicología, ahora me hablaba de traumas infantiles y actos fallidos.

Sí, los humanos somos muy propensos a generalizar y elaborar hondas teorías que se vienen abajo justo en el momento en que comprendemos que las cosas no eran como pensábamos. De esta manía elucubradora se burló Alain (1868-1951), el filósofo francés, al escribir así en uno de sus Propos sur le bonheur: «Cuando un bebé llora sin consuelo, la nodriza suele hacer las más ingeniosas suposiciones respecto a este joven carácter y a lo que le gusta o le disgusta; invocando incluso a la herencia, ya reconoce al padre en el hijo. Estos ensayos de psicología se prolongan hasta el momento en que la nodriza descubre el alfiler, causa efectiva y real del llanto».

¡Ah, era eso! ¡Había un alfiler entre los pañales! Y pensar que la nodriza ya empezaba a sospechar ciertas cosas…

El hombre, según se ha dicho aquí y allá, es un filósofo que se ignora a sí mismo. Yo de esto nada sé. Lo que sí sé, en cambio, es que muchas veces, en lugar de buscar el alfiler, se pone a concebir graves y hondas teorías cuyo fundamento, para decirlo ya, es más que dudoso.

Una vez se quejaba conmigo un dentista diciéndome:
-¿Por qué la gente ya casi no me busca para arreglarse los dientes? Las nuevas generaciones son muy descuidadas. ¡En qué tiempos tan tristes nos han tocado vivir!, etcétera.

Pero no; por lo menos aquí no se trataba de los tiempos: era que este dentista tenía fama de trabajar sin anestesia –para ahorrarse un dinerito-, y la verdad es que sus pacientes lo que menos querían en su consultorio era ponerse a practicar el estoicismo.

El 4 de julio de 1765, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) estaba quitadísimo de la pena leyendo un libro al pie de una ventana cuando de pronto… Pero dejemos que sea él mismo quien nos cuente lo que le pasó aquella vez: «Leía, cuando, de pronto, la mano que sostenía el libro se movió imperceptiblemente y esto hizo que recibiera menos luz. Entonces pensé que una nube espesa debía estar pasando de frente al sol y todo me pareció más oscuro, por más que no había perdido nada de luz». Y concluye el pensador alemán: «Con frecuencia sacamos nuestras conclusiones de esta forma: buscamos en la lejanía causas que muchas veces están junto a nosotros». «¡Oh! –hubiese exclamado otro que no fuera él-. El cielo se está nublando. Acaso llueva toda la tarde. ¡Y maldita la gana que tengo de que llueva esta tarde!». Pero no, el cielo no se nublaba: era el ángulo de su cabeza lo que había variado, produciendo en la página del libro una sombra que en el cielo no existía.

Yo me entretenía recordando estas palabras mientras aquella señora se quejaba de mi amigo. ¿Y por qué había que ir tan lejos -¡nada menos que hasta los traumas infantiles!- para buscar las causas de su amargura, puesto que éstas estaban casi al alcance de la mano? ¡Era el ambiente en el que se movía el que lo sacaba de sus casillas y lo ponía de mal humor! De modo que, una vez aireado ese ambiente, ¡adiós traumas infantiles!

Además, convendría no olvidar la lección que las semillas nos imparten todos los días. ¿Qué lección? Ésta: que no es posible crecer y desarrollarse en cualquier terreno. Una semilla de arroz, por ejemplo, jamás crecerá en el desierto, ni una semilla de mostaza en el frío de la tundra. Cada semilla, para crecer, necesita estar, por decirlo así, en su ambiente.

«Hay que florecer donde Dios nos ha plantado», dice una frase que aceptamos sólo por el hecho de que Dios es un buen sembrador que no se equivoca nunca, aunque por lo demás bien podría ser cursi y hasta falsa. ¡Un grano de trigo, por más que quiera hacerlo, jamás dará nada de sí si es sembrada en los hielos polares!

Y bien, tal es lo que había sucedido con mi amigo: que sencillamente no estaba en su elemento. ¿Y cómo, entonces, iba a crecer y a desarrollarse? «La impaciencia de un hombre –vuelve a decir Alain- tiene a veces por causa el haber estado mucho tiempo de pie; en vez de razonar contra su mal humor, ofrecedle un asiento… No, no digáis nunca que los hombres son malos; no digáis jamás que tienen tal carácter. Buscad el alfiler».

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